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SEMBLANZA DE JOSÉ MARÍA DE TORRIJOS Y URIARTE

Torrijos dibujado por Deveria. Grabado del Museo Romántico de Madrid
“La vida del general Torrijos, sin tacha de ninguna clase, es a mi vista
su redacción la más sencilla, porque sólo hay que decir la verdad
en la extensión de la palabra, sólo la verdad”
General Gurrea, compañero de Torrijos.
José María Torrijos y Uriarte (1791-1831), fue una persona excepcional en su época. Nacido en Madrid el día 20 de marzo de 1791, en el seno de una familia de burócratas andaluces al servicio de la Corona española, sus padres fueron don Cristóbal de Torrijos y Chacón, ayuda del cámara de Carlos IV, y doña María Petronila Uriarte y Borja, descendiente de una noble familia de ascendencia americana.
Al conseguir su padre el 19 de agosto de 1801 que fuera paje de Carlos IV, se le 
concedió el privilegio de acceder a cargos eclesiásticos, a empleos cortesanos o 
a una carrera militar distinguida.
Desde muy niño sintió una profunda vocación por esta última, por lo que la 
elección no fue difícil para él. Una vida no cómoda en la que imperaba la 
disciplina, el valor, la abnegación, los estudios, la constancia y el 
sacrificio. Con ella alcanzó gran experiencia y criterio a través de los 
acontecimientos políticos y bélicos que sacudieron a la España de su tiempo: 
Guerra de la Independencia (1808-1814), Sexenio absolutista (1814-1820), Trienio 
Liberal (1820-1823) y Década Ominosa (1823-1833).
El 13 de septiembre de 1804, tras los estudios realizados en la Corte, consiguió 
el empleo de capitán con plaza en el Regimiento de Infantería Ultonia. 
Ese mismo año, por indicación de su padre, ingresó en la prestigiosa Academia Militar de Ingenieros de Alcalá de Henares para ampliar sus conocimientos militares.
Ese mismo año, por indicación de su padre, ingresó en la prestigiosa Academia Militar de Ingenieros de Alcalá de Henares para ampliar sus conocimientos militares.
Con prestancia y distinción en sus maneras, su aspecto físico era el siguiente: 
cabello castaño; cejas: ídem; ojos azules; nariz: regular; cara ovalada. 
Recto proceder, honor y patriotismo
Su educación, nivel intelectual, carrera militar, convicciones sólidas, patriotismo, voluntad firme y conciencia sobre lo que le rodeaba, con una marcada generosidad hacia los demás, marcaron la actitud ante la vida de José María Torrijos.
Varias decisiones tomadas por Torrijos a lo largo de su vida castrense, confirman sus virtudes militares, su recto proceder y conducta intachable, y también sentido del honor y amor por su patria.
Recto proceder, honor y patriotismo
Su educación, nivel intelectual, carrera militar, convicciones sólidas, patriotismo, voluntad firme y conciencia sobre lo que le rodeaba, con una marcada generosidad hacia los demás, marcaron la actitud ante la vida de José María Torrijos.
Varias decisiones tomadas por Torrijos a lo largo de su vida castrense, confirman sus virtudes militares, su recto proceder y conducta intachable, y también sentido del honor y amor por su patria.
• El día 2 de Mayo de 1808, ante la ausencia de órdenes a su persona y empleo 
(era capitán con plaza en el Regimiento Ultonia con licencia en Madrid a espera 
de incorporarse a su unidad que estaba en Gerona), acudió al lugar del fuego: el 
Parque de Artillería de Monteleón.
• Tras atravesar las líneas francesas y esquivar los fuegos de defensores y 
atacantes, llegó a la puerta principal del Parque, donde los cañones españoles a 
la voz del capitán Daoiz disparaban a los sitiadores. 
• Salió de Monteleón por orden directa y expresa del capitán Velarde.
• Agregado por el capitán general de Madrid al ejército del mariscal Moncey que 
debía de sofocar el levantamiento en Valencia, Murcia y Cartagena; Torrijos 
logró adelantarse con sus compañeros hasta Valencia, integrándose en el ejército 
español que estaba organizando la defensa del territorio. Por necesitársele, 
entró rápidamente en combate batiéndose en sucesivos combates contra las fuerzas 
de Moncey.
• Participó en diversos cercos y batallas, siempre en primera línea y dando 
muestras de arrojo y dotes de mando. Fue herido en Tortosa y hecho cautivo.
• Fugado de su prisión se incorporó de nuevo al ejército español. 
• Durante la Guerra de la Independencia, por su valor y capacidad fue ascendido 
con rapidez y condecorado en varias ocasiones. En 1814, ya era brigadier con 
sólo veintitrés años (coronel al mando de una brigada).
• Una vez terminada la contienda, estando en desacuerdo con la política 
represiva del gobierno fernandino contra las colonias americanas (no olvidemos 
el ascendente americano de Torrijos por su vía materna), y ser la misión de 
carácter voluntario, decidió no marchar con la fuerza expedicionaria a las 
órdenes del general Morillo, en la cual hubiera ido de segundo en el mando, 
ostentando un empleo superior al que tenía entonces, pues participar en aquella 
empresa llevaba parejo su ascenso a mariscal de campo.
• Afecto a las ideas liberales y constitucionalistas, tras su detención en 
Murcia por parte de la policía fernandina, tuvo ocasión para fugarse en varias 
ocasiones, pero no lo hizo: primero, para no comprometer a sus compañeros y, 
segundo, por creer que el hecho de sufrir con su persona y empleo, prisión, era 
un buen ejemplo para la causa.
• Tras el pronunciamiento de Riego (1820), ocupó el cargo de jefe del Regimiento 
Fernando VII en Madrid. Pese a todas las presiones que sufrió y prebendas de las 
que le quisieron hacer objeto durante aquel periodo, permaneció firme y con 
honor en el ejercicio de su mando, sin traicionar ni las obligaciones de su 
cargo ni sus ideales constitucionalistas.
• Pese a la gran escasez de medios y las condiciones difíciles que le rodeaban, 
combatió durante el Trienio a los absolutistas en Cataluña y el País Vasco.
• Al ocurrir la invasión de los Cien mil hijos de San Luis, Torrijos tomó cuatro 
decisiones que avalan su condición de militar de honor:
    
- Carta de respuesta al rey tras revocar éste su nombramiento de ministro de la 
Guerra.
- Rechazar el cargo como gobernador de la isla de Cuba, por querer permanecer en primera línea de fuego ejerciendo el mando.
- Rechazar la Gran Cruz de San Fernando por no otorgársele según lo establecido en el reglamento de la misma.
- Enfrentamiento directo con el general Ballesteros en su puesto de mando, afeándole pese a ser superior suyo, su comportamiento y cobardía por no presentar combate contra los franceses.
• El día de su muerte pidió que no le vendaran los ojos y mandar el mismo el fuego de la escolta, honores que no se le concedieron.
Toma de conciencia política
Hay varios hechos que van a ser determinantes en la toma de conciencia política del joven José María Torrijos: sus valores, su formación a través de la lectura, el amor por su patria, la ética de su conducta y la reflexión de lo que acontecía a su alrededor, con un criterio claro y determinante frente a la injusticia.
Parte de su conciencia se forjó al ser testigo directo del desplome del Antiguo Régimen español en la contienda contra Napoleón.
- Rechazar el cargo como gobernador de la isla de Cuba, por querer permanecer en primera línea de fuego ejerciendo el mando.
- Rechazar la Gran Cruz de San Fernando por no otorgársele según lo establecido en el reglamento de la misma.
- Enfrentamiento directo con el general Ballesteros en su puesto de mando, afeándole pese a ser superior suyo, su comportamiento y cobardía por no presentar combate contra los franceses.
• El día de su muerte pidió que no le vendaran los ojos y mandar el mismo el fuego de la escolta, honores que no se le concedieron.
Toma de conciencia política
Hay varios hechos que van a ser determinantes en la toma de conciencia política del joven José María Torrijos: sus valores, su formación a través de la lectura, el amor por su patria, la ética de su conducta y la reflexión de lo que acontecía a su alrededor, con un criterio claro y determinante frente a la injusticia.
Parte de su conciencia se forjó al ser testigo directo del desplome del Antiguo Régimen español en la contienda contra Napoleón.
Durante el estado absoluto, el origen de cuna había sido determinante para 
alcanzar a edad temprana el empleo de oficial. Sin embargo, la Guerra de la 
Independencia (1808-1814), con la honrosa excepción de Bailén, había demostrado 
la incapacidad de las tropas de borbónicas para expulsar del territorio nacional 
a los ejércitos napoleónicos.
En batallas como Espinosa de los Monteros, Gamonal y Medina de Rioseco, con 
efectivos superiores a los que contaban los franceses y contando con el apoyo 
incondicional de las poblaciones cercanas, se llegó a la derrota debido, en 
parte, a la nulidad y falta de valor de los generales al mando, los cuales 
carecían de espíritu, preparación militar y experiencia, ascendente sobre sus 
subordinados, planificación para la estrategia, la táctica y logística, y 
disposición para afrontar riesgos y penalidades.
Tras el desastroso final de la batalla de Ocaña, lo que quedaba de organización 
del antiguo ejército borbónico, se desmembró. Una parte de los jefes y oficiales 
volvieron a sus casas solariegas, esperando el final de la guerra de forma 
cómoda. Otros, conscientes de sus deberes y responsabilidades, marcharon a los 
lugares donde todavía se conservaban núcleos de unidades regulares. Casi todos 
ellos terminaron luchando en la última fase de la guerra, encuadrados en las 
divisiones españolas que combatieron a las órdenes del duque de Wellington. Este 
fue el caso de Torrijos. Para él y otros jóvenes militares, la patria era lo 
principal. Y la patria y la libertad personal se convirtieron en inseparables 
para Torrijos.
Este concepto es clave para entender como Torrijos coincidió de pleno con otros 
hombres procedentes de las capas más humildes del pueblo que, arrojados y 
decididos, y por su especial carisma, arrastraron a millares de personas a la 
lucha contra los franceses, movidos por el ideal de darlo todo por la 
independencia de su patria.
Primero fueron jefes guerrilleros, y algunos de ellos como Espoz y Mina o Juan 
Martín El Empecinado terminaron siendo generales, logrando con su tesón y 
sacrificio expulsar a los invasores de ciudades, villas y provincias.
Recién llegado Fernando VII de su cautiverio en Francia (1814), declaró nula la 
Constitución de 1812, restaurando de esta forma la monarquía absoluta. El 
triunfo de la reacción en Europa, representada por la Santa Alianza tras la 
caída de Napoleón, avaló y potenció la decisión del monarca y su camarilla, que 
hicieron retornar a nuestro país al pasado, desapareciendo la figura del 
ciudadano con sus derechos y emergiendo nuevo la del súbdito carente de los 
mismos. Una vuelta atrás en lo político, social y económico, que harían llegar 
tarde a España a todas las citas históricas del siglo XIX. Precisamente, porque 
desde 1814 se fue creando el caldo de cultivo de la fragmentación del país que 
lo precipitaría, de forma irremisible, a varias guerras civiles, con un terrible 
e irrecuperable desgaste de ideas, energías y medios que incidirán negativamente 
en el desarrollo industrial de España, perdiendo de esta forma nuestro país 
competencia en el exterior, mientras que en el interior se vivió la represión 
más absoluta.
La mayoría de los militares que tan decisivamente habían actuado contra los 
franceses en la Guerra de la Independencia fueron apartados de sus cargos, 
implantándose de nuevo a aquellos de “nobleza de cuna”, cuya incompetencia en la 
contienda (con excepciones como la de Castaños o Palafox), y subordinación al 
monarca habían quedado de manifiesto.
La falta de libertades y la comunión de Torrijos con la Constitución de 1812, 
nacida en parte por las reformas del ejército que en ella se contemplaron, 
recibió un impulso más con la cruel muerte de Porlier en 1815. Por aquel 
entonces, Torrijos estaba al mando de las guarniciones de Murcia capital y de 
las plazas de Alicante y Cartagena. En estas ciudades entabló relación con 
grupos de personas que ansiaban el retorno del régimen constitucional. Con ellas 
formó reuniones patrióticas en las que se debatían cuestiones filantrópicas y 
sociales.
Comprometido con el levantamiento del capitán general de Cataluña, Lacy, y tras 
el fracaso de éste en 1817, Torrijos fue detenido junto a varios compañeros, 
pasando tres durísimos años en prisión bajo los interrogatorios y maltratos de 
la Inquisición. 
En aquellas lóbregas mazmorras, entre los gritos de los que padecían la 
incomunicación y la tortura, se forjó en él la determinación de luchar, hasta el 
final, por un sistema político de libertades y derechos para sus ciudadanos.
Cuando en 1820, gracias al levantamiento constitucionalista de Rafael del Riego 
en Cabezas de San Juan volvió el sistema constitucional, Torrijos, tras ser 
liberado, fue nombrado jefe del Regimiento Fernando VII, unidad de elite en 
Madrid que cubría importantes servicios de guarnición en la plaza.
Sin embargo, graves discrepancias pusieron en peligro el proyecto del sistema constitucional: la división de los propios liberales. Por un lado los moderados, dirigidos por los doceañistas de Cádiz, y por otro los exaltados, jóvenes políticos y militares deseosos de una mayor rapidez en los cambios. La raíz del problema se gestó en la Masonería.
Sin embargo, graves discrepancias pusieron en peligro el proyecto del sistema constitucional: la división de los propios liberales. Por un lado los moderados, dirigidos por los doceañistas de Cádiz, y por otro los exaltados, jóvenes políticos y militares deseosos de una mayor rapidez en los cambios. La raíz del problema se gestó en la Masonería.
El Trienio Liberal (1820-1823), fue un periodo inestable en el que no se alcanzó 
el sosiego político necesario, y en el que no cesaron los levantamientos de los 
absolutistas apoyados por amplios sectores del clero. La decisiva intervención 
de la Europa reaccionaria de la Santa Alianza, con el envió al ejército francés 
de los llamados Cien mil hijos de San Luis, terminó por aniquilar al régimen 
constitucional español. 
Tras la restauración del absolutismo y dentro la llamada 
Década Ominosa 
(1823-1833), la represión contra los militares liberales llegó a su paroxismo. 
Varios generales fueron ejecutados, destacando por su crueldad los tratos y 
muertes de Rafael del Riego y Juan Martín El Empecinado. Otros, como Espoz y 
Mina o el propio Torrijos (este último había alcanzado ya el empleo militar de 
mariscal de campo), tuvieron que exiliarse tras defender con bravura sus 
jurisdicciones ante los poderosos cuerpos de ejércitos franceses. Una dura 
emigración vivida por Torrijos junto a su esposa, en Londres, desde 1824 hasta 
1830. 
El texto político del Manifiesto a la Nación firmado por Torrijos junto a Manuel 
Flores Calderón, en el último año de su exilio en Inglaterra, definen a Torrijos 
como “Un liberal químicamente puro, ni moderado ni exaltado”. Un hombre de su 
tiempo, progresista e ilustrado, envuelto por las convulsiones que sacudían a su 
país y que no renunció a sus ideales políticos, fijados estos en el régimen de 
una monarquía constitucional. 
Fue valiente y decidido, y leal a sus principios y valores. Aprendió mucho de lo 
vio y trató, poniendo su clara inteligencia al servicio de cuanto hizo por su 
patria, pero no vislumbró el alcance y el daño que puede hacer la traición.
Su generosidad para el futuro político de su patria, es notorio, al oponerse al 
sistema de privilegios del cual él mismo provenía y era beneficiario.
A pesar de los años de exilio vividos en Londres, Torrijos mantuvo el anhelo por las libertades de su país, así como la integridad de sus ideales para derrocar al régimen absolutista restaurado por un ejército extranjero, lo que le valió ser declarado el primer enemigo del monarca Fernando VII.
A pesar de los años de exilio vividos en Londres, Torrijos mantuvo el anhelo por las libertades de su país, así como la integridad de sus ideales para derrocar al régimen absolutista restaurado por un ejército extranjero, lo que le valió ser declarado el primer enemigo del monarca Fernando VII.
Nadie pudo frenar su irrevocable y arriesgada decisión de desembarcar en las 
playas de Málaga en diciembre de 1831, ni poner en duda su confianza en aquellos 
que le prometieron una situación muy favorable para su intento. Ambas cosas le 
llevaron a la muerte.
Amor para siempre
En marzo de 1813, cuando contaba veintidós años y ostentaba el empleo de coronel, José María Torrijos contrajo matrimonio en Badajoz con la joven Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, de veintiún años e hija del intendente honorario del ejército don Manuel Sáenz de Viniegra.
Amor para siempre
En marzo de 1813, cuando contaba veintidós años y ostentaba el empleo de coronel, José María Torrijos contrajo matrimonio en Badajoz con la joven Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, de veintiún años e hija del intendente honorario del ejército don Manuel Sáenz de Viniegra.
El aspecto de Luisa era el siguiente: metro y medio de estatura, cejas y 
cabellos oscuros, barbilla redonda, boca y nariz mediana y ojos azules.
La unión del matrimonio se basó en un gran amor, en toda la belleza y extensión de la palabra, cargado de romanticismo y compañerismo: “Me amó hasta su último suspiro, con toda la fuerza de su pasión…” dejó escrito Luisa.
La unión del matrimonio se basó en un gran amor, en toda la belleza y extensión de la palabra, cargado de romanticismo y compañerismo: “Me amó hasta su último suspiro, con toda la fuerza de su pasión…” dejó escrito Luisa.
José María y Luisa sólo tuvieron una hija, la cual murió poco tiempo después de 
nacer en 1815. La pareja siempre estuvo junta, pese a las adversidades que hubo 
de superar con guerras, encarcelamientos y exilios.
Solamente se separaron en agosto de 1830, cuando Torrijos se dirigió a 
Gibraltar. Jamás volvieron a verse.
Luisa Carlota Sáenz de Viniegra dejó el mejor testimonio para la memoria de su 
marido: la gran obra Vida del General D. José María Torrijos y Uriarte publicada 
en 1860.
Un notable nivel intelectual y un hombre diferente
Sus estudios, la pasión por la lectura y la facilidad para aprender idiomas, dotaron a Torrijos de un notable nivel intelectual, a lo que se añadía su desenvoltura para escribir y expresarse, sus finos modales y prestancia aristocrática.
Durante el exilio en Londres, y con el fin de paliar la penuria económica, fue 
relevante su labor de traductor en varias obras, no exentas de aportación 
intelectual propia en sus prólogos. Las más conocidas son las Memorias de 
Napoleón y las del general Miller.
En Londres, Torrijos intimó con un grupo de intelectuales ingleses que, desde 
los tiempos de estudiantes en la universidad de Cambridge, eran conocidos como 
los Apóstoles de Cambridge, los cuales, aglutinados en torno al poeta John 
Sterling, habían creado una sociedad estudiantil de debate cultural, núcleo 
indiscutible de una brillante generación inglesa caracterizada en lo político 
por un ardiente liberalismo que traspasaba fronteras, y en lo literario por su 
gusto en la estética del romanticismo. La formaban, entre otros, el citado 
Sterling, Maurice, Alfred Tennyson, Arthur Hallam, John Kemble, Richard C. 
Trench… 
Torrijos, que amaba la libertad de su patria por encima de todas la cosas, era 
justo el tipo de personaje que hacía volar la imaginación y el entusiasmo de 
aquellos jóvenes de corazones generosos y románticos, tanto por el poder 
intelectual que demostraba como por su atractivo físico, su fino talento, sus 
maneras, porte aristocrático y distinción, y su impresionante educación. Era un 
hombre culto, que dominaba bien el inglés y francés.
Como escribió Carlyle, el general español llegó a ser en estas reuniones: “Muy 
prominente y, a la larga, casi el objeto central”, lo que dice mucho a favor de 
Torrijos.
“Su vida parecía una novela. Casi adolescente se había distinguido por su valor 
en la guerra contra Napoleón; herido y prisionero había logrado fugarse. Lanzado 
a la conspiración liberal fue perseguido y encarcelado. Durante su prisión no 
faltó el episodio de fidelidad amorosa; Madame Torrijos entraba disfrazada por 
las noches en el castillo de Santa Bárbara en Alicante, donde estaba preso 
Torrijos. Luego los calabozos de la Inquisición, más tarde los combates de 
Cataluña y la resistencia de Angulema en Cartagena. Por último, la tristeza del 
destierro y la pobreza.
¡Romántica España! ¿No había algo de quijotesco en aquel hombre arrojado, 
generoso y leal, que aunque tan necesitado él mismo nunca pedía nada sino para 
los suyos? Nadie por los menos parecía encarnar mejor que él la España noble y 
libre que Sterling y sus amigos seguramente imaginaban.” (1)
(1) Liberales y románticos de Vicente Llorens. 
Sólo con traición pudieron con él
Comisionado por la Junta Liberal exiliada en Londres, Torrijos llegó a Gibraltar el 9 de septiembre de 1830, desembarcando clandestinamente en bahía Rossia en unión de otros destacados constitucionalistas.
Sólo con traición pudieron con él
Comisionado por la Junta Liberal exiliada en Londres, Torrijos llegó a Gibraltar el 9 de septiembre de 1830, desembarcando clandestinamente en bahía Rossia en unión de otros destacados constitucionalistas.
El plan para derrocar al régimen absolutista estaba inspirado en el 
levantamiento de 1820: un rompimiento materializado esta vez con un desembarco 
en el litoral andaluz, que produjera sucesivos pronunciamientos en diferentes 
lugares del territorio nacional. 
Sin embargo, durante un año las diversas tentativas que llevaron a cabo los 
liberales desde el Peñón, fracasaron: expedición de Manzanares a Estepona, 
ataques contra La Línea y Algeciras, levantamiento de Cádiz…
Todo estaba dominado por la precariedad y la desesperanza cuando, de repente, 
apareció Viriato…
Escondido bajo ese nombre y formando parte de una sucia trama ideada por el 
gobierno fernandino, con falsas promesas de tropas comprometidas a favor de un 
levantamiento pro-constitucionalista, sedujo a Torrijos a un plan de desembarco 
en la costa de Málaga con el fin de capturarlo vivo y ejecutarlo.
La experta biógrafa de Torrijos, Irene Castells Olivan, profesora de la 
Universidad Complutense de Barcelona, señala en su obra Torrijos y Málaga, al 
gobernador de la ciudad Vicente González Moreno como Viriato, tras aportar una 
amplia documentación que así lo corrobora e interrelacionar los hechos. 
En la noche del 30 de noviembre de 1831, salieron de Gibraltar las barcazas 
Santo Cristo del Grao y Purísima Concepción, con Torrijos y sus cuarenta y ocho 
liberales, más doce marineros...
El 2 de diciembre, cuando las barcazas cruzaban a la altura de Cala de Mijas, 
fueron sorprendidas por fuego de cañón realizado desde el bergantín Neptuno, 
cuyo capitán había prometido a los liberales escoltarlos hasta el lugar del 
desembarco: Ventas de Bezmiliana en el actual Rincón de la Victoria.
El inesperado encuentro en las proximidades de Punta de Calaburra, obligó a 
Torrijos y sus compañeros a realizar un precipitado desembarco en la playa de El 
Charcón, donde quedaron embarrancadas las barcazas.
Tras la arenga de Torrijos en el monte Guajarzo, los expedicionarios de 
Gibraltar se adentraron por la cañada del Carrizo, próxima al Chaparral, hacia 
el interior...
Los liberales atravesaron el río Ojén, continuando su marcha por la realenga, actual camino de Campanales.
Los liberales atravesaron el río Ojén, continuando su marcha por la realenga, actual camino de Campanales.
Progresando hacia Mijas, al anochecer, el grupo liberal llegó a las 
inmediaciones del pueblo, saliendo a su encuentro la milicia realista que 
realizó varias descargas de fusilería. 
Torrijos y los suyos, aprovechando las sombras de la noche, comenzaron un penoso 
ascenso por el arroyo de las Grajas, llegando a la dorsal de la sierra de Mijas, 
donde pernoctaron.
Al amanecer del día 3, los expedicionarios de Gibraltar iniciaron el descenso 
por la vertiente noreste de la sierra, bajando hacia el Valle del Guadalhorce.
A mediodía, ya en las proximidades de Alhaurín de la Torre, la milicia absolutista abrió fuego contra los liberales, obligándoles a desviar su ruta hacia el norte.
Ante este nuevo contratiempo, Torrijos decidió que lo mejor era buscar un lugar seguro para poder descansar, visto el estado de agotamiento en el que se encontraban.
A mediodía, ya en las proximidades de Alhaurín de la Torre, la milicia absolutista abrió fuego contra los liberales, obligándoles a desviar su ruta hacia el norte.
Ante este nuevo contratiempo, Torrijos decidió que lo mejor era buscar un lugar seguro para poder descansar, visto el estado de agotamiento en el que se encontraban.
La elección recayó en un cortijo blanco situado en la vertiente sur de la Sierra 
Llana: la Alquería del conde de Mollina, a cuatro leguas de Alhaurín de la 
Torre.
Acogidos en aquella hacienda, al anochecer, los liberales terminaron siendo 
cercados por el batallón de los Voluntarios Realistas de Coín, cuyo capitán, 
Francisco Lomeña, realizó un furibundo ataque a la Alquería al amanecer del día 
4, en el que fueron rechazados los asaltantes.
Presente en el cerco el propio gobernador de Málaga, González Moreno, se 
entrevistó con Torrijos en el atardecer del mismo día, sin que nadie pudiera 
escuchar la conversación que mantuvieron ambos generales.
Para Torrijos, por su cargo e implicación en el plan 
Viriato, González Moreno 
era la persona idónea para deshacer la mala situación en la que se encontraban 
en aquel cerco, donde además de las unidades regulares procedentes de la 
capital, Regimiento Infante, 4º de Línea, provinciales de Málaga y Soria, y 
Regimiento de Caballería Vitoria, 4º de Ligeros, se habían incorporado 
Voluntarios Realistas de Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre, Monda, Álora, 
Cártama, Mijas, Ojén y Marbella, así como los Carabineros de la 11ª Comandancia 
de Torremolinos.
Pese a que se desconoce lo que hablaron, puede intuirse por lo que después 
ocurrió, que Moreno propuso a Torrijos, que dadas las circunstancias, con tantos 
exaltados Voluntarios Realistas presentes en el sitio, el pronunciamiento que 
había traído al general liberal a Málaga, sólo sería efectivo con la presencia 
de ambos en la capital.
Además, el traidor gobernador pudo informar a su víctima, que tenía noticias 
fidedignas sobre la progresión de contingentes de tropas realistas procedentes 
de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Granada, las cuales se dirigían a marchas forzadas 
hasta allí para colaborar en la captura de los expedicionarios de Gibraltar.
Por lo tanto, ante la situación sobrevenida tras el desembarco en El Charcón, la propuesta de Moreno pudo cifrarse en fingir una rendición, trasladarlos a Málaga y, una vez allí, llevar a cabo el levantamiento.
Quizás Torrijos, contrario de marchar hacia Málaga en situación de detenido, pidió a Moreno unas horas más, con el fin de obtener noticias de los 2.500 liberales de la Axarquía que, supuestamente, le estaban esperando en Bezmiliana.
Por lo tanto, ante la situación sobrevenida tras el desembarco en El Charcón, la propuesta de Moreno pudo cifrarse en fingir una rendición, trasladarlos a Málaga y, una vez allí, llevar a cabo el levantamiento.
Quizás Torrijos, contrario de marchar hacia Málaga en situación de detenido, pidió a Moreno unas horas más, con el fin de obtener noticias de los 2.500 liberales de la Axarquía que, supuestamente, le estaban esperando en Bezmiliana.
Parece ser que el ladino gobernador le dio un plazo hasta el amanecer, en el 
cual si no había cambios, Torrijos tendría que “aceptar” la rendición.
Acordado el asunto, el general liberal regresó a la Alquería sin saber que, de 
nuevo, había sido engañado por su enemigo.
Los batallones pro-liberales de la Axarquía no existían ¡Nunca habían existido!, 
y su posible progresión hacia Málaga era una pura ficción. Habían sido parte del 
cebo tendido por Viriato para sacar a Torrijos de Gibraltar, y ahora lo iban a 
ser para su entrega sin resistencia. 
La rendición se efectuó a las ocho horas y cuatro minutos del 5 de diciembre de 
1831.
Trasladados a Málaga, Torrijos descubrió la traición de la que habían sido 
objeto en la Plaza de las Cuatro Calles (actual Plaza de la Constitución), 
siendo encerrado poco después en el calabozo del cuerpo de guardia del Cuartel 
de Mundo Nuevo, mientras que sus compañeros fueron ingresados en la Cárcel 
Pública. 
Conocida en Málaga la orden de ejecución firmada por el monarca, los liberales 
fueron trasladados en la tarde del 10 de diciembre al Convento de San Andrés en 
el barrio de El Perchel, donde se les leyó la sentencia de muerte.
El fusilamiento se llevó a cabo en la mañana del día siguiente, en la playa de 
San Andrés.
Torrijos cayó en el primer grupo formado por veinticinco hombres. Los otros 
veinticuatro condenados, entre los que se encontraba el joven grumete, fueron 
aniquilados en una descarga posterior.
Solamente una bala acabó con la vida de Torrijos. El proyectil entró por debajo 
de la sien y sobre el lateral de su pómulo izquierdo, lo que hace sospechar que 
disparo tan preciso se debió más a un tiro de gracia que a la puntería de uno de 
los bisoños soldados del Provincial de Soria que integraban el piquete de 
ejecución.
Aquel 11 de diciembre cayeron junto a Torrijos hombres eminentes como Manuel 
Flores Calderón, presidente de las Cortes españolas en 1823; Francisco Fernández 
Golfín, ministro de la Guerra en 1823; Juan López Pinto, bravo teniente coronel 
de Artillería, o Robert Boyd, romántico oficial británico que con su fortuna 
había financiado gran parte de la empresa.
Indudablemente, el fin de llevar a cabo el pronunciamiento liberal fue la causa 
de la salida del Peñón el 30 de diciembre de 1831. Pero los determinantes que 
influyeron decisivamente para aceptar los riesgos inherentes del llamado plan 
Viriato, fueron la difícil y penosa situación que vivieron durante meses los 
exiliados en Gibraltar (desesperada en muchos momentos); y también la confianza 
puesta por Torrijos en la persona con que mantuvo correspondencia durante los 
últimos meses en la Roca.
La confianza es un valor humano. Torrijos lo poseía sobradamente junto con la 
valentía, el tesón, la voluntad, la sinceridad, la seguridad, la 
responsabilidad, la libertad, la justicia, la firmeza, la ilusión, la decisión, 
la amistad y el criterio. Torrijos vivía en sus propios valores y los revalidaba 
a diario en el trato directo con sus compañeros de exilio, Flores Calderón, 
López Pinto, Golfín o Boyd. En esa relación, la confianza fue fundamental para 
sobrevivir en Gibraltar.
Sabemos por la Historia, que a hombres de espíritus generosos, valientes y 
decididos, la confianza les condujo a la muerte. Ahí están los casos de William 
Wallace, El Empecinado o Emiliano Zapata. Creyeron que quienes les hablaban y 
sugerían, poseían los valores que ellos mismo tenían, cuando en verdad esgrimían 
la falsedad, el engaño y la traición: los mortales enemigos de la confianza.
Los tres personajes históricos citados en el párrafo anterior, al igual que el 
propio Torrijos, fueron víctimas de lo que más detestaron: la traición.
Torrijos nunca fue un ingenuo ni ligero en sus decisiones. Por las cartas 
escritas al personaje escondido tras el nombre de Viriato, conocemos hoy como le 
pidió seguridades y confirmaciones en varias ocasiones. Y en esas “seguridades” 
y en los “valores” del que le escribía, confió. 
Traición sólo ha vencido al valiente(José de Espronceda)

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