Viejas historias de Castilla la Vieja (Miguel Delibes
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20/03/2013
Jesús Carrasco 'Intemperie'
Hay un niño agazapado en un hoyo, esperando a que pase la batida que le busca. Tiene buenos motivos para salir huyendo, dejar atrás a su familia y enfrentarse al sol abrasador del inmenso secarral. Hay un hombre, un viejo cabrero, que le ayudará, y otro, el alguacil, que le persigue sin tregua. Con estos pocos elementos se construye "Intemperie" (Seix Barral), el sonado y soberbio debut de Jesús Carrasco: Un western mínimo y cautivador.
JESÚS CARRASCO
Más allá de los olivos
Philipp Engel / Foto del autor: Elena Blanco
Un western con múltiples ecos de Cormac McCarthy (¡Incluso aparece un cabrero en "Suttree"!)... Resulta bastante insólito para el debut de un autor español.
Me encanta McCarthy, aunque esto es más ibérico y no sé hasta qué punto se trata de una influencia consciente. Ni siquiera sabía que hubiera un cabrero en "Suttree". Es una novela tan tupida... En cuanto al western, de estar presente, como esquema narrativo, también sería de manera inconsciente. No me parece, de todas formas, una etiqueta desacertada para que un lector no avisado pueda tener pistas sobre lo que va a encontrar y, también, sobre lo que no va a encontrar en el libro. El aire que se respira en el western, seco y polvoriento, es, a fin de cuentas, el mismo que respiran los personajes de la novela.
Recurriendo al tópico, podríamos decir que el paisaje, desértico y calcinado por el sol, es un personaje más.
La historia está condicionada por el paisaje. Es lo que me interesaba narrar: la historia de estos personajes, entre ellos y con su destino. Que el paisaje sea tan seco somete los personajes a una tensión externa, y digamos que afila las relaciones. La relación entre el niño y el cabrero se convierte así en una relación de pura supervivencia. Y no digamos con el alguacil. En otro contexto la historia tendría otra forma, y me interesaba que tuviera esta forma y ver hasta dónde llega el ser humano, o estos seres humanos en particular.
Es un entorno completamente rural, que contrasta con el de la novela contemporánea, tan urbanita.
Durante años he leído mucho a los americanos y todo sucede entre cuatro paredes, en Nueva York. Quería huir de la narrativa urbana por propio hartazgo. Además así encuentro naturalmente mi espacio. Yo soy de pueblo. He nacido en un pueblo, casi todas mis vivencias son rurales. Ahora vivo en Sevilla ciudad, pero paso mucho tiempo fuera, incluso tengo una huerta. Esa relación directa con la huerta y el bancal me parece muy nutritiva. "Intemperie" es un cazo, o una olla, que me permite un guiso diferente al que hubiera dado un recipiente urbano...
Un guiso en el que las palabras actúan como un condimento muy especial.
Me fascina el arte con el que despliegas un léxico muy rural que, sin embargo, nunca resulta difícil de comprender. Me gusta pensar en la novela como en una reserva de palabras. Son palabras que remiten a un mundo que ha desaparecido, y que tenía sus propios nombres. No hay otra forma de decir albardón, ni albarda, ni cabezada... La idea era remitir a un tiempo antiguo, con empleos que ya están periclitados. Y por supuesto dotar al relato de precisión, algo que me gusta mucho del lenguaje. Por otro lado, también quería que la novela pudiera ser leída por cualquiera.
Un mundo antiguo, y también relativamente atemporal.
Sí, es una propuesta estética. Me parecía que, para que la historia emergiera –entendida esta como la relación entre los personajes y de los personajes con el medio, con el paisaje que los rodea– necesitaba un entorno brumoso, y además pienso que esta falta de referentes añade ambiente, inquieta y te mantiene un poco tenso, incómodo.
La atemporalidad también refuerza el poderoso tono alegórico, poético del relato.
Sí, para lo mí lo poético es la forma más sublime de lo literario. Es emplear los mínimos recursos para producir el mayor impacto. Mi concepto de lo poético tiene que ver con lo que nos rodea y no se toca, con lo que se susurra y no se nombra. La poesía no puede ser descriptiva, o al menos la que me gusta es alegórica, y permite que sea completada en el tránsito entre quien lo escribe y quien lo lee. Si yo como narrador no completo la historia, permito que el que la lee no sólo la complete, se involucre, participe, sino que pueda conseguir una lectura personal del relato universal que yo le propongo.
La novela tiene, de hecho, su punto de actualidad, ya que esa "Intemperie" puede tener algo que ver con el miedo que nos atenaza, a perder nuestro frágil equilibrio e incluso a caer en la indigencia.
La novela es anterior a la crisis, que conste, y no creo que tenga mucho que ver. La "Intemperie" de la que habla el título, que es física, también es moral. Una intemperie que podemos experimentar en cualquier momento, y que se ha vivido en todas las épocas de la Historia. Ese extraño equilibrio, grosso modo, entre el bien y el mal. O más bien entre lo moral y lo amoral. Entre el doloroso juicio moral y el sencillo dejarse llevar, o por la época, o por el tiempo, o por la costumbre.
"Intemperie" sería un cuento moral.
No creo que fuera mi intención, hay muchas cosas que he descubierto después, al releerla, y creo que fundamentalmente habla de la dignidad, que para mí es una forma de resistencia. Si sometemos a alguien a un bombardeo de amoralidad, y lo que queda ahí es una persona derecha, ahí tenemos la dignidad. Alguien que ha soportado esa lluvia. Lo fácil es guarecerse. Aguantar de pie es lo complicado.
Siento curiosidad por saber cómo se fraguó la novela, y cuanto tiempo te llevó escribirla.
Pues la empecé hace como ocho años. Escribí unas 20 páginas, y paré porque no podía seguir con ella. No avanzaba. Entre medias, escribí otra novela, que me llevó unos dos años y medio, más o menos. Pero no me gustó, la aparqué y retomé "Intemperie", y trabajé en ella otro año y medio. Desde el principio al final habrán pasado cinco años, pero lo que es el tiempo de escritura real habrán sido dos años y medio en total.
¿Cuál fue el punto de partida?
El punto de partida es el niño que escapa de casa por un problema familiar. Esos primeros 20 folios que quedaron en el olvido narran la salida del niño de su casa, un poco el pueblo y su camino hasta el lugar donde ahora precisamente empieza la novela. Siete u ocho de esos folios terminaron intercalados en diferentes partes del texto, más adelante. Ahí paré, tuve que escribir la otra novela de por medio para darme cuenta de por qué paraba. Y al retomarla me encontré al cabrero.
El personaje del cabrero no dejaba de recordarme a El Cabrero, ese cantaor sevillano que una vez me impresionó tanto en directo. Por otro lado, la lírica del texto me recuerda a la gravedad del cante jondo.
Es una buena apreciación. Hay en el cante jondo una especie de pesadumbre milenaria que también está en la novela. El cante expresa con rotundidad la fatalidad de la vida, lo inevitable de la muerte, el arte, la fe, el dolor, el desgarro. Todo en un quejido y sin azúcar añadido. En la Red se puede encontrar un interesante documental francés de finales de los ochenta sobre la figura de El Cabrero. Su visionado se complementa bien con la lectura de "Intemperie", aunque yo me inspiré más en otros cabreros que conocí en lugares remotos de la Sierra Norte de Sevilla.
El cabrero y el alguacil, al que prefiero dejar entre tinieblas, son importantes, pero el héroe sigue siendo el niño y me pregunto si al escribir sobre un niño y su lucha por la supervivencia quisiste entroncar deliberadamente con una tradición que va del Lazarillo a Stevenson o Dickens. "Intemperie" casi podría ser una novela 'juvenil' si no tuviera un trasfondo tan oscuro.
Nunca había pensado en la posibilidad de que "Intemperie" estuviera emparentada, por ejemplo, con "La Isla del Tesoro". Un niño en el centro de un círculo de adultos que tiran de él hacia coordenadas morales contrapuestas. Y ahora que lo nombras, también encuentro similitudes entre "Intemperie", "El lazarillo de Tormes" y "Oliver Twist"... Por otra parte, no hay apuestas, ni por un modo tradicional de narrar, ni por ningún otro modelo. Escribo de la manera más natural que puedo, lo que en mi caso implica la presencia de lo rural y de las relaciones humanas básicas, como las que se puedan establecer entre un padre y un hijo o, en este caso, entre un aprendiz y un maestro.
Por último, si "Intemperie" tuviera que ser llevada a la pantalla, ¿quién sería tu director ideal?
A ese imaginario director sólo le pediría una cosa: que fuera capaz de interpretar los silencios del texto. Es una novela que contiene acción, y eso puede ser tentador, supongo, en el mundo del cine. Sin embargo, es en los silencios donde se esconden las preguntas esenciales de "Intemperie".
Entrevista extraída de la revista Go Mag.
Portada y fotografías del disco "Ghosts of Comala" de Àlex Torío
Que un catalán decida cantar en inglés para homenajear a una de las grandes novelas escritas en castellano puede resultar de entrada un poco chocante. Sin embargo, el álbum conceptual que Álex Torío dedica a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, consigue conmover desde la primera trompeta que abre el disco. Con su voz áspera y sus palabras arrastradas, deudoras de ese Tom Waits al que admira tanto, Torío logra recrear de forma personal la atmósfera fantasmal de Comala, aquel pueblo maldito de la literatura mexicana donde los murmullos de los muertos atormentan a los vivos. Texto: Elena S. Nagore Álex Torío. Ghosts of Comala · (Columna Música, 2012).
Etiquetas: cabra y oveja, España Rural, Extremadura, Libro, Naturaleza, Paisaje, paisaje humano, pastores
16/02/2013
ARCO 2013 la visión rural
E.N.P. Espacio Natural Protegido. 2/PNS 2. 2011
Impresión C-Type
Políptico 15 fotografías. 71 x 48 cm. Ed. 3 (Alarcón Criado, Sevilla)
Detalle de la instalación de Jorge Yeregui.
Lichtbild - mit Säulen, 2011.
Copa azul y ventana II, 2003, óleo sobre lienzo, 200 x 235 cm.
Detalle de la pieza de Juan Navarro Baldeweg
Ferrán García Sevilla
Moviments d'una camara IV. Mallorca, 1973/2012
148 x 208 cm
Ferrán García Sevilla
Part i tot, Ametller Florit. Mallorca, 1971/2012
148 x 208 cm
Yuri Firmeza
Julio Larraz
Midi, 2004, óleo sobre lienzo, 101,5 x 76 cm
Juan Zamora
Juan Zamora
"a pigeon shadow"
Tríptico, 10 x 10 cm cada una, lápiz sobre madera, 2012.
Alejandra Freymann
S/T. Óleo sobre lienzo, 130 x 89, 2013.
Detalle de la pieza de Alejandra Freymann.
Campo Adentro en ARCO 2013
Este año ARCO es más decorativo que nunca pero dentro de las obras presentadas encontramos cosas muy personales e interesantes como pueden ser las piezas de Juan Zamora, Jorge Yeregui y Ferrán García Sevilla vinculadas de cierto modo con el medio rural o la naturaleza.
Dentro del programa de la feria nos hemos encontrado con la sorpresa de ver las presentaciones de la Plataforma de Campo Adentro.
Esperamos que os guste la selección 2013.
Etiquetas: ARCO, Arte contemporáneo, Artistas, Exposiciones, Feria, madrid, Naturaleza, proyectos
22/01/2013
'Me voy al pueblo' un reportaje de Álvaro Corcuera y fotografías de Alfredo Cáliz
Eva nació en el medio rural, tuvo que emigrar a la ciudad para estudiar y volvió al pueblo. Trabaja en Campo de San Pedro, donde están las oficinas de Codinse, la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia, una asociación sin ánimo de lucro que ostenta la presidencia de Abraza la Tierra. Desde su despacho atiende a las personas que quieren emprender un negocio en un pueblo, a los que asesora. “No damos casa ni trabajo”, insiste. Ayudan a conseguir subvenciones a aquellos que tienen una idea de negocio: “Las oportunidades de autoempleo en el medio rural son mucho más ventajosas económicamente que en cualquier ciudad”. Eva González. 41 años. Campo de San Pedro (Segovia). Coordinadora de Abraza la Tierra. Foto: Alfredo Cáliz.
Mateo, Virginia, Jon y Goran, que viven en el campo. / ALFREDO CÁLIZ
"Estábamos hartos de Madrid. En la gran ciudad, aunque muchas veces no te des cuenta, tu calidad de vida se va desgastando. Estuvimos a punto de comprarnos un piso. Pero en el último momento echamos el freno y pensamos que por menos dinero podríamos abandonar la ciudad e irnos al campo. Al principio miramos en la costa cantábrica, pero los precios eran prohibitivos. Así que giramos la vista hacia Castilla y León, aunque a mi mujer, que es finlandesa, aquello le parecía un desierto. Me hice con un plano en el que aparecía cada charco de la comunidad autónoma. Como viajo mucho por trabajo, cada vez que lo hacía me desviaba un poco para conocer nuevos lugares. Un día descubrí Maderuelo (Segovia). Vi que había un pantano y un parque natural preciosos. A los pocos días llevé a mi mujer. Observamos una parcela que estaba enfrente de la zona protegida del parque, donde jamás podrían construirnos nada delante, vimos que el paisaje era estupendo, que tenía orientación sur… Nos dijimos: ‘Este es el lugar’. Compramos el terreno y nos construimos una casa. Más barato que el piso en la ciudad”.
Manuel García, arquitecto, nacido hace 40 años en Múnich (Ale mania) de padres españoles emigrantes, y que vivió en la ciudad bávara hasta los seis, dio un paso más en una vida que parece la de una eterna mudanza, aunque esta vez quizá para asentarse. De Múnich a Almería, Aquisgrán, Berlín, Viena, Gratz, Barcelona, Madrid… y Maderuelo, un pueblecito medieval que tiene, según el último censo, 159 habitantes. A su mujer, Julia Ahvenainen, la conoció en Aquisgrán cuando ambos eran estudiantes Erasmus, “el mejor invento que ha creado Europa y que ahora los políticos se lo están cargando”, aseguran. Ella, ingeniera del procesado industrial de la madera, también ha vivido desde que se conocen, hace 17 años, en la mayoría de esas ciudades. Ambos siguen viajando mucho. Eso les permite, dicen, tener “la mente oxigenada”. Sí, viven en un pueblo, pero aman la ciudad, ahora mucho más que antes porque no viven en ella. Mientras que Julia trabaja para una multinacional finlandesa, lo cual le hace moverse mucho, especialmente en dirección a Helsinki, Manuel se dedica a la eficiencia energética, el bioclimatismo y la madera.
La pareja lleva desde 2007 en la comarca, viviendo en Maderuelo y trabajando en Campo de San Pedro, a ocho kilómetros, donde tienen la oficina: dos locales alquilados en los bajos del ayuntamiento gracias a la mediación de Codinse. Esta es “la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia”, una asociación sin ánimo de lucro que, junto a otras como ella, pertenece aAbraza la Tierra, que actúa en seis comunidades autónomas (Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, Aragón, Madrid y Extremadura) para favorecer la emigración hacia las zonas rurales, asesorando a las personas que quieren dar el salto: “No damos casa ni trabajo”, subraya Eva González, coordinadora de Codinse. “Informamos y ayudamos gratuitamente a los que llegan al campo y a la población local que necesita asentarse. Luchamos contra la despoblación”. Sí gestionan, nos cuentan después, los trámites para que los emprendedores consigan subvenciones a fondo perdido, hasta una tercera parte de la inversión de quien lo solicite. Son los fondos LEADER (en francés,Liaisons entre activités de développement de l’economie rural o relaciones entre actividades de desarrollo de la economía rural), un programa de la Unión Europea que bajo ese nombre y similares lleva fomentando los negocios en el medio rural desde 1991.
A González le preocupa el efecto llamada y es dura con los medios de comunicación: “Aparte de nevadas, gastronomía y crímenes, no hacéis mucho caso a los pueblos”, dice a los cinco minutos de saludarnos, muy amable, pero directa. “Ahora se oye alguna noticia que dice: ‘Un pueblo da casa y trabajo a una familia’. Y adiós muy buenas: aquí empezamos a recibir miles de llamadas”. Aunque no cuantifican las que entran por teléfono, Eva asegura que desde 2010, a medida que la crisis económica se ha ido endureciendo, se han doblado las solicitudes de ayuda: 1.674 a través de la página web el año pasado solo en su comarca. “Cuando llaman desesperados, nos dicen: ‘Dame, dame, dame… que me echan de casa, que me quitan los niños…’. Pero cuando les explicas que no puedes darles nada, no vuelven a llamar”. Al pueblo, dice, hay que llegar con una “idea clara de ocupación”, siendo conscientes de que también hay facturas por pagar: “La gente que vivimos en los pueblos no tenemos por qué dar nada. La pregunta es al revés, ¿qué vienes tú a aportar? Cuando mi madre me envió a Madrid a estudiar con 13 años, nadie le pagó mi manutención ni la residencia ni los libros. Nada de nada”.
“Hay una teoría bastante extendida de que con la crisis el campo es un refugio. Pero los datos la contradicen”, señala Ángel Paniagua, geógrafo delConsejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y experto en el medio rural, sobre el que ha investigado durante más de una década y publicado más de cien artículos en revistas españolas y extranjeras especializadas. “Generar falsas expectativas a la gente que se plantea abandonar la ciudad no es bueno. Porque la decisión de irse al campo suele ir ligada a decisiones económicas de envergadura. Por eso es baja la cifra de gente que lo hace, ya que iniciar una actividad en el campo suele exigir una inversión grande”, explica.
“Uno de los rasgos demográficos más significativos de la modernidad industrial, en relación con el movimiento espacial de la población, es el enorme trasvase demográfico entre las áreas rurales y las ciudades. En España, este proceso comenzó de manera sostenida y desigual durante la primera mitad del siglo XX y continuó de forma masiva durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Sin embargo, desde los años ochenta comienza a vislumbrarse la neutralización del éxodo rural y el inicio de movimientos poblacionales más variados, que incluían la llegada de nuevos residentes a las zonas rurales”, explicaba en 1993 Luis A. Camarero, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, experto en el medio rural y coordinador de La población rural de España. De los desequilibrios a la sostenibilidad social, un estudio publicado en 2009 por la Fundación La Caixa en el que repetía similar idea: hay gente que hoy mira hacia el campo como una oportunidad de vida.
Si acudimos al Instituto Nacional de Estadística (INE), vemos que efectivamente hay más personas que dejan las ciudades más grandes para ir al pueblo que viceversa. “La vuelta al campo es un fenómeno extendido en las sociedades avanzadas”, señala Paniagua. De hecho, desde que el INE recoge esa información, de 1998 a 2011, todos y cada uno de los años ha habido más personas que dejaron las ciudades de más de 100.000 habitantes para establecerse en poblaciones de menos de 10.000 que lo contrario. Es cierto que hay que tomar las cifras con prudencia, pues algunas de estas migraciones son personas que dejan la ciudad para establecerse en un pequeño pueblo del extrarradio y no en el medio rural más alejado de las urbes, pero aun así son números que invitan a la reflexión.
Entre 1998 y 2011, 391.603 personas abandonaron la ciudad por el pueblo, frente a 225.953 que tomaron justo el camino inverso. Es decir, en ese periodo de 14 años, el balance a favor de los pueblos es de 165.650 individuos. Pero si buceamos más profundo, analizando los datos año a año, vemos que los mayores flujos de personas en dirección al campo coincidieron con las épocas de bonanza económica. En 2007, el año anterior a la quiebra de Lehman Brothers que desencadenó la crisis financiera y económica mundial, en España dejaron la ciudad por el campo 34.078 personas, mientras que del campo a la ciudad se fueron 17.337 (es decir, hubo un balance positivo hacia los pueblos de 16.741), cifras similares a las que se dieron desde el año 2002. Sin embargo, a partir de 2008, y de manera paulatina, han ido bajando esos números. Hasta el punto de que en 2011 se ha llegado casi al equilibrio, al dato más ajustado desde que existen las estadísticas: solo 2.195 personas más se fueron al campo que a la ciudad (23.398 frente a 21.203).
“Lo primero: las cifras de movimiento son escasas, por lo que tampoco podemos hablar de un éxodo a los pueblos. Dicho eso, la explicación al descenso del flujo desde 2008 está en la crisis. Desde entonces y hasta ahora, las expectativas económicas han bajado mucho”, señala Paniagua. Para marchar al pueblo, como indican en Abraza la Tierra, hay que vivir de algo. Y para hacerlo, generalmente se requiere poner dinero encima de la mesa: “En este momento, las inversiones son difíciles de afrontar”, recuerda Paniagua.
Julián Benito atraviesa dificultades económicas tras su regreso, hace cuatro años, al pueblo en el que nació, Perorrubio (Segovia). Volvió al lugar del que había marchado toda su familia en 1979, cuando él, el pequeño de nueve hermanos, tenía siete años. “Nos fuimos a Madrid porque mi padre, que era ganadero, contrajo las fiebres de Malta, una enfermedad que venía de la leche y que le obligó a dejar el trabajo con los animales”. Así acabaron en el barrio de La Elipa, donde Julián pasó la mayor parte de su vida (hoy tiene 40 años) y donde se convirtió en soldador. “Me encantaba mi oficio, pero estaba cansado y la vista la tenía cada vez peor. En 2008 me lié la manta a la cabeza y presenté un proyecto de granja de gallinas camperas”, explica. La idea costaba unos 350.000 euros, de los cuales un 33% los pagó gracias al fondoLEADER. Sin embargo, el precio final de la inversión se acabó disparando. Tanto que tuvo que empezar a pedir créditos para tapar los anteriores que ya no podía pagar. Así entró en una espiral que le ha llevado a deber hoy unos 700.000 euros. A pesar de que ahora la producción de huevos le va bien –“me quedan unos 900 euros de sueldo al mes”, dice–, el peso de la deuda le ahoga: está abocado a vender, a una renegociación de las condiciones con los bancos o a la entrada de un socio en su explotación.
“Cuando tienes un negocio que funciona, una vida asentada, familia e hijos, y has alcanzado el bienestar, es muy complicado romper”, reflexiona Luis Montalvo, de 50 años, otro que abandonó la comodidad de Madrid y regresó a sus orígenes. Con casi 40 años “y todo solucionado”, decidió volver a empezar. “Rehipotequé todo lo que tenía al máximo que me permitían los bancos, implicando también a mi hermano, a mi sobrino y a la que hoy es mi pareja”, recuerda. Y accediendo a los LEADER. Dos fueron las motivaciones que le hicieron dar un giro de 180 grados a su vida. Por un lado, un estrés brutal que no le dejaba respirar –su empresa de transporte le había ido minando poco a poco la salud, y un médico le dijo que tenía que levantar el pie del acelerador–, y por otro, la muerte de uno de sus hijos, por culpa del cáncer, a los nueve años. Se llamaba Luis Miguel, nombre que usó después para su negocio en el campo, un centro de ocio con pista dekarting y restaurante (además tiene paintball, quads…) en Fresno de la Fuente (Segovia), que le va bien. Allí, Luis recuperó el control de su vida y la tranquilidad y conoció a una nueva persona, Leticia, su actual pareja, con la que tuvo una hija hace dos años.
Dibujar un perfil de la gente que cambia su vida en la ciudad por una nueva en el campo es “difícil”, por diverso, señala Paniagua: “Hay personas que se van por lo que yo llamo el ‘idilio rural’, es decir, movidas por el romanticismo, ensalzando las bondades de la naturaleza, con ganas de autoorganizarse, y buscando ambientes más tranquilos y grupos más pequeños. También hay gente con estudios superiores y profesiones liberales que ven en el campo una oportunidad para establecerse y generar una biografía y expectativa laborales. Además, otros se marchan al pueblo porque se jubilan, o empiezan a vivir entre la ciudad y el campo”.
Casos como esos, y otros más, se encuentran en este reportaje, realizado en cuatro provincias de España: Segovia, Soria, Cáceres y Madrid. Allí hemos encontrado a urbanitas que siempre habían vivido en la ciudad y a personas que han regresado al pueblo del que salieron hace décadas, a emprendedores que les va bien y mal, a trabajadores con inestabilidad laboral que buscaban seguridad, a gente que necesita la ciudad de vez en cuando y a otra que no. Gente que, sin embargo, coincide en los puntos a favor y en contra de su vida.
“Esa no es la pregunta. Plantear cuáles son las ventajas e inconvenientes de los pueblos es errónea. Yo no hablaría de pros y contras, no compararía a la ciudad con el pueblo. Nosotros reivindicamos el derecho a vivir donde queramos porque pagamos impuestos como todos los ciudadanos. Solo queremos y necesitamos los mismos servicios que los demás”, pide María del Mar Martín, presidenta de Abraza la Tierra. Pero lo cierto es que sí hay cosas positivas y otras no tanto de la vida en los medios rurales, algo que más adelante en la conversación acabará reconociendo.
Uno de ellos es el problema médico, que ha sufrido recortes recientemente. Un asunto a flor de piel en Segovia. “Los políticos lo llaman reestructuración”, ironiza Raúl Gradillas, un educador social madrileño que abandonó Parla (Madrid) en 2006 junto a su pareja, Mar Martínez, también educadora social, por Corral de Ayllón (82 habitantes). “El médico ya solo viene dos días por semana, y han suprimido las urgencias de Ayllón, a 10 kilómetros. Ahora tenemos que ir a Riaza, a 20. El único médico de urgencia que hay tiene que atender a 51 pueblos, 800 kilómetros cuadrados. Así que puedes ir y que no esté. En caso de emergencia, de aquí al hospital de Segovia se tarda más de una hora”, señala ella.
Ese es precisamente otro punto a tener en cuenta de vivir en un pueblo, la dependencia absoluta del automóvil. Dennis López llegó con sus padres a Alcubilla de Avellaneda (163 vecinos, en Soria) cuando tenía 13 años (ahora tiene 20). “No tengo carnet de conducir y tampoco hay muchas facilidades [de transporte público] para moverse. A la hora de buscar un trabajo o del ocio, sin coche no haces nada, no te puedes mover”, cuenta. Sus padres tienen una casa rural en el pueblo, al que llegaron en 2005 desde Sax, una localidad alicantina de 10.000 habitantes entre Villena y Elda. Aunque también venían de un lugar pequeño, su salto geográfico fue radical, a otro muchísimo más chiquitito, con temperaturas bajo cero en invierno y donde no conocían absolutamente a nadie.
Llegaron con la oposición de uno de sus hijos, que tenía entonces 26 años (y una novia) y no les acompañó. Creyó que volverían con las orejas gachas. Pero no lo hicieron. En Sax habían dejado atrás una fábrica de calzado de la que Tomás, el padre, era uno de los cuatro socios, cuando “la competencia desleal de los chinos” les hizo cerrar. El dinero obtenido lo multiplicaron con la compraventa de pisos en la costa alicantina, en la época de bonanza inmobiliaria. Hasta que decidieron empezar de cero con el beneficio acumulado. Alcubilla de Avellaneda, que tenía un palacio del siglo XVI por restaurar, les pareció el mejor lugar. Junto a otro socio, presentaron un proyecto de recuperación del edificio por valor de 1,1 millones de euros, con la idea de sacar apartamentos a la venta. Ganaron el concurso y comenzaron los trabajos. Sin embargo, las previsiones erraron y Tomás tuvo problemas con su compañero: “La obra ahora está parada, y la inversión, perdida”, resume. Cuando se dio cuenta de que era “un saco roto”, decidió montar la casa rural, una vivienda castellana muy acogedora en mitad del pueblo. “El negocio se mantiene. Mejor en verano, cuando hay más clientes”, apunta su hijo.
La época estival es la de mayor alegría económica. Y la estación en la que Dennis deja de ser la única persona joven: la soledad existe en algunos pueblos y para algunas personas. “De Alicante echo de menos a los amigos, a la gente de mi edad. Aquí solo vive gente mayor. Me llevo bien con ellos, pero no es el tipo de compañía que quieres tener con 20 años”, explica por la mañana en la barra del bar del pueblo, también gestionado por la familia.
La otra cara de la soledad es la tranquilidad. El vaso medio vacío o medio lleno. Esther González, de 51 años, volvió a Bohonal de Ibor (Cáceres) hace dos. Divorciada, vive sola fuera del casco urbano –“soy muy independiente”–, aunque tiene parte de su familia en el pueblo. Durante más de tres décadas residió en Alcorcón. “Nunca me adapté”, asegura. Allí tuvo a su hija, que hace poco la hizo abuela, y de vez en cuando se acercan a Extremadura de visita. Sin embargo, Esther solo ha pisado Madrid una vez en dos años, y por un asunto burocrático. “He cambiado la M-30 por este paisaje, es un lujo”, dice en la carretera que lleva a Mesas de Ibor, un tapiz verde y azul, limpio y sano. Los dos municipios los separa el río Ibor, a orillas del cual Esther ha abierto un bar restaurante que tuvo a rebosar en verano. Ella siempre quiso volver a su tierra, aunque nunca creyó que lo haría tan pronto. Pero un ERE en la constructora en la que trabajaba como secretaria de dirección la dejó en la calle en 2008. Con la indemnización en el bolsillo y dejando su piso alquilado, se marchó al pueblo. “No volvería a Madrid. Allí tengo amigas que me dicen: ‘¡Qué envidia!’, pero sé que no todas se adaptarían. Para venir al pueblo hay que tener la mente muy asentada. Porque puede ser duro. La gente habla y hay que saber aceptarlo unas veces y parar los pies otras, cuando alguien se pasa de la raya”.
Otra vez aparecen los límites. “Quien te ayuda, también te vigila”, escucharemos durante el viaje. En el pueblo puede haber más solidaridad entre vecinos porque todos se conocen, pero también más tendencia al cotilleo y al qué dirán. “El medio rural facilita compartir más con la gente. A mí, el hecho de que me conozca todo el mundo no me agobia. De hecho me gusta tomar un café y saber quiénes están sentados en la mesa de al lado”, asegura Marta Flández, que lleva nueve años viviendo en Santa María de la Alameda (1.152 habitantes, en Madrid) junto a su pareja, Marcus Stratton, un inglés que conoció en Dublín. Para ellos, “el contacto con la naturaleza” y un modo de vida sostenible son la clave de su felicidad: “Formamos parte de un grupo de consumo. Varios vecinos nos organizamos para comprar verduras ecológicas directamente al productor. Sale más barato y está más rico”.
Quizá sea eso, la felicidad, lo más importante. En el fondo, todos queremos encontrarla, también quienes deciden marcharse a un pueblo. Manuel, el arquitecto de Maderuelo, aporta su propia explicación vital: “El otro día fui a Bruselas. Salí de casa a las 5.30 de la mañana y volví a las once de la noche. Lo que más me gusta de los viajes, de salir por ahí, de trabajar… es regresar a casa. Me siento a gusto cuando voy por la A-1 y cojo la salida en Boceguillas. Para mí, ahí empieza la puerta de mi casa. Desde allí conduzco los últimos 19 kilómetros. Es de noche y voy por esas carreterillas, que ya son mías, totalmente ancho, por mitad de la calzada”. Satisfecho.
Reportaje completo publicado en la revista de los domingos EL PAÍS SEMANAL:
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/eps/1358524081_260982.html
Fotogalería "De la ciudad al campo" por Alfredo Cáliz:
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/fotorrelato/1358517173_363702.html#1358517173_363702_1358523511
Vídeo "Motivos para abandonar las urbes":
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/07/actualidad/1354877572_363496.html
"Nos vamos al pueblo" entrada en el blog de Abel Hernández en el cual se hace una reseña y crítica sobre este reportaje:
http://elcantodelcuco.wordpress.com/2012/12/12/nos-vamos-al-pueblo/
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20/03/2013
Jesús Carrasco 'Intemperie'
Hay un niño agazapado en un hoyo, esperando a que pase la batida que le busca. Tiene buenos motivos para salir huyendo, dejar atrás a su familia y enfrentarse al sol abrasador del inmenso secarral. Hay un hombre, un viejo cabrero, que le ayudará, y otro, el alguacil, que le persigue sin tregua. Con estos pocos elementos se construye "Intemperie" (Seix Barral), el sonado y soberbio debut de Jesús Carrasco: Un western mínimo y cautivador.
JESÚS CARRASCO
Más allá de los olivos
Philipp Engel / Foto del autor: Elena Blanco
Un western con múltiples ecos de Cormac McCarthy (¡Incluso aparece un cabrero en "Suttree"!)... Resulta bastante insólito para el debut de un autor español.
Me encanta McCarthy, aunque esto es más ibérico y no sé hasta qué punto se trata de una influencia consciente. Ni siquiera sabía que hubiera un cabrero en "Suttree". Es una novela tan tupida... En cuanto al western, de estar presente, como esquema narrativo, también sería de manera inconsciente. No me parece, de todas formas, una etiqueta desacertada para que un lector no avisado pueda tener pistas sobre lo que va a encontrar y, también, sobre lo que no va a encontrar en el libro. El aire que se respira en el western, seco y polvoriento, es, a fin de cuentas, el mismo que respiran los personajes de la novela.
Recurriendo al tópico, podríamos decir que el paisaje, desértico y calcinado por el sol, es un personaje más.
La historia está condicionada por el paisaje. Es lo que me interesaba narrar: la historia de estos personajes, entre ellos y con su destino. Que el paisaje sea tan seco somete los personajes a una tensión externa, y digamos que afila las relaciones. La relación entre el niño y el cabrero se convierte así en una relación de pura supervivencia. Y no digamos con el alguacil. En otro contexto la historia tendría otra forma, y me interesaba que tuviera esta forma y ver hasta dónde llega el ser humano, o estos seres humanos en particular.
Es un entorno completamente rural, que contrasta con el de la novela contemporánea, tan urbanita.
Durante años he leído mucho a los americanos y todo sucede entre cuatro paredes, en Nueva York. Quería huir de la narrativa urbana por propio hartazgo. Además así encuentro naturalmente mi espacio. Yo soy de pueblo. He nacido en un pueblo, casi todas mis vivencias son rurales. Ahora vivo en Sevilla ciudad, pero paso mucho tiempo fuera, incluso tengo una huerta. Esa relación directa con la huerta y el bancal me parece muy nutritiva. "Intemperie" es un cazo, o una olla, que me permite un guiso diferente al que hubiera dado un recipiente urbano...
Un guiso en el que las palabras actúan como un condimento muy especial.
Me fascina el arte con el que despliegas un léxico muy rural que, sin embargo, nunca resulta difícil de comprender. Me gusta pensar en la novela como en una reserva de palabras. Son palabras que remiten a un mundo que ha desaparecido, y que tenía sus propios nombres. No hay otra forma de decir albardón, ni albarda, ni cabezada... La idea era remitir a un tiempo antiguo, con empleos que ya están periclitados. Y por supuesto dotar al relato de precisión, algo que me gusta mucho del lenguaje. Por otro lado, también quería que la novela pudiera ser leída por cualquiera.
Un mundo antiguo, y también relativamente atemporal.
Sí, es una propuesta estética. Me parecía que, para que la historia emergiera –entendida esta como la relación entre los personajes y de los personajes con el medio, con el paisaje que los rodea– necesitaba un entorno brumoso, y además pienso que esta falta de referentes añade ambiente, inquieta y te mantiene un poco tenso, incómodo.
La atemporalidad también refuerza el poderoso tono alegórico, poético del relato.
Sí, para lo mí lo poético es la forma más sublime de lo literario. Es emplear los mínimos recursos para producir el mayor impacto. Mi concepto de lo poético tiene que ver con lo que nos rodea y no se toca, con lo que se susurra y no se nombra. La poesía no puede ser descriptiva, o al menos la que me gusta es alegórica, y permite que sea completada en el tránsito entre quien lo escribe y quien lo lee. Si yo como narrador no completo la historia, permito que el que la lee no sólo la complete, se involucre, participe, sino que pueda conseguir una lectura personal del relato universal que yo le propongo.
La novela tiene, de hecho, su punto de actualidad, ya que esa "Intemperie" puede tener algo que ver con el miedo que nos atenaza, a perder nuestro frágil equilibrio e incluso a caer en la indigencia.
La novela es anterior a la crisis, que conste, y no creo que tenga mucho que ver. La "Intemperie" de la que habla el título, que es física, también es moral. Una intemperie que podemos experimentar en cualquier momento, y que se ha vivido en todas las épocas de la Historia. Ese extraño equilibrio, grosso modo, entre el bien y el mal. O más bien entre lo moral y lo amoral. Entre el doloroso juicio moral y el sencillo dejarse llevar, o por la época, o por el tiempo, o por la costumbre.
"Intemperie" sería un cuento moral.
No creo que fuera mi intención, hay muchas cosas que he descubierto después, al releerla, y creo que fundamentalmente habla de la dignidad, que para mí es una forma de resistencia. Si sometemos a alguien a un bombardeo de amoralidad, y lo que queda ahí es una persona derecha, ahí tenemos la dignidad. Alguien que ha soportado esa lluvia. Lo fácil es guarecerse. Aguantar de pie es lo complicado.
Siento curiosidad por saber cómo se fraguó la novela, y cuanto tiempo te llevó escribirla.
Pues la empecé hace como ocho años. Escribí unas 20 páginas, y paré porque no podía seguir con ella. No avanzaba. Entre medias, escribí otra novela, que me llevó unos dos años y medio, más o menos. Pero no me gustó, la aparqué y retomé "Intemperie", y trabajé en ella otro año y medio. Desde el principio al final habrán pasado cinco años, pero lo que es el tiempo de escritura real habrán sido dos años y medio en total.
¿Cuál fue el punto de partida?
El punto de partida es el niño que escapa de casa por un problema familiar. Esos primeros 20 folios que quedaron en el olvido narran la salida del niño de su casa, un poco el pueblo y su camino hasta el lugar donde ahora precisamente empieza la novela. Siete u ocho de esos folios terminaron intercalados en diferentes partes del texto, más adelante. Ahí paré, tuve que escribir la otra novela de por medio para darme cuenta de por qué paraba. Y al retomarla me encontré al cabrero.
El personaje del cabrero no dejaba de recordarme a El Cabrero, ese cantaor sevillano que una vez me impresionó tanto en directo. Por otro lado, la lírica del texto me recuerda a la gravedad del cante jondo.
Es una buena apreciación. Hay en el cante jondo una especie de pesadumbre milenaria que también está en la novela. El cante expresa con rotundidad la fatalidad de la vida, lo inevitable de la muerte, el arte, la fe, el dolor, el desgarro. Todo en un quejido y sin azúcar añadido. En la Red se puede encontrar un interesante documental francés de finales de los ochenta sobre la figura de El Cabrero. Su visionado se complementa bien con la lectura de "Intemperie", aunque yo me inspiré más en otros cabreros que conocí en lugares remotos de la Sierra Norte de Sevilla.
El cabrero y el alguacil, al que prefiero dejar entre tinieblas, son importantes, pero el héroe sigue siendo el niño y me pregunto si al escribir sobre un niño y su lucha por la supervivencia quisiste entroncar deliberadamente con una tradición que va del Lazarillo a Stevenson o Dickens. "Intemperie" casi podría ser una novela 'juvenil' si no tuviera un trasfondo tan oscuro.
Nunca había pensado en la posibilidad de que "Intemperie" estuviera emparentada, por ejemplo, con "La Isla del Tesoro". Un niño en el centro de un círculo de adultos que tiran de él hacia coordenadas morales contrapuestas. Y ahora que lo nombras, también encuentro similitudes entre "Intemperie", "El lazarillo de Tormes" y "Oliver Twist"... Por otra parte, no hay apuestas, ni por un modo tradicional de narrar, ni por ningún otro modelo. Escribo de la manera más natural que puedo, lo que en mi caso implica la presencia de lo rural y de las relaciones humanas básicas, como las que se puedan establecer entre un padre y un hijo o, en este caso, entre un aprendiz y un maestro.
Por último, si "Intemperie" tuviera que ser llevada a la pantalla, ¿quién sería tu director ideal?
A ese imaginario director sólo le pediría una cosa: que fuera capaz de interpretar los silencios del texto. Es una novela que contiene acción, y eso puede ser tentador, supongo, en el mundo del cine. Sin embargo, es en los silencios donde se esconden las preguntas esenciales de "Intemperie".
Entrevista extraída de la revista Go Mag.
Portada y fotografías del disco "Ghosts of Comala" de Àlex Torío
Que un catalán decida cantar en inglés para homenajear a una de las grandes novelas escritas en castellano puede resultar de entrada un poco chocante. Sin embargo, el álbum conceptual que Álex Torío dedica a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, consigue conmover desde la primera trompeta que abre el disco. Con su voz áspera y sus palabras arrastradas, deudoras de ese Tom Waits al que admira tanto, Torío logra recrear de forma personal la atmósfera fantasmal de Comala, aquel pueblo maldito de la literatura mexicana donde los murmullos de los muertos atormentan a los vivos. Texto: Elena S. Nagore Álex Torío. Ghosts of Comala · (Columna Música, 2012).
Etiquetas: cabra y oveja, España Rural, Extremadura, Libro, Naturaleza, Paisaje, paisaje humano, pastores
16/02/2013
ARCO 2013 la visión rural
E.N.P. Espacio Natural Protegido. 2/PNS 2. 2011
Impresión C-Type
Políptico 15 fotografías. 71 x 48 cm. Ed. 3 (Alarcón Criado, Sevilla)
Detalle de la instalación de Jorge Yeregui.
Lichtbild - mit Säulen, 2011.
Copa azul y ventana II, 2003, óleo sobre lienzo, 200 x 235 cm.
Detalle de la pieza de Juan Navarro Baldeweg
Ferrán García Sevilla
Moviments d'una camara IV. Mallorca, 1973/2012
148 x 208 cm
Ferrán García Sevilla
Part i tot, Ametller Florit. Mallorca, 1971/2012
148 x 208 cm
Yuri Firmeza
Julio Larraz
Midi, 2004, óleo sobre lienzo, 101,5 x 76 cm
Juan Zamora
Juan Zamora
"a pigeon shadow"
Tríptico, 10 x 10 cm cada una, lápiz sobre madera, 2012.
Alejandra Freymann
S/T. Óleo sobre lienzo, 130 x 89, 2013.
Detalle de la pieza de Alejandra Freymann.
Campo Adentro en ARCO 2013
Dentro del programa de la feria nos hemos encontrado con la sorpresa de ver las presentaciones de la Plataforma de Campo Adentro.
Esperamos que os guste la selección 2013.
Etiquetas: ARCO, Arte contemporáneo, Artistas, Exposiciones, Feria, madrid, Naturaleza, proyectos
22/01/2013
'Me voy al pueblo' un reportaje de Álvaro Corcuera y fotografías de Alfredo Cáliz
Eva nació en el medio rural, tuvo que emigrar a la ciudad para estudiar y volvió al pueblo. Trabaja en Campo de San Pedro, donde están las oficinas de Codinse, la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia, una asociación sin ánimo de lucro que ostenta la presidencia de Abraza la Tierra. Desde su despacho atiende a las personas que quieren emprender un negocio en un pueblo, a los que asesora. “No damos casa ni trabajo”, insiste. Ayudan a conseguir subvenciones a aquellos que tienen una idea de negocio: “Las oportunidades de autoempleo en el medio rural son mucho más ventajosas económicamente que en cualquier ciudad”. Eva González. 41 años. Campo de San Pedro (Segovia). Coordinadora de Abraza la Tierra. Foto: Alfredo Cáliz.
Mateo, Virginia, Jon y Goran, que viven en el campo. / ALFREDO CÁLIZ
"Estábamos hartos de Madrid. En la gran ciudad, aunque muchas veces no te des cuenta, tu calidad de vida se va desgastando. Estuvimos a punto de comprarnos un piso. Pero en el último momento echamos el freno y pensamos que por menos dinero podríamos abandonar la ciudad e irnos al campo. Al principio miramos en la costa cantábrica, pero los precios eran prohibitivos. Así que giramos la vista hacia Castilla y León, aunque a mi mujer, que es finlandesa, aquello le parecía un desierto. Me hice con un plano en el que aparecía cada charco de la comunidad autónoma. Como viajo mucho por trabajo, cada vez que lo hacía me desviaba un poco para conocer nuevos lugares. Un día descubrí Maderuelo (Segovia). Vi que había un pantano y un parque natural preciosos. A los pocos días llevé a mi mujer. Observamos una parcela que estaba enfrente de la zona protegida del parque, donde jamás podrían construirnos nada delante, vimos que el paisaje era estupendo, que tenía orientación sur… Nos dijimos: ‘Este es el lugar’. Compramos el terreno y nos construimos una casa. Más barato que el piso en la ciudad”.
Manuel García, arquitecto, nacido hace 40 años en Múnich (Ale mania) de padres españoles emigrantes, y que vivió en la ciudad bávara hasta los seis, dio un paso más en una vida que parece la de una eterna mudanza, aunque esta vez quizá para asentarse. De Múnich a Almería, Aquisgrán, Berlín, Viena, Gratz, Barcelona, Madrid… y Maderuelo, un pueblecito medieval que tiene, según el último censo, 159 habitantes. A su mujer, Julia Ahvenainen, la conoció en Aquisgrán cuando ambos eran estudiantes Erasmus, “el mejor invento que ha creado Europa y que ahora los políticos se lo están cargando”, aseguran. Ella, ingeniera del procesado industrial de la madera, también ha vivido desde que se conocen, hace 17 años, en la mayoría de esas ciudades. Ambos siguen viajando mucho. Eso les permite, dicen, tener “la mente oxigenada”. Sí, viven en un pueblo, pero aman la ciudad, ahora mucho más que antes porque no viven en ella. Mientras que Julia trabaja para una multinacional finlandesa, lo cual le hace moverse mucho, especialmente en dirección a Helsinki, Manuel se dedica a la eficiencia energética, el bioclimatismo y la madera.
La pareja lleva desde 2007 en la comarca, viviendo en Maderuelo y trabajando en Campo de San Pedro, a ocho kilómetros, donde tienen la oficina: dos locales alquilados en los bajos del ayuntamiento gracias a la mediación de Codinse. Esta es “la coordinadora para el desarrollo integral del noreste de Segovia”, una asociación sin ánimo de lucro que, junto a otras como ella, pertenece aAbraza la Tierra, que actúa en seis comunidades autónomas (Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, Aragón, Madrid y Extremadura) para favorecer la emigración hacia las zonas rurales, asesorando a las personas que quieren dar el salto: “No damos casa ni trabajo”, subraya Eva González, coordinadora de Codinse. “Informamos y ayudamos gratuitamente a los que llegan al campo y a la población local que necesita asentarse. Luchamos contra la despoblación”. Sí gestionan, nos cuentan después, los trámites para que los emprendedores consigan subvenciones a fondo perdido, hasta una tercera parte de la inversión de quien lo solicite. Son los fondos LEADER (en francés,Liaisons entre activités de développement de l’economie rural o relaciones entre actividades de desarrollo de la economía rural), un programa de la Unión Europea que bajo ese nombre y similares lleva fomentando los negocios en el medio rural desde 1991.
A González le preocupa el efecto llamada y es dura con los medios de comunicación: “Aparte de nevadas, gastronomía y crímenes, no hacéis mucho caso a los pueblos”, dice a los cinco minutos de saludarnos, muy amable, pero directa. “Ahora se oye alguna noticia que dice: ‘Un pueblo da casa y trabajo a una familia’. Y adiós muy buenas: aquí empezamos a recibir miles de llamadas”. Aunque no cuantifican las que entran por teléfono, Eva asegura que desde 2010, a medida que la crisis económica se ha ido endureciendo, se han doblado las solicitudes de ayuda: 1.674 a través de la página web el año pasado solo en su comarca. “Cuando llaman desesperados, nos dicen: ‘Dame, dame, dame… que me echan de casa, que me quitan los niños…’. Pero cuando les explicas que no puedes darles nada, no vuelven a llamar”. Al pueblo, dice, hay que llegar con una “idea clara de ocupación”, siendo conscientes de que también hay facturas por pagar: “La gente que vivimos en los pueblos no tenemos por qué dar nada. La pregunta es al revés, ¿qué vienes tú a aportar? Cuando mi madre me envió a Madrid a estudiar con 13 años, nadie le pagó mi manutención ni la residencia ni los libros. Nada de nada”.
“Hay una teoría bastante extendida de que con la crisis el campo es un refugio. Pero los datos la contradicen”, señala Ángel Paniagua, geógrafo delConsejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y experto en el medio rural, sobre el que ha investigado durante más de una década y publicado más de cien artículos en revistas españolas y extranjeras especializadas. “Generar falsas expectativas a la gente que se plantea abandonar la ciudad no es bueno. Porque la decisión de irse al campo suele ir ligada a decisiones económicas de envergadura. Por eso es baja la cifra de gente que lo hace, ya que iniciar una actividad en el campo suele exigir una inversión grande”, explica.
“Uno de los rasgos demográficos más significativos de la modernidad industrial, en relación con el movimiento espacial de la población, es el enorme trasvase demográfico entre las áreas rurales y las ciudades. En España, este proceso comenzó de manera sostenida y desigual durante la primera mitad del siglo XX y continuó de forma masiva durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Sin embargo, desde los años ochenta comienza a vislumbrarse la neutralización del éxodo rural y el inicio de movimientos poblacionales más variados, que incluían la llegada de nuevos residentes a las zonas rurales”, explicaba en 1993 Luis A. Camarero, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, experto en el medio rural y coordinador de La población rural de España. De los desequilibrios a la sostenibilidad social, un estudio publicado en 2009 por la Fundación La Caixa en el que repetía similar idea: hay gente que hoy mira hacia el campo como una oportunidad de vida.
Si acudimos al Instituto Nacional de Estadística (INE), vemos que efectivamente hay más personas que dejan las ciudades más grandes para ir al pueblo que viceversa. “La vuelta al campo es un fenómeno extendido en las sociedades avanzadas”, señala Paniagua. De hecho, desde que el INE recoge esa información, de 1998 a 2011, todos y cada uno de los años ha habido más personas que dejaron las ciudades de más de 100.000 habitantes para establecerse en poblaciones de menos de 10.000 que lo contrario. Es cierto que hay que tomar las cifras con prudencia, pues algunas de estas migraciones son personas que dejan la ciudad para establecerse en un pequeño pueblo del extrarradio y no en el medio rural más alejado de las urbes, pero aun así son números que invitan a la reflexión.
Entre 1998 y 2011, 391.603 personas abandonaron la ciudad por el pueblo, frente a 225.953 que tomaron justo el camino inverso. Es decir, en ese periodo de 14 años, el balance a favor de los pueblos es de 165.650 individuos. Pero si buceamos más profundo, analizando los datos año a año, vemos que los mayores flujos de personas en dirección al campo coincidieron con las épocas de bonanza económica. En 2007, el año anterior a la quiebra de Lehman Brothers que desencadenó la crisis financiera y económica mundial, en España dejaron la ciudad por el campo 34.078 personas, mientras que del campo a la ciudad se fueron 17.337 (es decir, hubo un balance positivo hacia los pueblos de 16.741), cifras similares a las que se dieron desde el año 2002. Sin embargo, a partir de 2008, y de manera paulatina, han ido bajando esos números. Hasta el punto de que en 2011 se ha llegado casi al equilibrio, al dato más ajustado desde que existen las estadísticas: solo 2.195 personas más se fueron al campo que a la ciudad (23.398 frente a 21.203).
“Lo primero: las cifras de movimiento son escasas, por lo que tampoco podemos hablar de un éxodo a los pueblos. Dicho eso, la explicación al descenso del flujo desde 2008 está en la crisis. Desde entonces y hasta ahora, las expectativas económicas han bajado mucho”, señala Paniagua. Para marchar al pueblo, como indican en Abraza la Tierra, hay que vivir de algo. Y para hacerlo, generalmente se requiere poner dinero encima de la mesa: “En este momento, las inversiones son difíciles de afrontar”, recuerda Paniagua.
Julián Benito atraviesa dificultades económicas tras su regreso, hace cuatro años, al pueblo en el que nació, Perorrubio (Segovia). Volvió al lugar del que había marchado toda su familia en 1979, cuando él, el pequeño de nueve hermanos, tenía siete años. “Nos fuimos a Madrid porque mi padre, que era ganadero, contrajo las fiebres de Malta, una enfermedad que venía de la leche y que le obligó a dejar el trabajo con los animales”. Así acabaron en el barrio de La Elipa, donde Julián pasó la mayor parte de su vida (hoy tiene 40 años) y donde se convirtió en soldador. “Me encantaba mi oficio, pero estaba cansado y la vista la tenía cada vez peor. En 2008 me lié la manta a la cabeza y presenté un proyecto de granja de gallinas camperas”, explica. La idea costaba unos 350.000 euros, de los cuales un 33% los pagó gracias al fondoLEADER. Sin embargo, el precio final de la inversión se acabó disparando. Tanto que tuvo que empezar a pedir créditos para tapar los anteriores que ya no podía pagar. Así entró en una espiral que le ha llevado a deber hoy unos 700.000 euros. A pesar de que ahora la producción de huevos le va bien –“me quedan unos 900 euros de sueldo al mes”, dice–, el peso de la deuda le ahoga: está abocado a vender, a una renegociación de las condiciones con los bancos o a la entrada de un socio en su explotación.
“Cuando tienes un negocio que funciona, una vida asentada, familia e hijos, y has alcanzado el bienestar, es muy complicado romper”, reflexiona Luis Montalvo, de 50 años, otro que abandonó la comodidad de Madrid y regresó a sus orígenes. Con casi 40 años “y todo solucionado”, decidió volver a empezar. “Rehipotequé todo lo que tenía al máximo que me permitían los bancos, implicando también a mi hermano, a mi sobrino y a la que hoy es mi pareja”, recuerda. Y accediendo a los LEADER. Dos fueron las motivaciones que le hicieron dar un giro de 180 grados a su vida. Por un lado, un estrés brutal que no le dejaba respirar –su empresa de transporte le había ido minando poco a poco la salud, y un médico le dijo que tenía que levantar el pie del acelerador–, y por otro, la muerte de uno de sus hijos, por culpa del cáncer, a los nueve años. Se llamaba Luis Miguel, nombre que usó después para su negocio en el campo, un centro de ocio con pista dekarting y restaurante (además tiene paintball, quads…) en Fresno de la Fuente (Segovia), que le va bien. Allí, Luis recuperó el control de su vida y la tranquilidad y conoció a una nueva persona, Leticia, su actual pareja, con la que tuvo una hija hace dos años.
Dibujar un perfil de la gente que cambia su vida en la ciudad por una nueva en el campo es “difícil”, por diverso, señala Paniagua: “Hay personas que se van por lo que yo llamo el ‘idilio rural’, es decir, movidas por el romanticismo, ensalzando las bondades de la naturaleza, con ganas de autoorganizarse, y buscando ambientes más tranquilos y grupos más pequeños. También hay gente con estudios superiores y profesiones liberales que ven en el campo una oportunidad para establecerse y generar una biografía y expectativa laborales. Además, otros se marchan al pueblo porque se jubilan, o empiezan a vivir entre la ciudad y el campo”.
Casos como esos, y otros más, se encuentran en este reportaje, realizado en cuatro provincias de España: Segovia, Soria, Cáceres y Madrid. Allí hemos encontrado a urbanitas que siempre habían vivido en la ciudad y a personas que han regresado al pueblo del que salieron hace décadas, a emprendedores que les va bien y mal, a trabajadores con inestabilidad laboral que buscaban seguridad, a gente que necesita la ciudad de vez en cuando y a otra que no. Gente que, sin embargo, coincide en los puntos a favor y en contra de su vida.
“Esa no es la pregunta. Plantear cuáles son las ventajas e inconvenientes de los pueblos es errónea. Yo no hablaría de pros y contras, no compararía a la ciudad con el pueblo. Nosotros reivindicamos el derecho a vivir donde queramos porque pagamos impuestos como todos los ciudadanos. Solo queremos y necesitamos los mismos servicios que los demás”, pide María del Mar Martín, presidenta de Abraza la Tierra. Pero lo cierto es que sí hay cosas positivas y otras no tanto de la vida en los medios rurales, algo que más adelante en la conversación acabará reconociendo.
Uno de ellos es el problema médico, que ha sufrido recortes recientemente. Un asunto a flor de piel en Segovia. “Los políticos lo llaman reestructuración”, ironiza Raúl Gradillas, un educador social madrileño que abandonó Parla (Madrid) en 2006 junto a su pareja, Mar Martínez, también educadora social, por Corral de Ayllón (82 habitantes). “El médico ya solo viene dos días por semana, y han suprimido las urgencias de Ayllón, a 10 kilómetros. Ahora tenemos que ir a Riaza, a 20. El único médico de urgencia que hay tiene que atender a 51 pueblos, 800 kilómetros cuadrados. Así que puedes ir y que no esté. En caso de emergencia, de aquí al hospital de Segovia se tarda más de una hora”, señala ella.
Ese es precisamente otro punto a tener en cuenta de vivir en un pueblo, la dependencia absoluta del automóvil. Dennis López llegó con sus padres a Alcubilla de Avellaneda (163 vecinos, en Soria) cuando tenía 13 años (ahora tiene 20). “No tengo carnet de conducir y tampoco hay muchas facilidades [de transporte público] para moverse. A la hora de buscar un trabajo o del ocio, sin coche no haces nada, no te puedes mover”, cuenta. Sus padres tienen una casa rural en el pueblo, al que llegaron en 2005 desde Sax, una localidad alicantina de 10.000 habitantes entre Villena y Elda. Aunque también venían de un lugar pequeño, su salto geográfico fue radical, a otro muchísimo más chiquitito, con temperaturas bajo cero en invierno y donde no conocían absolutamente a nadie.
Llegaron con la oposición de uno de sus hijos, que tenía entonces 26 años (y una novia) y no les acompañó. Creyó que volverían con las orejas gachas. Pero no lo hicieron. En Sax habían dejado atrás una fábrica de calzado de la que Tomás, el padre, era uno de los cuatro socios, cuando “la competencia desleal de los chinos” les hizo cerrar. El dinero obtenido lo multiplicaron con la compraventa de pisos en la costa alicantina, en la época de bonanza inmobiliaria. Hasta que decidieron empezar de cero con el beneficio acumulado. Alcubilla de Avellaneda, que tenía un palacio del siglo XVI por restaurar, les pareció el mejor lugar. Junto a otro socio, presentaron un proyecto de recuperación del edificio por valor de 1,1 millones de euros, con la idea de sacar apartamentos a la venta. Ganaron el concurso y comenzaron los trabajos. Sin embargo, las previsiones erraron y Tomás tuvo problemas con su compañero: “La obra ahora está parada, y la inversión, perdida”, resume. Cuando se dio cuenta de que era “un saco roto”, decidió montar la casa rural, una vivienda castellana muy acogedora en mitad del pueblo. “El negocio se mantiene. Mejor en verano, cuando hay más clientes”, apunta su hijo.
La época estival es la de mayor alegría económica. Y la estación en la que Dennis deja de ser la única persona joven: la soledad existe en algunos pueblos y para algunas personas. “De Alicante echo de menos a los amigos, a la gente de mi edad. Aquí solo vive gente mayor. Me llevo bien con ellos, pero no es el tipo de compañía que quieres tener con 20 años”, explica por la mañana en la barra del bar del pueblo, también gestionado por la familia.
La otra cara de la soledad es la tranquilidad. El vaso medio vacío o medio lleno. Esther González, de 51 años, volvió a Bohonal de Ibor (Cáceres) hace dos. Divorciada, vive sola fuera del casco urbano –“soy muy independiente”–, aunque tiene parte de su familia en el pueblo. Durante más de tres décadas residió en Alcorcón. “Nunca me adapté”, asegura. Allí tuvo a su hija, que hace poco la hizo abuela, y de vez en cuando se acercan a Extremadura de visita. Sin embargo, Esther solo ha pisado Madrid una vez en dos años, y por un asunto burocrático. “He cambiado la M-30 por este paisaje, es un lujo”, dice en la carretera que lleva a Mesas de Ibor, un tapiz verde y azul, limpio y sano. Los dos municipios los separa el río Ibor, a orillas del cual Esther ha abierto un bar restaurante que tuvo a rebosar en verano. Ella siempre quiso volver a su tierra, aunque nunca creyó que lo haría tan pronto. Pero un ERE en la constructora en la que trabajaba como secretaria de dirección la dejó en la calle en 2008. Con la indemnización en el bolsillo y dejando su piso alquilado, se marchó al pueblo. “No volvería a Madrid. Allí tengo amigas que me dicen: ‘¡Qué envidia!’, pero sé que no todas se adaptarían. Para venir al pueblo hay que tener la mente muy asentada. Porque puede ser duro. La gente habla y hay que saber aceptarlo unas veces y parar los pies otras, cuando alguien se pasa de la raya”.
Otra vez aparecen los límites. “Quien te ayuda, también te vigila”, escucharemos durante el viaje. En el pueblo puede haber más solidaridad entre vecinos porque todos se conocen, pero también más tendencia al cotilleo y al qué dirán. “El medio rural facilita compartir más con la gente. A mí, el hecho de que me conozca todo el mundo no me agobia. De hecho me gusta tomar un café y saber quiénes están sentados en la mesa de al lado”, asegura Marta Flández, que lleva nueve años viviendo en Santa María de la Alameda (1.152 habitantes, en Madrid) junto a su pareja, Marcus Stratton, un inglés que conoció en Dublín. Para ellos, “el contacto con la naturaleza” y un modo de vida sostenible son la clave de su felicidad: “Formamos parte de un grupo de consumo. Varios vecinos nos organizamos para comprar verduras ecológicas directamente al productor. Sale más barato y está más rico”.
Quizá sea eso, la felicidad, lo más importante. En el fondo, todos queremos encontrarla, también quienes deciden marcharse a un pueblo. Manuel, el arquitecto de Maderuelo, aporta su propia explicación vital: “El otro día fui a Bruselas. Salí de casa a las 5.30 de la mañana y volví a las once de la noche. Lo que más me gusta de los viajes, de salir por ahí, de trabajar… es regresar a casa. Me siento a gusto cuando voy por la A-1 y cojo la salida en Boceguillas. Para mí, ahí empieza la puerta de mi casa. Desde allí conduzco los últimos 19 kilómetros. Es de noche y voy por esas carreterillas, que ya son mías, totalmente ancho, por mitad de la calzada”. Satisfecho.
Reportaje completo publicado en la revista de los domingos EL PAÍS SEMANAL:
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/eps/1358524081_260982.html
Fotogalería "De la ciudad al campo" por Alfredo Cáliz:
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/fotorrelato/1358517173_363702.html#1358517173_363702_1358523511
Vídeo "Motivos para abandonar las urbes":
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/07/actualidad/1354877572_363496.html
"Nos vamos al pueblo" entrada en el blog de Abel Hernández en el cual se hace una reseña y crítica sobre este reportaje:
http://elcantodelcuco.wordpress.com/2012/12/12/nos-vamos-al-pueblo/
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/eps/1358524081_260982.html
Fotogalería "De la ciudad al campo" por Alfredo Cáliz:
http://elpais.com/elpais/2013/01/18/fotorrelato/1358517173_363702.html#1358517173_363702_1358523511
Vídeo "Motivos para abandonar las urbes":
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/07/actualidad/1354877572_363496.html
"Nos vamos al pueblo" entrada en el blog de Abel Hernández en el cual se hace una reseña y crítica sobre este reportaje:
http://elcantodelcuco.wordpress.com/2012/12/12/nos-vamos-al-pueblo/
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