Cautivos y corsarios en Argel (s.XVI):
En Argel, todo tenía un precio. Los cautivos más relevantes valían, como mínimo, unos cinco mil ducados. El mecanismo del negocio era sencillo y resultaba eficaz: a través de prisioneros que, previo cobro del rescate, eran liberados y volvían a Europa, se hacía saber a las familias qué había pasado con sus respectivos parientes y cuánto debían de pagar si tenían intención de recuperarlos. Los frailes de las órdenes de los trinitarios y los mercedarios solían encargarse de la intermediación. Según las malas lenguas, ciertos miembros de la Iglesia medraban con estos buenos oficios: Entre Europa y Argel, un importante porcentaje de lo recaudado por los familiares de los cautivos iba a parar a sus arcas. Sólo excepcionalmente, algunos prisioneros musulmanes de altísimo rango eran intercambiados por iguales cristianos cautivos en Argel. En el Viejo Mundo, la recogida de limosnas para liberar cautivos pobres era una actividad habitual. Todo el mundo sabía que la pobreza del prisionero resultaba ser un pasaporte al cautiverio permanente, cuando no a la muerte. Era una ley que imperaba a ambos lados del Mediterráneo. A mediados del siglo XVI, la escasez de remeros en las galeras cristianas y musulmanas hizo que la captura de cautivos se volviese un negocio más boyante pero, a la vez, más delicado: no sólo era cuestión de conseguir prisioneros, sino de mantenerlos vivos el mayor tiempo posible y, naturalmente, con el menor coste. Este singular tráfico era una fuente constante de nuevas iniciativas: algunos carceleros argelinos se lucraban facilitando fugas, individuales o en gris; por su parte, en Europa, aparecieron cristianos que montaban expediciones de rescate que solían ser financiadas por familias de cautivos.
La intensa actividad comercial y las luchas que protagonizaban la política y la religión en el Mediterráneo explican la pujanza con que creció Argel en el siglo XVI como cuartel general de los corsarios islámicos. Convertida en puerto seguro, dentro del recinto de sus sólidas murallas se almacenaba y traficaba con el fruto de las incursiones. El frenético ir y venir de los piratas había convertido a Argel en un verdadero emporio y en uno de los centros comerciales más importantes de toda la cuenca mediterránea. La acumulación de riquezas era tal, que este enclave corsario se permitía el lujo de tener no sólo una casa de moneda propia y lujosísimos baños públicos, sino hasta una escuela de Teología y un hospital para pobres.
Actividad comercial:
Sometida en un principio a las presiones del imperio Otomano, por un lado, y a las de Constantinopla, por el otro, Argel se las había ingeniado para gozar de cierta autonomía. Para conseguirlo, sólo había necesitado tomar conciencia de que sus reservas de capital eran necesarias para todos los bandos en pugna. La ciudad también contaba con otro excedente imprescindible para estos menesteres: la riqueza cultural que le brindaba el hecho de ser un lugar de encuentro de moros expulsados de España, esclavos cristianos y renegados y aventureros de todo calibre. Aunque comerciar con la Media Luna estaba prohibido en la Europa cristiana, ni la misma Roma se privaba de hacerlo. Con más razón Argel, en cuyos muelles atracaban navíos de Francia, España, Italia, Inglaterra, y los Países Bajos, todos ellos con el acicate de los negocios fáciles y las posibilidades de un rápido enriquecimiento. Para hacer dinero en Argel, la religión no era un obstáculo insalvable ni mucho menos. Según los intereses, muchos feligreses cambiaban de credo como quien cambia de empresa. Muchos cautivos cristianos abrazaban el Islam, conscientes de que, cuando fuera necesario, podrían volver al seno de la Iglesia, siendo bienvenidos como señores de fortuna. No había ocurrido nada diferente entre los moriscos que habitaban en Europa. Eudj Alí, por ejemplo, era un buen ejemplo de este lucrativo oportunismo. Este antiguo pescador calabrés había llegado a Túnez en 1570 y hasta había luchado enLepanto, pero abrazó el Corán, y sus conocimientos marineros le permitieron hacer incursiones con éxito por todo el Mediterráneo occidental. Los españoles, a fin de ganarse sus buenos oficios, lo habían tentado con un marquesado, que no era sólo un título nobiliario, sino un cúmulo de propiedades terratenientes nada despreciables. Sin embargo, Eudj Alí optó por un destino todavía más suculento: convertirse en pachá de Argel. La ambición y la astucia representaban el abono idóneo para tanta libertad de mercado. Por supuesto, las vidas humanas eran una de las mejores mercancías. En los "baños" argelinos se acumulaban los prisioneros, quienes, hasta recuperar la libertad a cambio de dinero, eran mano de obra gratuita. Los más útiles y, por tanto mejor cotizados trabajaban en los hogares de sus dueños como sirvientes; los menos valiosos se convertían en esclavos públicos, y trabajaban de barrenderos, leñadores y albañiles en las calles y huertos de la ciudad.(Alberto Spunberg)
El nombre de "baño de Argel" proviene del lugar en el que en Constantinopla se amontonaban a los prisioneros cristianos, los antiguos baños. La situación de los esclavos de estos baños era privilegiada. Los prisioneros más humildes eran sometidos a trabajos mucho más duros.
"Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baño, donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del Rey como de algunos particulares, y los que llaman del almacén, que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad; que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quién tratar su rescate, aunque le tengan... También los cautivos del Rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, sino es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más ahínco, les hacen trabajar e ir por leña con los demás, que es un no pequeño trabajo". (Miguel de Cervantes, cautivo en Argel desde 1575 hasta 1580).
Había una tercera categoría de prisioneros, cuya situación personal, menos promisoria, los encadenaba a las galeras de los barcos como remeros. En última instancia, si se iban con el barco al fondo del mar, no era mucho lo que se perdía. Los de más baja categoría eran los que estaban sometidos al trato más cruel, porque no sólo podían perder las orejas, la nariz, o una mano, sino la vida misma y de la manera más horrible: empalados o ahorcados en la vía pública, como pan y circo para las multitudes que, con más o menos éxito, pululaban por las calles de la ciudad. (Alberto Spunberg)
Numerosos corsos establecidos en Argel (s.XVI):
Algunos eran capataces de forzados, otros marinos y mercantes que traficaban en el puerto. Pero más de uno se instaló permanentemente entre los ricos renegados de la ciudad; por ejemplo Hassan Corso, que fue uno de los reyes de Argel. Un informe español fechado en 1568 estima que de los 10.000 renegados que había en Argel, 6.000 eran corsos. A juzgar por algunos documentos genoveses, a finales del siglo la ciudad hervía de intermediarios corsos, agentes eficaces para rescatar cautivos y también agentes oficiosos de potencias extranjeras. Uno de ellos, aquel enigmático Francisco Gasparo Corso, domiciliado en principio en Venecia, y que en 1569 se instaló en Argel, adonde lo había destinado el virrey de Valencia. En el momento crítico de la guerra de Granada sostiene conversaciones con Euldj Alí, tratando de ganarlo para los intereses del Rey Católico. Pero, ¿quién era este hombre en realidad, y cuál era su verdader nombre? Todos los datos de aquel tiempo lo describen mal. Se sabe que iba y venía entre Valencia y Argel, en un bergantín cargado de mercaderías autorizadas, es decir, que no figuraban entre el contrabando, prohibido por la ley española: sal, hierro, salitre, pólvora, remos, armas... Se sabe que tenía un hermano en Argel, uno o varios en Marsella y otro en Cartagena, y que su correspondencia con ellos abarcaba, por tanto, todo el Mediterráneo occidental. Añadamos como única aclaración que en un acta autorizada por un notario improvisado en las mazmorras de Argel, un cautivo español acusó a Gasparo Corso de dedicarse al contrabando y de ser un agente doble.
La vega alrededor de la ciudad:
Argel hizo surgir hacia 1580, como reflejo de su propia grandeza, una vida agrícola importante en Mitidja. Vida efímera, quizá, porque la planicie seguía aún prisionera, por aquel entonces, de sus aguas malsanas; pero, de todos modos, el campo se puso a producir, para la ciudad que se expandía y para las lujosas mansiones de los corsarios turcos y de los renegados -Dios sabe al precio de cuántas vidas humanas-, ganado, leche y mantequilla, habas, garbanzos, lentejas, melones, pepinos, palomas... despachaba para ser cargados en los barcos surtos en el puerto, cera, cueros y gran cantidad de seda. Cuenta con sus trigales y sus campos de cebada; y Haedo -que quizá no ha visto todo esto personalmente- concluye que aquello debía ser el jardín del Paraíso. (Braudel)
Piratas argelinos en Santa Cruz de Tenerife (s.XVII):
En la segunda mitad del siglo XVII, los ataques proceden exclusivamente de los piratas argelinos. En noviembre de 1636, un navío que había salido de Santa Cruz con 96 personas a bordo había sido apresado por los 'turcos' argelinos a la vista del puerto. El capitán general Alonso Dávila y Guzmán, que el año siguiente se enfrentaría al almirante Blake, mandó tocar a rebato, se fue de casa en casa a reunir oficiales y gente de guerra, pero sólo consiguió reunir cinco personas: con esto no se pudo hacer nada y los piratas se fueron con su presa a Argel. En agosto de 1672 hubo casi una batalla naval, en la misma costa de Tenerife, no muy lejos del puerto, con cientos de piratas de la misma procedencia. En 1676, dos bajeles de Argel se situaron en la entrada del puerto, apresando a todos cuantos pretendían entrar o salir. La situación era angustiosa, porque la isla vivía un momento de grandes escaseces y se estaba esperando algún trigo que debía llegar de fuera. Los piratas burlaban la vigilancia de los castillos, porque se habían colocado fuera del alcance de sus cañones y, por otra parte, sabían que la isla no podía ofrecerse los servicios de un guardacostas. El puerto había vuelto a la situación del siglo anterior: Una compañía de cien hombres debía bajar todos los días desde La Laguna al lugar, por allarse despoblado y todo lo más de la vecindad en Argel. En realidad se estaba padeciendo un regreso mayor, a la época de la conquista en la que la mejor mercancía que se podía extraer de las Islas eran los esclavos. (Alejandro Cioranescu, 1986) |
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