"¡Que se arreglase el 'Prestige' y eso siga igual!", se queja un ex trabajador
Santiago Guillén, ingeniero técnico de minas jubilado del
Ayuntamiento de La Unión, sabe que cuesta entender cómo se ha llegado a
esta situación. "En 1957 la empresa francesa Peñarroya pidió instalar
aquí uno de los lavaderos de flotación más grandes del mundo", cuenta en
un céntrico café de La Unión, "ciudad minera y flamenca". Las minas, de
plata, oro, blenda, pirita..., habían sido explotadas desde los
romanos. Pero lo de Peñarroya era otra cosa. "Un monstruo", como define
Santiago al lavadero, bautizado como Roberto.
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