domingo, 29 de julio de 2018


DE MURCIA AL CIELO. Por Carmen Celdrán.
El Lentiscar es la diputación más extensa del campo de Cartagena. Abarca poblaciones como La Puebla, Los Beatos, el Carmolí y Punta Brava, en el Mar Menor. Es posible que por su territorio discurriera una calzada romana, ya que en sus proximidades se encuentran Los Alcázares, donde hay atestiguada una lujosa villa romana, hoy enterrada bajo el paseo marítimo. El nombre proviene del “lentisco” un arbusto leñoso que produce una resina utilizada antaño para iluminación que debía ser bastante frecuente en aquella zona. Obviamente ya no queda nada ni de los romanos ni del lentisco, tan solo el nombre y las ruinas de una preciosa ermita barroca tristemente abandonada.
Era una noche de verano en la que el cielo, sin nubes, se encontraba iluminado por una enorme luna llena que a ratos se reflejaba en el Mar Menor, distante y sereno. Nuestro coche avanzaba solitario por la AP7 que conduce de Cartagena a Alicante -previo pago de portazgo. En Radio Clásica sonaba oportunamente “Claro de Luna” de Beethoven en una grabación histórica del chileno Arrau, creo. No conducía yo, por lo que entretenía mi mirada observando las siluetas del paisaje, desveladas por el reflejo de la luna. De pronto, entre las sombras apareció un arco de medio punto, una bóveda rodeada de escombros que me trasladó de inmediato a una leyenda de Bécquer. ¿Qué hacía aquello en el campo de Cartagena, rodeado de lechugas envueltas en plásticos? Reconozco que no me pregunté el porqué de su estado ruinoso, pues en esta bendita Región estamos ya acostumbrados al abandono de nuestro pasado.
La imagen quedó en la retina hasta llegar a casa y consultar algún amigo y San Google para descubrir la ermita de San José, en El Algar, erigida, al parecer, en el siglo XVIII para el culto de pastores trashumantes de la zona.

Cada día que transcurre es un nuevo paso en el olvido de nuestro pasado, es un avance de la terrible y fría niebla que todo lo borra


El acceso a la ermita es sencillo (el muro que la protege está también medio derruido), la visita es demoledora. Algunas paredes conservan el enlucido y partes de los frescos, restaurados en los años 50 del siglo XX, pero las montañas de cascotes y piedras amenazan con engullir lo poco que queda en pie. En 2014, el diario La Verdad denunciaba nuevos destrozos; los vándalos habían saqueado las tumbas del siglo XIX que poseía la iglesia, esparciendo los huesos por el recinto. Aún puede verse algún ataúd desvalijado en una sala anexa al altar mayor.
Probablemente el templo sea ya insalvable, y quizás sea más razonable derruirlo por completo y ocupar su espacio con nuevos invernaderos, pero cada día que transcurre, cada edificio que perdemos, es un nuevo paso en el olvido de nuestro pasado, es un avance de la terrible y fría niebla que todo lo borra, como en la novela de Ende. Al final no sabremos quiénes somos porque ignoraremos quiénes fuimos.