miércoles, 3 de agosto de 2016

La Isla Mayor o del Barón

 
Hace dos millones de años, una antigua bahía abierta al Mediterráneo, queda cerrada por una franja arenosa naciendo el Mar Menor. Esta privilegiada laguna de agua salada se encuentra salpicada de pequeñas islas de origen volcánico: la Perdiguera, Redonda, Ciervo, Sujeto y la Mayor o del Barón.
Esta última es la más grande de las cinco con sus 93,8 Ha de superficie y 104 m. de altura. Actualmente propiedad de Doña Ana María Navarro Figueroa, (Marquesa viuda de Sierra Nevada y madre de Natalia Figueroa, mujer del cantante Raphael) descendiente política del Conde de Romanones, Don Álvaro Falcó, quien la compra hacia 1920 a los descendientes del Barón de Benifayó.
Plano del Mar Menor, fechado en el siglo XVIII
Plano del Mar Menor, fechado en el siglo XVIII
Don Julio Falcó d’Adda, Barón de Benifayó, de la casa italiana de Saboya, nace en Milán el 22 de febrero de 1834 y llega a España acompañando a Amadeo de Aosta llegando a ser senador por la provincia de Madrid en 1886.
Es un hombre liberal y aventurero, condenado y recluido en la isla Mayor (por entonces denominada Conejera), convertida en prisión de la Armada Española desde 1726. La causa de su cautiverio fue matar en duelo a don Diego de Castañeda, en defensa de María Victoria dal Pozzo della Cisterna, posteriormente, reina de España, tras su matrimonio, en 1867, con Amadeo I de España.
Finaliza su condena en 1878 y maravillado por la belleza de su entorno, compra la isla que desde entonces se conocerá como “del Barón”.
5 de febrero de 1936. Aviones sobrevuelan el Mar Menor y al fondo podemos ver la Isla Mayor.
5 de febrero de 1936. Aviones sobrevuelan el Mar Menor y al fondo podemos ver la Isla Mayor.
La Isla Mayor o del Barón. Instantánea tomada el 22 de junio de 1950. Al fondo la franja desierta de La Manga, y detrás de ésta, Isla Grosa.
La Isla Mayor o del Barón. Instantánea tomada el 22 de junio de 1950. Al fondo la franja desierta de La Manga, y detrás de ésta, Isla Grosa.
Fija su residencia en San Pedro del Pinatar, donde compra un terreno para levantar un palacete cuya construcción finaliza en 1892 y que más tarde será conocido como “Casa de la Rusa”, por haber vivido allí durante unos años una señora de esa nacionalidad. Actualmente el palacio es la sede del Museo Arqueológico y Etnográfico de San Pedro del Pinatar.
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Palacio del Barón de Benifayó. Posteriormente conocido como “Casa de la Rusa”
Casa de la Rusa, vivienda del Barón en San Pedro del Pinatar y actualmente Museo Etnográfico
“Casa de la Rusa”, vivienda del Barón en San Pedro del Pinatar y actualmente Museo Arqueológico y Etnográfico.
El hotelito, diseñado por el arquitecto madrileño Lorenzo Álvarez Capra, es una copia reducida del pabellón que realizó para España en la Exposición Universal de Sevilla, celebrada en 1873.
Al mismo tiempo manda construir otro palacete en la isla, igual al de San Pedro, pero con una torre menos.
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Palacete neomudéjar de la isla del Barón. Más arriba una torre de vigilancia construida en los años 50.
Esta vivienda es un magnífico ejemplo de la arquitectura neomudéjar con el ladrillo como protagonista de las formas y las decoraciones. Por su estilo y materiales de construcción, está emparentado con el Hotel Victoria de Murcia, construido en 1880 por el arquitectoFort.
El inmueble, de una sola planta, en su aspecto externo, toman la forma romántica de una especie de castillo con almenas y torreones, rodeada por un gran parque. Dos galerías se cruzan en su interior con dos puertas, a Mediodía frente al mar, y al Norte.
A la fachada principal dan la biblioteca, el comedor, un despacho, el dormitorio del propietario, sala y salita de armas. A la posterior, dan las habitaciones para invitados y el servicio.
Dispone, además, de un pequeño embarcadero particular y una casita para el guarda.
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Otra vista del palacete y la torre.
El interior del palacete era un museo en sí mismo, con infinidad de cuadros y retratos familiares, una biblioteca de casi cuatro mil volúmenes (repartida entre la casa de San Pedro y la de la isla): manuscritos, incunables e impresiones góticas; panoplias con armas de diferentes épocas y una colección de autógrafos de reyes y nobles; entre otros.
En 1880 La Mayor ya es utilizada por el Barón como coto de caza de perdices y conejos e incluso ciervos y faisanes. En aquella época la vegetación de la zona todavía es abundante en robles y encinas. En esa fecha, Serrano de Pedrosa describe la casa en un artículo de La Correspondencia Ilustrada.
Tras su fallecimiento en San Pedro del Pinatar el 29 de enero de 1899, la isla es heredada por su hijo Julio Falcó García, quien posteriormente la venderá al conde de Romanones.
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Vista del palacete desde la torre de cinco plantas acondicionada en su interior como vivienda.
Junto a las cuatro islas que forman este paisaje protegido, ha sufrido numerosos usos que han explotado en mayor o menor medida sus recursos naturales.
Actualmente es la única isla que posee un bosque de palmitos único en Europa y cuenta también con una importante riqueza ornitológica.
A pesar de ser un paraje protegido, si algún lector tiene el capricho de pasar allí unos días, puede alquilarla por 12.000 euros a la semana para un grupo máximo de 10 personas.
Vista áerea de la Isla del Barón o Mayor.
Vista áerea de la Isla del Barón o Mayor.
Para terminar os dejo una preciosa, a la vez que imaginativa, leyenda escrita por Tautina Vaiamalla sobre la historia del Barón:
De la injusta leyenda de la Isla del Barón y la princesa rusa que moró en ella.
“Yo soy el barón de Benifayó, y en grata hora me batí en duelo con cortesano tan relevante como fue don Diego de Castañeda, y digo fue, pues no puede serlo más después de que mi florete le atravesara el pecho de parte a parte en perfecto lance. Murió el malhayado don Diego y quisieron los cielos que en castigo, fuese yo confinado en singular isla, nacida y reinante en el centro mismo del mar que llaman certeramente, menor.
Abandonado en la isla, prendóme della y su entorno desde el primer momento en que la pisara, pues es este un lugar delicioso para la vida, lejos de la civilización, rodeado de natural belleza y de un mar como no existe otro en el redondo mundo, pues encontrándose dentro del pequeño mediterráneo, es aún más reducido, ya que la costa lo recoge para sí, cual laguna salada limitada por un largo brazo y su manga de tierra.
Tanto me enamoré de este lugar que, terminado mi castigo y libre ya de mi reclusión, compré esta hermosa isla y trasladé aquí mi lugar de residencia, construyendo para tal uso, un palacete de estilo neomudejar, tan de moda entre los nobles a finales del diecinueve, al que añadí por mi gusto un insigne torreón, en cuyas paredes reinaba el escudo de mi ilustre casa. Y como fuera que mi fortuna era abundante y mi ánimo vivía exaltado por el bienestar en aquel idílico paraje, las fiestas se sucedían, nobles de todo el litoral acudían en galeotas y el vino y las mujeres destacaban en cada celebración, dándole una fama tan grande como depravada a estos festejos.
Y fue en uno de estos bailes donde vi por primera vez, tan rubia y pálida, tan esbelta y grácil, a la princesa rusa que enamoró mi corazón conquistador. Me fue bien fácil conseguir de su arruinada familia, el beneplácito para el matrimonio, mas no el suyo, pues obligada a vivir junto a mí, cerró su corazón y perdió para siempre su vista en el mar con melancólico gesto. Mil veces la vi bajar hasta la playa de los contrabandistas, desnuda y abandonado su pensamiento entre las olas que lamían las rocas, pero ese deseado cuerpo de hembra noble, que invitados y pescadores veían con embeleso y lujuria durante los largos paseos de mi princesa, no tuvo nunca más dueño que el mismo mar.
Ha pasado un siglo y mi alma ha quedado encerrada entre las ruinas del palacete que en vida fue mi morada y ahora es sólo mi cárcel. A menudo, escucho a los pescadores contar historias sobre mi amada, que dicen pereció entre mis manos y fue enterrada en secreta tumba en esta isla. El altísimo me otorgó la dádiva de no recordar en mi purgatorio tal episodio, si es que fuera cierto que así sucediera, que también pudiera ser cruel leyenda.
Cuentan también que al caer la noche, se la ve aún vagar por la playa, desnuda y envuelta en un aura levemente iluminada, pero por mucho que lo deseare, por más que suplicare al cielo en estos años, yo no he podido volver a contemplarla pues, por gloria del Dios justiciero, dicen que su exquisita figura se esfuma cuando se acerca a las ruinas, envueltas en sombras, del palacio donde, como alma en pena, habito.”
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