Masacre de Yeste: la Guerra Civil comenzó en un lugar de la Mancha
Por Paco Sánchez. Domingo, 14 de agosto de 2016
El 29 de mayo de 1936, pocos días antes de estallar la Guerra Civil española, se produjo en la población albaceteña de Yeste una masacre de campesinos a manos de la Guardia Civil. Lo que sucedió durante ese día, del que se acaban de cumplir 80 años, fue la antesala de los horrores que se iban a producir durante el transcurso de la guerra. Por ello, algunos escritores e historiadores se aventuran a decir que la contienda española comenzó antes de lo que cuentan los libros de historia: en Yeste, en un lugar de La Mancha, un 29 de mayo de 1936.
Este casi olvidado episodio de la historia de España es conocido como los ‘Sucesos de Yeste’, en los que murieron 18 campesinos de la aldea de La Graya y un agente de la Guardia Civil. Una matanza que se enmarca en un contexto nacional de conflictividad social y fuerte agitación política en las semanas previas al estallido de la Guerra Civil.
Tres libros dan testimonio de lo que ocurrió aquel aciago día en aquella localidad:Señas de identidad (1966), del escritor y Premio Cervantes Juan Goytisolo; Los sucesos de Yeste, de Manuel Requena Gallego; y La campana de Yeste, de Manuel Sánchez Gregorio.
Yeste contaba a comienzos de los años treinta con más de diez mil habitantes, si bien la mayoría de la población vivía diseminada en las pequeñas aldeas, caseríos y cortijos de este extenso y montañoso municipio. Una de esas aldeas es La Graya.
La economía local se sustentaba esencialmente en la agricultura y la explotación forestal. No obstante, la construcción del embalse de la Fuensanta redujo la superficie de cultivo del municipio e impidió la conducción de maderas por los ríos Segura y Tus, sin que se construyeran los caminos prometidos para el transporte alternativo de la madera ni se pusieran en regadío las hectáreas prometidas. La Mancomunidad Hidrográfica del Segura, dominada por los intereses murcianos, “saboteaba cuanto tendiese a establecer aprovechamientos en la provincia de Albacete”, según escribía Indalecio Prieto en el artículo Yeste y la solidaridad española, publicado en el diario El Liberal de Bilbao el 6 de junio de 1936.
Lo anterior, sumado a la alta concentración de la tierra cultivable, ya de por sí escasa, y a la Ley de Términos Municipales, que dificultaba la contratación de los jornaleros de Yeste en otros municipios, agravó el malestar de los habitantes del municipio tras la finalización de las obras del pantano, en julio de 1933. En ese mismo mes los propietarios de los montes aislados por el embalse se negaron a pagar impuestos, la autoridad municipal dimitió, los obreros declararon una huelga el 22 de julio y los más exaltados cortaron la línea telefónica y se plantearon volar las compuertas del pantano con dinamita sustraída de las obras.
Las sucesivas crisis de los distintos gobiernos republicanos habían pospuesto la búsqueda de soluciones para la problemática social de Yeste. En este contexto, al que cabe añadir el resquemor de las clases populares del municipio por la presunta malversación de las tierras comunales que habían acometido los caciques locales décadas atrás, se produjeron los dramáticos sucesos de mayo de 1936.
Relato de los sucesos
El historiador e hispanista británico Paul Preston los relata así: “Tras la ocupación comunal de unas tierras y la posterior represión por parte de la Guardia Civil hubo unos altercados en los que murieron 18 vecinos y un guardia civil. Estos hechos tuvieron una amplia repercusión y estuvieron a punto de provocar una crisis de Gobierno poco antes del estallido de la Guerra Civil Española. (…) El 28 de mayo, un grupo de jornaleros en paro de la pedanía de La Graya, acompañados de sus mujeres e hijos, habían talado árboles para hacer carbón y luego habían empezado a arar el suelo en la finca de La Umbría. Antiguamente tierra comunal, La Umbría pertenecía entonces al cacique más poderoso de la zona, Antonio Alfaro, que hizo ir a 22 guardias civiles”.
Alfaro envió a la Guardia Civil contra los campesinos. La mayoría de los aldeanos huyeron, pero seis se quedaron. Después de pegarles, los agentes los llevaron a La Graya, donde prosiguieron los malos tratos. En la madrugada siguiente, una multitud de trabajadores de las pedanías vecinas se reunieron y, cuando se procedía al traslado de los prisioneros al pueblo de Yeste, los siguieron para impedir que se aplicara la Ley de Fugas. La multitud creció y, al llegar a Yeste, se acordó que los prisioneros fueran puestos en libertad bajo la custodia del alcalde.
“Cuando la multitud avanzó para dar la bienvenida a los liberados, uno de los agentes se dejó llevar por el pánico y disparó un tiro. Acto seguido, en la desbandada murió un guardia civil; sus compañeros abrieron fuego sobre los lugareños y persiguieron luego a los campesinos que escaparon hacia las montañas, matando a un total de 18 personas, entre ellas el teniente de alcalde, e hirieron a muchas más. Ante el temor de que los guardias civiles volvieran y quemaran La Graya, los aldeanos se refugiaron en las pedanías de los alrededores. Cincuenta miembros de la FNTT fueron arrestados, entre ellos Germán González, el alcalde socialista de Yeste”, narra Paul Preston en El holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después (Debate, 2011).
La ley del silencio y del olvido
Estos mismos hechos fueron narrados por el escritor Juan Goytisolo en su novelaSeñas de identidad, publicada en 1966. Años más tarde, en 1981, Goytisolo escribió en el diario El País un artículo titulado Las cruces de Yeste, en el que afirma que “la feroz represión que en 1939 se abatió sobre Yeste y las pedanías cercanas sumió a sus habitantes en una campana neumática de aislamiento, recato y silencio que debía perpetuarse casi cuarenta años. Cuando visité el pueblo en 1963, la gente hablaba a murmullos de lo sucedido y daba la callada por respuesta a mis preguntas curiosas e ingenuas. Como tuve ocasión de comprobar en seguida, su reserva tenía un fundamento real”.
Al día siguiente de los sucesos de Yeste, el Gobierno, temoroso de las reacciones de los largocaballeristas y comunistas, se reunió para tratar de lidiar con las consecuencias políticas de lo ocurrido, mientras que a la prensa local se le prohibía informar sobre ello. Sin embargo, Largo Caballero no aprovechó el asunto para derribar al Gobierno, y la UGT se limitó a presentar ante el Gobierno Civil de Albacete una solicitud de huelga, que fue denegada por indicación del Ministerio de la Gobernación. Y es que por aquel entonces se temía que una crisis en el Gobierno del Frente Popular fuese aprovechada de algún modo por el Ejército y la derecha, la cual denunciaba un clima de anarquía y desórdenes públicos.
Finalmente, quince diputados socialistas y comunistas presentaron ante las Cortes una proposición no de ley instando al Gobierno a que informase sobre lo acontecido en Yeste y las medidas adoptadas. La cuestión fue debatida en el hemiciclo el 5 de junio, sin que se produjeran fisuras entre los partidos del Frente Popular que sostenían al Gobierno, como habría deseado la oposición de derecha.
Tras la Guerra Civil casi nadie quiso desempolvar aquellos sucesos de Yeste y ya en democracia pocos se han ocupado de rescatar aquella masacre del olvido. “Un kilómetro después reconozco la curva de la carretera donde ocurrió la matanza de campesinos por las fuerzas del orden enviadas por el cacique. La boca de la atarjea donde se refugiaron los heridos y en la que fueron rematados sin piedad cuando intentaban arrastrarse hacia los olivares. La cuesta escarpada desde la que los guardias dispararon sobre la multitud. Ninguna cruz, ninguna lápida rememora a los dieciocho españoles que perdieron la vida entre los pinos, arbustos y zarzas, en aquel escenario agreste y soberbio. Cielo, oraciones, gloria póstuma siguen siendo patrimonio exclusivo de aquellos a quienes la fortuna sonrió desde su nacimiento. Nuestra sociedad prolonga a la vida futura su inconmovible voluntad de estratificación”, escribió Juan Goytisolo en su artículo Las cruces de Yeste.
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