lunes, 14 de noviembre de 2016

El verdadero origen del barrio de Huelin de Málaga

Fotografía antigua del barrio en 1905.
Fotografía antigua del barrio en 1905.
  • Creado en torno a 1870, fue el primer barrio obrero de la ciudad y también fue conocido como el barrio del Palodú. Se levantó gracias al industrial de la caña de azúcar Eduardo Huelin Reissig, que construyó medio millar de casas para sus trabajadores por un doble motivo. ¿Quieres saber cuál?

Hablar de Málaga Oeste es hablar de uno de los barrios con más historia de la capital: el barrio de Huelin. De hecho, esta zona que hoy ocupa un lugar privilegiado frente a las playas de San Andrés fue el primer asentamiento obrero de la capital. Sus orígenes se remontan a finales del siglo XIX (alrededor de 1870) y en su germen tiene mucho que ver el desarrollo industrial de la Málaga de la época, que ya comenzaba a ver cómo proliferaban las primeras chimeneas -algunas se conservan hoy- de la mano de la fábrica de hilados de los Larios y de la siderurgia de los Heredia. Ahora bien, ¿de dónde viene el nombre del barrio?, ¿por qué se convirtió en una referencia de su tiempo?
La respuesta tiene nombre propio: Eduardo Huelin Reissig, un industrial de origen inglés cuya familia se dedicaba a la exportación de vino y frutos secos y que puso en marcha el tercer vértice de ese imponente triángulo industrial que completaban los Larios y los Heredia con una fábrica de caña de azúcar. Huelin y su compañía se convirtieron pronto en los impulsores de un modelo de barrio obrero hasta entonces inédito en Málaga, e incluso el barrio de Huelin llegó a ser conocido durante años como el barrio de Palodú (palo dulce) por el negocio de la caña de azúcar. Incluso una de sus calles conserva hoy el nombre por el que se conocía a la zona norte de la fábrica: el camino de la chupa (hoy Carril de la Chupa), en alusión a las plantaciones de caña.
Pero la zona de Huelin no fue sólo una referencia en lo industrial, ya que allí nació el primer barrio netamente obrero de la capital. Antes de que esa forma de organización surgiera, los trabajadores de las fábricas vivían en los corralones de la zona de El Perchel y la Trinidad, en condiciones cercanas al hacinamiento. “Los corralones eran edificios en los que cada familia ocupaba una sola habitación; las cocinas y el aseo eran comunes para todos, de modo que la higiene y la comodidad brillaban por su ausencia”, recuerda la historiadora Mar Rubio, responsable de la empresa cultural Cultopía (www.cultopia.es), poco antes de subrayar que la idea de Eduardo Huelin de construir unas casas independientes para sus empleados en una zona cercana a la fábrica supuso toda una revolución.

El industrial de origen inglés presentó en 1868 en el Ayuntamiento su proyecto para la construcción de viviendas obreras: levantó medio millar, y así permitió que sus empleados salieran de los corralones y se acercaran a la fábrica de caña que había instalado en Huelin. Con el proyecto de un barrio completo para los suyos, cada obrero tenía el acceso a una vivienda unifamiliar con dormitorio, alcoba principal y cocina, además de un pequeño patio para jardín, lavadero o criadero de gallinas o cebadero de cerdos. Es decir, unas condiciones francamente mejoradas con respecto a la de los corralones a pesar de que no hay constancia de que esa construcción de viviendas obreras corriera paralela a la instalación de servicios como el alcantarillado o el agua potable; de hecho hasta el año 1915 el Ayuntamiento no dota al barrio de esa infraestructura (alumbrado o pozos absorbedores).
Garantía de 'paz laboral'
A pesar de todo, los empleados de la fábrica de caña de Huelin ganaron en espacio y en comodidad, pero en esta iniciativa del industrial había algo más que el deseo de que sus obreros vivieran en unas condiciones razonables: con esas casas se garantizaba además cierta 'paz laboral' para su negocio, ya que en los corralones la relación entre vecinos era más estrecha y en una época convulsa de conflictos laborales no era extraño que en esas viviendas (y en las tabernas) se propagaran con rapidez las reivindicaciones y las quejas que podrían desembocar en una huelga. Imaginen la escena con las familias compartiendo cocinas y zonas comunes y exponiendo cada una de ellas sus críticas por las condiciones de trabajo en sus respectivas fábricas. “El revuelo estaba garantizado”, observa Rubio.
Así que Huelin decidió no arriesgarse, y tras esa actitud paternalista de ofrecerles casa se escondía también el interés por mantener a sus trabajadores aislados de las ideas revolucionarias, en un barrio alejado y además a una familia por casa. La organización de las viviendas también estaba sometida al rango de la fábrica: las únicas casas a dos alturas estaban reservadas para los capataces, de modo que los ojos de los superiores no sólo vigilaban en el trabajo, sino también fuera de él. Aun así, el barrio experimentó pronto un desarrollo apreciable y en 1872 abrió la primera escuela para los hijos de los trabajadores. Tres años después llegaron la iglesia y el dispensario médico, además de tiendas de comestibles, carnicería, panadería, barbería estanco y por supuesto almacén de vinos...
El estallido de la burbuja
Pero había algo más de lo que Eduardo Huelin se beneficiaba además de la garantía de paz social, ya que el industrial les descontaba a sus empleados parte del sueldo en concepto de alquiler por la vivienda, de modo que parte del dinero que él aportaba para el desarrollo del barrio volvía después a sus bolsillos.
Sin embargo la burbuja de ese negocio no tardó en estallar: el empresario no había calculado bien los tiempos, y se embarcó en el negocio de la caña de azúcar justo cuando su esplendor estaba a punto de concluir. Hasta el año 1884/85 las campañas habían sido realmente buenas, pero esa tendencia que se había reproducido en décadas anteriores y que animó a otros capitalistas locales a invertir en el sector tocó a su fin por una serie de circunstancias.
Panteón de la familia Huelin, en el cementerio de San Miguel
Panteón de la familia Huelin, en el cementerio de San Miguel
En primer lugar por varias temporadas encadenando heladas que afectaron a la caña, y luego por una feroz competencia exterior que terminó por dar la puntilla a la fábrica. El ocaso le sorprendió cuando el barrio del Palodú o de Huelin, con sus quinientas casas, apenas acababa de empezar a echar raíces en la capital, justo al mismo tiempo que nacía y se asentaba otro barrio de referencia en Málaga, en este caso en la zona Este: el del Limonar, de origen burgués. Sin embargo, el cierre de la fábrica no significó el fin de la historia: el industrial le vendió las viviendas a los Larios, que desde entonces se encargaron de seguir cobrando el alquiler a los empleados, que poco a poco fueron incorporándose a otras fábricas y siguieron haciendo grande a un barrio que hoy, casi 150 años después, mantiene el orgullo de ser pionero.

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