EL TBO DE VIÑA. EL TEBEO QUE NO QUISO CAMBIAR (TEBEOSFERA, SEVILLA / TERRASSA, 09-XI-2011) |
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Publicado en: |
TEBEOSFERA 2ª EPOCA 8 |
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Notas: |
A
la derecha, parte superior de la portada del primer número de TBO 2000,
la renovación última de TBO, con una gran viñeta de Moreno. |
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EL TBO DE VIÑAEL TEBEO QUE NO QUISO CAMBIAR
En el comienzo de los años cincuenta los editores de TBO tenían algo claro: las publicaciones con historietas ya eran conocidas como “tebeos” en España.[1]
La tradición y gran difusión de la longeva, a la par que rutinaria,
revista de historietas de Buigas había calado hondamente entre la
población, suponemos que gracias a una distribución organizada que la
llevaba puntualmente a todos los quioscos. La sinécdoque cundió y ya fue
imposible erradicarla, para disgusto de los gestores de Editorial
Bruguera, que no eran propietarios de la marca TBO y comprobaban cómo el público denominaba a sus revistas de historietas “tebeos”. Nada de ello fue óbice para que Pulgarcito, y luego El DDT, o incluso Jaimito en alguna ocasión, superaran en ventas al tradicional TBO, que fue una revista que no supo renovarse o adaptarse en el ecuador del siglo XX y en los años que siguieron.
EL INMUTABLE TBO
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Portada del primer TBO de 1952, vuelto a numerar como nº 1. La historieta es de Benejam. | |
Un lector habitual de TBO
podría no haberse percatado de la transición que vivió la revista en
marzo de 1952. La publicación de Buigas aparecía con un diseño de
portada levemente distinto, sin antetítulo y sin imagen alusiva a la
temporada o la estación bajo el logotipo “Ediciones TBO”. Es más, ya no
estaba ese logotipo. El título era simplemente “TBO”. La diferencia
principal estribaba en que aparecía el año de edición, el número,
habiendo arrancado de nuevo desde el número 1, y la indicación de que se
trataba de la “segunda época”, obviando de este modo la etapa sin
numerar de la inmediata posguerra. Por dentro el tebeo era el mismo, sin
embargo. TBO siguió funcionando en el quiosco con sus números
ordinarios y extraordinarios (dos almanaques por año) más una ristra de
números extraordinarios o especiales en los que se iban recopilando
historietas publicadas previamente en muchos casos.
La publicación siguió siendo “blanca”, de hecho más que durante la etapa sin numerar, al contrario que ocurrió con Pulgarcito, que había llegado a la mordacidad y el sadismo en algunas historietas en su arranque en 1946. TBO se
mantuvo inmutable en su oferta de pifias y ocurrencias y fiel a los dos
grandes valores de la nueva moral nacional: el ejército y la iglesia.
La serie hagiográfica Frase santa se mantuvo durante este
periodo para gozo de los sacerdotes vinculados con la prensa infantil,
como fray Justo Pérez de Urbel, amigo personal de Viña, a quien todos
temían un poco cuando se aproximaba a la redacción (Segura, 2006: 60-61;
Pérez Andújar, 2008). Al hilo de esto resulta chocante saber que TBO
sufrió un inconveniente con la censura eclesiástica, muy celosa de un
producto que había logrado tanta difusión y aprecio popular con el paso
de los años. En cierta ocasión publicaron un chiste en el que se
ironizaba sobre la no existencia de conventos de frailes en Suecia y
como consecuencia muchas órdenes religiosas retiraron la orden de
suscripción de la revista (Manzano, 1992: 42). Nunca más volvió a
ocurrir tal circunstancia, pues el celoso Buigas y su sucesor Viña,
igualmente cuidadoso, redoblaron los esfuerzos por vigilar cada
milímetro cuadrado de la publicación.
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| Portada del libro de Rosa Segura dedicado a su trayectoria profesional ligada a Ediciones TBO. |
Regularizada
desde principios de los cincuenta la edición de publicaciones
periódicas en España, incluyendo los tebeos, los editores se plantearon
ampliar la redacción y organizar más eficientemente el trabajo. Tras
cambiar de sede en 1954, dentro de la misma calle (del nº 177 al nº 163
de la calle Aribau, por razón de una remodelación en el pago del
alquiler de renta antigua), se amplió el número de trabajadores
constituyendo una empresa ligeramente más grande a la que se unió, entre
otros trabajadores, la secretaria Rosa Segura, que con el paso del
tiempo escribió un libro de memorias sobre las anécdotas vividas en su
trabajo y en el que aclara que se incorporó a Ediciones TBO en 1955,
estando ya la empresa en su nueva sede y bajo la dirección de Alberto
Viña (2006: 17-18), si bien el fundador seguía trabajando como gerente,
guionista y ojo avizor sobre todos los contenidos de TBO.
Buigas
continuó editando la revista durante los años cincuenta con el mismo
tesón que durante las anteriores tres décadas, con iguales criterios y
colaboradores, con equivalentes ideas para los guiones y con similar
sistema de trabajo. Benejam, Tinez, Urda o Muntañola eran los cuatro
ases de una revista que no cambiaba salvo para admitir alguna página más
en color o para añadir más lanzamientos especiales cada cierto tiempo.
Esta monotonía se fue cobrando lectores, muchos de los cuales descubrían
el interesante dramatis personae de Bruguera, donde todo era más rocambolesco, exagerado y dinámico. El hallazgo más subrayado del TBO
de los años cincuenta fue la evolución de Coll, que seguramente surgió
de forma natural. Coll tenía un talento extraordinario para la
diagramación minimalista, que aderezaba con una agilidad inédita. Fue
maestro en el uso de la viñeta calcada en la que pocas variaciones
había, generando una secuenciación muy fácil de seguir en la que sus
personajes siempre acababan absortos. Maestro del humorismo slapstick,
Coll propuso un mundo absurdo protagonizado por hombres tristes,
determinados en sus acciones pero conformistas a la postre, como todo
era en el TBO.
Los otros autores que se repartieron las dieciséis páginas de este “remozado” TBO
(de las cuales ocho iban impresas a todo color) eran los acostumbrados:
el incansable Bejenam, el oportuno Tinez, el sempiterno Urda, el
vivaracho Muntañola, el cálido Blanco, el inquieto Sabatés y el decoroso
Ayné. A. Mestre seguía encargado de las secciones realistas; por
añadidura, se creó una nueva: “Noticiario TBO”. Forton y Cuvillier
seguían representando a la parte extranjera con su pinta de autores de
principio de siglo. Otros dibujantes más flojos y esporádicos fueron los
ya conocidos Díaz, Velasco y L. Martí. Castanys y Cesc aportaron alguna
viñeta suelta. F. Tur, que había dibujado deliciosas historietas en Junior Films,
comenzó a hacerse un hueco, destacando por encargarse de la popular
sección "Los grandes inventos de TBO". El único cambio de contenidos
digno de reseña fue el que se produjo a partir del número 9, aparecido
en la segunda quincena de julio de 1952, que fue cuando los editores
incorporaron nuevas historietas procedentes del extranjero. Fueron las
series de Carl Anderson, aquí titulada Enriquito, y Dave Breger, con la traducida aquí como Mister Breger.
También se sumó al elenco algún autor de fuera en secciones de
miscelánea con una viñeta de humor de agencia traducida. Tiempo más
tarde, comenzó a servirse regularmente una tira del autor Sacha (por
acuerdo con Sacha Creations, Inc.).
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Extranjeros en TBO.
De izquierda a derecha: Sanderson en el nº 10, Sacha en el nº 16 (bajo
una historieta de C. Bech) y Breger en el nº 22 de este estapa. |
De las nuevas firmas con las que ensayó el TBO
de 1952 destacaríamos dos: Ramón López, a quien conocimos en el nº 10, y
un tal C. Bech, dibujante de humor al estilo de la escuela madrileña de
los veinte que comenzó a participar en el nº 11. A partir de ahí, las
tiras de Bech (Don Salvio, Don Nicasio) se vieron junto a historietas de Óscar Daniel, Gimeno y Flotats, viejos conocidos del TBO
de posguerra que trabajaron también en esta etapa, que ya no admitió
más intervenciones durante un par de años. La revista no mostró cambio
alguno hasta el año 1955, que fue cuando llegaron nuevos valores a sus
páginas, como Miguel Salvá o Juan Blancafort (un imitador de Peñarroya
al comienzo), que aportaron algo de variedad al conjunto. Opisso regresó
a la revista en este año del ecuador de la década confiriéndole a la
estética general de TBO un interés del que carecía desde los
años treinta y, en 1956, volvió un grande de la historieta en la
revista: Otto Soglow. El autor ya había publicado en la anterior etapa
(recordemos al Soldado Pepe) pero ahora, desde el número 124, se
traducía su obra cumbre The Little King, aquí "El reyecito",
servida por King Features, que encajaba perfectamente con la filosofía
de la revista: humor claro y blanco resuelto con dibujo simple.
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Página
de TBO nº 124, el número en el que comenzó a ofrecerse traducida la
serie de O. Soglow "The Little King". Bajo ella vemos otra de Coll y una
de F. Tur. | |
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Portada
de TBO nº 122, uno de los dos más vendidos de la historia de la
revista, con 350.000 ejemplares de tirada. La historieta es de Opisso. | |
TBO
fue una de las revistas de historietas españolas que mostraron menos
variación en sus contenidos a lo largo del tiempo, con un Benejam
estratégicamente colocado en la página final de la publicación, siempre
fiel a su cita, y con diseño heredero del usado en los años diez y
veinte. Hasta el final de la década TBO discurrió sin cambios,
permitiendo en todo caso que los que podrían considerarse “pupilos” de
Benejam desarrollasen un estilo más sólido, como fue el caso de F. Tur,
mucho más habitual en las páginas del tebeo en este periodo, o Díaz, el
sempiterno Díaz, que finalmente logró dibujar historietas más largas y
con mayor limpieza. Pero el viraje estético de la publicación no lo
dieron los autores menos conocidos (siempre con la salvedad de Coll),
sino veteranos como Moreno y Salvador Mestres, que regresaron con un
estilo distinto al ablandado que siempre habían exhibido e impregnaron
la publicación con una apariencia limpia y oxigenada. A Moreno le vimos
aparecer fugazmente en el número 148 pero desde el 170 hallaría acomodo
en la revista para quedarse durante toda la década siguiente. Con
Mestres pasó algo parecido, permaneciendo como autor fijo de la revista
partir del número 193, de 1959. Habría que sumar una tercera firma a
este equipo, la de Batllori Jofré, habitual desde el número 221, de
1960, si bien este autor mantuvo su estilo característico de siempre.
Parecía
demostrado que la revista no necesitaba seducir a un público nuevo dado
que mantenía buenas ventas con las dosis de creatividad ajustadas a los
niveles acostumbrados. Pero este planteamiento, que garantizó el éxito
de la publicación hasta el final de la década de los cincuenta, comenzó a
revelarse incapaz de mantener el ritmo de las ventas en los años
finales. Las tiradas fueron ascendentes desde el arranque de la nueva
numeración, como nos ha permitido constatar Albert Viña acudiendo a los
apuntes administrativos de su padre y los secretarios que llevaron la
gestión económica de TBO: de 300.000 ejemplares de tirada media
en 1955, año a partir del cual se comenzó a apuntar de forma
sistemática la tirada de cada número. Se alcanzó un récord absoluto de
tirada en los TBO aparecidos los días 17 y 31 de octubre de
1956, con 350.000 ejemplares cada uno. Y luego se operó una bajada
constante desde 1958, con 300.000 de media aquel año, 275.000 en 1959,
260.500 en 1960, 217.000 en 1961 y desde 1962 por debajo de los 200.000
(Barrero y De Gregorio, 2011). Como es lógico, Viña se aferró siempre en
sus declaraciones a la cifra récord de tirada, 375.000 ejemplares (DEL
ARCO, 1967: 27) si bien esa cota fue de 350.000.
TBO
consolidó un modelo según el cual se evitaba la variación y la
renovación. Al contrario, los autores incorporados fueron los de antes o
muy similares a los de siempre, y el estilo varió muy poco, tendiendo
incluso a la reiteración cansina de los argumentos (las historias de
peripecias cinegéticas eran todavía una constante). De ahí que el paso
ocasional de autores diferentes apenas si se notó: Raf apareció en
varias historietas desde el número 151, Carlos Bech volvió en 1959 en el
número 199, y pudimos ver a un joven Segura de estilo todavía
descuidado en el final de esta década también. El TBO se mantuvo sin
cambios apenas, y fue servido sin interrupción quincenal con el
acendrado equipo integrado por el equipo inmutable: Benejam, Tinez,
Blanco, Moreno, Mestres, Batllori, Coll, Urda, Muntañola y Ayné, sin
prescindir de los tres autores americanos contratados a la agencia King
Features: Soglow, Breger y Anderson.
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| El éxito de TBO se
transparentó en otros productos. Aquí, la familia más popular de Buigas
y Benejam en un calendario de otra empresa para 1956, el año de mayor
éxito. |
Esta podría ser la estética asociada al periodo más triunfante de la vida de TBO,
el ligado a la gestión de los Viña. Buigas todavía presidía la revista y
seguía sirviendo guiones en catalán, pero los que dirigían más
intensamente los contenidos del tebeo eran Emilio Viña, que había
gestionado la revista en la última década, y su hijo Alberto, que desde
1944 fue escalando posiciones hasta encaramarse en la dirección dos
décadas más tarde. Emilio tuvo un papel importante en las historietas
que se iban publicando porque Buigas escribía sus guiones siempre en
catalán y era Viña quien los traducía, suavizando en muchos casos
algunas expresiones malsonantes o que en catalán acusaban más sorna o
sarcasmo (Colomer, 1978, 5; Pérez Andújar, 2008). Viña hijo, Alberto, se
fue relacionado bien, dejó su carrera de Medicina, se enfrascó en
Ediciones TBO y llegó a vicepresidente del Sindicato de Prensa, Radio, Televisión y Publicidad existente entonces. Pero cuando TBO
inició su trayectoria como revista numerada aún no tenía carné de
periodista, requisito ineludible para poder poner en circulación una
revista periódica en la España de Franco, y por eso no fue él el elegido
para tal responsabilidad durante los años cincuenta.
Sabemos gracias a Cortés Pascual que TBO
tuvo una dirección “oficial” que nunca fue acreditada en las revistas,
aunque sí en los registros, en concreto hubo dos directores con la
pertinente acreditación: Antonio Casas Fortuny y Joan Sariol Badía.
Casas ejercía su profesión en el diario del Movimiento Solidaridad Nacional y fue director de TBO durante un año solamente, porque la muerte le sobrevino en 1956. Sariol, redactor en la Agencia Efe, en La Vanguardia Española y La Hoja del Lunes,
estuvo al cargo entre 1956 y 1965, sin apenas intervención sobre los
contenidos de la revista, todo ello según Cortés (1992: 48).
Cuando
Viña dispuso del carné de periodista pasó a sustituir a Sariol, que
recibía un sueldo por no hacer nada en realidad. Viña Tous pasó a ser en
1965, por lo tanto, el último director real del TBO
"histórico", es decir, el que duró hasta 1983. Él continuó con su
carrera de periodista en paralelo, llegando a ser vocal de la Junta
Asesora de la Prensa Infantil, desde donde movió diversos hilos para
hacer posible la reaparición de Patufet en 1968, que se imprimía en los talleres de Baguñà Hermanos al igual que TBO.
Fue a partir de que Viña tomó las riendas de la dirección de la revista
cuando pasó por fin a ser editada bajo el denominador BUIGAS, ESTIVILL Y
VIÑA, S. L. En efecto, por sorprendente que parezca, no ocurrió hasta
la llegada a la dirección de Viña. Buigas había logrado que su nombre no
apareciese vinculado a la revista infantil incluso hasta un año después
de su muerte, pero Viña siempre se mostró más orgulloso de la
publicación y su apellido figuró en los créditos de la misma desde el
comienzo de su gestión editorial, a partir del número de enero de 1964.
EL TBO “DE” BECH
El
año XLVII de la revista fue importante porque 1963 fue cuando falleció
Buigas, que estuvo al pie del cañón hasta su muerte según nos ha
confirmado Albert Viña. Hubo un cambio de roles en la redacción pero
escasa renovación, que llegó de la mano de Viña en “la retaguardia” y
“en primera línea” por parte de Carlos / Carles Bech, uno de aquellos
esporádicos colaboradores que probaron suerte haciendo historietas
cortas en el TBO de 1952. Bech se incorporó como guionista de
la revista con el encargo de sustituir en la escritura de historietas a
Buigas el año en que murió y ya no abandonó esa dedicación en lo
sucesivo, creando para ella algunos de los personajes más emblemáticos y
recordados de TBO (Josechu, Altamiro), aparte de continuar escribiendo las historietas de algunos de los tradicionales, como Ulises o Morcillón.
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Página 2 de TBO
nº 289, con la primera historieta en la que aparece la firma del
guionista Bech en una obra dibujada por Batllori Jofre. Algo había
cambiado en la revista... | |
En el número 289 apareció por vez primera una historieta con un guión firmado en TBO,
algo que no se veía desde los primeros tiempos de la publicación.
Ocurrió en la página 2, en una historieta típica de Batllori Jofré en la
que no se acreditaba el nombre del dibujante pero sí el del guionista:
Carlos Bech. Este historietista se había fogueado como guionista en los
tebeos de Marco, donde estaba acostumbrado a firmar los guiones y a
disponer de secciones en las que su nombre primaba sobre las firmas de
los dibujantes, y aquí trajo aquella costumbre, que se mantuvo mucho
tiempo en la página 2 pese a lo insólita que resultaba en el TBO
de toda la vida. Bech parecía tener una personalidad arrolladora y gran
capacidad de trabajo. Sin duda la necesitó, ya que a partir del nº 295
de junio de 1963, TBO pasó a servirse semanalmente en los
quioscos y la empresa puso a trabajar a toda máquina al nuevo equipo de
redacción, que había incrementado con varios empleados, entre ellos Rosa
Segura (2006: 17-22). Desde entonces dejaron de aparecer los
historietistas americanos salvo por Soglow, que continuó, y comenzaron a
verse nuevas series autóctonas, como Josechu "el vasco", dibujada por Muntañola, o la olvidada Gorila, con arte de Urda, que era un pistolero fumador del far west (vivió bastantes aventuras, al menos hasta el número 322). El que escribía aquellos cómics era Bech.
Este
guionista, nacido en La Bisbal en 1914 (falleció en Barcelona en 1999)
fue un autor multifacético, primero historietista, luego humorista, más
tarde guionista, y finalmente redactor y coordinador a tiempo completo
sin por ello dejar de escribir. Su caso ejemplifica la situación por la
que atravesaron gran parte de los guionistas de historieta en España,
generalmente arrinconados en la historia de los cómics, y en este caso
con mayor gravedad porque su trabajo creativo (organizando los
contenidos de la revista, revisando guiones o escribiéndolos) ha quedado
oculto para la posteridad pese a que logró figurar en muchos TBO.
Por Pedro Robles Sánchez sabemos que Bech fue lector de TBO
de niño y que ansiaba formar parte de su plantilla de creadores (2000,
121). Su afición por el dibujo se transparentó en algunos aportes para
la revista La Ametralladora en su última etapa, en 1939, cuando
la coordinaba un joven Álvaro de Laiglesia, según él mismo declaró en
1974 (Monegal, 1974). Nosotros no hemos podido contrastar este dato.
Esta primera obra de Bech en una revista de la por entonces denominada
facción nacional, la ligada a Franco, resulta extraña por saber que Bech
había combatido al servicio de la República un año antes, en el frente
de Aragón, donde estuvo destacado hasta 1938. Tras la toma de Huesca
regresó a Cataluña, al barcelonés barrio de Sant Andreu, donde conoció a
su esposa y, una vez finalizado el conflicto, encontró trabajo en la
empresa metalúrgica fabricante de locomotoras La Maquinista Terrestre y
Marítima, S.A. Pero la dureza de la posguerra le obligó a recurrir al
pluriempleo para poder sobrevivir.
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| Arriba, página de La Risa
nº 116, de Editorial Marco, una sección humorística con viñetas
dibujadas por F. Ibáñez y que nunca dejó de exhibir la firma de Carlos
Bech. Bajo estas líneas: portada de 1955 de la revista MeTaM, en la que se supone trabajó Bech. |
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De
sus oficios nos interesa el dedicado a la historieta, pues según
podemos deducir intentó seguir publicando sus chistes y tiras en Cucú,
revista humorística editada en Madrid desde 1944 (varios periodistas y
divulgadores del cómic han citado equivocadamente esta publicación como ¡Cu-cut!,
título de dos revistas satíricas catalanas de la primera década del
siglo que nada tuvieron que ver con la madrileña). Tampoco hemos podido
consultar esos trabajos de Bech, suponemos que escasos y de poca
relevancia, como también lo fueron sus primeras viñetas y tiras que sí
hemos podido ver publicadas en TBO. De poca importancia fueron
aquellas cortas tiras mudas de humor blanco, protagonizadas por tipos
enchaquetados de aspecto serio, como Don Salvio o Don Nicasio, que eran
víctimas de tropiezos o equívocos. Bech apareció en el semanario
firmando este tipo de obras al menos hasta el número 22 del TBO de
1952. Es de suponer que terminó dándose cuenta de que podía sacar mejor
partido a su talento si escribía para otros dibujantes, no obstante él
siguió dibujando viñetas para otras publicaciones a mediados de los
cincuenta, como La Risa, de Marco.
Fue
muy llamativa su labor en las publicaciones de Marco en los años
cincuenta. Bech fue el guionista más activo de la casa, autor de
historietas ciento que firmaron F. Ibáñez, E. Boix, Ayné o Raf en los
últimos años de la década, justo cuando La Risa pasó de mensual
a semanal, por lo que los autores se vieron forzados a intensificar su
labor. Demostró una arrolladora personalidad y un singular optimismo en
aquellas páginas y, aparte de hacer guiones, escribió textos para
secciones de anécdotas, efemérides y amenidades. Su producción prolífica
y muy ágil sirvió como puente temático, si así puede entenderse, entre
lo ofrecido en las revistas de Buigas, donde todo era “blanco”, y las de
Bruguera, donde casi todo era “negro” todavía por entonces. Bech brilló
en La Risa especialmente en las secciones de curiosidades y
rarezas ilustradas con "monos" de F. Ibáñez, autor al que guió y
aconsejó en los años previos a su paso a Bruguera, donde forjaría su
trayectoria estelar posterior.
Tras
la muerte de Buigas en enero de 1963 y tras el reajuste de los puestos
directivos en la empresa registrada veinte años antes como Buigas,
Estivill y Viña, S. L., Bech fue llamado por Ediciones TBO para suplirle
en los guiones de las historietas más representativas. Accedió,
desarrollando su labor en TBO por las tardes, tras su jornada
matinal en la empresa metalúrgica en la que trabajaba. El guionista
alardeaba de que también llegó a dirigir la centenaria revista de
empresa MeTaM, cuyo título surgía de las iniciales de La
Maquinista Terrestre y Marítima. No hemos podido corroborar este aserto.
Sí sabemos que aquella revista duró hasta 1985, habiendo ganado el año
antes un premio a la mejor revista de empresa, y que justo tras su
cancelación Bech se jubiló en el ramo de la metalurgia.
Rosa
Segura definía a Bech como un tipo alto, enérgico, viajero, entusiasta
(2006: 53-55), y se entrevé que también algo narciso. Según ella, se
mostraba eufórico en la redacción, manifiestamente fanfarrón, siempre
deseoso de ponerse manos a la obra y con una idea a punto. Esa energía
supuraba en su obra para Marco pero menos en TBO, acaso porque
las manifestaciones de irónica egolatría eran mejor recibidas por los
editores de Marco y por los mismos lectores, partícipes en esa
complicidad estratégica que también ensayó abundantemente Bruguera en
sus revistas pero que no era lo apropiado para la añeja revista de
Buigas. La labor inicial de Bech en TBO tuvo otro talante, más acorde con la habitual templanza de la publicación.
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Carles Bech leyendo un TBO en La Vanguardia, 18-III-1992. | |
Al entrar Bech a trabajar en TBO
a partir de los primeros años sesenta, como colaborador fijo y con
carné de periodista además, se hizo cargo de muchos guiones que el
editor tenía bajo su responsabilidad. En un principio así fue con los de
las series La familia Ulises, Eustaquio Morcillón y Babali y Melitón Pérez. Bech era amante de la caza, como Buigas, y siguió escribiendo las peripecias cazadoras tan del gusto del primer editor de TBO
y mil argumentos más, siempre bien entonados, sin "truculencias ni
salidas de tono", como a él le gustaba decir (Manzano, 1992: 42),
encauzados hacia el más puro entretenimiento inocente del niño. Era de
la opinión de que al niño no se le podían contar «según qué cosas que
pudieran impresionarle desfavorablemente (...) al niño debe formársele y
evitar los temas que puedan trastornarle como, por ejemplo, los
referentes al sexo.» (Monegal, 1974).
Lo
cierto es que su prolífica escritura llenaba la revista, para la que
aportó varias series que firmó anónimamente desde 1963, entre ellas Josechu “el Vasco” o Así es la vida
de Muntañola. No obstante, lo más destacado de su producción de
entonces fue la serie de relatos ilustrados por Batllori Jofré que
aparecían al abrir la revista, donde se le reconocía como guionista. Sus
aportaciones ahí eran historias curiosas, anécdotas simples, en las que
los personajes salían mal parados por terminar decepcionados pero sin
mayor agravio, lo cual no dejó de aparecer en los números de TBO mes tras mes. O semana tras semana, ya que la periodicidad pasó a ser semanal a partir del número 295.
Bech
quiso subrayar la transformación que él inoculó en algunos guiones de
la revista, sobre todo a su “transformación” del Ulises de la familia
del mismo nombre (en La Vanguardia, 18-III-1992). Es innegable
que lo convirtió en un padre más respetable y hasta con cierta fortaleza
económica, lo cual respondía a las directrices marcadas por el
Ministerio de Información y Turismo, que quiso evitar que el humor se
basara en el desprestigio de la autoridad paterna o del marido. Con la
perspectiva que otorga el paso del tiempo, se puede afirmar que La familia Ulises
de Bech no superó en inventiva y aportes originales a la de Buigas,
porque sus guiones insistieron en el acostumbrado patinazo, obstinado su
autor por reflejar al catalán perplejo ante los desmanes de la vida. En
suma, la resultante de este relevo en los guiones fue un mayor
“blanqueamiento” de los guiones en TBO, especialmente en la serie La familia Ulises, como explicaba José María Colomer en el prólogo del volumen recopilatorio publicado por Ediciones del Cotal en 1978:
«La
serie en especial respira un cierto sadismo, manifestado ya en la
primera historieta de 1945, en la que los Ulises se comen a su propio
perro, llamado “Kuki”, creyendo que era conejo, ya que como tal se lo
han presentado los desaprensivos dueños de una fonda campestre” (…)
“Desde un principio ya intervino en los guiones el socio de Buigas,
Emilio Viña (padre del actual director de TBO), en el sentido de
suavizar las expresiones e imágenes más desgarradas y agresivas y
reforzar los vínculos y la estructura familiar del grupo, dentro de una
genérica campaña contra el “mal gusto”. Estas restricciones se
acentuaron con la entrada en vigor de las normas de censura que se
dictaron en la época para las revistas infantiles. Concretamente, en las
“Normas de orientación” de 1952 y en un Decreto de febrero de 1955 se
establecía, entre otras cosas, que había que evitar “toda desviación del
humorismo hacia la ridiculización de la autoridad de los padres, de la
santidad de la familia y del hogar, del respeto a las personas que
ejercen la autoridad, del amor a la Patria y de la obediencia a las
leyes”. Con la muerte de Joaquín Buigas en 1963, se hizo cargo del guión
Carlos Bech, lo cual supuso un evidente endulzamiento de las
historietas de la familia Ulises, con frecuentes “happy end”, loas a la
virtud y a la “caridad cristiana”. El proceso se agudizó con la muerte
de Benejam en 1970». (Colomer, 1978, 5)
«A
partir de 1963, la muerte de Buigas y la sustitución por Carlos Bech
dio un giro inesperado a algunos aspectos ideológicos básicos de la
serie. Por los guiones se extiende el endulzamiento ya aludido, y la
beneficencia pasa a convertirse en el tema más repetido” (…) “La cosa
llega al súmmum con una historieta en la que aparece en cinco viñetas un
anuncio de Cáritas, y en otra que acaba con la familia presidiendo una
reunión de ancianos de un asilo” (…) “Se intensifican los “happy end”,
les va tocando la lotería, y como que sólo faltaba la bendición
eclesiástica, un buen día aparece un cura con sotana que comenta,
refiriéndose a Ulises: “Siempre he dicho que este hombre se comportaba
como un santo» (Colomer, 1978, 10).
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Página
de la serie protagonizada por Ulises escrita por Bech, de TBO nº 301.
En el centro, portada de TBO nº 323, cuando cambia de aspecto para
mostrar una sola imagen. A la derecha, portada del nº 345, cuando vuelve
a mostrar una historieta pero con un cambio leve de diseño. |
TBO
cambió su apariencia levemente en 1964, desde el número 323. El
comprador habitual de la revista se sorprendió al ver que no había
historieta en portada sino una gran imagen que parecía imitar el modelo
escogido por otras publicaciones en ese momento (algunas de Marco,
Valenciana o Bruguera). Pero eso no era lo más importante, lo realmente
diferente es que por fin se incluyeron créditos, en los que se leía que TBO
era una "revista para todos", que iniciaba su año 48º de vida el 3 de
enero de 1964 y que los que la editan eran Buigas, Estivill y Viña, que
los impresores seguían siendo los Baguñá, y que el copyright admitido
para Ediciones TBO era 1958, año en el que se había hecho depósito legal
según la nueva normativa. No obstante estas importantes modificaciones
en el registro, el contenido de la revista era prácticamente el mismo,
sin otra modernización salvo por los anuncios de productos alimenticios
para los chavales que comenzaron a incluirse, primero Nesquik o Danone y
luego Cola-Cao.
En
el número 345, la portada de la revista recuperó un diseño similar al
que había tenido tradicionalmente, con una historieta ocupando la mayor
parte de la superficie. Sin embargo, el chiste ilustrado que durante
tanto tiempo había ocupado el ángulo superior izquierdo fue sustituido
por una logoforma alusiva a la época del año en la que aparecía cada
número: las vacaciones de verano, la vendimia, el pesebre, el esquí, el
viento, la llegada de la primavera… Al cabo de una treintena de números,
ese espacio pasó a ser ocupado casi permanentemente por un dibujo de
Raf en el que aparecían los rostros de seis miembros de una familia
alrededor de una portada de TBO y que se convirtió en uno de los elementos distintivos más característicos de la publicación.
UN TBO PARA TODOS
El año 1965 trajo otra novedad a TBO,
las historietas para niñas, supuestamente para corroborar la indicación
del público al que iba dirigido: “para todos”. Se concedió gran
importancia, por ejemplo, a la serie protagonizada por una niña y
dirigida al público femenino infantil, La pequeña Annie, de
Darrell McClure, que apareció por primera vez en el nº 375 tras
anunciarla en una viñeta del número anterior, y que se mantuvo mucho
tiempo en la publicación. Al poco, desde el número 378, la autora que
firmaba Mª Ángeles (hija de Sabatés) inicio una tira también
protagonizada por niñas, Maribel es así, que contribuyó a que
viéramos aquel TBO como algo más variado y con cierta apertura hacia
otros temas. Poco tiempo después, la serie didáctica e informativa Visiones de Hollywood
también pasó a ser ilustrada por una fémina, la firmante Mary (hija de
Urda), donde se concedió más protagonismo a la imagen de la mujer frente
a lo que antes hacía Mestre. Al año siguiente se incorporó I. Bas como
dibujante de TBO, dándose la circunstancia de que era una mujer, Isabel
Bas, y de que su obra de un humor muy blanco también iba protagonizada
por una niña: Ana-Emilia y su familia.
Annie, en su primera historieta, tomada de TBO nº 376.
A partir del ecuador de la década de los sesenta, se incentivó la entrada de nuevos autores en TBO,
en lo que pudo ser una operación de reforma de contenidos concebido por
Viña con ayuda de Bech para conmemorar el cincuentenario que se
acercaba. A lo largo de aquel año vimos cómo algunos autores mejoraban
su estilo, caso de Pañella y Abat (seudónimo de Batllori Jofré), siempre
en la estela de Benejam, cómo se incorporaba alguna firma habitualmente
ajena a esta revista, como Nadal (eventualmente), G. Iranzo (alguna
historieta primero y luego más frecuentemente) o Raf. Pero lo más
destacado del año fue la llegada de Bernet Toledano y de su personaje
Altamiro, de cuyos guiones se hizo cargo Bech.
Con Josechú “el vasco”, Bech
recalaba en el humor fácil de los tipismos, con un toque exagerado que
hizo de esta suerte de Popeye autóctono un paréntesis muy fresco en la
lectura de la revista. Pero sus guiones más interesantes fueron los
paródicos de ciertos estereotipos del momento, como el troglodita de
tiempos remotos o el espía de la guerra fría, representados en Altamiro de la Cueva y Casimiro Noteví, respectivamente.
La primera mencionada fue posiblemente la serie más lograda de Bech por
su carácter didáctico muy bien conducido. Era una creación de Bernet
Toledano verdaderamente, pero su dibujante dejó los guiones en manos de
Bech tras un par de historietas, y el personaje dejó de ser un mero
decorador de interiores de cuevas para convertirse en un trabajador
social y todo un político. En esta serie se hacía una proyección irónica
de cuestiones modernas hacia el pasado, en contraste con lo que hacía
Gosset con la serie de similar género creada casi al mismo tiempo en la
revista de Bruguera Tío Vivo, la titulada Hug el Troglodita,
donde la mayor preocupación del personaje era huir de mastodontes o
darse un banquete con huevos de pterodáctilo. La obra de Bech y Bernet
Toledano era una serie más ingeniosa que divertida, como correspondía
también a la filosofía editorial de TBO. Si en los tebeos humorísticos de Toray (como Chispa)
se lograba el humor mediante la explotación del estereotipo y en los de
Valenciana con el juego infantil del equívoco, en Ediciones TBO bastaba
con la sorpresa o el descuido para producir humor. En Bruguera, por el
contrario, los guiones se caracterizaron por el sarcasmo incisivo, hasta
rozar el cinismo. El tiempo ha demostrado que se recuerda más este
último tipo de humor, el de la persecución, el zambombazo y el chichón, y
la historia nos deja pruebas: todo el mundo sabe lo que es un “tebeo”
en función de que existió el TBO, pero apenas si se recuerda con exactitud cuándo y cómo nació cada serie emblemática en TBO.
Altamiro de la Cueva, tira tomada de su número de naicimiento y, bajo estas líneas, de TBO nº 606.
Esto le ocurrió a Altamiro de la Cueva,
serie nunca bien datada por historiador alguno de la cultura popular,
que han querido llevarlo a unos nebulosos años cincuenta cuando se trata
de una serie característica del nuevo viraje en la filosofía editorial
de TBO que tuvo lugar en 1965, cuando comenzaron a combinarse
las firmas clásicas de la casa con las nuevas orientadas a otro público
(como al femenino, ya lo hemos visto). Era un TBO levemente
modernizado en el que Salvador Mestres ironizaba sobre las lavadoras
modernas, en el que Blanco criticaba las costumbres de los melenudos o
llegaba incluso a soñar con robots, y Ayné o Sabatés dibujaban sus
ocurrencias sobre la televisión o en torno al arte moderno, al que se
tildaba invariablemente de tomadura de pelo. Altamiro fue el máximo
exponente de este “nuevo” TBO desde su nacimiento en el número
395, fechado el 21 de mayo de 1965. Ya desde su segunda historieta el
cavernícola comenzó a dar muestras de ingenio para resolver problemas
característicos de su tiempo, y sus autores convirtieron ese ingenio en
el eje del humor de la serie. A medida que su popularidad aumentaba, las
invenciones de Altamiro se fueron sofisticando, aunque no por ello los
guiones dejaron de ser livianos. Dio lo suficiente para construir
cuatrocientas historietas, en las que pasó de inventar artilugios para
resolver problemas puntuales a mediar en conflictos sociales surgidos en
el seno de la comunidad troglodítica. En los TBO 2000
publicados desde 1972 con nueva numeración, continuó ejercitando el
personaje esta función mediadora y resolutiva, hasta el número 2.075,
cuando la serie fue raleando y desapareció de la revista hacia el número
2.100, diez años después de su nacimiento. Sin embargo, todavía
pudieron verse algunas historietas en números más avanzados, como el
2265, del 27-I-78. Otras fueron reeditadas en los últimos años de la
publicación, cuando la cabecera pasó a titularse El TBO.
La renovación de la revista continuó en 1966 incentivando la entrada de nuevas firmas, entre las que encontramos la de Fraper y la de Alfons Figueras, autor habitual en Clíper y en Bruguera, poco visto por TBO. En esta etapa llegó a firmar Bech también alguna serie nueva, como la publicada a doble página Don Jerónimo,
que dibujaba un tal Roldán, en la que describía los avatares de un
empleado y su jefe en una oficina, insistiendo en los argumentos tópicos
del equívoco y el escarmiento. Roldán no era otro que Raf, el genial
dibujante de Sir Tim O`Theo en las revistas de Bruguera. Raf
fue quien dibujó la logoforma que se dispuso en portada en 1967 para
conmemorar el cincuentenario de la revista, aunque su firma fue retirada
del mismo al cabo de unos pocos números, al convertirse en colaborador
fijo de Bruguera; en adelante, firmaría siempre sus trabajos en TBO como Roldán. Tras él, llegaron otras firmas que nunca habían estado en TBO, como la de C. Ibor o la comentada de I. Bas.
Páginas centrales de TBO
nº 465, con una historieta de Blanco, a la izquierda, y una de Don
Jerónimo, por Joan Rafart (tan pronto Raf como Roldán en las páginas de TBO).
Durante
el año de fastos del cincuentenario, Viña echó la casa por la ventana y
programó gran cantidad de números especiales conmemorativos. Aparte,
desde el número 529, del 15 de diciembre de 1967, se ensayó con una
nueva modalidad de impresión de la tripa de la revista pues pasó a
ofrecerse con páginas a dos tintas allí donde antes había solamente
blanco y negro. De este modo, el TBO pasó a ofrecerse “a todo color”, si
bien la impresión completa a cuatricromía no llegó hasta octubre de
1968. A lo largo de este año y el siguiente de la revista no hubo más
transformaciones de importancia, salvo por la llegada de algún neófito,
como Olivé, y pese al plan de modernización observamos que se recurrió
al rescate de historietas del pasado no editadas en su día (al menos
pasó con Coll y con Conti).
Aunque Buigas ya no estaba, TBO
no se desprendió de su tradicional aspecto y filosofía en el comienzo
de la década de los setenta. Hasta el año 1971 no hubo nuevas firmas
dignas de mención y ese año se incorporó Sirvent únicamente, un autor
poco sobresaliente pero que hizo un importante trabajo de corrección y
revisión de historietas en la sede editorial. Al año siguiente soplaron
otros vientos. En 1972 comenzó José Royo, titubeante en un principio, y
se rescató la firma de Morales, que exhibía un estilo poco rupturista
pese a la indiscutible calidad de su dibujo, hasta el punto de que
podríamos llamarle “el Nadal de TBO”. Regresó también Blancafort para
trabajar más asiduamente y se incorporó otro recién llegado de estilo
ciertamente más joven, Alfonso (Alfons López) aportando historietas de
un héroe paródico de Flash Gordon. Otros indicios de cambio o evolución
durante este año los hallamos en el hecho de que Benejam se había
retirado en 1969 a causa de problemas oculares y sus historietas
(procedentes de archivo) comenzaron a espaciarse, y en la transformación
estética de algunas secciones, como "De todo un poco", a lo cual
contribuyó Pere Olivé.
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Páginas de TBO nº 531, en la que vemos a Blanco, Isabel Bas y C. Ibor, y nº 547, en la que participan Nadal, Olivé, Roldán y Gort. |
El resto de colaboradores incorporados a TBO
al comienzo de la década no elevaron la calidad media de la revista, ni
los recién llegados mejoraron en demasía, por muy respetables que
puedan se consideradas sus aportaciones. Mª Angeles no evolucionó en
absoluto, C. Ibor muy poco, Isabel Bas también adoptó un modelo
narrativo muy rígido, otros como Cos, Gort o Ibarz, no destacaron
apenas. Bech siguió durante todo este tiempo escribiendo historietas en
una labor continuista que si pretendía mantener la fidelidad del público
del “TBO de siempre” no lo consiguió, porque las cifras de
ventas siguieron cayendo: 158.000 ejemplares de cada número se tiraban
al final de 1963, 115.000 en 1971, en una curva descendente que no se
detuvo (Barrero y De Gregorio, 2011), aunque debemos tener presente que
la revista era ahora semanal, o sea que hubo una media de 150.000
ejemplares semanales de TBO, lo que significa que circulaban 600.000
tebeos con este título cada mes por los quioscos españoles. Quizá se
hicieron ese cálculo los editores cuando, en 1968, a partir del número
574, TBO comenzó a ser impreso a todo color e incorporó una
logoforma en la parte superior izquierda de la portada para indicar que
la revista gozaba de "600.000 lectores" a partir del nº 744. Gran cifra,
que también pudo obedecer a una estimación del número de personas que
accedía a cada número[2].
Pese
a la bajada de ventas, la revista había alcanzado el reconocimiento
máximo llegada la década de los setenta. El Ministerio de Información y
Turismo le concedió la encomienda de la Orden del Mérito Civil a Alberto
Viña Tous, que al mismo tiempo (y quizá precisamente por eso) era
consejero nacional en el área de prensa infantil. Concretamente se
premió su labor como director de la revista TBO, por "la constante atención puesta en favor del correcto esparcimiento de la infancia".[3]
Bech también fue premiado al poco, en noviembre de 1974, como Mejor
Autor de Narraciones de Historietas Juveniles, que era sobre todo un
premio literario, al que Bech concursó con un cuento y un surtido de sus
secciones para TBO.[4] Otros guionistas de TBO
no tuvieron tanta suerte como él. Por ejemplo ¿quién recuerda hoy a
Arturo Llorens, Juan Almudí, Estanislao Boldú o Tomasetti? Tampoco se
recuerdan todas las historietas del guionista Bech, que escribió muchas
más de las que se le acreditan (bastantes de Coll, muchas de Blanco y de
Pañella). Lluís Giralt i Llordés habla de treinta mil guiones, aunque
este dato constituye un cálculo grosso modo. (Giralt, 1995, 24)
| Portadas de TBO nº 574, el primero que iba a todo color, y del nº 744, con la logoforma en la que informaban de sus "600.000 lectores". | |
EL DECLIVE DE TBO
Con el número 789, con fecha del 8 de diciembre de 1972, cesó la colección en curso de TBO
para volver a relanzarla con nueva numeración. Los editores sumaron los
números publicados con anterioridad y llegaron a esta cifra errónea
(1.097 números de 1917-1938 130 de 1943-1952 789 de 1952-1972 = 2.016)
pero conveniente para marcar un nuevo punto de partida. Llegaba el “TBO 2000”,
un replanteamiento de la revista en la que lo primero que llamaba la
atención era que la historieta de portada, de Bech y Moreno, muy bien
resuelta, se continuaba en el interior a lo largo de seis páginas. Era
un modo distinto de servir historietas en este tebeo, algo por completo
inédito en su historia, en la que jamás se habían sobrepasado las dos
páginas para una historieta.
Se
trataba de un plan de renovación parcial de la revista, sin duda debido
al imparable descenso de las ventas, cuando la tirada estaba ya por
debajo de los 100.000 ejemplares de cada número. Pensaron añadir
historietas de distintas firmas a los contenidos clásicos (seguían
Blanco, Moreno, Salvador Mestres o Sabatés, por ejemplo, si bien éste
estrenó serie: Detective Philip Morros que derivaría luego en Casimiro Noteví, Agente del TBÍ).
De modo que a los ya conocidos Alfonso, Sirvent, José Royo y Soler se
les unió un año más tarde una nueva plantilla de jóvenes historietistas,
entre ellos: Tha, Marquillas, Pérez Huerta, Gin, Picanyol, Cubero y
Rigol, con Óscar Soriano echando una mano con los guiones.
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Portadas de los números 2.061, 2.083 y 2.131 de TBO.
El primero muestra el cambio de rumbo en la publicación, con más
interés por los éxitos televisivos, el segundo muestra una serie belga
(la de los "tebeítos") y el tercero la impronta de las modas, en el
personaje Casimiro Noteví, agente del TBÍ. | |
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Dicha
renovación se reforzó, a partir del número 2.060 (con fecha del 8 de
febrero de 1974), con la incorporación de la serie belga Marc Lebut et son voisin (a la que se dio el nombre en castellano de Florentino y su vecino), con guiones de Maurice Tillieux y dibujos de Francis (Francis Bertrand). En el número 2.083 se incorporaron Les Schtroumpfs, de Peyo, hasta entonces conocidos por estos lares con los nombres de Los Pitufos, en castellano, y Els Barrufets, en catalán, y que la veterana cabecera rebautizó como Los Tebeítos. Ambas series aparecieron intermitentemente en las páginas de TBO hasta 1977, e incluso se les dedicaron algunos extraordinarios y especiales con carácter monográfico.
Con
la intención de utilizar como reclamo los éxitos televisivos del
momento –en una época en la que la oferta estaba monopolizada por los
dos canales de Televisión Española-, TBO decidió aprovechar las
dotes de Cubero como caricaturista para llenar sus páginas con
historietas suavemente paródicas de series y programas como Kojak;
Colombo; La casa de la pradera; Un, dos, tres…, responda otra vez;
Canon; Curro Jiménez; McCloud; Las calles de San Francisco; Los hombres
de Harrelson; El hombre de azul y varios más, siempre con los
títulos alterados en tono humorístico. Otro de los fenómenos del momento
en la pequeña pantalla, la serie japonesa de dibujos animados Heidi,
dio pie a una adaptación al lenguaje de la historieta de las dos
novelas de la escritora suiza Johanna Spyri protagonizadas por ese
personaje y de las que se encargó el propio Cubero: la primera apareció
como un número especial en 1975, mientras que la segunda se sirvió por
capítulos –algo completamente novedoso en TBO, que hasta
entonces siempre había evitado la fórmula del “continuará” en las
historietas elaboradas por españoles- entre los números 2.169 (con fecha
del 12 de marzo de 1976) y 2.185 (del 2 de julio del mismo año),
recopilados después en otro especial. Lógicamente, no pudieron
utilizarse los diseños de los personajes de la serie japonesa de dibujos
animados, a los que Cubero aludía veladamente.
Fue también en este período cuando TBO
acogió en sus páginas a un mayor número de personajes que no se
convirtieron en fijos pero sí en habituales, como la ya mencionada Casimiro Noteví, agente del TBI, de Sabatés; Leoncio, veterinario, y su ayudante Macario, de Cubero; Tontolín de Tarrascón, de Moreno; Balín y Largo, del gran Madorell; Agapito y Pascualín, de Bernet Toledano, o Historias del Fort Baby, de Tha y Sirvent. Ninguna de ellas caló lo suficiente entre la afición como para despertar entusiasmo.
Otra
iniciativa de esta época fue la publicación de números extraordinarios
en catalán. El primero de ellos vio la luz el 23 de abril de 1976, día
de Sant Jordi (Fiesta del Libro), como inicio del año en que se
conmemoraba el 60º aniversario de la revista. Le siguieron otros tres,
aparecidos en el verano, la navidad y la primavera siguientes. Sin duda,
los responsables de la revista eran conscientes de que parte del éxito
cosechado en la posguerra se debía a que TBO se convirtió para muchos lectores en aquellos años en una especie de sustitutivo del desaparecido En Patufet, pues
aunque se trataba de dos publicaciones muy diferentes en muchos
aspectos, compartían un planteamiento sociológico semejante, afín a la
pequeña burguesía catalana conservadora. Pero esos cuatro números no
ofrecían otra cosa que historietas ya conocidas traducidas (podría
decirse que “retraducidas”, ya que los guiones originales de muchas de
ellas se habían traducido del catalán al castellano antes de ser
publicados), y la respuesta del público no fue la exigible para seguir
adelante con la experiencia. Es más, TBO había bajado
escandalosamente su tirada hasta por debajo de los 50.000 ejemplares por
número. En los últimos veinte años había perdido trescientos mil
lectores.
La
renovación más radical que se intentó se concentró en una página
semanal, “La habichuela”, que empezó a aparecer en el número 2.259 (con
fecha del 16 de diciembre de 1977) y se mantuvo hasta el número 2.318 (9
de febrero de 1979), cuando fue sustituida por una sección similar de
tres páginas denominada “2mil”, ofrecida en los números 2.320, 2.323,
2.324, 2.327, 2.329 y 2.338. En ambos casos se trataba de un revoltijo
de dibujos, fotos y textos que introdujeron en TBO un tipo de
humor hasta entonces desconocido: el absurdo. Los responsables de este
interesante experimento, que también dio pie a los cuatro especiales
titulados El habichuelo y al TBO Extra con humor a topos,
eran jóvenes autores recientemente incorporados a la revista: Esegé,
Paco Mir, Tha y TP Bigart (Joan Tharrats, hermano de Tha), junto a
Sirvent, llegado antes que ellos pero con los que congenió rápidamente.
Con la ausencia de Esegé, el grupo continuó después su andadura en El Jueves con el nombre de Quatricomía-4.
Los integrantes del grupo habían llegado a TBO
por caminos distintos. La veterana cabecera ofreció a un jovencísimo
Tha (August Tharrats) la posibilidad de publicar sus propias historietas
tras haber estado un año y medio en Bruguera entintando obras de F.
Ibáñez, Escobar o Raf. Su hermano Joan, que entonces estudiaba COU,
proporcionó un guión en una situación de necesidad y se quedó, firmando
sus primeros trabajos como T.P. Bigart. Paco Mir, que más tarde se
convertiría en uno de los integrantes del grupo teatral Tricicle, había
acudido a la redacción a mostrar sus dibujos con cierta desgana,
recomendado por su padrastro, que era el médico personal de Albert Viña
(Roig, 2000: 161). Todos ellos eran admiradores de Monty Python, Woody
Allen y Lauzier (ídem: 160), y proporcionaron a las páginas de TBO un toque surrealista inaudito en esta publicación.
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Izq.: Página de "La habichuela" en TBO 2.267. Sobre estas líneas, la familia Habichuela. Dcha.: Familia Ulises Habichuela. |
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Entre
las locuras de “la página loca de TBO” (así se autodefinía) destaca el
premio Habichuela, adjudicado cada mes por sorteo entre los chistes
gráficos aportados por los lectores y seleccionados para su publicación.
Según recordaba Tha,
«la
gente nos enviaba paridas, seleccionábamos una y la reproducíamos.
Después poníamos el dibujo sobre una cartulina, enganchábamos una
habichuela y todo el grupo llevaba el trofeo al premiado. El primer
ganador fue un chico de Calella. Cogimos el coche y se lo llevamos. El
chaval flipaba. Era [todo] como muy bestia… Sólo entregamos un par.
Pensamos: “¿Y si gana alguien de La Coruña, qué?”» (ídem: 162).
La “revolución” que provocaron en TBO no se circunscribió a los contenidos de su obra, sino que alcanzó incluso a sus condiciones de trabajo. Según Tha,
«(…)
luchamos mucho para que nos devolviesen los originales. Les decíamos:
“Nosotros sólo os hemos vendido los derechos de reproducción”. Eso les
impresionaba porque era nuevo. Hasta entonces, si querías cobrar tenías
que firmar un papel que decía que renunciabas a todo. El resto de
dibujantes no se añadió a nuestra iniciativa. Estaban en otra historia.»
(ídem: 161).
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| Un número de TBO servido con El Correo Catalán. |
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Un número de TBO servido con el diario Última Hora.
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El primer número de TBO cuyo título pasó a ser El TBO, nº 2.365.
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El contraste entre las aportaciones de estos jóvenes autores y las de los dibujantes clásicos de TBO
que permanecían en activo era abismal, y el resultado era una revista
un tanto esquizofrénica que no se sabía muy bien a qué clase de público
iba dirigida. Los lectores “de toda la vida” no entendían el humor de lo
que algunos llamaron “el grupo de La habichuela”, y a quienes
conectaron con ellos les parecía que el resto de la revista resultaba
terriblemente aburrida y pasada de moda. La tirada descendió aún más, se
mantuvo entre los 30 y los 40.000 ejemplares semanales.
En
medio de esta situación, la revista fue perdiendo lectores
paulatinamente según avanzaba esta década hasta que, en 1979, ante la
obvia necesidad de estabilizar las cifras de beneficios, Viña optó por
ofrecer la publicación a varios diarios como suplemento un día a la
semana, una propuesta que le aceptaron únicamente El Correo Catalán, de Barcelona, y Última Hora, de Palma de Mallorca, diario que servía 13.000 ejemplares de TBO
una vez a la semana (Cortés, 1992: 55). Para diferenciar esos tebeos de
los que podían adquirirse normalmente en los quioscos, se imprimió en
una franja en el ángulo superior izquierdo con la cabecera del diario
correspondiente. La experiencia se prolongó durante un año y medio.
Interesados
los editores por dejar claro que la marca “TBO” era la del sello de
Buigas, Estivill y Viña, a mitad de la andadura de esta colección se
cambió el título de la revista por otro, más coloquial, El TBO.
Ocurrió al inaugurar 1980, justamente a partir del número 2.365, que
llevó fecha del 4 de enero de aquel año. Desde entonces el TBO fue más “el TBO”
que nunca, porque en vez de plantearse reverdecer los contenidos de la
publicación con interés por conquistar a un nuevo público, sus editores
recurrieron a material de archivo para así cubrir expediente sin dejar
de ser fieles al lema que adoptaron a partir de cierta altura (“De tebeo
sólo hay éste” leemos en el número 2.408). Lo que los lectores
adquirían en el quiosco por entonces eran las mismas historietas de
Tinez, Benejam, Coll, Forton o Castanys ya publicadas décadas atrás. Y
así durante todos los números de este año y del siguiente. Obviamente,
con una publicación así no se podía conquistar a un nuevo público.
Sin
embargo, esta especie de retorno al pasado propició la fugaz
incorporación de algunos autores veteranos, como Jaime Juez, que con su
seudónimo Xirinius firmó tres historietas de la serie Las andanzas de Tuño y Nuño ponen el corazón en un puño en los números 2.365 (4-I-1980), 2.366 (11-I-1980) y 2.367 (18-I-1980).
Viña seguía perdiendo lectores y dinero y fue entonces cuando recurrió a otra asociación para sostener el negocio. Ofreció TBO como suplemento a la revista femenina Lecturas,
que por entonces tenía una tirada de entre 400.000 y 550.000 ejemplares
semanales, los cuales acompañaba con su correspondiente TBO, que además pasó a ser impreso en los talleres de HYMSA, los de la revista Lecturas
(Cortés, 1992: 55). Pero eso no detuvo el detrimento del tebeo, que
seguía publicando historietas recicladas en su totalidad y que había
terminado alcanzando las mayores tiradas cuando publicaba los peores
contenidos.
El TBO
de toda la vida reveló ahora su mayor debilidad: el anquilosamiento. La
revista llevaba demasiado tiempo perdiendo lectores y lo último que
debieron hacer sus gestores fue llenar sus páginas con historietas
clásicas de Tinez, Benejam, Coll, Forton, Castanys… aquellos tebeístas
de siempre, como en la redacción les gustaba denominarlos. Esa era la
línea que se había marcado Buigas desde la salida de la publicación:
humor blanco, sencillo y sin complicaciones, libre de ideologías,
moralinas y alusiones sicalípticas. Viña perpetuó ese esquema,
resultando una de las publicaciones más longevas de nuestra industria
aunque también una de las más predecibles, de la cual no extraña que
surgiese aquel dicho “estás más visto que el TBO”.
Duró diez años esta última etapa de TBO 2000 / EL TBO, hasta 1983. En 1982, al dejar de servirse el TBO con cada número de Lecturas, Viña buscó otro impresor, recurriendo a Editorial Vizcaína, S. A., y rebajó la tirada a 28.000 ejemplares por número,[5]
si bien fueron impresos sobre papel de mejor calidad (Cortés, 2000:
56), pero las cuentas no salían. La empresa declinó definitivamente en
el verano de 1982, suponemos que con ventas por debajo de los 20.000
ejemplares. Revisando los últimos números de la colección comprobamos
que la periodicidad semanal se mantuvo hasta el fin de julio de 1982 y
que, tras casi medio año de interrupción, la publicación fue reanudada
en un último intento por permanecer en el mercado con periodicidad
mensual. Sólo consiguió sobrevivir hasta abril del año siguiente. Este
sería el desglose con los últimos números con sus fechas:
nº 2.488: 21 de mayo de 1982
nº 2.489: 28 de mayo de 1982
nº 2.490: 4 de junio de 1982
nº 2.491: 11 de junio de 1982
nº 2.492: 18 de junio de 1982
nº 2.493: 25 de junio de 1982
nº 2.494: 2 de julio de 1982 -presumiblemente-
nº 2.495: 9 de julio de 1982 -presumiblemente-
nº 2.496: 16 de julio de 1982 -presumiblemente-
nº 2.497: 23 de julio de 1982
nº 2.498: (sin fecha)
nº 2.499: Enero de 1983
nº 2.500: Febrero de 1983
nº 2.501: Marzo de 1983
nº 2.502: Abril de 1983
Estrictamente hablando, el último TBO
no fue el 2.502, sino el extraordinario "32 portadas de las más
representativas de TBO", que apareció al mes siguiente del último número
regular, y que incluía una discreta despedida de Viña en una esquina de
la contraportada.[8]
| |
El último número del genuino TBO, nº 2.502. | |
Sorprendentemente, TBO
había muerto tal y como Buigas lo concibió setenta años antes.
Obstinado por consolidar una marca y un modelo de entretenimiento
atractivo en las dos primeras décadas del siglo XX, el editor catalán
acabó construyendo un vehículo de humor sencillo que ha etiquetado toda
la producción española de historieta posterior. Los que tomaron su
relevo, los Viña y el grupo de guionistas capitaneados por Bech,
desarrollaron una labor continuista, manteniendo incólume el eje que
guió al TBO original. Buigas apartó su nombre voluntariamente de su obra y los guionistas acabaron eclipsados por sus personajes.
Mucho
más tarde, en los años noventa, Bech manifestó que él quedó muy
descontento de la venta que tuvo lugar en 1984 de todo el fondo
editorial de Buigas y asociados a Bruguera, dado que no iba a cobrar ni
un céntimo por la reedición de sus miles de guiones. A partir de ahí,
muchos fueron los cruces de acusaciones sobre quiénes lo habían hecho
bien y quiénes mal en la gestión editorial de la representativa revista.
Pero a la postre no se puede negar que Rosa Buigas Suárez, hija de
Joaquim Buigas, tenía razón cuando se dirigió indignada a La Vanguardia para dejar claro que la repercusión de TBO, lo que lo convirtió en “el tebeo”, se debió sobre todo al ingenio y al tesón de su editor primero.[6]
EL RESCATE DE TBO
En
1984, el último gerente de la empresa Buigas, Estivill y Viña, S. L.,
Albert Viña, vendió la empresa a un grupo editorial más poderoso, única
opción de sacar el proyecto editorial de la quiebra absoluta. La
decisión del editor no fue bien admitida por Carles Bech, que recordaba
así el suceso: “Viña nos hizo la jugada de vender el nombre, los
derechos y miles de páginas a un grupo editorial que ‘refríe’ nuestras
ideas a su antojo.” (Manzano, 1993:42).
Albert
Viña, en 1988, tras la compra del fondo editorial por parte del Grupo
Z, se vio obligado a dirigirse a los medios de comunicación para
desmentir la depreciación y quiebra de la empresa. La revista había sido
invocada como un producto rancio en un programa emitido por la
televisión catalana titulado Crónica Tres y Viña se dirigió a La Vanguardia para defender las aportaciones populares de TBO,
reafirmar las tiradas “muy cercanas al medio millón de ejemplares”
(sic) y asegurar que la empresa no hizo suspensión de pagos en 1983
puesto que no dejó deudas pendientes.[7]
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| Portadas de los TBO de Bruguera (arriba) y de B (bajo estas líneas). Ya no eran el genuino TBO. |
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A
partir de aquí asistimos a una recuperación de los fondos de Ediciones
TBO, a la reedición de sus historietas, pero no a la recuperación de TBO; ni de su espíritu siguiera. En abril de 1986, Bruguera sacó a la calle, con periodicidad semanal, un nuevo TBO,
experimental y para un público maduro que fue dirigido por Joan
Navarro, abanderado por entonces de la llamada “línea clara” y ex
director de Cairo. El TBO de Navarro –subtitulado Semanario de diversión y reflexión-
fue recibido con frialdad porque sus contenidos nada tenían que ver con
los que habían caracterizado tradicionalmente a la cabecera, salvo por
unas pocas historietas de archivo, sobre todo de Coll, autor al que se
reivindicaba. Pere Joan, Gallardo, Micharmut, Sento, Mique Beltrán, Vallés, Guillem Cifré, Max, Javier de Juan, Raúl, Del Barrio, Martí, Linares, Beltranavas, Gual, Álvarez, Keko, Vázquez y Mariscal fueron los autores habituales en esta etapa, que incluyó también material extranjero de Autheman & Roussean y la serie Aquiles Talón, de Greg. Pero Bruguera arrastró en su caída a esta singular publicación en su séptimo número.
Tras
la quiebra de Bruguera en 1986, todo su material e infraestructura
fueron a parar al Banco de Crédito Industrial, su principal acreedor. Al
año siguiente, el Grupo Z adquirió esos fondos, que fueron la base de
su sello Ediciones B. Los editores de B, conscientes del gran volumen de
historietas de TBO que podía utilizar para satisfacer a un
público potencial aún muy grande, resucitó la cabecera en 1988 con
periodicidad mensual publicando 105 números (no 106 como se ha afirmado
ocasionalmente). Su primer director fue nada menos que Víctor Mora, el
creador literario de El Capitán Trueno, y se contó con Ramon Sabatés
para que dibujase nuevos inventos del profesor Franz de Copenhague.
Junto a un cuadernillo central titulado “El TBO de siempre”, que
recuperaba páginas de épocas pasadas, encontramos colaboraciones de
dibujantes como Vázquez, Edmond, Raf, Segura o Cera y Ramis, así como
cómics de procedencia francesa o belga. No era el genuino TBO pero no fue un mal tebeo.
Quizás lo más interesante de esta etapa fuese la serie La familia Rovellón, una versión actualizada de La familia Ulises
que llevó guiones de Francisco Pérez Navarro y dibujos de Jordi García
Sempere. Esta familia, que habita en una Barcelona perfectamente
reconocible en su etapa preolímpica, está formada por trasuntos de los
personajes de Benejam: el matrimonio compuesto por Homero y Hortensia
Rovellón, víctimas inconscientes de su propia obsesión por aparentar; la
abuela Filomena, cuya afición a las hierbas y a los remedios
alternativos la han llevado en alguna ocasión a visitar Katmandú; Dolly,
la hija mayor, una pija obsesionada con los productos de marca que
estudia Bellas Artes; su hermana Menchu, que toca la batería en un grupo
punk y se siente plenamente identificada con este movimiento; Poli, el
hijo, que invierte en bolsa desde su casa y que se pasa el día ante la
pantalla de su ordenador, y Trekky, una gigantesca perra de raza
bobtail. Una propuesta interesante cuya mayor limitación es que sólo
alcanzaba todo su sentido en relación con su predecesora. Con alguna
interrupción, la serie de La familia Rovellón alcanzó a publicarse hasta el número 90 de esta etapa de TBO.
Curiosamente, la colección de Ediciones B se solapó en el tiempo con otro TBO: el que aparecía semanalmente en El Periódico de Catalunya,
encartado en su suplemento dominical. Fueron en total 110 números,
publicados entre el 10 de enero de 1988 y el 11 de febrero de 1990, con
contenidos procedentes tanto de la extinta Editorial Bruguera (Mortadelo y Filemón y otros) como del TBO de Buigas, Estivill y Viña (La Familia Ulises). Otras intentonas de rescatar el espíritu de Buigas fueron publicaciones como El Mono Gràfic,
revista de Sabadell, algunas recopilaciones de historietas clásicas
lanzadas con carácter monográfico por Ediciones B, y por supuesto el
reciente coleccionable que ha editado Salvat, que vienen a demostrar que
los personajes emblemáticos de la revista siguen teniendo un grupo de
fieles seguidores.
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El suplemento de El Periódico. | Reedición de Ediciones B. | Reedición de los extras por Salvat. |
CONCLUSIONES
La sombra de Buigas fue alargada sobre la revista TBO.
El editor, director y guionista logró llevar la publicación a un techo
de ventas máximo durante los años cincuenta usando una receta
invariable, en la que los ingredientes básicos eran la anécdota, los
personajes con los pies en tierra y la firma Benejam. Pero la fórmula
reiterada llegó a cansar y desde 1958 la curva de ventas se tornó
descendente y ya no dejó de bajar.
Los Viña, padre e hijo, siguieron al dictado las indicaciones y deseos de Buigas con TBO: nada de truculencias y malos consejos, dibujo limpio y textos cuidados y bufaradas
sin palabras malsonantes. La revista pasó a ser identificada con un
producto inocuo que fue admirado y seguido por muchos y hasta
galardonado con premios nacionales. Esto no evitó la reducción de la
tirada de cada número, que de un techo de 350.000 ejemplares pasó a sólo
50.000 o menos veinte años más tarde.
La
renovación de contenidos no llegó con Carlos Bech en los sesenta ni con
los jóvenes historietistas incorporados en los setenta, autores de un
sentido del humor non sense que no encajaba en la revista. Ni
el maquillaje del título con el subtítulo “2000” ni el añadido del
artículo determinado “El” para demostrar que aún conservaba la majestad
de antaño, impidieron su cierre al comienzo de los años ochenta, tras
sobrevivir como suplemento de otras revistas, algo poco común en la
historia de la historieta española.
Lo
que sí quedó fue el recuerdo de un modelo inamovible, la huella de
Buigas, un aspirante a escritor que se refugió en la prensa infantil y
que a fuerza de insistir logró instaurar una marca que se ganó un
reconocimiento en la historia de la prensa Española al tiempo que
favoreció la implantación de un término de uso común: tebeo. Al cabo de
los años, tanto el concepto tebeo como la publicación TBO siguen
arrastrando una considerable carga de desconsideración por parte de los
historiógrafos en particular, de la cultura en general e incluso de los
mismos aficionados al cómic por considerar ambos como sinónimos de
infantilismo.
Hoy, a pocos años del centenario de TBO,
se siguen publicando álbumes recopilatorios de historietas de esta
revista de los años diez que nunca quiso evolucionar. Los lectores de
hoy apenas somos capaces de distinguir la adscripción a una época cuando
accedemos a esa mezcolanza de ocurrencias de Buigas, pudiendo ubicar
una historieta de TBO en los treinta o en los sesenta, en los
cuarenta o más atrás; no importa. Un humor tan básico no perece y por
eso sigue resultando grato abrir un TBO, cualquiera, de
cualquier época, y descubrir que todas las historietas son predecibles
sin dejar de ser encantadoras. Cosas de chiquillos.
BIBLIOGRAFÍA:
BARRERO, Manuel, y DE GREGORIO, Carlos (2011): “Entrevista a Viña, el último director de TBO”, en Tebeosfera, II época, 8. Versión en línea en este enlace.
COLOMER, José María (1978): “La Familia Ulises. Ilusiones y frustraciones de la pequeña burguesía barcelonesa”, prólogo a La Familia Ulises. La más famosa de las familias, Barcelona: Ediciones del Cotal.
CORTÉS PASCUAL, Juan José (1993): Historia y análisis de la revista TBO hasta la commemoración de su 75 aniversario (1917-1992),
tesis doctoral inédita leída en la Facultat de Ciències de la
Informació de la Universitat Autònoma de Barcelona, depositada en dicha
facultad con fecha de 1993 y signatura 1.072.
DEL ARCO (1967): “Mano a mano. Alberto Viña”, en La Vanguardia Española, 18-III-1967, p. 27
GIRALT I LLORDÉS, Lluís (1995): Els dibuixants del TBO. Dibuixos originals 1917-1960, Sabadell: Plumilla Publicitat.
MANZANO, Emilio (1992): “Una vida entre viñetas. Carles Bech celebra el 75 aniversario de la revista TBO”, en La Vanguardia, 18-III-1992.
MARTÍN, Antonio (2000): Apuntes para una historia de los tebeos, Barcelona: Glénat España
MONEGAL, Fernando (1974): “Historietas para niños. Carlos Bech, premio nacional de literatura infantil”, en La Vanguardia Española, 27-XI-1974.
PÉREZ ANDÚJAR, Javier (2008): “Secretos de TBO”, en El País, 17-I-2008.
ROBLES SÁNCHEZ, Pedro (2000): “Ens ha deixat un andreuenc singular (Carles Bech i Abadias, un home del TBO)”, en Finestrelles, núm. 11.
ROIG, Sebastià (2000): Les generacions del còmic. De la Família Ulises als Manga, Barcelona: Flor del Vent Edicions.
SEGURA, Rosa (2006): Ediciones TBO ¿dígame? Memorias secretas de una secretaria, Barcelona: Marrè Produccions Editorials.
NOTAS:
[2]
Hay otras tiradas “astronómicas” de ciertos tebeos españoles publicados
por Valenciana o Bruguera durante los años cuarenta y cincuenta que
exigen una reflexión similar. Los editores solían alardear del gran
público que alcanzaba a leer sus productos, pero en las cifras que daban
solían contabilizar los lectores que accedían a cada tebeo, no los
ejemplares tirados en la imprenta del mismo.
[3] La Vanguardia Española, 13-VIII-1967, p. 22
[4] La Vanguardia Española, 27-XI-1974
[6] La Vanguardia, 23-III-1992, p. 18
[7] La Vanguardia, 18-II-1988, p. 5
[8]
Precisión que nos ha hecho notar Carlos De Gregorio junto con la
información sobre los últimos números donde se publicó la serie
"Altamiro de la cueva".
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TEBEOAFINES
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CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JORDI MANZANARES; MANUEL BARRERO (2011): "EL TBO DE VIÑA. EL TEBEO QUE NO QUISO CAMBIAR" en TEBEOSFERA 2ª EPOCA 8, SEVILLA / TERRASSA : TEBEOSFERA. Consultado el día 10-III-2013, disponible en línea en:
http://www.tebeosfera.com/documentos/textos/ el_tbo_de_vina_el_tebeo_que_no_quiso_cambiar.html
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© 2011 Jordi Manzanares y Manuel Barrero. Corrección por Javier Alcázar.
Datos e imágenes tomados de ejemplares originales
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