sábado, 23 de marzo de 2013

Relatos antiguo

 

La forja de la señora de la destrucción
— ¡Atrás, bruja!—bramó el mago elfo con lágrimas en los ojos—. ¡No tendrás lo que has venido a buscar! Amaranthae miró calmosamente al último miembro que quedaba de la Vieja Guardia, la banda de aventureros con la que había viajado durante más de un año. La druida dio un paso hacia delante, pasando por encima del cadáver sanguinolento que había sido Galore, el guerrero del grupo. Sabía que era más poderosa que él, y que, mientras el elfo había gastado
buena parte de sus conjuros de combate en la presente aventura, ella había guardado sus mejores bazas para aquel momento. No obstante, sabía que el hechicero era astuto, y que debía tener mucho cuidado con él si quería salir ilesa de aquel duelo mágico. A su espalda, escuchó un quedo gruñido mientras un enorme simio entraba en el círculo de luz que los iluminaba. La hercúlea criatura lo acompañaba desde que fue capaz de vincular a ella a algo más grande que un lobo.

Númacil el Portentoso lo miró con terror alzando el bastón de Elakazhadar a la defensiva.

— Númacil, no lo hagas más complicado —dijo una voz lenta, cadenciosa y musical que sonó cruel en los labios de la mujer— Vuestra negativa a entregarme el bastón ya se ha cobrado suficientes vidas.

— ¡Y estoy dispuesto a que se cobre una más, miserable! ¡Tú o yo!
El elfo trazó un símbolo en el aire con la mano y comenzó a musitar las palabras de un encantamiento que Amaranthae conocía bien. Había previsto aquél primer movimiento, así que ignoró al hechicero y extrajo de su cinturón una delgada
varita de plata. Apenas parpadeó cuando de la palma extendida de Númacil rugió un rayo voraz de fuego que crepitó por la habitación y fue absorbido por su escudo protector sin producir sonido alguno. El altivo conjurador dejó escapar una maldición ahogada y su rostro se torció en una mueca de miedo y desesperación. La druida pronunció la palabra que había escrita en el mango de la varilla, y de su extremo cristalino brotó una pequeña esfera de luz azulada que voló de forma inexorable contra el elfo. El hechicero conocía bien lo que iba a suceder a continuación, y observó impotente cómo la inocente bola chocaba contra su armadura de conjuros defensivos y la derretía, disipándola por completo. Mientras, el gigantesco simio de la druida avanzaba hacia él, amenazador.

Jadeante, retrocedió unos pasos y agitó los brazos frenéticamente en unos pases mágicos, recitando otro conjuro mientras Amaranthae hacía lo propio con el suyo. Dos dardos de refulgente energía mágica brotaron de los dedos de Númacil y se clavaron con pavorosa fuerza en el torso y cuello de la bruja. Esta dio un paso hacia atrás debido al violento impacto del conjuro, y apunto estuvo de tropezar con el cadáver de Galore y caer al suelo. Sintió un dolor lacerante, pero no obstante, se rehizo rápidamente y fue capaz de terminar su conjuro sin interrupciones. Sonrió triunfal cuando hubo pronunciado la última sílaba del sortilegio y el hechicero comenzó a notar que algo iba terriblemente mal. Así que aquello era lo que sentían sus oponentes. Empezó a notar un frío entumecedor en todo su cuerpo. Su sudor se estaba empezando a congelar,
robándole el calor del cuerpo. Pronto se reduciría a una masa temblorosa temblando en un rincón, y poco tiempo después moriría congelado. Eso si el simio no lo despedazaba antes. Frenéticamente, trató de rebuscar entre los sortilegios que le quedaban algún milagro que le sacase de aquél peligro, mas no encontró nada. Entonces supo lo que tenía que hacer.

Alzó la barbilla, orgulloso como la gente de su Pueblo y sujetó el bastón ante sí, agarrándolo con ambas manos. Los ojos de Amaranthae relampaguearon peligrosos y alzó las manos para preparar un nuevo sortilegio. Temblando y empezando a agarrotarse por el terrible frío con el que el conjuro lo atenazaba, bajó el bastón rápidamente dispuesto a estrellarlo contra su rodilla.

— ¡Necio! ¡No!

El báculo del que antaño fuera un poderoso hechicero se quebró en dos mitades y el aire a su alrededor estalló en una terrible deflagración. El escudo protector de la bruja titiló un instante, pero se vio sobrepasado por la destrucción del bastón se deshizo en volutas de energía. Amaranthae y el simio salieron despedidos por los aires por la onda expansiva mientras el suelo se resquebrajaba, las paredes temblaban y cascotes salían disparados en todas direcciones. La druida chocó con violencia contra una de las paredes de piedra de la sala, partiéndose varios huesos y perdiendo la conciencia en el proceso.
Quedó allí, tendida entre los cascotes, con el cuello horriblemente doblado en un ángulo extraño. Debió morir aquel día.

Pero una figura se materializó de la nada. Tenía la forma de una mujer, antes bella, pero ahora ajada y estropeada por la edad. Tenía horribles marcas y yagas supurantes por todo el cuerpo, y jirones de túnica apenas lograban tapar su desnudez.

Talona rió entre dientes mientras contemplaba la matanza y la destrucción que había cometido aquella jovencita humana.
Realmente, el temperamento, resolución y poder personal de la chica habían conseguido llamar la atención de la diosa. Con tiempo y paciencia, podía, más que posiblemente, llegaría a convertirse en una Señora de la Desolación. Desde luego que poseía sacerdotes talonitas con mayor poder, influencia y ferviente fanatismo, pero era el alma oscura de aquella druida lo que la interesaba. No iba a desperdiciar mucho tiempo y energías con ella, pero estaba claro que merecía una segunda oportunidad, aunque sólo fuera por la curiosidad de saber en qué pudiera convertirse. La diosa se acercó a ella y domeñó su voluntad para tejer un conjuro que la devolviera la vida. Los huesos se unieron de nuevo, sus músculos calcinados se recuperaron por completo y la druida notó una avalancha de poder que llenaba de vigor su cuerpo inerte. La diosa se
desvaneció el aire con una sonrisa cruel mientras Aramanthae se despertaba del que debía haber sido su último sueño.

Perpleja, miró la destrucción que el báculo había generado a su alrededor. Su enemigo no era más que un montón de cenizas humeantes en un círculo perfecto de cascotes fundidos. No se podía creer que estuviera viva después de la
destrucción que había estallado a su alrededor. Se miró las manos, incapaz de comprender, cuando vio una única muestra de lo que había sucedido en aquellos últimos instantes. Dos marcas negras, idénticas, marcaban sus dos manos en los
dorsos, pero no halló una explicación lógica a esos estigmas. Quizá se debiera a un residuo de algún conjuro defensivo de la Torre de Elakazhadar... o quizá no.
Aramanthae se levantó del suelo de forma sorprendentemente fácil, habida cuenta de las fuerzas mágicas que acababan de golpearla. Se sentía pletórica y llena de energías. Avanzó a grandes trancos por la habitación, y encontró a su compañero animal hecho un ovillo en un rincón. Gimoteaba y estaba destrozado, pues había estado más cerca de la deflagración que ella. La druida encadenó varios conjuros curativos consecutivos para lograr una mejoría notoria en el animal. Aún herido, pero ya recuperado, faltaba hallar la forma de salir de allí, pues un fragmento de techo se había derrumbado justo encima de la única salida. La druida se concentró en si misma y despertó a la bestia que anidaba en su interior. Los músculos de la delgada y enjuta muchachita se ensancharon hasta límites increíbles, cubriéndose de duros y negros cabellos y rasgando lo
que quedaban de sus ennegrecidas vestiduras. El peso brutal que estaba alcanzando su cuerpo hizo conveniente que se echara hacia delante para poder hallar mayor estabilidad. Gritó de puro dolor, pues el cambio era un don que aún estaba aprendiendo a dominar, y el grito se convirtió en gruñido gutural cuando su boca se transformó en el ancho hocico de un enorme oso negro. El simio se echó hacia atrás, perturbado por el cambio que se había obrado en su ama. El oso negro le dirigió una mirada férrea y se dispuso a utilizar sus poderosos brazos para apartar los pedruscos de la entrada. Ya iba siendo
hora de escapar de aquél lugar.

Relato escrito por Huldaerus en reinosOscuros.com

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