sábado, 6 de abril de 2013

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Arqueólogos españoles desentierran secretos de la dinastía XVII del antiguo Egipto

    Científicos del proyecto Djehuty, liderado por el CSIC, han descubierto durante la campaña de 2013 importantes testimonios de cuatro altos dignatarios que vivieron hace 3.500 años en Egipto, además de otros objetos, como una sandalia y un instrumento parecido a las castañuelas. Los hallazgos confirman que la colina de Dra Abu el-Naga, en Luxor (Egipto), es el cementerio de los principales personajes de la dinastía XVII.
    Los arqueólogos del proyecto Djehuty, liderado por el CSIC, llevan desde 2002 excavando en la colina Dra Abu el-Naga, en la población egipcia de Luxor, antigua Tebas. Hasta ahora las investigaciones se han centrado en la tumba de Djehuty y Hery, dos importantes personajes que vivieron durante la dinastía XVIII, en torno al 1470 a. C.
    Sin embargo, en la campaña de este año, se han encontrado testimonios de cuatro personajes anteriores, de finales de la dinastía XVII y que tienen unos 3.550 años de antigüedad.
    Estos hallazgos pueden ayudar a entender una época de gran complejidad política en la que la monarquía aún no controlaba todo el territorio pero ya comenzaba a gestarse el imperio egipcio.
    Unión Fenosa y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte han financiado las doce campañas realizadas hasta ahora.
    “A pesar de que algunos años nuestras campañas han coincidido con revueltas en El Cairo, Luxor es un sitio muy tranquilo. En 2011 fue muy emocionante, vivimos un momento histórico cuando estallaron las revueltas. Volvimos antes por precaución, pero nunca ha habido peligro”, asegura a SINC José Manuel Galán, líder del proyecto­.
    Los hallazgos de este año consisten en las tumbas y ajuares del príncipe Intefmose y del dignatario Ahhotep, junto al ataúd intacto de un niño desconocido que murió a los cuatro o cinco años y figurillas y linos en honor al príncipe heredero Ahmose-sapair que también murió durante su infancia.
    Un principe heredero que fue santo de la necrópolis
    “El príncipe heredero Ahmose-sapair es muy querido entre los arqueólogos por los misterios que conlleva –explica Galán–. Aunque nunca llegó a reinar, se convirtió en un santo de la necrópolis y durante 500 años se hicieron ofrendas en su honor. Incluso se le representar junto a los mayores reyes del imperio en documentos posteriores.”
    Los hallazgos que los arqueólogos han relacionado con este príncipe que vivió entre la dinastía XVII y XVIII consisten en ocho figurillas de madera, llamadas shabtis, algunas de ellas acompañadas de linos envolviendo su cuerpo y pequeños sarcófagos de madera.
    Otro de los importantes hallazgos de este año es un ataúd de madera muy pequeño de un niño de cuatro o cinco años. El ataúd no tiene ninguna inscripción ni decoración, por lo que se desconoce la identidad de pequeño, aunque por el estilo de la talla se sospecha que fue un alto dignatario de la dinastía XVII.
    Lo curioso de este ataúd es que se dejó intencionadamente de lado. Los científicos piensan que al estar tallado en una sola pieza, el ataúd era demasiado pequeño para el niño y por eso tuvieron que colocar su cuerpo de perfil.
    Para que el niño no descansara de perfil sino boca arriba, el ataúd se depositó de lado y se sujetó con piedras. “Debieron de olvidarse de la posición del niño dentro del ataúd, y acabó del lado equivocado, con el cuerpo finalmente boca abajo”, explica Galán.
    En relación con el príncipe Intefmose, se ha encontrado la parte inferior de un obelisco con inscripciones en su honor que se habría levantado delante de su capilla que marca la entrada a su tumba.
    Dentro de su cámara sepulcral también se han hallado varios objetos, entre ellos la cabeza de una estatua de alta calidad que representaba al príncipe.
    Los shabtis, figurillas con un encanto especial
    En cuanto a la tumba del dignatario Ahhotep, se han encontrado tres shabtis de barro con un estilo muy diferente al acostumbrado en el arte del antiguo Egipto. “El valor de estas figurillas reside en que son realmente peculiares”, dice Galán.
    Junto a las figurillas se encontraron también dos pequeños sarcófagos de barro y varias telas de lino con inscripciones con el nombre de Ahhtotep.
    Otros objetos encontrados durante las excavaciones de enero y febrero de este año son una sandalia de fibra vegetal en un estado excepcional y parte de un instrumento musical tallado, semejante a unas castañuelas.

    Las termitas están detrás de los misteriosos círculos de hadas del desierto

      Los científicos llevaban décadas tratando de explicar los anillos de pasto conocidos como ’circulos de hadas’ que aparecen en los desiertos del sudoeste de África. Ahora un investigador alemán parece haber dado con la clave: las termitas. Estos insectos retiran la vegetación del interior del círculo, lo que evita la transpiración de la escasa agua subterránea y, así, la pueden aprovechar.
      Plantas venenosas, sustancias volátiles del suelo, dinámicas desconocidas de la vegetación e incluso la acción de las hormigas carnívoras. Son algunas de las hipótesis planteadas hasta ahora para explicar los enigmáticos ‘círculos de hadas’ del desierto de Namibia y otras regiones de la costa sudoeste de África.
      Se trata de superficies circulares desprovistas de vegetación rodeadas de anillos de pasto perennes. Ahora un estudio del profesor Norbert Juergens de la Universidad de Hamburgo (Alemania) señala que la presencia de termitas (Psammotermes allocerus) ofrece la explicación biológica del fenómeno.
      “Las termitas generan los círculos de hadas mediante la eliminación de la efímera vegetación que aparece después de las lluvias, dejando las áreas circulares estériles”, explica Juergens en su estudio, que publica esta semana la revista Science.
      El autor determinó que Psammotermes es el único organismo que aparece constantemente en las primeras etapas de formación de los círculos. Dentro de ellos se alimentan de las raíces de la plantas, y cuando matan todo el pasto del interior, el agua de lluvia no se pierde por la transpiración de las plantas, sino que queda almacenada en las profundidades del suelo arenoso.
      Pequeños depósitos de agua
      “Debido a la rápida percolación y la falta de evapotranspiración, el agua queda retenida dentro de los círculos –apunta Juergens–. Y este proceso da lugar a la formación de anillos de vegetación perenne alrededor, que facilitan la supervivencia de las termitas e incrementan la biodiversidad local”.
      El suministro de agua del subsuelo permite a estos insectos permanecer vivos y activos durante las prolongadas sequías del desierto, que pueden durar décadas. También favorecen el desarrollo de los anillos de pasto que crecen en los márgenes.
      Estos pequeños ecosistemas representan un ejemplo de ‘ingeniería de ecosistemas’ por parte de las termitas, cuyos círculos de hadas son capaces de transformar algunos entornos desérticos en praderas permanentes.
      Para realizar la investigación, el profesor Juergens recorrió una franja de 2.000 kilómetros de desierto, desde la mitad de Angola hasta el norte de Sudáfrica. El autor planteó su hipótesis tras comprobar que cada vez que analizaba los círculos de hadas, aparecían señales de las termitas, que además presentaban una mayor actividad en el interior de los anillos de hierba.
      Opiniones discordantes
      No todos los expertos en los círculos de hadas del desierto están de acuerdo con la explicación del profesor Juergens. La propia revista Science, donde se ha publicado el estudio, recoge las dudas de algunos de ellos.
      La investigadora Vivienne Uys, taxónoma de termitas en el Consejo de Investigación Agrícola de Pretoria (Sudáfrica), dice que los resultados de Juergens sobre la biología de las termitas son consistentes con lo que saben los científicos sobre la especie. Pero Uys considera que se necesitan más pruebas para confirmar que estos insectos son los que crean los círculos de hadas: "La relación entre la actividad de ‘forrajeo’ de las termitas que da lugar a la formación de un círculo perfecto de suelo desnudo no está clara".
      El biólogo Walter Tschinkel de la Universidad Estatal de Florida (EE UU), que el año pasado publicó un estudio sobre el tema en PLoS ONE, está de acuerdo: "Juergens ha cometido el error científico común de confundir la correlación –incluso aunque sea una correlación muy fuerte (termitas-círculos)– con la causalidad. Si señala que las termitas están matando la hierba, él tiene que demostrar realmente que están atacando a las plantas vivas. Esto no es fácil de hacer, y de hecho no lo hizo".
      Por su parte, Michael Cramer, un ecofisiólogo de la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) considera que los círculos de hadas “poco o nada tienen que ver con las termitas". El estudio de este otro experto, actualmente en revisión, plantea que estas superficies circulares son el producto de patrones naturales de la vegetación como consecuencia de la competencia por los escasos recursos. "La única forma de responder correctamente a la pregunta es con investigaciones meticulosas y experimentos bien enfocados”, concluye el investigador.
      Referencia bibliográfica:

      Nuevas pistas para recuperar la misteriosa fórmula del azul maya

        La receta y el proceso de elaboración del azul maya, un pigmento muy resistente que se usó durante siglos en Mesoamérica, se han perdido. Se sabe que sus ingredientes son un colorante vegetal, el índigo, y una arcilla, la paligorskita, pero los científicos desconocen cómo se ‘cocinaban’. Ahora un equipo de químicos de las universidades de Valencia y Politécnica de Valencia plantea nuevas hipótesis sobre su preparación.
        Muros de palacios, esculturas, códices y piezas de cerámica de los antiguos mayas incorporan el enigmático azul maya. Este pigmento, que también usaron otras culturas mesomericanas, se caracteriza por su intenso color azul pero, sobre todo, por su gran resistencia al deterioro químico y biológico. De hecho se empleó hace siglos y cuando se analiza hoy parece casi inalterable.
        Lo que continúa siendo un misterio es cómo se preparaba esta pintura, porque no hay ningún documento que lo atestigüe. En los últimos años arqueólogos y científicos han tratado de desvelar el misterio, pero parece que los investigadores no se ponen de acuerdo.
        La teoría dominante plantea que existe un único tipo de azul maya, que se preparaba también de una forma única y que un tipo de anclaje concreto enlaza a sus dos componentes: uno orgánico, el índigo –el colorante de los pantalones vaqueros, que en Mesoamérica se obtiene de la planta Indigofera suffruticosa– y otro inorgánico, la paligorskita, una arcilla caracterizada por su estructura cristalina repleta de canales.
        Aparece el dehidroíndigo
        Pero los trabajos de un equipo de las universidades de Valencia (UV) y Politécnica de Valencia (UPV) parecen contrariar esa versión ‘unicista’. “En las muestras hemos detectado un segundo pigmento, el dehidroíndigo, que se habría formado por oxidación del índigo durante el calentamiento que se requiere para fabricar el azul maya”, comenta Antonio Doménech, investigador de la UV.
        “El índigo es azul y el dehidroíndigo, amarillo –explica el experto–, por lo que la presencia de ambos pigmentos en proporciones variables justificaría la tonalidad más o menos verdosa del azul maya. Es posible que los mayas supieran cómo obtener el tono deseado variando la temperatura de preparación, por ejemplo calentando durante más o menos tiempo la mezcla o echando más o menos leña al fuego”.
        Otra de las cuestiones sin resolver es cómo se distribuyen las moléculas del colorante en la red cristalina de la paligorskita. Según algunos científicos, el índigo se adhiere al exterior de la estructura con forma de ‘ladrillo’ que tiene la arcilla, aunque también podría constituir una especie de ‘tapadera’ en la entrada de los canales.
        Otros investigadores, sin embargo, consideran que el índigo penetra dentro los canales. Esta es la teoría que apoya el equipo valenciano, que acaba de presentar en la revista Microporous and Mesoporous Materials un estudio sobre las reacciones que pueden estar detrás de la formación del pigmento azul.
        Proceso en dos etapas
        Los resultados revelan que, cuando se calientan sus dos componentes a temperaturas de entre 120 y 180 ºC, se suceden dos etapas. En la primera, la más rápida, se evapora el agua de la paligorskita y el índigo se ancla a la arcilla, aunque una parte se oxida formando hidroíndigo.
        En la segunda fase parece que se produce una difusión del colorante por los canales arcillosos. “El proceso es parecido a lo que ocurre cuando vertemos una gota de tinta en un vaso de agua”, compara Doménech, aunque reconoce que de momento “esto es un hipótesis”.
        El equipo del investigador, como otros grupos en otras partes del mundo, también investiga el secreto de los desconocidos enlaces químicos que unen el componente orgánico al inorgánico. A ellos se debe la gran resistencia del azul maya.
        Además de en palacios y edificios de la nobleza maya, tradicionalmente se asocia este pigmento con ceremonias rituales presididas por sacerdotes, que incluso lo pudieron utilizar durante los sacrificios humanos. En el fondo de algunos cenotes o pozos de la península de Yucatán, se han encontrado recipientes con restos del pigmento que apuntan hacía ese uso ceremonial.
        Estudios como el que antropólogos estadounidenses presentaron en 2008, sobre un cuenco del cenote sagrado de Chichén Itzá, han llevado a algunos medios a considerar zanjado el problema del azul maya. “El recipiente contenía  azul maya mezclado con incienso –copal–, así que se simplificó que se fabricaba únicamente calentando incienso”, dice Doménech.
        El investigador considera que la composición y funcionalidad del azul maya pudo variar a lo largo de los siglos: “Aunque harían falta bastantes muestras, sería posible establecer una evolución en sus propiedades y preparación a lo largo del período la cultura maya, entre el 150 a. C. y 800 d. C. aproximadamente, de forma que se podría establecer una cronología basada en el análisis del pigmento. Esto proporcionaba una visión mucho más ‘flexible’ de esta cultura, rompiendo esa visión monolítica tradicional sobre un ritualismo inflexible”.
        Bolitas verdosas en La Blanca
        Apoyando esta visión, el equipo también ha encontrado recientemente otros pigmentos distintos al azul maya pero que siguen el mismo patrón de colorante vegetal asociado con arcillas. En la antigua ciudad maya de La Blanca –actual Guatemala– han hallado bolitas verdosas con este material, que se supone se emplearon para estucar y decorar las paredes de los edificios palaciales.
        “Seguramente estos materiales no estaban al alcance del pueblo llano, pero ponen de manifiesto un uso más ‘cotidiano’ de los pigmentos, que no tendrían porque restringirse a actividades rituales o ceremoniales”, apunta Doménech, que concluye: “El azul maya se puede considerar un material polifuncional, por la posibilidad que tiene de incorporar distintos componentes orgánicos a un soporte inorgánico, que, además, se pueden distribuir y reaccionar de forma diferente, y así proporcionar funcionalidades también distintas”.
        Referencia bibliográfica:

        Blas Cabrera, el gran físico español amigo de Einstein

          Hace 90 años paseaban por Madrid Albert Einstein y Blas Cabrera. El primero no necesita presentación, pero el segundo sigue siendo un desconocido para la mayoría de sus compatriotas. Sin embargo, Blas Cabrera y Felipe (Lanzarote, 1878 - México, 1945) es uno de los padres de la física española, además de todo un referente en el campo del magnetismo. Por su vida se cruzaron personajes como Ramón y Cajal, Marie Curie, Niels Bohr y Erwin Schrödinger.
           “Paseo en coche con los Kocherthaler. Escribí una respuesta al discurso de Cabrera en la Academia. Por la tarde, una reunión en la Academia con el rey como presidente. Después, té con una aristócrata señorita”. Así describía Albert Einstein en su lacónico diario cómo transcurrió el 4 de marzo de 1923 durante su visita a Madrid, donde estuvo once días entre sus conferencias de Barcelona y Zaragoza.
          Los Kocherthaler eran una familia de banqueros alemanes amigos de Einstein, y Blas Cabrera el físico que actuó de anfitrión durante su estancia en la capital y que, efectivamente, aquel día ensalzó la figura del genio de la relatividad en una presentación en la Academia de Ciencias, bajo la atenta mirada del rey Alfonso XIII.
          La precisión con la que el físico español expuso el trabajo del alemán hizo responder a Einstein: “Vuestras palabras han llegado a lo más hondo de mi corazón porque demuestran la forma consciente y cariñosa con que habéis estudiado el trabajo de mi vida haciéndoos eco de la frase del poeta: Queremos recibir menos alabanzas, y, en cambio, que se nos lea con aplicación”.
          Cabrera también tomó el té aquella tarde en casa de los Marqueses de Villavieja, un acto social al que acudieron, entre otras personalidades, Gregorio Marañón y su esposa; Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu y Gómez de la Serna. Durante la velada Einstein tocó el violín, y juntó al músico Fernández Bordas ofreció un breve concierto a la selecta audiencia.
          Al día siguiente, el anfitrión estuvo con el físico alemán durante una reunión en la Sociedad Matemática, aunque se desconoce si también lo acompañó a visitar a Santiago Ramón y Cajal, “un maravilloso viejo, seriamente enfermo”, según apuntó el genio en su diario.
          Sin duda Cabrera, presidente entonces de la Sociedad Española de Física y Química, atendió con interés a las complejas conferencias que sobre la relatividad impartió Einstein en Madrid. De hecho fue uno de los científicos que introdujo su teoría en España mediante el libro Principio de la relatividad, que presentó ese mismo año entre las publicaciones de la Residencia de Estudiantes.
          Cabrera, desconocido para la mayoría de la ciudadanía, “es el físico español más relevante del primer tercio del siglo XX ­–destaca a SINC el historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron–, y se incorporó plenamente a la comunidad científica internacional en su campo: el magnetismo”.
          “En el plano institucional –prosigue el experto–, la Junta para la Ampliación de Estudios le nombra director del Laboratorio de Investigaciones Físicas en 1911, un centro que contribuyó notablemente al desarrollo de la física y la química en España y a su reconocimiento internacional”.
          Aquel laboratorio fue un centro de excelencia científica. Cabrera, además de dirigirlo, se encargaba, junto al investigador Arturo Duperier, de una de sus cuatro secciones: la de Electromagnetismo. Las otras tres eran la de Química coordinada por Enrique Moles, la de Espectrometría y Espectrografía al mando de Miguel Catalán y la de Metrología que llevaba Julio Palacios.
          La calidad de los trabajos del equipo de Cabrera, que llegó a publicar alrededor de 150 investigaciones, era reconocida por los máximos expertos en magnetismo de la época. Uno de los estudios más relevantes fue la medida de los momentos magnéticos de los iones de las tierras raras –15 elementos del grupo de los lantánidos, junto al itrio y el escandio–. Su interpretación teórica de este trabajo propició en 1925 el advenimiento de la mecánica cuántica. Los detallados experimentos fueron llevados a cabo por Cabrera y Duperier, pero la teoría la desarrolló John Hasbrouck van Vleck de Van Vieck, de la Universidad de Harvard.
          Van Vleck, premio Nobel de Física en 1977, hablaba así de Cabrera: “En la historia del paramagnetismo será recordado como el físico que hizo el experimento adecuado en el momento oportuno”. En el libro del Nobel sobre la Teoría de susceptibilidades eléctrica y magnética el nombre de Cabrera aparece con más frecuencia que el de ningún otro investigador.
          “Es complicado divulgar la figura de un personaje cuyos trabajos son difíciles de entender para el gran público”, comenta a SINC Jacinto Quevedo Sarmiento, exdirector del Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología en Las Palmas de Gran Canaria, donde hace unos años organizó la exposición Albert & Blas - Einstein y Cabrera.
          “Quizá una de las mejores formas de introducir su trabajo es recordar que sus investigaciones en ciencias básicas, junto a las aportaciones de sus colegas, sirvieron de base para el desarrollo del aparato con el que nos hacemos las resonancias magnéticas, algo que todo el mundo entiende que ayuda a cuidar nuestra salud”, comenta Quevedo, quien considera a su paisano el “científico canario más universal”.
          Blas Cabrera y Felipe nació el 20 mayo de 1878 en Arrecife, Lanzarote. Tres años después la familia se trasladó a Tenerife. En La Laguna fue al colegio y al instituto, donde conoció al amor de su vida, María Sánchez Real, con la que se casaría en 1906.
          Cajal le convenció de que dejara Derecho
          Años antes, en 1894 se había trasladado a Madrid para estudiar Derecho, como su padre. Pero algo debió de ver en él Ramón y Cajal para convencerle –quizá durante alguna tertulia en el Café Suizo– de que dejara las letras y se pasara a las ciencias.
          Así lo hizo, y en 1898, el año que dio nombre a toda una generación de escritores, Cabrera se licenció en Ciencias Físico­-Matemáticas en la Universidad Central de Madrid, la actual Complutense. En 1901 obtuvo su título de doctor en Ciencias Físicas en la misma universidad, y se le nombró catedrático cuatro años más tarde.
          Fue uno de los socios fundadores de la Sociedad Española de Física y Química, y los Anales de esta institución le sirvieron de plataforma para publicar sus primeros trabajos. Sus experimentos sobre electromagnetismo en el Laboratorio de Investigaciones Físicas le estaban convirtiendo en un experto mundial en la materia, pero sintió la necesidad de perfeccionarse en el extranjero.
          Con el apoyo de la Junta para Ampliación de Estudios, viajó en 1912 a Zurich (Suiza), donde conoce a Einstein y comienza su amistad. El objetivo del viaje era aprender las técnicas más avanzadas en los laboratorios del gran sabio del magnetismo de aquella época, Pierre Weiss. La llegada no fue nada fácil.
          Según narra Cabrera en una carta, Moles, que también estaba pensionado en el centro, le explicó que tenía que haber solicitado la matrícula con antelación, por lo que el físico español fue a ver al profesor Weiss: “Me dijo que le era imposible darme sitio para trabajar porque tenía el laboratorio completamente lleno”.
          Afortunadamente, después de la incertidumbre inicial, el físico español demostró su valía y el maestro puso a su disposición los medios y un local para trabajar: “El profesor me visita dos o tres veces al día, proponiéndonos nuevos problemas a resolver, que seguramente no podrán todos ser abordados durante nuestra estancia aquí”. Así fue, y la colaboración entre los dos científicos se prolongaría durante más de dos décadas.
          Einstein y Marie Curie apadrinan su entrada en la Conferencia Solvay
          Sin duda uno de los años más trascendentes en la carrera de Cabrera es 1928, cuando le nombraron miembro del Comité Científico de la VI Conferencia Solvay, la reunión trianual que juntaba a las mentes más brillantes de la época: Schrödinger, Planck, Dirac, Lorentz, Rutherford, Heisenberg, Born.... Su candidatura fue propuesta por su amigo Albert Einstein y nada menos que por Marie Curie. En 1930 se celebró esta conferencia, cuyo tema principal fue la especialidad del físico español: el magnetismo. En la foto oficial aparece sentado al lado de Bohr.
          La fama y los trabajos del director del laboratorio madrileño llegaron hasta EE UU. La Fundación Rockefeller decidió subvencionar con 420.000 dólares la creación de un nuevo Instituto Nacional de Física y Química, todavía más moderno. El edificio, bautizado con el nombre de su benefactor, se inauguró en febrero de 1932 y hoy lo ocupa el Instituto de Química-Física Rocasolano del CSIC.
          Allí se continúo el trabajo experimental para determinar los momentos magnéticos atómicos de las tierras raras. En estas medidas también colaboraron Moles, Duperier –ya toda una autoridad mundial en radiación cósmica–, e incluso su propio hijo, Nicolás Cabrera.
          En 1933 fue nombrado secretario del Comité Internacional de Pesas y Medidas con sede en París. Ese mismo año participó en la VII Conferencia Solvay, dedicada en aquella ocasión a la estructura del núcleo atómico. También participó en la creación de la Universidad Internacional de Verano de Santander –actual Universidad Internacional Menéndez Pelayo–, centro del que se le nombra rector al año siguiente.
          Desgraciadamente en esta universidad cántabra le sorprendió el acontecimiento que truncaría su brillante carrera: la Guerra Civil Española. Tras un incidente con alumnos fascistas, se vio obligado a organizar un grupo de 130 personas para tratar de regresar a Madrid, navegando primero en barco hasta la frontera francesa para sortear el frente nacional.
          Con la Guerra Civil abandona España para seguir haciendo ciencia
          “Emprendimos aquel desdichado viaje, –le contaba Cabrera a Ortega en un carta– en el que, prescindiendo de las molestias del paso a Francia después de la caída de Irún, no ocurrió nada hasta San Juan de Luz, donde se disolvió la comitiva y la expedición quedó reducida a menos de cien”.
          Pero el ambiente en la capital española no era el propicio para la ciencia, y a finales de 1936 Cabrera abandonaba definitivamente España y se instala en París, donde continúa su labor en el Comité Internacional de Pesas y Medidas. Es entonces cuando vuelve a participar en la organización de la VIII Conferencia Solvay sobre partículas elementales y sus interacciones, aunque al final esta se suspende como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
          En marzo de aquel año, otro de sus prestigiosos amigos, Erwin Schrödinger –conocido por sus aportación a la mecánica cuántica y su famoso ‘gato’–, le envía una carta en castellano a Cabrera en estos términos: “¿Y qué tal, cómo lo pasan Vs.? ¿Qué se hará de su magnífico instituto? ¿Hay alguna esperanza de volver Vd. allá? Me figuro que son estas las mismas preguntas que Vd. se pone diariamente sin poder contestarlas. Todo esto es una desdicha terrible”.
          Schrödinger, que también se había visto obligado a abandonar Alemania unos años antes por el auge del Partido Nazi, incluso le llegó a proponer a Cabrera huir a Sudamérica: “He pensado si, añadiendo nuestros dos nombres bien conocidos en el mundo –por lo menos en el mundo de la física– nos ofreciésemos a trasplantar la física europea a un sitio apartado, en Perú, por ejemplo”.
          Moralmente hundido en su exilio
          Al final no sería el país andino donde se iría el físico español, sino a México. La imposibilidad de volver a España y la presión del régimen franquista para que dejara el Comité Internacional de Pesos y Medidas le dejó “moralmente hundido”, según recordaría su hijo años más tarde. En 1941 Cabrera se traslada desde París a la capital azteca, donde fue acogido con los brazos abiertos por la Universidad Autónoma de México.
          Allí, en el exilio, pasaría los últimos días de su vida. Cabrera fallece el 1 de agosto de 1945 a causa de la enfermedad de párkinson, sin que viera cumplidos sus deseos de regresar a su patria y reincorporarse a su añorado Instituto Nacional de Física y Química. “Como en otros casos, fue una tragedia, otra víctima de la Guerra Civil”, se lamenta Sánchez Ron.
          En cualquier caso, el legado de sus experimentos y sus palabras, como las que dirigió a Einstein durante su visita a Madrid, permanece: “Espero que al final de vuestra vida, que será también el de mi generación, la España científica, que hoy apenas encontráis en embrión, haya llegado al lugar que tiene el inexcusable deber de ocupar. Así al menos pensamos aquellos para los que el optimismo es una virtud motora del progreso”.
          La saga de los Cabrera
          Nicolás Cabrera Sánchez (Madrid, 1913 – Madrid, 1989)
          Nació justo hace un siglo: el 12 de febrero de 1913. Con tan solo nueve años conoció a Albert Einstein gracias a la amistad de su padre con el genio de la relatividad. Sus trabajos experimentales se iniciaron en el Instituto Nacional de Física y Química que creó su progenitor, con el que se exilió en 1936 a París, donde obtuvo su título de doctor.
          En 1947 se trasladó a la Universidad de Bristol, donde desarrolló el trabajo más importante de su carrera, un estudio sobre la estructura atómica de las superficies cristalinas y cómo crecen los cristales. El artículo ha sido durante décadas uno de los más citados en su campo. Después, en 1952, Nicolás Cabrera viajó a EEUU para trabajar en la Universidad de Virginia, donde formuló la primera teoría cuántica de dispersión de átomos por superficies cristalinas.
          En 1968 recibió la invitación para regresar a España y dirigir el departamento de Física de la recién creada Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Superando los problemas ideológicos con el régimen franquista, logró sacar adelante el proyecto. Nicolás Cabrera no dejó de impulsar la excelencia científica entre su equipo hasta su muerte en 1989. Ese mismo año se creaba el Instituto de Ciencia de Materiales Nicolás Cabrera en la UAM.
          Blas Cabrera (París, 1946 – actualidad)
          El nieto de Blas Cabrera lleva el mismo nombre y apellido que su abuelo. El joven Blas Cabrera decidió también seguir el camino de la física, curiosamente en contra de los consejos de su padre. Se licenció en 1968 en la Universidad de Virginia y se doctoró en 1975 en la de Stanford, en California, donde ha desarrollado toda su carrera desde entonces.
          Uno de sus descubrimientos más conocidos fue la detección –probablemente fortuita– de un monopolo magnético, una partícula hipotética con un imán de un solo polo magnético. El experimento se llevó a cabo mediante una bobina superconductora mantenida cerca del cero absoluto en el año 1982, pero desde entonces no se ha vuelto a registrar ningún evento similar.
          Durante los últimos años Blas Cabrera ha dirigido sus esfuerzos a la búsqueda de la materia oscura. Desde el detector subterráneo Cryogenic Dark Matter Search, localizado en el interior de una mina de Minnesota, su equipo trata de descubrir los WIMP, unas partículas que podrían constituir la misteriosa materia oscura. Sus trabajos le han valido el Premio W.K.H. Panofsky 2013 en física experimental de partículas.
          Por otra parte, la que fuera ministra de Educación y Ciencia entre 2006 y 2009, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, también es nieta del gran físico canario. Además, uno de los hermanos de Blas Cabrera y Felipe fue el también físico Juan Cabrera y Felipe, rector de la Universidad de Zaragoza entre 1954 y 1968, y otro, el ingeniero José Cabrera, dirigió la construcción de la primera central nuclear española, que aunque lleva su nombre, es más conocida como Zorita.
          Cortesía de SINC, Servicio de Información y Noticias Científicas.

          Llegan los caballos salvajes a Atapuerca Destacado

            En Atapuerca y su entorno comienza el jueves 28 de marzo de 2013 un proyecto de recuperación de especies en peligro de extinción y restitución de fauna prehistórica. La iniciativa favorecerá el equilibrio natural de los ecosistemas y ofrecerá al visitante una inmersión en el Paleolítico, complementaria a la visita del yacimiento de Atapuerca, el Museo de la Evolución Humana de Burgos y las cuevas prehistóricas del norte de España, en las que fueron profusamente pintados.
            El día 28 de marzo llegan a Salgüero de Juarros –antiguo cazadero del hombre de Atapuerca– dos caballos de Przewalski, especie en la lista roja de animales en peligro de extinción de la UICN. Son la pareja fundacional del plan “Paleolítico Vivo” que introducirá en varios miles de hectáreas del entorno de Atapuerca sucesivas manadas de grandes herbívoros salvajes, como bisontes y recreaciones de uros, hasta completar una representación viva de la fauna primigenia europea.
            El pasado mes de febrero visitó la zona la etóloga Claudia Feh, una de las responsables del programa de cría del caballo de Przewalski en el mundo, y declaró: “Las rasas de Juarros y Urrez son idóneas para conformar una de las manadas más grandes del planeta, con unos 200 caballos. El hábitat es perfecto y la adaptación será sencilla dado que la vegetación es muy parecida a las del lugar donde quedaron los últimos ejemplares vivos, en las estepas de Mongolia”.

            En todo el mundo solo quedan 1.500 ejemplares del Przewalski, el caballo que nunca se dejó domesticar. Con él llegan también 14 ejemplares de caballos Konic, recreación del extinguido encebro. Esta acción se enmarca en el plan “Paleolítico Vivo”, que promueve un modelo de desarrollo multifuncional para optimizar los recursos del medio rural con grandes herbívoros salvajes.
            Los ejemplares son cedidos a la asociación española “Paleolítico Vivo” por el Parque de Lelystad y la Asociación Conservacionista ARK Nature de Holanda. El traslado de estos animales implica 1.500 km de recorrido y un operativo de veinte personas, coordinadas por el veterinario Fernando Morán, fundador de la asociación “Paleolítico Vivo” junto con el presidente de la Junta de Juarros, José Hernando; el paleontólogo Juan Luis Arsuaga; el experto en turismo paleontológico, Eduardo Cerdá, y el periodista ambiental, Benigno Varillas.
            Copyright de texto e imágenes © Paleolítico Vivo. Cortesía de Benigno Varillas. Reservados todos los derechos.

            Marcel Proust, el abuelo de la neurociencia

            Marcel-Proust-el-abueloJulio Verne anticipó los viajes espaciales en De la Tierra a la Luna, y los transatlánticos en La ciudad flotante. También hay quienes sugieren que Borges prefiguró la existencia de internet con La Biblioteca de Babel, aunque esto sea discutible. No son pocos los casos en los que escritores no científicos adelantan con precisa verosimilitud el futuro. Y sin practicar un solo experimento. No, al menos, fuera de sus cabezas.
            Hace ahora un siglo, en 1909, el escritor francés Marcel Proust debía estar hartándose de café en el 102 del Boulevard Haussmann de París. Tras una primera novela, de estilo decadente y bastante discreta en cuanto a crítica, Los placeres y los días, y un par de traducciones de John Ruskin, Proust se había aislado para montar el esqueleto de lo que a la postre sería su obra magna en siete tomos. Aquel célebre episodio del té y la magdalena -un hecho conocido, comentado, analizado, vomitado y descuartizado hasta la saciedad por los agentes culturales de nuestra era- pasaría a la historia de las letras en Por el camino de Swann, primer volumen de En busca del tiempo perdido, paradigma de la novela del siglo XX.
            “Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té”, escribió Marcel Proust.
            En Google, la obra maestra de Proust arroja 48.300 resultados; su episodio con la magdalena, 89.200. Es revelador, ¿verdad?
            Pero este episodio de la magdalena es algo más que un lugar común entre la ciudadanía de clase media leída y educada por la televisión. Esa reflexión sobre la memoria de la infancia, la misma que comenzó todo el proceso creativo del autor, le ha valido al novelista el título oficioso de “prefigurador de la neurociencia”.
            El neurólogo portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Investigación en 2005, ha pasado buena parte de su carrera estudiando cómo surgen en el cerebro la creatividad y las emociones. Una de sus conclusiones más importantes fue que nuestra mente es una “mente corporeizada”, que no hay separación entre cuerpo y alma, es decir, que un alma no existe sin su cuerpo. Existen muchas analogías entre esta idea y el aforismo clásico de mens sana in corpore sano, pero ¿y Proust?
            El escritor galo sugiere en su obra que el pasado, la experiencia no muere tras nosotros, sino que permanece de forma indeleble en forma de experiencia sensorial, a la espera de que un momento determinado -como el de la magdalena- vuelva a iluminar las conexiones necesarias y haga revivir el momento en nuestra mente. La idea es escalofriantemente cercana a lo que los últimos experimentos basados en tomografía por emisión de positrones o resonancia magnética funcional han desvelado sobre el comportamiento del cerebro: creamos recuerdos falsos, alteramos el tiempo, procesamos pensamientos en función de la circunstancia y los agrupamos en torno a una misma entelequia del “yo”.
            Varios libros han aparecido a lo largo de la última década sorteando este tema. El más famoso de ellos ha sido quizá el escrito por Jonah Lehrer, periodista de la revista estadounidense Wired. El redactor trabajó con el neurocientífico y premio Nobel Erik Kandel, para elaborar Proust was a neuroscientist. En el libro, Lehrer corrobora con ayuda de expertos lo que Proust anticipó hace un siglo: “No hay manera de describir el pasado sin mentir. Nuestra memoria no sólo parece ficción. Nuestra memoria es ficción”.
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