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viernes, 31 de mayo de 2013
TUICO Los últimos baños árabes
A causa de un mal entendido progreso, a mediados del siglo XX se demolieron en Murcia los baños musulmanes de la calle Madre de Dios, última referencia de la cultura islámica, declarados monumento histórico artístico. Queda constancia de otros en las calles de San Nicolás, San Antonio, San Lorenzo y El Trinquete
Texto: José María Galiana
11/12/2001
A mediados del siglo XX, la ciudad de Murcia sólo conservaba de su pasado islámico los restos de un baño musulmán ubicado en el número 15 de la calle Madre de Dios. A pesar de que la dirección de Bellas Artes lo había declarado monumento histórico-artístico, consideración que obligaba a protegerlo y conservarlo, el edificio devino en casa de vecindad y horno de pan, ruinoso en buena parte y abandonado.
Entonces aún quedaban varias salas abovedadas, según testimonio del eminente arquitecto Leopoldo Torres Balbás, que en su Crónica arqueológica de la España musulmana apuntaba la posibilidad de que fuera el baño concedido por Alfonso X en 1274 a don García Martínez, obispo electo de Cartagena, en Murcia, cerca de la iglesia de Santa María, «con el forno, e con el banno, e con las tiendas, e con todas sus pertenencias», datándolo, como fecha más tardía, en el siglo XIII, poco antes de la conquista, aunque no descartaba su construcción en el siglo XI o XII. La descripción es pormenorizada: «Por una de las bóvedas, cubierta con un medio cañón rebajado, tienen hoy el ingreso, que se hace descendiendo desde el nivel de la calle; probablemente por este mismo lugar o por otro próximo entraríase cuando estaba en uso; son obras modernas un arco sobre dos pilastras y el horno que se ve a su fondo. Una puerta en el muro de la izquierda lleva a una angosta nave, dividida en un tramo central cubierto con medio cañón, y dos pequeñas cámaras inmediatas, que lo están con bóvedas esquifadas, de espejo, es decir, con su parte central plana. Tras ellas se prolonga, a uno y otro lado, la nave, cubierta con un medio cañón de eje longitudinal. Siguen después dos salas rectangulares, alargadas, paralelas a la nave descrita, orientadas de este a oeste, de 13.25 metros de longitud y 3.80 de ancho. Tienen también bóvedas de medio cañon. En la primera, a la derecha, dos arcos, apeados en pilastras y en una columna central de piedra, forman un atajo. La segunda sala estuvo iluminada por varios tragaluces, perforados en su bóveda y hoy ciegos. Desde ella pásase, por una puerta ensanchada modernamente, a una de las cuatro galerías, desiguales en longitud y anchura, que rodean lo que hoy es unpequeño patio y en época islmámica fue una estancia cuadrada, de cuatro metros de lado, cubierta con bóveda desaparecida. Susbisten los arranques de las tropas de ángulo. Descansaba la bóveda o cúpula sobre cuatro grandes arcos de herradura muy cerrada, apeados en cimacios de piedra pizarrosa de Espinardo, con molduración de listel y nacela; a las columnas que los sostenían sustituyen pilastras de ladrilo. Las estrechas naves que rodean este espacio, hoy sin bóveda, cúbrense con otras de arista, perforadas por pequeños tragaluces o claraboyas".
La apertura a mediados de los años cincuenta de la actual Gran Vía, llevó consigo la demolición de estos baños árabes. El derribo estuvo precedido y envuelto en polémica por tratarse de un monumento tutelado por el Estado, no siendo suficiente la oposición de un sector minoritario relacionado con la Universidad. Las inclemencias meteorológicas –unas lluvias nada torrenciales, por cierto- fueron excusa bastante para que los bomberos acudieran de anochecida a consumar su desaparición. Pocos años antes se había valorado en 36.400 pesetas y una renta de 2.052. De aquel día aciago ha quedado el recuerdo de Andrés Sobejano y de José Ballester sentados sobre las ruinas, en un romántico intento por impedir su destrucción.
Por su parte, Torres Balbás, restaurador de la Alhambra, expresaba meses antes su temor en estos términos: «La Dirección de Bellas Artes y el ministerio de Educacion Nacional no permitirán seguramente la bárbara destruccion del baño murciano. Impónese su adquisición, tras la que deben de realizarse en él las obras necesarias para conservarle dignamente».
La demolición de los baños árabes de Murcia no fue un hecho aislado. Por ventura, en Elche, tras permanecer ocultos ocho siglos en el semisótano de un convento de clausura, se ha restaurado y abierto al público uno de los baños más importantes de la ciudad, de estructura semejante al de Murcia.
Prosperidad
La existencia de baños en una ciudad musulmana simbolizaba bienestar económico y prosperidad, a la vez que facilitaba el aseo, el relajamiento y la purificación del cuerpo antes de la oración, como obligan los preceptos del Corán. Eran baños de vapor, no de inmersión, y precisaban de una fábrica lo suficientemente sólida para mantener el calor que producían los hornos. Los musulmanes le otorgaban tanta importancia que algunos de ellos se construyeron a la par que las mezquitas. Su distribución era muy sencilla. En los extremos habían bancos para sentarse y pilas de agua fría, y como elementos de higiene y protección se utilizaban toallas y zuecos. La prohibición de bañarse juntos hombres y mujeres, obligaba al establecimiento de turnos.
El esquema general de los baños islámicos exigía, además de las tres salas de baño propiamente dichas, un horno y un vestíbulo donde el usuario se desvestía y guardaba la ropa. La sala caliente era la más popular; por el espacio hueco del subsuelo se propagaba, a través de un túnel subterráneo, el aire caliente procedente del horno contiguo. Este sistema de expulsión de calor, que alcanzaba elevadas temperaturas, puede considerarse un antecedente de las actuales saunas. La sala central o templada era utilizaba para enjabonarse antes de pasar a la sala fría, la primera que encontraba el visitante al acceder a los baños. Junto a los vestuarios había una sala de reposo y una dependencia con letrinas. Aprovechando el curso de una acequia, se emplazaban cerca de las mezquitas y de las puertas de la muralla con el fin de facilitar su uso a los vecinos y a los viajeros que llegaban a la ciudad.
«A la Frenería nos la partieron por gala en dos al abrir la avenida de José Antonio», escribió José Ballester en Murcia, pintura urbana, cuaderno editado en 1973 que devuelve la memoria de una ciudad mutilada por el desarrollismo de mediados del siglo XX. Y a renglón seguido apostillaba: «Con pena es obligado considerar que, si en la pugna entre los que innovan y los que conservan, puede llegar un día en que, no habiendo nadie tan atrevido para desmontar una a una las piedras de la torre de la Catedral, sea ella el único arrimo para aquellos que no renegaron del sentimiento de lo permanente».
Las imágenes son un viaje a la memoria de una ciudad desaparecida. Alemán Sainz, desaparecido pero siempre en el recuerdo, decía que todas las ciudades, y Murcia no había de ser menos, «están llenas de desapariciones, de lagunas donde han naufragado construcciones o calles por donde pasaron otros habitantes. No hay ciudades nuevas. Chandigarh o Brasilia no son realmente ciudades, sino capitales de naciones, que es otra historia. Puede haber, eso sí, aldeas nuevas, poblados recientes.
Pero una ciudad es una vocación mantenida entre la bonanza y el tumulto en todo momento, con una insistencia que no puede medirse».
Otros baños de la ciudad fueron los de la Reina, en el Alcázar Sagyr, y los de las calles San Antonio, San Nicolás, San Lorenzo y El Trinquete.
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