miércoles, 7 de agosto de 2013

Tuico mas de Cervantes

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Capítulo 
XXVIII

El cautiverio.—Cervantes y Bartolomé Ruffino de Chiambery.—Miguel, poeta mariano.—Los mercedarios en Argel.—Nuevo plan de evasión.—Los turcos capturan la galera «San Pablo» de Malta.—Hazán Bajá, rey de Argel.—Fray Jorge del Olivar.—Epístola a Mateo Vázquez.—Redención de Rodrigo de Cervantes

En tanto los comendadores de la Merced prosiguen los preparativos para la redención, la vida de Cervantes transcurre muy dura en Argel. Para templar el rigor de su encierro, ahora con más guardia, dedicaba sus ratos libres al cultivo (que nunca abandonó) de la poesía; y cuando, pasados los primeros meses de favor de Dalí Mamí por su intento de fuga, y ausente el renegado griego con su galeota en corso, pudo otra vez, con las cortapisas naturales, andar por la ciudad, no dejó de frecuentar el trato con los hombres de letras, a quienes buscó desde que llegara a Argel. «Hartos buenos ingenios (decía el doctor don Antonio de Sosa) y aun doctísimos en todas las buenas artes y ciencias vemos cautivos hoy día en Argel, y que cautivan cada día los cosarios desta tierra» (1). Entre estos ingenios, hallábase Bartholomeo Ruffino de Chiambery. Había sido cautivado en la toma de Túnez, donde, como doctor en ambos Derechos, ejercía de auditor del tercio del infeliz Pagán Doria y generalmente de todos los italianos. De allí fué llevado a Constantinopla, igual que Gabriel de Castañeda, don Francisco de Meneses, don Beltrán del Salto y tantos
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Mapa del Reino de Argel en el siglo XVIII.
Mapa del Reino de Argel en el siglo XVIII.
(Grabado de la Historia del Reyno de Argel de Laugier de Tasi.)
-[527]- otros; y de Constantinopla, a Argel, quedando encerrado en el baño del Rey, que ya conocemos. Desde su prisión escribió al Sr. de Rivaira, gobernador del Castillo de Nizza, pidiéndole favor e intercesión para librarle de aquellas miserias. Este le recomendó a Filiberto Emmanuel, duque de Saboya, y ordenóle que redactase y remitiese a Su Alteza (sin duda para tenerle propicio) una relación de lo ocurrido en La Goleta y Túnez. A tal fin escribió la obra intitulada: Sopra la desolatione della Goletta e forte di Tunisi. Insieme la conquista fatta da Turchi de Regni di Fezza e di Maroccoque, una vez concluída, dedicó al referido duque de Saboya en 3 de Febrero de 1577 (1). Ya con anterioridad a esta data las relaciones -[528]- entre Cervantes y Bartholomeo Ruffino de Chiambery debieron de ser muy estrechas. Leyó Ruffino su obra a Miguel, y éste, hallándola digna de encomio, compuso para los preliminares las dos siguientes poesías:
Soneto de Miguel de Cervantes, gentil hombre español,
en loor del author.
 

O quan claras señales haueis dado,
alto Bartholomeo de Rufina,
que del Parnaso y Ménalo el camino
haueis dichosamente paseado!
Del siempre verde lauro coronado
sereis, si yo no soy mal admino,
si ya vuestra fortuna y cruel destino
os saca de tan triste y baxo estado.
Pues, libre de cadenas vuestra mano,
reposando el ingenio, al alta cumbre
os podeis levantar seguramente,
oscureciendo al gran Liuio romano,
dando de vuestras obras tanta lumbre,
que bien merezca el lauro vuestra frente.
 
Del mismo, en alabanza de la presente obra
 

Si ansi como de nuestro mal se canta
en esta verdadera, clara historia,
se oyera de christianos la victoria,
quál fuera el fruto desta rica planta?
Ansi qual es, al cielo se levanta,
y es digna de inmortal larga memoria,
pues libre de algún vicio y baxa escoria,
al alto ingenio admira, al baxo espanta.
Verdad, orden, estilo claro y llano,
qual a perfecto historiador conviene,
en esta breve summa está çifrado.
Felice yngenio! Venturosa mano
que, entre pesados yerros apretado,
tal arte y tal virtud en si contiene!

No ha de pensarse que estos sonetos fuesen las solas poesías que entonces compusiera. Otras veremos pronto, y otras más pasaron a sus obras posteriores (a La Galatea, al teatro, etc.), aunque fijamente no sea posible determinarlas. Su amigo y compañero de esclavitud, también literato, el repetidas veces aludido Dr. don Antonio de Sosa, refiere en la Información -[529]- de Argel que Cervantes «se ocupaba muchas veces en componer versos en alabanza de Nuestro Señor y de su bendita Madre y del Santísimo Sacramento y otras cosas santas y devotas, algunas de las cuales comunicó particularmente conmigo, y me las envió que las viese». Y si escribía cosas sagradas, también las escribiría profanas. Podemos tener la seguridad absoluta de que así como en El trato de Argel incrustó un largo fragmento de su Epístola a Mateo Vázquez, recitado por el soldado Saavedra (que no es otro sino él mismo), igualmente en aquella comedia hay trozos, en particular las tres octavas reales antepenúltimas, fervorosa plegaria en honor de la Virgen, que a gritos pregonan haber sido compuestas en el cautiverio. 
Esta asiduidad con sus siempre queridas musas, sedante para el espíritu, le fortificaba y ayudaba a conllevar la tremenda realidad circundante. Era espectáculo insufrible oír por todas partes ruidos de cadenas, o presenciar en las calles las injurias a los cautivos, llamándoles chupech, guedi, raspeni, manaora, chifuti, erranjil, o sea: perro, cornudo, perdido, afeminado, judío, puto, y darles de bofetones y puntapiés. Los zapateros les tiraban las suelas, los sastres los estropajos, los carpinteros los troncos, los herreros los carbones (1). Pues si se miraba a la mar cuando afluían las galeotas corsarias, era para verlas cargadas de robos, presas y cautivos que traían al matadero; y los remeros, muertos de sed, abiertas las espaldas y regados de sangre los bancos y crujías. Y si se iba al muelle, espantaba el trágico desfile de hombres, mujeres, viejos, mancebos, doncellas y niños. Allí se abrazaban unos a otros, pues por venir debajo de cubierta y repartidos en diversos bajeles, no se habían visto desde que fueron capturados. Allí se apartaba los padres de los hijos, y los hijos de los padres; la pobre mujer lloraba que la desprendiesen del esposo, y la desconsolada madre que la llevaran los hijos sin saber dónde (2)
Por no presenciar estas escenas, algunas de las cuales pasarán a las obras de Miguel, era preferible el encerramiento y el consorcio con la dulce poesía. Pero dentro del poeta vivía también el héroe, el caballero andante, para permanecer ocioso y no clamar y erguirse contra tanta injusticia, desafuero, crueldad y dolor. 
Después de la primera aventura fracasada, Cervantes, en quien ya bullía el alma de Don Quijote, meditará otras, pues «pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, -[530]-pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego sin abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca. Con esto entretenía la vida, encerrado...» (1).
 Firma, en documento inédito, del licenciado Pedro Sánchez de Córdoba.—Madrid, 24 de Agosto de 1568.Firma, en documento inédito, del licenciado Pedro Sánchez de Córdoba.—Madrid, 24 de Agosto de 1568.
(Archivo de Protocolos, número 489, fol. ccclxxj.)
Así pasó el resto del año 1576 hasta la entrada de 1577, durante cuyo tiempo, fuera de las galimas de los corsarios, nada ocurrió en Argel digno de nota. Estuvo la ciudad tranquila, y Rabadán gobernó tan justiciera mente, que no hubo hombre que se quejase (2)
A la vez en Madrid, fray Jorge del Olivar y fray Jorge de Ongay terminaban los preparativos para la redención. Doña Leonor de Cortinas entregó a los comendadores cuanto pudo recoger del desbarate de su pobre hacienda. Su esposo Rodrigo, siempre desafortunado, viendo fallida la requisitoria contra el tuno de Pedro Sánchez de Córdoba (el pago de la obligación cubriera con creces el precio de los dos rescates), otorgó nuevo poder para cobrar la deuda al vecino de Granada Gaspar de Baeza, cuyo nombre, vecindad y tiempo, como escribe Pérez Pastor (3), «corresponden con los del traductor de Paulo Jovio (4) y autor, entre otras, de la siguiente obra, que le hacía competentísimo para la comisión que se le encomendaba: De Inope debitore ex castellana consuetudine creditoribus addicendo tractatus. Granatae, 1570» (5). Falló también, sin embargo, este poder, -[531]-suscrito en 25 de Febrero de 1577 (1), por la contumacia del mal pagador. Y los padres de la Merced, sin esperar más, partieron de Madrid y se embarcaron en el Grao de Valencia el 30 de Marzo. 
Llegados a Argel el 20 de Abril, «con gran copia de dinero y otros medios de mercaderías» (2), comenzaron a rescatar el 27. Por ellos, sin -[532]-duda, tendrían Miguel y Rodrigo cartas y noticias de sus padres y hermanos, y a la vez información del estado y cosas de España, no fácil de adquirir en el cautiverio. Entonces pudo saber Cervantes varias nuevas de interés: el predicamento adquirido por Mateo Vázquez como secretario del Rey, la muerte de don Diego Hurtado de Mendoza (14 de Agosto de 1575) y el nombramiento de don Juan de Austria, concluídas las diferencias de los genoveses, por gobernador de los Países Bajos, donde actuaba ya (desde Octubre de 1576) y cuya guerra había vuelto a reproducirse, roto el «Edicto perpetuo», por el genio maléfico del príncipe de Orange.
 Firma, en documento inédito, del licenciado Gaspar de Baeza.—Madrid, 12 de Noviembre de 1566.Firma, en documento inédito, del licenciado Gaspar de Baeza.—Madrid, 12 de Noviembre de 1566.
(Archivo de Protocolos, número 315, fol. 626 v.)
Empezaron a tratar, Miguel con Dalí Mamí y Rodrigo con Rabadán Bajá, de sus rescates. Las negociaciones  de los redentores con el Rey (que no era codicioso) fueron desde el primer instante por buen camino; pero no así con el renegado griego. «El Cojo» exigía por el hidalgo de Alcalá de Henares, a quien «tenía por hombre de mucha calidad» (¡si sospechara el alcance de ella!), un precio tan excesivo, que no era posible concertarse con él. No bastaba, ni con mucho, el dinero remitido por su familia (1). Pedía la exorbitante cantidad de 500 escudos de oro (2). Entonces Miguel, con la generosidad que le caracterizaba, mayormente tratándose de su hermano, renunció en éste la parte de su rescate y rompió las negociaciones con su patrón. No le arredraba quedarse en Argel. Por el contrario, vió la ocasión propicia para dar libertad a muchos cautivos, con la ayuda de su hermano y otras personas, una vez que Rodrigo se hallase en España. Era el plan de su segunda tentativa de fuga. 
He aquí cómo la expone él mismo: «Deseando servir a Dios y a Su Majestad y hacer bien a muchos cristianos principales, caballeros, letrados, sacerdotes, que al presente se hallaban cautivos en este Argel, dió orden como un hermano suyo que se llama Rodrigo de Cervantes, que deste Argel fué rescatado el mes de Agosto del mesmo año de los mesmos -[533]- dineros dichos del dicho Miguel de Cervantes, de su rescate, pusiese en orden y enviase de la plaza de Valencia y de Mallorca y de Ibiza, una fragata armada para llevar en España los dichos cristianos; y para mejor efetuar esto se favoresció del favor de don Antonio de Toledo y de Francisco de Valencia, caballeros del hábito de San Juan, que entonces estaban en este Argel cautivos, los cuales le dieron cartas para los visorreyes de Valencia y Mallorca y Ibiza, encargándoles y suplicándoles favoresciesen el negocio» (1)
Tenemos, pues, ahora a Rodrigo asociado por su hermano a la empresa, o, más bien, aventura. Que lo era y estaba ya en marcha con caracteres de acción heroica. 
¿En qué consistía? Sigamos leyendo a Miguel: «que esperando la dicha fragata, dió orden como catorce cristianos de los principales que entonces había en Argel cativos, se escondiesen en una cueva, la cual había él de antes procurado fuera de la ciudad, donde algunos de los dichos cristianos estuvieron escondidos en ella seis meses, y otros menos, y allí les proveyó y procuró proveer y que otras personas proveyesen de lo nescesario, teniendo el dicho Miguel de Cervantes el cuidado cuotidiano de -[534]- enviarles toda la provisión, en lo cual corría grandísimo peligro de su vida y de ser enganchado y quemado vivo» (1)
El encierro no debió de comenzar hasta el mes de Mayo; y así, sólo permanecerían aquellos infelices en la cueva, los que más, unos cinco meses, a tenor de la fecha tope: 30 de Septiembre; o el plan de Cervantes sería un poco anterior a la llegada de los padres mercedarios, y consistente en huir por tierra, y lo modificó luego, pensando en la posibilidad de la fragata, una vez libre su hermano. Mas seguramente se trata de un error en el cómputo, y los cautivos sólo entraron en la cueva cuando, a causa de no disponer de suficiente adyutorio o de la falta completa de recursos, vieron la imposibilidad de redimirse por los comendadores de la Merced (2)
Haedo vincula el encargo de llevar la fragata, no en Rodrigo de Cervantes, sino en un mallorquín, de apellido Viana, «hombre plático en la mar y costa de Berbería» (3)
Mas de la cueva, de la fragata y de toda la prodigiosa aventura que sucedió, se tratará en su lugar correspondiente, para no embrollar los acontecimientos. Miguel, desde ahora, sigue ocultando cautivos a tres millas de Argel, hacia Levante, no muy lejos del mar, y proveyéndoles de lo «nescesario». ¿Cómo se las arregla? Es un milagro más de su vida. «Ningún historiador lo ha puesto en claro, ni el mismo Cervantes lo dijo: éstas -[535]- son páginas olvidadas del libro en blanco de las grandes abnegaciones... Hay en esta parte de la vida de Miguel pasos que no dejaron huellas, como los de los seres sobrenaturales» (1).

Mientras los tres redentores van rescatando gente, las galeotas turcas, ante la proximidad del verano, salen al corso, aunque no la de Dalí Mamí, quien rumiaba ya acrecentamientos de capitán. Los arraeces se hallaban entusiasmados por la extraordinaria galima que habían hecho en 1.o de Abril. En este día tomaron en la isla de San Pedro, junto a Cerdeña, la galera San Pablo, de la religión de Malta, donde, aparte de la ropa, cogieron en moneda más de 160.000 ducados y cautivaron a 290 personas. Entre estos cautivos (que llegaron a Argel en dicha galera) se hallaban el tantas veces mencionado amigo de Cervantes, sacerdote doctor don Antonio de Sosa, el caballero sanjuanista don Antonio González de Torres, los portugueses Andrés y Manuel de Sousa Coutinho (de quien luego se hablará) y el capitán de Alcalá de Henares Jerónimo Ramírez (2), con su hermana María, viuda (3), y una hija de ésta. Cervantes alude a la pérdida de la galera San Pablo en la jornada segunda de su tan citada comedia El trato de Argel.Animados, pues, los corsarios, salieron en 22 de Mayo con doce galeotas gruesas y otros bajeles, a las órdenes, como antes, de Arnaúte Mamí, amenazando todo Poniente, islas y marinas de España; pero después de tres meses en corso, únicamente cautivaron a un pobre pastor en Ibiza, con que regresaron afrentados y corridísimos, por no haberles sucedido jamás semejante cosa. Esto contentaría a los redentores de la Merced; porque como varios de los piratas invirtieron en aquel largo y fallido corso cuanto poseían, avendríanse algunos a moderar los precios de los rescates, pues andaban hambrientos por Argel, principalmente los arraeces, leventes y soldados. Y aun después de cobrados aquéllos, cuando en 19 de Septiembre quisieron nueve de los arraeces volver a su viaje y rapiña, les fué preciso a todos empeñarse y tomar dineros a rédito (4)
En el ínterin, acabó su mandato en Argel Rabadán Bajá, no sin antes manchar su buen gobierno con algunas crueldades, como atar a la cola de -[536]- un caballo a Andrés de Iaca, enganchar vivo a Antonio de la Mantia y ahorcar a un tercero, por los pies, de la entena de una galeota, donde le apedrearon todos los turcos y moros de la ciudad. Tiene alguna disculpa el que intentaron alzarse con el bajel de su patrón (1). Pero no la tiene que tolerara quemar vivo en el muelle, por represalias de un moro, en 18 de Mayo, al virtuoso sacerdote, de la Orden militar de Montesa, fray Miguel de Aranda, horror que no pudieron impedir fray Jorge del Olivar ni fray Jerónimo Antich, a pesar de ofrecer cuanto quisieran por su rescate (2). NarraMiguel por extenso este martirio en la escena final de la jornada primera de El trato de Argel. 
Sucedió a Rabadán (3) Hazán Bajá, o Asán Basá, aquel a quien llama Cervantes «homicida de todo el género humano» (4). Era de Venecia, hijode un humilde barquero. Navegando muy joven de grumete en una nave ragucea o esclavona, fué cautivado de los turcos y llevado a Trípoli. Cupo en la división de la presa a un levente, que le hizo renegado y tuvo largo tiempo. Llamábase cuando cristiano Andreta. Quedó después por esclavo y renegado de Uluch Alí; y como siempre fuera astuto, audaz y desenvuelto, con esto y otras bellaquerías de turcos, alcanzó mucha gracia de él, quien le dió el cargo de elami, o sea tesorero de sus rentas y pagador, y más tarde le hizo capitán de una galeota. Asistió con el mismo Uluch Alí a la toma de La Goleta; y aunque odiado de todo el mundo por su crueldad, logró de aquél, con la adición de las consabidas sumas a los bajaes del supremo consejo del Sultán, que le proveyesen por rey de Argel, no obstante contar sólo treinta años (5)
Apenas columbró Dalí Mamí su nombramiento, a principios de Mayo salió para Constantinopla en su galeota a congraciarse con él y pedir a Uluch Ali que, por su intercesión, le nombrara el Turco capitán y cabeza de todos los corsarios, en sustitución de Arnaúte Mamí. Esta ausencia de su amo, que duró casi dos meses, permitiría a Cervantes tratar ampliamente con su hermano Rodrigo y demás caballeros esclavos los planes de evasión, irlos introduciendo en la cueva y procurarles vituallas. -[537]- 
Es entonces cuando, recogidas las cartas de don Antonio de Toledo y de Francisco de Valencia, escribe con detenimiento su Epístola a Mateo Vázquez; cuando se entrevista a su sabor con los redentores de la Merced; cuando, en fin, va prometiendo libertad e inculcando firmeza en los ánimos decaídos. Llegado Dalí Mamí a Constantinopla, consiguió desbancar a Arnaúte, a la sazón de viaje en corso, y ser nombrado jefe de los piratas; y en compañía del nuevo rey Hazán y otros seis capitanes de fanal, unos con galeotas y otros con galeras bien armadas, partieron todos de la Corte del Turco el 31 de Mayo. A 3 de Junio arribaron a la isla desierta del Ouo, como cien millas antes de Malvasía. Allí descubrieron una conjura a bordo, de ciertos renegados de Uluch Alí, para asesinar al rey, quien la ahogó en sangre. Pasaron a Corón, y en 29 de Junio entraban en Argel (1)
La llegada de Hazán Bajá, presuroso de inaugurar un gobierno de terrores, violencias y rapiñas, a poco da al traste con la obra entera de los comendadores de la redención, que ya tocaba a su término. Porque la primera providencia del tirano fué tomar para sí de todos los arraeces, turcos, moros y aun de Rabadán, su antecesor, que esperaba en Argel el acostumbrado juicio de residencia (2), la mayoría de los cautivos de rescate, con una codicia como jamás se vió. No osaron contradecirle ni los arraeces, ni Rabadán, ni nadie, fuera de un alcaide judío, a quien costó caro su atrevimiento (3). De modo que los padres de la Merced tuvieron que dar por -[538]- nulo casi todo lo actuado, y volver a negociar con el nuevo rey. Por fin, a mediados de Agosto, concluíanse los tratos y pagábanse los rescates, cuando, a punto de partir para España los 106 cristianos redimidos, un incidente vino otra vez a poner en riesgo la redención. Los moros, no contentos aún con el atroz suplicio infligido al venerable fray Miguel de Aranda, pidieron a Hazán que se tomase venganza, en los cristianos rescatados, de algunos moros quemados poco antes en España por la Inquisición. El rey, en quien no eran menester muchas solicitaciones para ejercer su cruel dad, determinó que entre los más nobles de aquellos cautivos se eligiesen dos, que fueron don Miguel de Villanueva, canónigo de Valencia, y don Juan de Lanuza, hijo del justicia Mayor de Aragón, los cuales irían primeramente al remo en las galeotas y después serían condenados a que los moros los quemasen vivos. 
Afortunadamente, como allí todo se conseguía por dinero, aunque alguna vez fallase, púdose con dádivas evitar el cumplimiento de la terrible sentencia, la cual se redujo a que ambos señores salieran inmediatamente de Argel (no lo hizo, sin embargo, don Juan de Lanuza), dejando para pocos días después el embarque de los demás cautivos. Llegada la hora, otro nuevo incidente, de índole más grave, amenazó todavía la redención. A consecuencia del excesivo precio de algunos rescates, faltó dinero para todos los concertados. Subleváronse ciertos cautivos que no podían redimirse por no tener adyutorio ni ser naturales del reino de Aragón, y varios de ellos amenazaron con renegar y someterse al nuevo rey. Entonces fray Jorge del Olivar, con sacrificio sublime, quedó por todos en rehenes y esclavo. Y Jorge de Ongay y el otro redentor decidieron salir para España con los 106 cautivos rescatados (1), entre ellos Rodrigo de Cervantes, cuyo rescate costó 300 ducados, según testificación de su madre en 1578. -[539]- 
A todo esto, don Antonio de Toledo y Francisco de Valencia, de acuerdo secretamente con sus patrones, temerosos de que los tomara para sí Hazán Bajá, habían pagado sus rescates y puéstose en franquia, camino de -[540]- Tetuán. La cólera del rey contra los arraeces fué indescriptible, y más cuando supo el precio en que los tallaron, pues sólo exigieron por un caballero tan ilustre como don Antonio 7.000 ducados, cuando, si Hazán lotuviera en su baño, no lo libertara por menos de 50.000 (1). La fuga -[541]- había tenido lugar en Julio, apenas los arraeces conocieron los propósitos del odiado rey, que tan injustamente procedía contra sus haciendas. 
No por la evasión perdían su eficacia las cartas de Toledo y de Valencia, confiadas a Rodrigo; sino que, libertados tan influyentes personajes, podían actuar más decisivamente en favor de los que dejaban en el cautiverio; y así, la ayuda del exterior, en que tantas esperanzas pusieraCervantes, robustecíase y respondía a la grandeza del proyecto que nuestro poeta desde un principio acariciara.
Más alentado que nunca, entregó a Rodrigo la famosa Epístola a Mateo Vázquez, para que la pusiera en manos del poderoso secretario de Felipe II. Imaginaba a la vez otros medios de llevar a todos los cautivos la liberación.
 El secretario Mateo Vázquez de Leca.El secretario Mateo Vázquez de Leca.
(Medalla del Museo Arqueológico Nacional.)
Es una poesía conmovedora, bellísima, en tercetos cincelados, de lo mejor salido de su pluma. Luego de un ferviente elogio del ministro (de cuyo conocimiento con él ya hemos tratado), narrábale los sucesos, trabajos e infortunios padecidos desde su llegada a Italia; la batalla de Lepanto, sus heridas, los servicios prestados, la horrenda cautividad, por último, en Argel: todo con aquella fortaleza de ánimo y aquella sobria y digna energía, tan propias de su carácter entero. En medio de este sublime grito de angustia, le daba información completa (que él expondría verbalmente a Felipe II, si el secretario le ayudaba con su intercesión) del enorme número de cautivos que arrastraban una vida de muerte en las mazmorras argelinas; desplegaba ante sus ojos el proyecto sustentado por su alma generosa; exponiale la debilidad de las defensas de Argel; el miedo de la plaza a una armada del Rey Católico; la gloria que a éste sobrevendría de -[542]- alcanzar lo que su padre Carlos V, por adversidades de la suerte, no pudo conseguir: el solo intento causaría espanto. Indicábale, en conclusión, la manera de lograr, a escasa costa, la libertad de tantas víctimas, y aun de apoderarse de aquel nido de corsarios, amparo y refugio de ladrones, torcedor y flagelo de toda la cristiandad. 
Por su excepcional interés autobiográfico, ha de reproducirse aquí integra (1).
 
De Miguel de Cervantes, captivo, a M. Vázquez,
mi señor.
 
 
Si el bajo son de la zampoña mía,
señor, a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor debía,
no ha sido por la falta de cuidado,
sino por sobra del que me ha traído
por extraños caminos desviado.
También, por no adquirirme de atrevido
el nombre odioso, la cansada mano
ha encubierto las faltas del sentido.
Mas ya que el valor vuestro sobrehumano,
de quien tiene noticia todo el suelo;
la graciosa altivez, el trato llano,
aniquilan el miedo y el recelo
que ha tenido hasta aquí mi humilde pluma
de no quereros descubrir su vuelo,
de vuestra alta bondad y virtud suma
diré lo menos, que lo más no siento
quien de cerrarlo en verso se presuma. -[543]-
Aquel que es mira en el subido asiento
do el humano favor puede encumbrarse,
y que no cesa el favorable viento,
y él se ve entre las ondas anegarse
del mar de la privanza, do procura,
o por fas o por nefas, levantarse,
¿quién dubda que no dice: «La ventura
ha dado en levantar este mancebo
hasta ponerle en la más alta altura:
ayer le vimos inexperta y nuevo
en las cesas que agora mide y trata
tan bien, que tengo envidia y las apruebo»?
Desta manera se congoja y mata
el envidioso, que la gloria ajena
le destruye, marchita y desbarata.
Pero aquel que, con mente más serena;
contempla vuestro trato y vida honrosa,
y el alma dentro, de virtudes llena,
no la inconstante rueda presurosa
de la falsa fortuna, suerte o hado,
signo, ventura, estrella ni otra cosa
dice que es causa que en el buen estado
que agora poseéis os haya puesto,
con esperanza de más alto grado;
mas sólo el modo de vivir honesto,
la virtud escogida, que se muestra
en vuestras obras y apacible gesto,
ésta dice, señor, que os da su diestra
y os tiene asido con sus fuertes lazos,
y a más y a más subir siempre os adiestra.
¡Oh sanctos, oh agradables dulces brazos
de la sancta virtud alma y divina,
y sancto quien recibe sus abrazos!
Quien con tal guía como vos camina,
¿de qué se admira el ciego vulgo bajo,
si a la silla más alta se avecina?
Y puesto que no hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud, va por rodeo,
y el que la lleva, va por el atajo.
Si no me engaña la experiencia,
creo que se ve mucha gente fatigada
de un solo pensamiento y un deseo.
Pretenden más de dos llave dorada;
muchos, un mesmo cargo, y quién aspira
a la fidelidad de una embajada.
Cada cual, por sí mesmo, al blanco tira
do asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dió do fué la mira.
Y éste quizá que a nadie fué importuno,
ni a la soberbia puerta del privado
se halló, después de vísperas, ayuno, -[544]-
ni dió, ni tuvo a quién pedir prestado:
sólo con la virtud se entretenía,
y en Dios y en ella estaba confiado.
Vos sois, señor, por quien decir podría,
y lo digo y diré sin estar mudo,
que sola la virtud fué vuestra guía,
y que ella sola fué bastante y pudo
levantaros al bien do estáis agora,
privado humilde, de ambición desnudo.
¡Dichosa y felicísima la hora
donde tuvo el rëal conoscimiento
noticia del valor que anida y mera
en vuestro reposado entendimiento,
cuya fidelidad, cuyo secreto,
es de vuestras, virtudes el cimiento!
Por la senda y camino más perfecto
van vuestros pies, que es la que el medio tiene,
y la que alaba el seso más discreto.
Quien por ella camina, vemos viene
a aquel dulce, suave paradero,
que la felicidad en sí contiene.
Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado en fría noche escura,
he dado en manos del atolladero;
y en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta, infelicísima ventura,
con quejas tierra y cielo importunando,
con sospiros el aire escuresciendo,
con lágrimas el mar acrescentando.
Vida es ésta, señor, do estoy muriendo
entre bárbara gente descreída,
la mal lograda juventud perdiendo.
No fué la causa aquí de mi venida
andar vagando por el mundo acaso,
con la vergüenza y la razón perdida.
Diez años ha que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro (1),
ya con descanso, ya cansado, y laso.
Y en el dichoso día que siniestro
tanto fué el hado a la enemiga armada,
cuanto a la nuestra favorable y diestro,
de temor y de esfuerzo acompañada,
presente estuvo mi persona al hecho,
más de esperanza que de hierro armada.

Argel en el siglo XVIII.
Argel en el siglo XVIII.
Argel en el siglo XVIII.
(Grabado de la Historia del Reyno de Argel de Laugier de Tasi.)
-[545]-
 
 
Vi el formado escuadrón roto y deshecho,
y de bárbara gente y de cristiana
rojo en mil partes de Neptuno el lecho;
la muerte airada, con su furia insana,
aquí y allí con priesa discurriendo,
mostrándose a quién tarda, a quién temprana;
el son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo;
los profundos sospiros lamentables
que los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados detestables.
Helóseles la sangre que tenían,
cuando, en el son de la trompeta nuestra,
su daño y nuestra gloria conoscían.
Con alta voz, de vencedera muestra,
rompiendo el alce, claro el son mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.
A esta dulce sazón, yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba.
El pecho mío, de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.
Pero el contento fué tan soberano
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido (1).
Y en mi propia cabeza el escarmiento
no me pudo estorbar que, el segundo año (2),
no me pusiese a discreción del viento.
Y al bárbaro medroso pueblo extraña
vi recogido, triste, amedrentado,
y con causa temiendo de su daño.
Y al reino tan antiguo y celebrado,
a do la hermosa Dido fué rendida
al querer del troyana desterrado,
también, vertiendo sangre aún la herida
mayor, con otras dos, quise hallarme,
por ver ir la morisma de vencida (3)-[546]-
¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que allí quedaron esforzados,
y perderme con ellos o ganarme!
Pero mis cortos implacables hados,
en tan honrosa empresa no quisieron
que acabase la vida y los cuidados (1);
y, al fin, por los cabellos me trujeron
a ser vencido por la valentía
de aquellos que después no la tuvieron.
En la galera Sol, que escurescía
mi ventura su luz, a pesar mío,
fué la pérdida de otros y la mía.
Valor mostramos al principio y brío;
pero después, con la experiencia amarga,
conoscimos ser todo desvarío.
Sentí de ajeno yugo la gran carga,
y en las manos sacrílegas malditas
dos años ha que mi dolor se alarga (2).
Bien sé que mis maldades infinitas
y la poca atrición que en mí se encierra
me tiene entre estos falsos ismaelitas.
Cuando llegué vencido y vi la tierra (3),
tan nombrada en el mundo, que en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que, a mi despecha, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno.
Ofrescióse a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlos tuvo
levantada en el aire su bandera (4),
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues movido de envidia de su gloria,
airado entonces más que nunca estuvo.
Estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeron a los ojos,
movidas de desgracia tan notoria.
Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos, -[547]-
cuando me vea en más alegre estado,
si vuestra intercesión, señor, me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y cuasi muda (1)
pienso mover en la rëal presencia,
de adulación y de mentir desnuda (2),
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae mil bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia;
»a quien los negros indios, con sus dones,
reconoscen honesto vasallaje,
trayendo el aro acá de sus rincones:
»despierte en tu real pecho el gran coraje,
la gran soberbia con que una bicoca
aspira de cantino a hacerte ultraje.
»La gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene
en su defensa fuerte, muro o roca.
»Cada uno mira si tu armada viene,
para dar a sus pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostiene.
»Del amarga prisión, triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.
»Todos, cual yo, de allá puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,
»valeroso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando.
»Y, pues te deja agora la discordia
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,
y gozas de pacífica concordia (3),
»haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fué por tu amado padre comenzado.
»Sólo el pensar que vas, pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya desde aquí su pérdida y quebranto». -[548]-
¿Quién dubda que el rëal pecho benigno
no se muestre, escuchando la tristeza
en que están estos míseros contino?
Bien paresce que muestro la flaqueza
de mi tan torpe ingenio, que pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza;
pero el justo deseo la defiende.
Mas a todo silencio poner quiero,
que temo que mi pluma ya os ofende,
y al trabajo me llaman donde muero.

Hechos los preparativos de marcha, tantas veces suspendidos, los 106 rescatados, con fray Jorge de Ongay y fray Jerónimo Antich, salieron, por fin, de Argel el 24 de Agosto. Desembarcaron en la playa de Jávea el día 29, y luego de descansar en Ruzafa la noche del 31 de Agosto, entraron en Valencia por la calle de la Mar el 1.o de Septiembre. Todos llevaban el escapulario y escudo de la Merced. Desfilaron procesionalmente, causando mucha emoción y lágrimas, dirigiéndose a la catedral, donde oyeron misa. Al día siguiente, el notario firmaba el testimonio de la redención, que se imprimía para dar a cada rescatado un ejemplar que le sirviera de patente y salvoconducto (1)-[549]- 
Pronto desparramáronse todos, camino de sus patrias. Los había de Madrid, de Sevilla, de Granada, de Zaragoza (entre ellos don Juan de Lanuza), de Barcelona, de Vizcaya, de Valencia, muchos de Ibiza y no faltaban los de Córcega y Cerdeña. Grande sería su contento al pisar tierra española. Sólo la alegría de Rodrigo de Cervantes veíase turbada ante el recuerdo de su hermano, tan generosamente sacrificado por redimirle. Pero él procuraría acudir a su pronta liberación.
Cervantes quedaba en Argel esperando la fragata, con el pensamiento puesto en los encerrados de la cueva.

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