La concepción de la ética profesada por los
"sofistas" (sophistés)
en la Antigüedad suele ser considerada el modelo del llamado "relativismo moral",
aunque éste haya adoptado diversas formas a lo largo de la historia. El relativismo
moral se fundamenta en la creencia de que no es posible determinar ni de manera natural
ni de manera racional -aceptable por todos los seres dotados de razón- lo que es
moralmente correcto. Según los sofistas y los relativistas morales en general, las
normas y preceptos morales -que regulan las relaciones entre los individuos en el seno
de una comunidad- son siempre convencionales. Se aceptan por interés, por conveniencia y
no tienen otra razón de ser que dicho interés y dicha conveniencia.
La consecuencia inmediata de esta doctrina es que ninguna
actuación puede ser considerada "buena" o "mala" en sí misma. Todo depende del
"parecer" o de la "opinión" (dóxa) de los sujetos particulares. Los individuos juzgan
sobre lo bueno y lo malo en función de su modo de ser, de sus intereses o del proyecto
que se traen entre manos. Es moralmente bueno lo que nos parece moralmente bueno, mas
sólo durante el tiempo en que nos lo parece. Y no hay ninguna conducta que pueda ser
considerada en sí mima censurable, independientemente de cualquier consideración personal
particular. El siguiente texto del sofista
Protágoras
(481-401 a.C.) resume ejemplarmente esta doctrina:
"Sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo sostengo con
toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el
parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el
tiempo que dura ese parecer".
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Así, pues, para los sofistas, la areté o virtud moral es
inapelablemente un punto de vista subjetivo. Son los individuos o los grupos humanos los
que, según las circunstancias y según su conveniencia, determinan lo que esta "bien" y lo
que esta "mal" en cada caso. Como decía Protágoras, el parecer de los hombres es "la medida
de todas las cosas". En el terreno de la moral todo es cuestión de opinión. Y no hay
posibilidad de ir más allá de ésta, hacia una determinación de la bondad o de la justicia
que no sea puramente subjetiva o que pueda ser universalmente aceptada por todos los seres
racionales, independientemente de su procedencia, clase social, sexo, raza o nación. No tiene
sentido pretender educar a los hombres en unos principios morales comunes desde los que poder
juzgar el comportamiento particular de los individuos o de los colectivos. Lo que para una
sociedad humana constituye un crimen execrable, para otra, podría ser ensalzado como una
conducta moralmente excelente, y, de acuerdo con el relativismo moral, no habría forma alguna
de decidir cuál de los dos grupos humanos está juzgando más acertadamente.
En este sentido, el relativismo moral puede ser considerado la
antítesis del intelectualismo moral socrático, estudiado en el epígrafe anterior. Si para
Sócrates, la virtud puede ser conocida y enseñada, para los sofistas, en cambio, se trata
solamente de una "opinión" (dóxa), de un "parecer", de un punto de vista (susceptible de
disfrutar de mayor o menor aceptación entre los miembros de una comunidad). Podemos persuadir
a los demás de la conveniencia coyuntural de practicarla, pero no podemos enseñarla (en el
sentido en que podemos enseñar física o economía).
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