El segundo planeta estaba habitado
por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a
visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al
principito.
Para los vanidosos todos los demás
hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el
principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me
aclaman -respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca
pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender
el principito.
-Golpea tus manos una contra otra
-le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el
vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la
visita al rey", se dijo para sí el principito, que
continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a
saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito
se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el
sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los
vanidosos sólo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad?
-preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que
yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más
rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de
todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el
principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te
sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas
mayores son muy extrañas", se decía para sí el
principito durante su viaje.
El planeta siguiente estaba
habitado por un bebedor. Fue una visita muy corta, pues
hundió al principito en una gran melancolía.
-¿Qué haces ahí? -preguntó al
bebedor que estaba sentado en silencio ante un sinnúmero
de botellas vacías y otras tantas botellas llenas.
-¡Bebo! -respondió el bebedor con
tono lúgubre.
-¿Por qué bebes? -volvió a
preguntar el principito.
-Para olvidar.
-¿Para olvidar qué? -inquirió el
principito ya compadecido.
-Para olvidar que siento vergüenza
-confesó el bebedor bajando la cabeza.
-¿Vergüenza de qué? -se informó el
principito deseoso de ayudarle.
-¡Vergüenza de beber! -concluyó el
bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el
silencio.
Y el principito, perplejo, se
marchó.
"No hay la menor duda de que las
personas mayores son muy extrañas", seguía diciéndose
para sí el principito durante su viaje.
El cuarto planeta estaba ocupado
por un hombre de negocios. Este hombre estaba tan
abstraído que ni siquiera levantó la cabeza a la llegada
del principito.
-¡Buenos días! -le dijo éste-. Su
cigarro se ha apagado.
-Tres y dos cinco. Cinco y siete
doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete
veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo
de encenderlo. Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf!
Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós
mil setecientos treinta y uno.
-¿Quinientos millones de qué?
-¿Eh? ¿Estás ahí todavía?
Quinientos millones de... ya no sé... ¡He trabajado
tanto! ¡Yo soy un hombre serio y no me entretengo en
tonterías! Dos y cinco siete...
-¿Quinientos millones de qué?
-volvió a preguntar el principito, que nunca en su vida
había renunciado a una pregunta una vez que la había
formulado.
El hombre de negocios levantó la
cabeza:
-Desde hace cincuenta y cuatro
años que habito este planeta, sólo me han molestado tres
veces. La primera, hace veintidós años, fue por un
abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde. Hacía
un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores
en una suma. La segunda vez por una crisis de
reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio,
pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre serio.
Y la tercera vez... ¡la tercera vez es ésta! Decía,
pues, quinientos un millones...
-¿Millones de qué?
El hombre de negocios comprendió
que no tenía ninguna esperanza de que lo dejaran en paz.
-Millones de esas pequeñas cosas
que algunas veces se ven en el cielo.
-¿Moscas?
-¡No, cositas que brillan!
-¿Abejas?
-No. Unas cositas doradas que
hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre
serio y no tengo tiempo de desvariar!
-¡Ah! ¿Estrellas?
-Eso es. Estrellas.
-¿Y qué haces tú con quinientos
millones de estrellas?
-Quinientos un millones
seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo
soy un hombre serio y exacto.
-¿Y qué haces con esas estrellas?
-¿Que qué hago con ellas?
-Sí.
-Nada. Las poseo.
-¿Que las estrellas son tuyas?
-Sí.
-Yo he visto un rey que...
-Los reyes no poseen nada...
Reinan. Es muy diferente.
-¿Y de qué te sirve poseer las
estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y de qué te sirve ser rico?
-Me sirve para comprar más
estrellas si alguien las descubre.
"Este, se dijo a sí mismo el
principito, razona poco más o menos como mi borracho".
No obstante le siguió preguntando
:
-¿Y cómo es posible poseer
estrellas?
-¿De quién son las estrellas?
-contestó punzante el hombre de negocios.
-No sé. . . De nadie.
-Entonces son mías, puesto que he
sido el primero a quien se le ha ocurrido la idea.
-¿Y eso basta?
-Naturalmente. Si te encuentras un
diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si
encontraras una isla que a nadie pertenece, la isla es
tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces
patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las
estrellas son mías, puesto que nadie, antes que yo, ha
pensado en poseerlas.
-Eso es verdad -dijo el
principito- ¿y qué haces con ellas?
-Las administro. Las cuento y las
recuento una y otra vez -contestó el hombre de
negocios-. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre
serio!
El principito no quedó del todo
satisfecho.
-Si yo tengo una bufanda, puedo
ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una
flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no
puedes llevarte las estrellas!
-Pero puedo colocarlas en un
banco.
-¿Qué quiere decir eso?
-Quiere decir que escribo en un
papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo
llave en un cajón ese papel.
-¿Y eso es todo?
-¡Es suficiente!
"Es divertido", pensó el
principito. "Es incluso bastante poético. Pero no es muy
serio".
El principito tenía sobre las
cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las
personas mayores.
-Yo -dijo aún- tengo una flor a la
que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que
deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del
que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir.
Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo
las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las
estrellas...
El hombre de negocios abrió la
boca, pero no encontró respuesta.
El principito abandonó aquel
planeta.
"Las personas mayores,
decididamente, son extraordinarias", se decía a sí mismo
con sencillez durante el viaje.
El quinto planeta era muy curioso.
Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un
farol y el farolero que lo habitaba. El principito no
lograba explicarse para qué servirían allí, en el cielo,
en un planeta sin casas y sin población un farol y un
farolero. Sin embargo, se dijo a sí mismo:
"Este hombre, quizás, es absurdo.
Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso,
el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo, al
menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual
que si hiciera nacer una estrella más o una flor y
cuando lo apaga hace dormir a la flor o a la estrella.
Es una ocupación muy bonita y por ser bonita es
verdaderamente útil".
Cuando llegó al planeta saludó
respetuosamente al farolero:
-¡Buenos días! ¿Por qué acabas de
apagar tu farol?
-Es la consigna -respondió el
farolero-. ¡Buenos días!
-¿Y qué es la consigna?
-Apagar mi farol. ¡Buenas noches!
Y encendió el farol.
-¿Y por qué acabas de volver a
encenderlo?
-Es la consigna.
-No lo comprendo -dijo el
principito.
-No hay nada que comprender -dijo
el farolero-. La consigna es la consigna. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Luego se enjugó la frente con un
pañuelo de cuadros rojos.
-Mi trabajo es algo terrible. En
otros tiempos era razonable; apagaba el farol por la
mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el resto del
día para reposar y el resto de la noche para dormir.
-¿Y luego cambiaron la consigna?
-Ese es el drama, que la consigna
no ha cambiado -dijo el farolero-. El planeta gira cada
vez más de prisa de año en año y la consigna sigue
siendo la misma.
-¿Y entonces? -dijo el principito.
-Como el planeta da ahora una
vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo de
reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.
-¡Eso es raro! ¡Los días sólo
duran en tu tierra un minuto!
-Esto no tiene nada de divertido
-dijo el farolero-. Hace ya un mes que tú y yo estamos
hablando.
-¿Un mes?
-Sí, treinta minutos. ¡Treinta
días! ¡Buenas noches!
Y volvió a encender su farol.
El principito lo miró y le gustó
este farolero que tan fielmente cumplía la consigna.
Recordó las puestas de sol que en otro tiempo iba a
buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.
-¿Sabes? Yo conozco un medio para
que descanses cuando quieras...
-Yo quiero descansar siempre -dijo
el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y
perezoso.
El principito prosiguió:
-Tu planeta es tan pequeño que
puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes que
hacer más que caminar muy lentamente para quedar siempre
al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el día
durará tanto tiempo cuanto quieras.
-Con eso no adelanto gran cosa
-dijo el farolero-, lo que a mí me gusta en la vida es
dormir.
-No es una suerte -dijo el
principito.
-No, no es una suerte -replicó el
farolero-. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Mientras el principito proseguía
su viaje, se iba diciendo para sí: "Este sería
despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso,
por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin
embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás
porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo . Lanzó un
suspiro de pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme
hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no
hay lugar para dos... "
Lo que el principito no se atrevía
a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no
quedarse en este bendito planeta se debía a las mil
cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría
disfrutar cada veinticuatro horas.
El sexto planeta era diez veces
más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía
grandes libros.
-¡Anda, un explorador! -exclamó
cuando divisó al principito.
Este se sentó sobre la mesa y
reposó un poco. ¡Había viajado ya tanto!
-¿De dónde vienes tú? -le preguntó
el anciano.
-¿Qué libro es ese tan grande?
-preguntó a su vez el principito-. ¿Qué hace usted aquí?
-Soy geógrafo -dijo el anciano.
-¿Y qué es un geógrafo?
-Es un sabio que sabe donde están
los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los
desiertos.
-Eso es muy interesante -dijo el
principito-. ¡Y es un verdadero oficio!
Dirigió una mirada a su alrededor
sobre el planeta del geógrafo; nunca había visto un
planeta tan majestuoso.
-Es muy hermoso su planeta. ¿Hay
océanos aquí?
-No puedo saberlo -dijo el
geógrafo.
-¡Ah! (El principito se sintió
decepcionado). ¿Y montañas?
-No puedo saberlo -repitió el
geógrafo.
-¿Y ciudades, ríos y desiertos?
-Tampoco puedo saberlo.
-¡Pero usted es geógrafo!
-Exactamente -dijo el geógrafo-,
pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me
informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá
contando las ciudades, los ríos, las montañas, los
océanos y los desiertos; es demasiado importante para
deambular por ahí. Se queda en su despacho y allí recibe
a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus
informes. Si los informes de alguno de ellos le parecen
interesantes, manda hacer una investigación sobre la
moralidad del explorador.
-¿Para qué?
-Un explorador que mintiera sería
una catástrofe para los libros de geografía. Y también
lo sería un explorador que bebiera demasiado.
-¿Por qué? -preguntó el
principito.
-Porque los borrachos ven doble y
el geógrafo pondría dos montañas donde sólo habría una.
-Conozco a alguien -dijo el
principito-, que sería un mal explorador.
-Es posible. Cuando se está
convencido de que la moralidad del explorador es buena,
se hace una investigación sobre su descubrimiento.
-¿ Se va a ver?
-No, eso sería demasiado
complicado. Se exige al explorador que suministre
pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de
una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.
Súbitamente el geógrafo se sintió
emocionado:
-Pero... ¡tú vienes de muy lejos!
¡Tú eres un explorador! Vas a describirme tu planeta.
Y el geógrafo abriendo su registro
afiló su lápiz. Los relatos de los exploradores se
escriben primero con lápiz. Se espera que el explorador
presente sus pruebas para pasarlos a tinta.
-¿Y bien? -interrogó el geógrafo.
-¡Oh! Mi tierra -dijo el
principito- no es interesante, todo es muy pequeño.
Tengo tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido;
pero nunca se sabe...
-No, nunca se sabe -dijo el
geógrafo.
-Tengo también una flor.
-De las flores no tomamos nota.
-¿Por qué? ¡Son lo más bonito!
-Porque las flores son efímeras.
-¿Qué significa "efímera"?
-Las geografías -dijo el geógrafo-
son los libros más preciados e interesantes; nunca pasan
de moda. Es muy raro que una montaña cambie de sitio o
que un océano quede sin agua. Los geógrafos escribimos
sobre cosas eternas.
-Pero los volcanes extinguidos
pueden despertarse -interrumpió el principito-. ¿Qué
significa "efímera"?
-Que los volcanes estén o no en
actividad es igual para nosotros. Lo interesante es la
montaña que nunca cambia.
-Pero, ¿qué significa "efímera"?
-repitió el principito que en su vida había renunciado a
una pregunta una vez formulada.
-Significa que está amenazado de
próxima desaparición.
-¿Mi flor está amenazada de
desaparecer próximamente?
-Indudablemente.
"Mi flor as efímera -se dijo el
principito- y no tiene más que cuatro espinas para
defenderse contra el mundo. ¡Y la he dejado allá sola en
mi casa!" Por primera vez se arrepintió de haber dejado
su planeta, pero bien pronto recobró su valor.
-¿Qué me aconseja usted que visite
ahora? -preguntó.
-La Tierra -le contestó el
geógrafo-. Tiene muy buena reputación...
Y el principito partió pensando en
su flor.
El séptimo planeta fue, por
consiguiente, la Tierra.
¡La Tierra no es un planeta
cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin
olvidar, naturalmente, los reyes negros) , siete mil
geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete
millones y medio de borrachos, trescientos once millones
de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de
personas mayores.
Para darles una idea de las
dimensiones de la Tierra yo les diría que antes de la
invención de la electricidad había que mantener sobre el
conjunto de los seis continentes un verdadero ejército
de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once
faroleros.
Vistos desde lejos, hacían un
espléndido efecto. Los movimientos de este ejército
estaban regulados como los de un ballet de ópera.
Primero venía el turno de los faroleros de Nueva Zelanda
y de Australia. Encendían sus faroles y se iban a
dormir. Después tocaba el turno en la danza a los
faroleros de China y Siberia, que a su vez se
escabullían entre los bastidores. Luego seguían los
faroleros de Rusia y de las Indias, después los de
África y Europa y finalmente, los de América del Sur y
América del Norte. Nunca se equivocaban en su orden de
entrada en escena. Era grandioso.
Solamente el farolero del único
farol del Polo Norte y su colega del único farol del
Polo Sur, llevaban una vida ociosa e indiferente:
trabajaban dos veces por año.
Cuando se quiere ser ingenioso,
sucede que se miente un poco. No he sido muy honesto al
hablar de los faroleros y corro el riesgo de dar una
falsa idea de nuestro planeta a los que no lo conocen.
Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la Tierra. Si
los dos mil millones de habitantes que la pueblan se
pusieran de pie y un poco apretados, como en un mitin,
cabrían fácilmente en una plaza de veinte millas de
largo por veinte de ancho. La humanidad podría
amontonarse sobre el más pequeño islote del Pacífico.
Las personas mayores no les
creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que
ocupan mucho sitio. Se creen importantes como los
baobabs. Les dirán, pues, que hagan el cálculo; eso les
gustará ya que adoran las cifras. Pero no es necesario
que pierdan el tiempo inútilmente, puesto que tienen
confianza en mí.
El principito, una vez que llegó a
la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Tenía
miedo de haberse equivocado de planeta, cuando un anillo
de color de luna se revolvió en la arena.
-¡Buenas noches! -dijo el
principito.
-¡Buenas noches! -dijo la
serpiente.
-¿Sobre qué planeta he caído?
-preguntó el principito.
-Sobre la Tierra, en África
-respondió la serpiente.
-¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la
Tierra?
-Esto es el desierto. En los
desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande -dijo la
serpiente.
El principito se sentó en una
piedra y elevó los ojos al cielo.
-Yo me pregunto -dijo- si las
estrellas están encendidas para que cada cual pueda un
día encontrar la suya. Mira mi planeta; está
precisamente encima de nosotros... Pero... ¡qué lejos
está!
-Es muy bella -dijo la serpiente-.
¿Y qué vienes tú a hacer aquí?
-Tengo problemas con una flor
-dijo el principito.
-¡Ah!
Y se callaron.
-¿Dónde están los hombres?
-prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo
en el desierto...
-También se está solo donde los
hombres -afirmó la serpiente.
El principito la miró largo rato y
le dijo: -Eres un bicho raro, delgado como un dedo...
-Pero soy más poderoso que el dedo
de un rey -le interrumpió la serpiente.
El principito sonrió:
-No me pareces muy poderoso... ni
siquiera tienes patas... ni tan siquiera puedes
viajar...
-Puedo llevarte más lejos que un
navío -dijo la serpiente.
Se enroscó alrededor del tobillo
del principito como un brazalete de oro.
-Al que yo toco, le hago volver a
la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de
una estrella...
El principito no respondió.
-Me das lástima, tan débil sobre
esta tierra de granito. Si algún día echas mucho de
menos tu planeta, puedo ayudarte. Puedo...
-¡Oh! -dijo el principito-. Te he
comprendido. Pero ¿por qué hablas con enigmas?
-Yo los resuelvo todos -dijo la
serpiente.
Y se callaron.
El principito atravesó el desierto
en el que sólo encontró una flor de tres pétalos, una
flor de nada.
-¡Buenos días! -dijo el
principito.
-¡Buenos días! -dijo la flor.
-¿Dónde están los hombres?
-preguntó cortésmente el principito.
La flor, un día, había visto pasar
una caravana.
-¿Los hombres? No existen más que
seis o siete, me parece. Los he visto hace ya años y
nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea.
Les faltan las raíces. Esto les molesta.
-Adiós -dijo el principito.
-Adiós -dijo la flor.
El principito escaló hasta la cima
de una alta montaña. Las únicas montañas que él había
conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la
rodilla. El volcán extinguido lo utilizaba como
taburete. "Desde una montaña tan alta como ésta, se
había dicho, podré ver todo el planeta y a todos los
hombres..." Pero no alcanzó a ver más que algunas puntas
de rocas.
-¡Buenos días! -exclamó el
principito al acaso.
-¡Buenos días! ¡Buenos días!
¡Buenos días! -respondió el eco.
-¿Quién eres tú? -preguntó el
principito.
-¿Quién eres tú?... ¿Quién eres
tú?... ¿Quién eres tú?... -contestó el eco.
-Sed mis amigos, estoy solo -dijo
el principito.
-Estoy solo... estoy solo... estoy
solo... -repitió el eco.
"¡Qué planeta más raro! -pensó
entonces el principito-, es seco, puntiagudo y salado. Y
los hombres carecen de imaginación; no hacen más que
repetir lo que se les dice... En mi tierra tenía una
flor: era siempre la primera en hablar... "
Pero sucedió que el principito,
habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió
finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la
morada de los hombres.
-¡Buenos días! -dijo.
Era un jardín cuajado de rosas.
-¡Buenos días! -dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se
parecían tanto a su flor!
-¿Quiénes sois? -les preguntó
estupefacto.
-Somos las rosas -respondieron
éstas.
-¡Ah! -exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su
flor le había dicho que era la única de su especie en
todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de
cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín!
Si ella viese todo esto, se decía
el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y
simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría
que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir
verdaderamente para humillarme a mí también... "
Y luego continuó diciéndose: "Me
creía rico con una flor única y resulta que no tengo más
que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que
apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales quizá
esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran
príncipe... " Y tendido sobre la hierba, el principito
lloró.
Entonces apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió
cortésmente el principito que se volvió pero no vio
nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo
la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el
principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso
el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el
zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve
reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el
zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió
el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro-
tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también
crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas
gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco
amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar
el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el
zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el
zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito
igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para
nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti
más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes.
Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad
el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo
seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el
principito-. Hay una flor... creo que ella me ha
domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-,
en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó
el principito.
El zorro pareció intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el
zorro.
Y después volviendo a su idea:
-Mi vida es muy monótona. Cazo
gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas
se parecen y todos los hombres son iguales; por
consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi
vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos
pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me
hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán
fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira!
¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y
por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos
de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste.
¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo
maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es
dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido
del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen
rato al principito:
-Por favor... domestícame -le
dijo.
-Bien quisiera -le respondió el
principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar
amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas
que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no
tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en
las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos,
los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo,
domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el
príncipito.
-Debes tener mucha paciencia
-respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco
lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el
rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es
fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás
sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día
siguiente.
-Hubiera sido mejor -dijo el
zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo
empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más
feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e
inquieto; ¡descubriré así lo que vale la felicidad!.
Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo
preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el
principito.
-Es también algo demasiado
olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no
se parezca a otro día y que una hora sea diferente a
otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los
jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves
entonces son días maravillosos en los que puedo ir de
paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día
fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría
vacaciones.
De esta manera el principito
domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de
la partida:
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el
principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has
querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- Y vas a llorar!, -dijo él
principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zorro- he ganado a
causa del color del trigo.
Y luego añadió:
-Vete a ver las rosas;
comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás
a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las
rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se
parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes
han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes,
que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas
oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías
y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las
vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que
cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante
que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella
a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los
gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y
es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y
algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi
secreto, que no puede ser más simple : no se ve bien
sino con el corazón; lo esencial es invisible para los
ojos.
-Lo esencial es invisible para los
ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu
rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido
con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta
verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres
responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres
responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa...
-repitió el principito a fin de recordarlo.
-¡Buenos días! -dijo el
principito.
-¡Buenos días! -respondió el
guardavías.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó el
principito.
-Formo con los viajeros paquetes
de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la
derecha, ya a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado,
rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina del
guardavías.
-Tienen mucha prisa -dijo el
principito-. ¿Qué buscan?
-Ni siquiera el conductor de la
locomotora lo sabe -dijo el guardavías.
Un segundo rápido iluminado rugió
en sentido inverso.
-¿Ya vuelve? -preguntó el
principito.
-No son los mismos -contestó el
guardavías-. Es un cambio.
-¿No se sentían contentos donde
estaban?
-Nunca se siente uno contento
donde está -respondió el guardavías.
Y rugió el trueno de un tercer
rápido iluminado.
-¿Van persiguiendo a los primeros
viajeros? -preguntó el principito.
-No persiguen absolutamente nada
-le dijo el guardavías-; duermen o bostezan allí dentro.
Únicamente los niños aplastan su nariz contra los
vidrios.
-Únicamente los niños saben lo que
buscan -dijo el principito. Pierden el tiempo con una
muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para
ellos y si se la quitan, lloran...
-¡Qué suerte tienen! -dijo el
guardavías.
-¡Buenos días! -dijo el
principito.
-¡Buenos días! -respondió el
comerciante.
Era un comerciante de píldoras
perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana
y ya no se sienten ganas de beber.
-¿Por qué vendes eso? -preguntó el
principito.
-Porque con esto se economiza
mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos,
se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-¿Y qué se hace con esos cincuenta
y tres minutos?
-Lo que cada uno quiere... "
"Si yo dispusiera de cincuenta y
tres minutos -pensó el principito- caminaría muy
suavemente hacia una fuente..."
Era el octavo día de mi avería en
el desierto y había escuchado la historia del
comerciante bebiendo la última gota de mi provisión de
agua.
-¡Ah -le dije al principito-, son
muy bonitos tus cuentos, pero yo no he reparado mi
avión, no tengo nada para beber y yo también sería feliz
si pudiera caminar muy suavemente hacia una fuente!
-Mi amigo el zorro..., me dijo...
-Mi pequeño hombrecito, ¡ya no se
trata más del zorro!
-¿Por qué?
-Porque nos vamos a morir de
sed...
No comprendió mi razonamiento y
replicó:
-Es bueno haber tenido un amigo,
aún si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber
tenido un amigo zorro.
"No mide el peligro -me dije-
Nunca tiene hambre ni sed. Un poco de sol le basta..."
El principito me miró y respondió
a mi pensamiento:
-Tengo sed también... vamos a
buscar un pozo...
Tuve un gesto de cansancio; es
absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad del
desierto. Sin embargo, nos pusimos en marcha.
Después de dos horas de caminar en
silencio, cayó la noche y las estrellas comenzaron a
brillar. Yo las veía como en sueño, pues a causa de la
sed tenía un poco de fiebre. Las palabras del principito
danzaban en mi mente.
-¿También tú tienes sed? -le
pregunté. Pero no respondió a mi pregunta, diciéndome
simplemente:
-El agua puede ser buena también
para el corazón...
No comprendí sus palabras, pero me
callé; sabía muy bien que no había que interrogarlo.
El principito estaba cansado y se
sentó; yo me senté a su lado y después de un silencio me
dijo:
-Las estrellas son hermosas, por
una flor que no se ve...
Respondí "seguramente" y miré sin
hablar los pliegues que la arena formaba bajo la luna.
-El desierto es bello -añadió el
principito.
Era verdad; siempre me ha gustado
el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve,
nada se oye y sin embargo, algo resplandece en el
silencio...
-Lo que más embellece al desierto
-dijo el principito- es el pozo que oculta en algún
sitio...
Me quedé sorprendido al comprender
súbitamente ese misterioso resplandor de la arena.
Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que,
según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda
que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo
buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro. Mi
casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
-Sí -le dije al principito- ya se
trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo
que les embellece es invisible.
-Me gusta -dijo el principito- que
estés de acuerdo con mi zorro.
Como el principito se dormía, lo
tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me
sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me
parecía que nada más frágil había sobre la Tierra.
Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida,
aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el
viento y me decía : "lo que veo es sólo la corteza; lo
más importante es invisible... "
Como sus labios entreabiertos
esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona
de este principito dormido es su fidelidad a una flor,
es la imagen de la rosa que resplandece en él como la
llama de una lámpara, incluso cuando duerme... " Y lo
sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que
protegerlas: una racha de viento puede apagarlas...
Continué caminando y al rayar el
alba descubrí el pozo.
-Los hombres -dijo el principito-
se meten en los rápidos pero no saben dónde van ni lo
que quieren. . . Entonces se agitan y dan vueltas...
Y añadió:
-¡No vale la pena!...
El pozo que habíamos encontrado no
se parecía en nada a los pozos saharianos. Estos pozos
son simples agujeros que se abren en la arena. El que
teníamos ante nosotros parecía el pozo de un pueblo;
pero por allí no había ningún pueblo y me parecía estar
soñando.
-¡Es extraño! -le dije al
principito-. Todo está a punto: la roldana, el balde y
la cuerda...
Se rió y tocó la cuerda; hizo
mover la roldana. Y la roldana gimió como una vieja
veleta cuando el viento ha dormido mucho.
-¿Oyes? -dijo el principito-.
Hemos despertado al pozo y canta.
No quería que el principito
hiciera el menor esfuerzo y le dije:
-Déjame a mí, es demasiado pesado
para ti.
Lentamente subí el cubo hasta el
brocal donde lo dejé bien seguro. En mis oídos sonaba
aún el canto de la roldana y veía temblar al sol en el
agua agitada.
-Tengo sed de esta agua -dijo el
principito-, dame de beber...
¡Comprendí entonces lo que él
había buscado!
Levanté el balde hasta sus labios
y el principito bebió con los ojos cerrados. Todo era
bello como una fiesta. Aquella agua era algo más que un
alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas,
del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era
como un regalo para el corazón. Cuando yo era niño, las
luces del árbol de Navidad, la música de la misa de
medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su
resplandor a mi regalo de Navidad.
-Los hombres de tu tierra -dijo el
principito- cultivan cinco mil rosas en un jardín y no
encuentran lo que buscan.
-No lo encuentran nunca -le
respondí. -Y sin embargo, lo que buscan podrían
encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
-Sin duda, respondí. Y el
principito añadió:
-Pero los ojos son ciegos. Hay que
buscar con el corazón.
Yo había bebido y me encontraba
bien. La arena, al alba, era color de miel, del que
gozaba hasta sentirme dichoso. ¿Por qué había de
sentirme triste?
-Es necesario que cumplas tu
promesa -dijo dulcemente el principito que nuevamente se
había sentado junto a mi.
-¿Qué promesa?
-Ya sabes... el bozal para mi
cordero... soy responsable de mi flor.
Saqué del bolsillo mis esbozos de
dibujo. El principito los miró y dijo riendo:
-Tus baobabs parecen repollos...
-¡Oh! ¡Y yo que estaba tan
orgulloso de mis baobabs!
-Tu zorro tiene orejas que parecen
cuernos; son demasiado largas.
Y volvió a reír.
-Eres injusto, muchachito; yo no
sabía dibujar más que boas cerradas y boas abiertas.
-¡Oh, todo se arreglará! -dijo el
principito-. Los niños entienden.
Dibujé, pues, un bozal. Y sentí el
corazón oprimido cuando se lo di.
- Tienes proyectos que ignoro...
Pero no me respondió y me dijo:
-¿Sabes? -me dijo-. Mañana hace un
año de mi caída en la Tierra...
Y después de un silencio, añadió:
-Caí muy cerca de aquí...
El principito se sonrojó y
nuevamente, sin comprender por qué, experimenté una
extraña tristeza.
Sin embargo, se me ocurrió
preguntar:
-Entonces no te encontré por azar
hace ocho días, cuando paseabas por estos lugares, a mil
millas de distancia del lugar habitado más próximo. ¿Es
que volvías al punto de tu caída?
El principito enrojeció
nuevamente.
Y añadí vacilante.
-¿Tal vez por el aniversario?
El principito se ruborizó una vez
más. Aunque nunca respondía a las preguntas, su rubor
significaba una respuesta afirmativa.
-¡Ah! -le dije- tengo miedo.
Pero él me respondió:
-Debes trabajar ahora. Debes
volver junto a tu máquina. Te espero aquí. Vuelve mañana
por la tarde.
Pero yo no estaba tranquilo y me
acordaba del zorro. Si uno se deja domesticar, corre el
riesgo de llorar un poco...
Al lado del pozo había una ruina
de un viejo muro de piedras. Cuando volví de mi trabajo
al día siguiente por la tarde, vi desde lejos al
principito sentado en lo alto con las piernas colgando.
Lo oí que hablaba.
-¿No te acuerdas? ¡No es aquí con
exactitud!
Alguien le respondió sin duda,
porque él replicó:
-¡Sí, sí; es el día, pero no es
este el lugar!
Proseguí mi marcha hacia el muro,
pero no veía ni oía a nadie. Y sin embargo, el
principito replicó de nuevo.
-¡Claro! Ya verás dónde comienza
mi huella en la arena. No tienes más que esperarme, que
allí estaré yo esta noche.
Yo estaba a veinte metros y
continuaba sin distinguir nada.
El principito, después de un
silencio, dijo aún:
-¿Tienes un buen veneno? ¿Estás
segura de no hacerme sufrir mucho?
Me detuve con el corazón oprimido,
siempre sin comprender.
-¡Ahora vete -dijo el principito-,
quiero volver a bajarme!
Dirigí la mirada hacia el pie del
muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente de
esas amarillas que matan a una persona en menos de
treinta segundos, se erguía en dirección al principito.
Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté
el paso, pero, al ruido que hice, la serpiente se dejó
deslizar suavemente por la arena como un surtidor que
muere, y, sin apresurarse demasiado, se escurrió entre
las piedras con un ligero ruido metálico.
Llegué junto al muro a tiempo de
recibir en mis brazos a mi principito, que estaba blanco
como la nieve.
-¿Pero qué historia es ésta? ¿De
charla también con las serpientes?
Le quité su eterna bufanda de oro,
le humedecí las sienes y le di de beber, sin atreverme a
hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome
el cuello con sus brazos. Sentí latir su corazón, como
el de un pajarillo que muere a tiros de carabina.
-Me alegra -dijo el principito-
que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Así
podrás volver a tu tierra...
-¿Cómo lo sabes?
Precisamente venía a comunicarle
que, a pesar de que no lo esperaba, había logrado
terminar mi trabajo.
No respondió a mi pregunta, sino
que añadió:
-También yo vuelvo hoy a mi
planeta...
Luego, con melancolía:
-Es mucho más lejos... y más
difícil...
Me daba cuenta de que algo
extraordinario pasaba en aquellos momentos. Estreché al
principito entre mis brazos como sí fuera un niño
pequeño, y no obstante, me pareció que descendía en
picada hacia un abismo sin que fuera posible hacer nada
para retenerlo.
Su mirada, seria, estaba perdida
en la lejanía.
-Tengo tu cordero y la caja para
el cordero. Y tengo también el bozal.
Y sonreía melancólicamente.
Esperé un buen rato. Sentía que
volvía a entrar en calor poco a poco:
-Has tenido miedo, hombrecito...
Lo había tenido, sin duda, pero
sonrió con dulzura:
-Esta noche voy a tener más
miedo...
Me quedé de nuevo helado por un
sentimiento de algo irreparable. Comprendí que no podía
soportar la idea de no volver a oír nunca más su risa.
Era para mí como una fuente en el desierto.
-Hombrecito, quiero oír otra vez
tu risa...
Pero él me dijo:
-Esta noche hará un año. Mi
estrella se encontrará precisamente encima del lugar
donde caí el año pasado...
-¿No es cierto -le interrumpí- que
toda esta historia de serpientes, de citas y de
estrellas es tan sólo una pesadilla?
Pero el principito no respondió a
mi pregunta y dijo:
-Lo más importante nunca se ve...
-Indudablemente...
-Es lo mismo que la flor. Si te
gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce
mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han
florecido.
-Es indudable...
-Es como el agua. La que me diste
a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una
música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era!
-Sí, cierto...
-Por la noche mirarás las
estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo
pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi
estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te
gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas
serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...
Y rió una vez más.
-¡Ah, hombrecito, hombrecito, cómo
me gusta oír tu risa!
-Mi regalo será ése precisamente,
será como el agua...
-¿Qué quieres decir?
La gente tiene estrellas que no
son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son
guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los
sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de
negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan.
Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido...
-¿Qué quieres decir? -Cuando por
las noches mires al cielo, al pensar que en una de
aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si
todas las estrellas riesen. ¡Tú tendrás estrellas que
saben reír!
Y rió nuevamente.
-Cuando te hayas consolado
(siempre se consuela uno) estarás contento de haberme
conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír
conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por
placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír
mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me
hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te
habré jugado una mala pasada...
Y se rió otra vez.
-Será como si en vez de estrellas,
te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben
reír...
Una vez más dejó oír su risa y
luego se puso serio.
-Esta noche ¿sabes? no vengas...
-No me separaré de ti.
-Parecerá que sufro... Parecerá un
poco que me muero. Es así. No vengas a verlo, no vale la
pena...
-No me separaré de ti.
Pero estaba preocupado.
-Te digo esto... también por la
serpiente. No debe morderte... Las serpientes son malas.
Pueden morder por placer...
-He dicho que no me separaré de
ti.
Pero algo lo tranquilizó.
-Bien es verdad que no tienen
veneno para la segunda mordedura...
Aquella noche no lo vi ponerse en
camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y
decidido y me dijo solamente:
-¡Ah, estás ahí!
Me cogió de la mano y todavía se
atormentó:
-Has hecho mal. Tendrás pena.
Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.
Yo me callaba.
-¿Comprendes? Es demasiado lejos.
No puedo llevar mi cuerpo allí. Es demasiado pesado.
Seguí callado.
-Será como una corteza vieja que
se abandona. No son tristes las viejas cortezas...
Yo me callaba. El principito
perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:
-Será agradable ¿sabes? Yo miraré
también las estrellas. Todas serán pozos con roldana
enmohecida. Todas las estrellas me darán de beber.
Yo callaba.
-¡Será tan divertido! Tú tendrás
quinientos millones de cascabeles y yo quinientos
millones de fuentes...
El principito se calló también por
que lloraba.
-Es allí; déjame ir solo.
Se sentó porque tenía miedo. Dijo
aún:
-¿Sabes?... mi flor... soy
responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo
tiene cuatro espinas insignificantes para defenderse
contra todo el mundo...
Me senté, ya no podía mantenerme
en pie.
-Bien... eso es todo...
Vaciló todavía un instante, luego
se levantó y dio un paso. Yo no pude moverme.
Un relámpago amarillo centelleó en
su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un
grito. Luego cayó lentamente como cae un árbol, sin
hacer el menor ruido en la arena.
Ahora hace ya seis años de esto.
Jamás he contado esta historia y los compañeros que me
vuelven a ver se alegran de encontrarme vivo. Estaba
triste, pero yo les decía: "Es el cansancio".
Ahora me he consolado un poco. Es
decir... no del todo. Pero sé que verdaderamente volvió
a su planeta, pues, al nacer el día, no encontré su
cuerpo. Y no era un cuerpo tan pesado... Y por la noche
me gusta oír las estrellas. Son como quinientos millones
de cascabeles...
Pero sucede algo extraordinario.
Al bozal que dibujé para el principito se me olvidó
añadirle la correa de cuero; no habrá podido atárselo al
cordero. Entonces me pregunto:
"¿Qué habrá sucedido en su
planeta? Quizá el cordero se ha comido la flor..."
A veces me digo: "¡Seguro que no!
El príncipito cubre la flor con su globo de vidrio todas
las noches y vigila bien a su cordero". Entonces me
siento dichoso y todas las estrellas ríen dulcemente.
Pero otras veces pienso: "Alguna
que otra vez se distrae uno y eso basta. Si una noche ha
olvidado poner el globo de vidrio o el cordero ha salido
sin hacer ruido, durante la noche...". Y entonces los
cascabeles se convierten en lágrimas...
Y ahí está el gran misterio. Para
vosotros que también amáis al principito, como para mí,
nada en el universo sigue siendo igual si en alguna
parte, quien sabe dónde, un cordero desconocido se ha
comido o no se ha comido una rosa...
Pero mirad al cielo y preguntad:
el cordero ¿se ha comido la flor? Y veréis cómo todo
cambia...
¡Ninguna persona mayor comprenderá
jamás que esto sea verdaderamente importante!
Este es para mí el paisaje más
hermoso y el más triste del mundo. Es el mismo paisaje
de la página anterior que he dibujado una vez más para
que lo vean bien. Fue aquí donde el principito apareció
sobre la Tierra, desapareciendo luego.
Mirad atentamente este paisaje
para que sepáis reconocerlo, si viajáis algún día por el
África, en el desierto. Si por casualidad llegáis a
pasar por allí, os suplico, no os apresuréis; esperad un
momento, exactamente debajo de la estrella. Si entonces
un niño llega hacia vosotros, si este niño ríe y tiene
cabellos de oro y nunca responde a vuestras preguntas,
adivinaréis en seguida quién es. ¡Sed amables entonces!
No me dejéis tan triste. Escribidme enseguida, decidme
que el principito ha vuelto...
-
Fin -
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