Según
la leyenda transmitida por los poetas y analistas, el fundador de Roma,
sobre la colina del Palatino, fue Rómulo, hijo del dios Marte y de una
princesa de Alba Longa que se llamaba Rea Silvia. Siempre de acuerdo con
esta historia, para poblar la ciudad, su fundador recluto colonos
venidos de la región vecina del Lacio y para dotarla de mujeres se
apoderó de las de una tribu cercana, las Sabinas, dando así origen a una
guerra de represalia que termino con la fusión de ambos pueblos en uno
solo, el de los Quirites.
Esta nueva población parece haber estado constituida por tres tribus:
los Titos (o Sabinos), Ramnes (o Romanos) y los Luceres, divididas
después en treinta “curias” o comunidades que habrían formado la
estructura política de base. Sobre todos ellos habría reinado un
poderoso monarca, que, en memoria de la fusión, habría sido
alternadamente latino y sabino.
El
relato de la leyenda prosigue afirmando que este cambio de poder
funciono en lo que respecta a los tres primeros sucesores de Rómulo: el
sabino Numa Pompilio, el latino Tulio Hostilio y el sabino Anco Marcio.
En cambio, los tres reyes siguientes fueron etruscos, pertenecientes a
un pueblo cuyas ciudades principales se alzaban al norte de Roma, pero
que se expandía ahora hacia el sur, en Campania, y tenia, por
consiguiente, mucha influencia en la urbe.
Sin embargo, la ciudad prospero, tanto bajo los sabinos y latinos como
bajo los etruscos. Adquirió una hegemonía estable en el territorio
circundante, reforzó y articulo sus instituciones, acrecento su
población, se doto de prestigiosas realizaciones en el campo
arquitectónico y urbanístico.
Todos
los reyes contribuyeron a ello: Numa Pompilio, sucesor de Rómulo,
organizo la vida religiosa, cuyas normas le fueron dictadas por la ninfa
Egeria; Tulio Hostilio sometió a la ciudad de Alba Longa, de donde
según se decía era oriundo el fundador de Roma y la rival mas peligrosa
de esta; Anco Marcio llevo adelante la expansión, fundo el puerto de
Ostia en la desembocadura del Tíber, construyo sobre este río el primer
puente (Suplicio), el primer acueducto (Aqua Marcia o acueducto Marcio) e
incluso la primera cárcel.
Con
referencia al primer rey etrusco (quinto de Roma, que se llamo Tarquino
Prisco), dice el historiador Tito Livio que fue el primero en intrigar
para hacer que lo eligieran rey, apoyándose en la plebe. Es posible que
así fuera.
En
todo caso, fue el primero de quien emanaron disposiciones concretas en
ayuda de las clases mas humildes y en emprender un programa urbanístico
formal en la ciudad: un circo, pórticos en la plaza del mercado (el
Foro), templos… A él se debe también la introducción en Roma de los
símbolos del poder que llegaron, posteriormente, a ser tradicionales: el
cetro, el traje púrpura, los doce “lictores” que constituían la guardia
de corps y la escolta de las autoridades. Fue sin duda un rey
revolucionario.
Sus
innovaciones parecen de poca monta frente a las del sexto monarca,
Servio Tulio: la ampliación de la ciudad, incluyendo las siete colinas
tradicionales, la circunvalación de murallas con que la protegió (que
desde entonces se llamaron “murallas servianas”), y sobre todo una
importantísima reforma constitucional, estructura destinada a perdurar y
que sustituyo a las tres tribus de Rómulo, basadas en vínculos de
sangre, por una base territorial mediante la cual dividió a estas tribus
en “centurias”, ordenadas siguiendo criterios de censo y riqueza y no
exclusivamente de clan.
Por
lo que toca a la carrera del último rey, comenzó con un asesinato, el
de su predecesor, y termino con un estupro, el de una dama de la
nobleza, llamada Lucrecia, que fue el pretexto de la revolución. Este
rey, llamado también Tarquino y que se distinguió de su antecesor,
apodándolo “el soberbio”, fue el ultimo en ocupar el trono de Roma.
En 510 fue derrocado por la fuerza: nacía la republica.
Aquí
acaba el relato tradicional de los orígenes de Roma. Imposible decir
cuanto hay de cierto en lo que nos transmite. Cuanto más, pueden
extraerse algunos datos firme.
Es cierto que en los siglos IX y VIII
antes de Cristo se formaron en el Palatino algunos centros pequeños,
habitados por gente de lengua latina, y nada impide afirmar que ellas
procedían, total o parcialmente de Alba Longa. Su principal actividad
era sin duda el pastoreo, pues la región circundante se prestaba bien
para desarrollarla. Muy pronto, la favorable posición del asentamiento,
fuera de la vista del mar pero al cual las naves tenían fácil acceso,
propicio su evolución: los pequeños pueblos que formaban el Palatino se
fusionaron en un único poblado englobando a todas las colinas vecinas.
Los
reyes que gobernaron esas comunidades fueron a la vez conductores,
administradores, jueces y sacerdotes. Elegidos por el pueblo, a partir
del momento de su elección estaban en posesión del “imperium”, o sea, el
poder de mando, y del “auspicium”, la posibilidad de interpretar el
poder divino. En lo referente a los asuntos del culto, podían apoyarse
en una orden de sacerdotes; para resolver los administrativos y
políticos contaban con un senado de un centenar de miembros formado por
los jefes de los diversos clanes (o gentes, como se les llamaba) que
constituían el pueblo. Realmente no hacia falta mucho mas para gobernar
la primitiva y pequeña ciudad estado.
O , por lo menos, hasta que llagaron los etruscos, atraídos por la importancia que cobraba la ciudad.
A
continuación de una conquista o como resultado de una penetración
pacifica, el elemento etrusco se fue imponiendo y llego a instalar en el
trono a un rey de su estirpe. Es posible que durante la soberanía
etrusca se haya humillado al elemento latino y sabino de la ciudad,
mientras que se implantaban en Roma las costumbres, las mercancías, las
técnicas y los capitales etruscos, pero, en cambio, la ciudad adquirió
la estructura y la infraestructura, materiales y políticas, que habría
de permitirle desempeñar un papel de primer plano en la política
italiana.
Las
reformas, atribuidas a Servio Tulio, son elocuentes: los vínculos de
sangre cedieron paso a una estructura basada en el poder adquisitivo, e
igualmente elocuente es el programa de obras publicas que se atribuye a
los reyes etruscos.
El sentido general de los acontecimientos es
claro: impulsada por una clase dirigente etrusca, Roma adquiría un
desarrollo urbano muy superior al de las ciudades latinas y sabinas
vecinas, del mismo orden. Esto incluso las llevaba a exigir la primacía
política y militar sobre ellas.