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VIAJES DE MARCO POLO
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Cruzar el Canal de la Mancha |
Conquista del
Polo Sur |
En Las Profundidades del Mar |
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James Cook |
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N a r r a c i ó
n H i s t ó r i c a:
En el otoño de 1298, Marco Polo, prisionero de guerra veneciano de edad mediana, estaba en una cárcel genovesa. Pasaba el tiempo contando un extraordinario viaje que había hecho en otro tiempo. Las noticias sobre su pasado corrieron por Génova y la gente empezó a acudir a la prisión para oírle hablar de las legendarias tierras del gran Kublai Kan , emperador de los mongoles.
Salpicaban sus relatos los templos dorados, las minas de rubíes y otras
maravillas que había visto en sus viajes
por el Oriente, así como los suntuosos
palacios y la deslumbrante vida cortesana del Gran Kan, que sobrepujaba en
refinamiento y elegancia todo lo conocido en la Europa medieval.
Entre los
compañeros de cárcel de Marco estaba un tal Rustichello, escritor profesional de
novelas nativo de Pisa. Tan cautivado como los demás con aquellas aventuras,
persuadió a Marco de que pidiera a Venecia los libros de notas que había
compilado para Kublai. Aprovechando aquellas historias y notas y agregando uno
que otro embellecimiento literario de su cosecha,
Rustichello
completó un manuscrito sobre los viajes precisamente antes de la liberación de
Polo en 1299. Poco despu¿s se hicieron varias traducciones que circularon por
Europa. El libro empezó llamándose sencillamente Descripción del mundo, pues no
era otra cosa y cubría más comarcas que ninguna otra obra de entonces. Pero no
tardó en ser conocido como El libro del millón de maravillas del mundo, porque
aludía burlonamente a las grandes cifras que daba Polo al mencionar los ingresos
y riquezas del Kan. Aunque hubo muchos lectores incrédulos, la narración de
Polo despertó la admiración europea, que duraría siglos, hacia las riquezas y
maravillas del fabuloso Lejano Oriente.
En el siglo Xlll,
a medida que iba saliendo del aislamiento de la Edad Media, Europa se entregaba
con afán a un comercio creciente -aparte de las guerras- en el Cercano Oriente.
Su población en rápido aumento y su desarrollo urbano habían incrementado la
demanda de bienes, y como los señores feudales desdeñaban el comercio, surgió
una nueva clase media de mercaderes en las villas y ciudades. Ninguna más
propicia para las empresas comerciales que Venecia, situada de modo ideal en el
Adriático, vuelta hacia el este. Fue en aquella ciudad próspera y refinada
donde nació Marco Polo en 1254.
Unos meses antes
del nacimiento de Marco, su padre Nicolo y su tío Maffeo, mercaderes de joyas,
emprendieron un viaje de negocios a Constantinopla. Los años transcurrían, y el
comercio impulsaba a los Polo hacia oriente, hasta que llegaron a Bújara, muy
adentro de las tierras gobernadas por los mongoles, o tártaros, como los
europeos solían llamarlos. Allí pasaron los Polo tres años, temerosos de
moverse, ya que la región estaba infestada de partidas de guerreros y de
bandidos. Al fin, el enviado de un potentado local invitó a Nicolo y a Maffeo a
acompañarlo a la corte de Kublai Kan en China. Los Polo aceptaron el
ofrecimiento de aquel sefíor, pues advirtieron en el acto la oportunidad única
de emprender el comercio directo con el Lejano Oriente, evitando los
intermediarios árabes y persas, y dichosos de salir de Bújara sin problemas.
En 1265, después
de un arduo viaje de un año, Nicolo y Maffeo fueron recibidos por Kublai, nieto
del gran constructor del imperio, Gengis, y el emperador más poderoso que el
mundo hubiera conocido. En los 20 años anteriores los habían precedido otros
europeos -mercaderes y frailes- en territorio mongol, pero Nicolo y Maffeo Polo
eran los primeros que visitaban China y eran presentados en la corte imperial.
Un mapa catalán representa a
Marco Polo viajando en una caravana junto a sus hermanos por la ardua Ruta de la
Seda, travesía que podía durar hasta cuatro años.
Curioso acerca del
mundo entero, Kublai mostró interés en el cristianismo, acaso por razones
políticas. Cuando los Polo iban a partir, les pidió que llevaran una carta al
Papa, solicitando que enviara 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó
cordialmente a los hermanos a que volvieran a China con aquellos hombres y les
dio una tablilla de oro inscrita que les garantizaría el retorno seguro a su
patria.
En 1269, los Polo
estaban de vuelta en Venecia. Sólo entonces supo Nicolo que su esposa había
muerto después de dar a luz a un hijo, Marco, al que había encomendado a unos
parientes. Marco, con sus 15 años, era un muchacho bueno y listo, y Nicolo
decidió llevarlo consigo cuando regresara a la corte de Kublai.
Dos años después,
Marco salió por mar de Venecia con su padre y su tío, rumbo a Catay, es decir
China, viaje que representa un tercio de vuelta al mundo. En Ayas, puerto al
sudeste de Turquía, los Polo organizaron una pequeña caravana con camellos,
caballos y servidumbre. Hechos los preparativos, iniciaron la marcha, que
habría de poner a prueba su valor y su resistencia física. Ante ellos se
dilataba toda Asia.
Los esfuerzos del
Papa para satisfacer la solicitud de KubIai habían fracasado: no cien, sino sólo
dos frailes se decidieron a unirse a los Polo. Pero ahora, ya en camino, a los
religiosos los sobrecogió el pánico y temieron por su seguridad. Fingiéndose
enfermos, volvieron atrás y los venecianos siguieron solos.
Marco, joven
serio, amante de la naturaleza, empezó a llevar un diario de la expedición.
Como tenía habilidad para las cosas prácticas y los negocios, así como una mente
impresionable, viva e indagadora, no se extendió acerca de las molestias
personales del largo viaje, sino que sólo consignó todo lo que le parecía
extraño y maravilloso: "fuentes" de petróleo, exóticas aves de caza, salinas,
feroces puerco espines y minas de rubíes, entre otras muchas cosas.
Con la esperanza
de evitar las regiones donde los cruzados y los musulmanes seguían peleando, la
pequeña caravana se dirigió al norte. Al ir llegando al mar Negro, torcieron al
este, pasaron cerca del monte Ararat, donde se creía que había encallado el arca
de Noé, y se internaron en las colinas de Georgia. Todo este territorio era
familiar a los mercaderes europeos, pero no a Marco, y lo sorprendió la vista de
un manantial del que brotaban grandes cantidades de petróleo, un aceite que no
se usaba como alimento -añadía-, sino como ungüento para tratar la sarna del
hombre y el camello y para quemarlo en lámparas. Los mesopotamios y los persas
usaban desde hacía mucho el aceite fósil o petróleo para alumbrarse y
calentarse, pero para un europeo medieval aquello era cosa nueva, pues lo mismo
que los romanos y los egipcios, empleaban con tales fines el aceite de oliva,
menos eficaz.
Los Polo entraron
en Irán y se detuvieron en Saba, de donde habían partido los Reyes Magos
siguiendo la estrella hacia Belén. Marco oyó contar que sus cuerpos estaban
perfectamente preservados en una tumba y trató en vano de averiguar algo más.
Los Polo habían
llegado a una región remota y poco accesible, y las incomodidades y riesgos del
viaje eran grandes. La caravana apenas recorría de 16 a 30 kilómetros al día,
por helados pasos entre montañas, desiertos pedregosos y cuencas de sal
ardiente, donde la única agua potable era de un verde bilioso. Al llegar a
Kermán, los Polo pensaron continuar a China por mar, de modo que torcieron al
sur, hacia Ormuz, puerto del golfo Pérsico. De camino, pasaron por pueblos
ocultos detrás de altas paredes de barro para protegerse de los karaunas,
notorios merodeadores. De pronto, los karaunas cayeron sobre la caravana en
medio de una tempestad de polvo cegadora. Marco relata que aquellos bandidos
habían "adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabóliIicas, merced a
las cuales producen oscuridad . . . , [de suerte que] las personas no pueden
verse unas a otras, de no estar muy cerca". Tuvo la fortuna de escapar, con su
padre y su tío, y de dar con un pueblo, pero muchos de sus compañeros fueron
"capturados y vendidos, y otros fueron muertos". Marco, con la moderación que
lo caracteriza, concluye: "Pasemos ahora a otras cosas."
Por fin, los Polo
llegaron a Ormuz, de clima bochornoso, pero les bastó echar una ojeada a las
frágiles naves, de planchas "cosidas" con fibras de cocotero, para cambiar de
opinión a propósito del viaje por mar, y regresaron a Kermán. Tomaron la
Ruta
de la Seda, que los condujo a Balj, al norte de Afganistán.
Balj había sido
una ciudad de palacios de mármol, capital de la antigua Bactriana, donde
Alejandro Magno casó con la hija del rey persa Darío. Pero los venecianos la
encontraron convertida en ruinas calcinadas, 50 años después de haber sido
arrasada por Gengis Kan.
Los Polo dejaron
Balj atrás y pasaron a Badajshán, provincia montañosa al norte del Hindu Kush,
donde las mujeres se rellenaban las caderas para aumentar su atractivo, y había
minas de rubíes y del mejor lapislázuli del mundo. Marco consigna: "En esta
provincia nacen las piedras preciosas llamadas balax, que son bellas y de gran
valor. Nacen en las rocas de la montaña . . . El rey la manda horadar sólo para
él, y nadie puede ir a esa montaña para buscar los balax, so pena de muerte;
tampoco se pueden sacar del país ... porque si el rey permitiera extraerlas,
llegarían a abundar tanto que perderían su valor."
La región era
también famosa por su clima salubre. "En las cimas de las montañas el aire es
tan puro y saludable, que es conocido por restaurar la salud." Marco lo
atestiguó por experiencia propia, pues "luego de estar confinado por enfermedad
durante casi un aiío en esta comarca", le recomendaron subir a las colinas, y se
curó.
Partidos de
Badajshán, los Polo cruzaron Cachemira por la meseta de Pamir. Marco habla de
"carneros salvajes muy grandes, cuyos cuernos miden sus buenos seis palmos. Con
estos cuernos hacen los pastores grandes cuencos para comer". Estos notables
animales, llamados carneros de Marco Polo, siguen siendo una caza mayor muy
estimada.
Los Polo siguieron
su camino por la meseta de 3600 metros de altitud. Está enclavada entre
cordilleras tan altas "que no se ven pájaros por las cumbres" y los fuegos "no
dan el mismo calor que a menor altura".
De las montañas
descendieron al Sinkiang, región templada con oasis verdeantes y calcedonia y
jaspe en los lechos de los ríos. Llegados a Lop, se dispusieron a cruzar el sur
del desierto de Takla Makan. Según Marco, tcquienes se proponen cruzar el
desierto descansan una semana en esta ciudad para cobrar fuerza y disponerse
para la jornada, cargando con provisiones para un mes".
"La longitud del
desierto es tal, que se dice que llevaría un año o más cabalgar de un cabo al
otro. Aquí, donde es más angosto, se tarda un mes en atravesarlo." El desierto
de Takla Makan tenía fama de ser morada de espíritus malignos que arrastraban a
los viajeros a la destrucción, llamándolos por su nombre y adoptando la
apariencia de sus
compañeros. Los Polo tomaron precauciones y cruzaron felizmente un desierto
traicionero debido a sus arenas susurrantes y a sus espejismos producidos por
las ondas térmicas.
Durante varias
semanas bordearon los límites meridionales del desierto de Gobi. Llegaron a
Kumul y penetraron en Mongolia, ya al oriente de Asia. Viajaban ahora por
regiones habitadas por tártaros. Marco anotaba todo lo que veía, u oía, desde
el auténtico origen del amianto (que los europeos medievales creían que era lana
de salamandra), hasta una gigantesca estatua yacente de Buda. Realizó asimismo
una de las primeras observaciones exactas acerca de los mongoles:
"Los tártaros
prósperos se visten con paños de oro y seda, con pieles de cibelina, de armiño y
de otros animales, siempre de la manera más rica.
"Son valientes en
la batalla, casi hasta la temeridad ... Soportan toda suerte de privaciones, y
[si es preciso] pueden vivir un mes entero de la leche de sus yeguas y de las
piezas que por azar lleguen a cazar ... Los varones
aprenden a pasar a
caballo dos días con sus noches, sin desmontar; así duermen mientras los
caballos pacen. No hay pueblo en el mundo que los supere en fortaleza ante las
dificultades, ni de mayor paciencia en las penurias de toda especie ...
"Si las
circunstancias lo imponen. . ., pueden viajar diez días sin encender una hoguera
ni comer como es debido. Se alimentan de la sangre de sus caballos; les abren
una vena y beben de sus propias monturas."
Los Polo se
acercaban a su destino. Habían recorrido unos 13 000 kilómetros de terreno
difícil en los tres años y medio transcurridos desde su salida de Venecia.
Advertido de su llegada, el Gran Kan "mandó salir a su encuentro, y dio órdenes
para que en todos los lugares por donde pasaran se les proporcionase todo lo
necesarios.
Por fin, en el
verano de 1275, entraron los Polo en la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido
palacio veraniego del Kan, de piedra y mármol, ocupaba 41 kilómetros cuadrados
de parque, regado por muchos riachuelos y poblado de ciervos y otros animales de
caza, que el monarca cazaba con guepardos y halcones. Sentado en un enorme
salón dorado, esperaba a los Polo uno de los gobernantes más notables de la
historia. Su imperio, el mayor que el mundo ha visto, se dilataba desde Hungría
hasta la costa de China. Kublai Kan, que tenía alrededor de 60 años, era un
hombre bien constituido, de estatura mediana, con las mejillas encendidas y los
ojos "negros y bellos". Su figura, ataviado con una túnica de seda que los
bordados de oro atiesaban, era imponente. Cuando Nicolo presentó a Marco como
"vuestro servidor y mi hijo", el Kan replicó: "Que sea bien venido, y mucho me
complace."
Shangtu era la
residencia veraniega del Kan. La capital principal de Kublai estaba a unos 300
kilómetros al sur, en Kambalik (el Pekín actual). Era una ciudad más espléndida
que Shangtu, con palacios de mayor magnificencia aún. A fines de agosto, Kublai
y su corte volvieron a Kambalik, y los Polo fueron también.
Miembro del
séquito del Kan, Marco conoció íntimamente la casa imperial. Kublai vivía con
refinada suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus
invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había
miles de comensales, se servían por lo menos 40 platos de carnes y pescados, 20
variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de
leche y vino de arroz.
Kublai tenía
cuatro esposas legítimas, cada una con una corte de 10 000 personas. Todas
ellas tenían el título de emperatrices y en las ceremonias oficiales una de
ellas ocupaba un lugar de honor junto al Kan. Kublai tenía además centenares de
concubinas, y cada par de años adquiría 30 ó 40 más. Marco se enteró de que
eran cuidadosamente seleccionadas en cuanto a belleza, y observó que "duermen
tranquilamente, no roncan, tienen aliento dulce y están libres de olores
desagradables". Los padres consideraban un honor que sus hijas fueran elegidas,
pues muchas veces el Kan daba sus concubinas por esposas a los nobles de la
corte.
También servía al
Kan un cuerpo de diabólicos astrólogos. Marco Polo se refiere a ellos con gran
desaproba ción: "Se muestran en un estado sucio e indecente Por añadidura,
son adictos a la horrenda práctica de asar y devorar el cuerpo de los condenados
a muerte Tan peritos son en su infernal arte, que puede decirse que hacen lo que
quieren, y mencionaré un caso, aunque se sale de los límites de lo creíble.
Cuando el Gran Kan está comiendo en su salón la mesa que hay en el centro se
halla a una altura de ocho codos*, y a cierta distancia hay un aparador grande,
donde están dispuestas todas las vasijas para beber. Pues bien, por obra de su
arte sobrenatural, hacen que las vasijas de vino, leche o cualquier otra bebida
llenen las tazas espontáneamente, sin que las toquen los sirvientes y las copas
recorren por el aire diez pasos hasta la mano del Gran Kan. Cuando las ha
apurado, regresan al lugar de donde vinieron.
Aquellos brujos de
quienes se contaba que controlaban el estado atmosférico, impresionaban tanto al
Kan, que dijo a los Polo que el cristianismo no le interesaría a menos que
contara con análogos hacedores de milagros.
Igualmente mágica,
para ojos occidentales, era la administración del vasto imperio del Kan. Sus 34
provincias estaban gobernadas por 12 barones responsables sólo ante el Kan. Un
complejo sistema de cómodas postas, separadas por unos 40 kilómetros, con
caballos veloces y ligeros, enlazaba las provincias con la capital y aseguraba
que las órdenes del Kan fuesen prontamente ejecutadas. La red de comunicaciones
era tan eficiente que un mismo correo llegaba a recorrer 400 kilómetros en un
día, y "en la estación de las frutas, lo que es recolectado por la mañana en
Kambalik, le llega a la tarde del día siguiente al Gran Kan en Shangtu, aunque
la distancia suele considerarse de diez jornadas".
Los viajeros no
tenían dificultades con la moneda en la mayor parte del imperio. Los billetes
impresos en la casa de moneda del Kan en Kambalik eran aceptados por doquier,
salvo en el lejano sur y el lejano oeste del imperio. Marco Polo describió cómo
unos artesanos hacían los billetes: "Toman la membrana que hay entre la corteza
y el tronco. Remojada y machacada en un mortero hasta quedar reducida a pulpa,
se hace con ella un papel. Lo hacen cortar en trozos de varios tamaños, casi
cuadrados. . . El funcionario principal, después de mojar en bermellón el sello
real, sella cada trozo de papel ... La falsificación es castigada con la pena de
muerte." Transcurrirían 600 años antes de que el papel moneda se utilizara
comúnmente en Europa.
Pese a algunas
asperezas, el Kan era en muchos aspectos un déspota bastante benévolo. Si el
hambre o la peste afligían cualquier parte de su imperio, suministraba granos y
ganado de los bienes imperiales a las víctimas. Si caía un rayo en un buque
mercante, el Kan renunciaba a su parte. Si admiraba la estructura social y
econó mica de algún territorio conquistado, la dejaba intacta, como había hecho
con China.
Marco Polo no
averiguó todo esto en seguida, sino a lo largo de muchos años. Nicolo y Maffeo
se establecieron en Kambalik para comerciar, y pocas veces los menciona Marco en
el relato de los años que vivieron los tres en China, seguramente porque
viajaban mucho.
El avisado joven
Polo adoptó en seguida las costumbres tártaras y aprendió a leer y conversar en
cuatro idiomas del imperio mongol. Al Kan le impresionaron tanto su
inteligencia y logros que decidió poner a prueba el talento mercantil de Marco y
lo envió con una misión a China sudoccidental, Birmania y Bengala. "Advirtien
de que al Kan le agradaba oír relatos de todo lo que fues nuevo para él", Marco
procuró recabar informaciones co rrectas, y anotó todo lo que veía y oía.
Durante los 17
años que Marco permaneció al servici de] Kan, se hizo tan útil que se le
encomendaron misione confidenciales a todas partes del imperio y sus
dependencias. A veces viajó también por su cuenta, pero siempr con el
consentimiento del Gran Kan.
Estas misiones
llevaron a Marco por el norte a. Mongo lia, por el sur a Birmania y Bengala, por
el oeste a Tíbe y por el oriente a las ciudades de la costa china. Durant tres
años fue el agente del Kan en la hermosa ciudad d Kinsai (Hangchow), al sur del
río Yangtzé.
Lo mismo que
Venecia, Kinsai estaba construida en tre canales, pero sus dimensiones y
magnificencia líacía que Venecia pareciera un poblado. Kinsai, inform Marco,
tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había n menos de 12 000 puentes sobre
los canales, y la cali principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta, me día
40 pasos de anchura. La calle estaba interrumpid por 10 enormes plazas rodeadas
de altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas. Dos
o tres veces por semana, en cada plaza se reunían unos 50 000 comerciantes y
compradores. Marco lo describe así: "Abundan las piezas de caza de todo género,
esto es, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes,
codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las palabras
...
"Hay en todo
tiempo, en dichas plazas, toda clase de hierbas y frutas y, sobre todo, unas
peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una, blancas por dentro como una
pasta y olorosísimas. También hay duraznos amarillos y blancos muy delicados...
Cada día llega [del mar] gran cantidad de pescado ... y también abunda el del
lago ... de diversas clases seoún las estaciones del año."
A Marco Polo le
fase¡ naron los baños públicos, de agua sin calentar, adonde los chinos
concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños de agua fría "muy
conducentes a la salud". Sin embargo, también había baños de agua caliente
"para los extranjeros, que no soportan la impresión del frío".
Describe también
Marco los gremios de artesanos de Kinsai y señala que Kublai Kan no imponía la
antigua ley china según la cual todo hombre debía seguir ejerciendo el oficio de
su padre: "Cuando adquirían riqueza, se les permitía evitar el trabajo manual, a
condición de conservar el establecimiento en buen estado y de dar empleo a
personas que practicasen los oficios paternos."
Marco no
restringió sus viajes, en modo alguno, a la comodidad y seguridad de las grandes
ciudades. Viajó por toda China y probablemente llegó a conocerla mejor que la
mayoría de los chinos y que sus dominadores mongoles. Su gira más prolongada
fue por las provincias sudoccidentales de Sechuan y Yunnan y por una región que
llamó "Tíbet". Al recorrer aquellas comarcas, quedó cautivado por la moneda de
sal que circulaba en Tíbet: "Tienen aguas saladas de las que extraen la sal
hirviéndolas en sartenes. Luego de hervir una hora se cuajan en una pasta a la
que se da forma de panes de dos dineros, planos por debajo y redondeados por
encima; y cuando están hechos se ponen sobre ladrillos bien caldeados al fuego,
donde se secan y endurecen. En ellas se imprime el sello de] señor. Tales
monedas no pueden ser hechas sino por la gente de] señor."
Los viajes eran
bastante arriesgados, no sólo por los bandoleros sino por los animales
salvajes. Los viajeros obligados a acampar por la noche en despoblado se
protegían encendiendo hogueras de bambúes verdes que crecían en la orilla de los
ríos. En la lumbre, las cañas a menudo "estallan con grandes detonaciones" que
podían oírse a tres kilómetros y ahuyentaban a los animales.
Marco llegó 4
Birmania, región desconocida para los europeos y que sólo fue explorada seis
siglos después. En aquella remota zona, Marco vio las cosas más raras: gente
que se forraba de oro los dientes, hombres tatuados de pies a cabeza. Se enteró
de la singular costumbre de una comarca: "No bien una mujer ha tenido un niño y
lo ha lavado y envuelto, el esposo toma su lugar al punto, pone la criatura a su
lado y la cuida durante 40 días . . . La mujer amamanta al niño a su lado."
Diez años más
viajó Marco Polo por cuenta del Kan, mientras su padre y su tío se enriquecían
con la compraventa de joyas. Pero anhelaban volver a ver Venecia. Y Marco
explica:
"Cada vez estaban
más empeñados en ello, [sobre todo] cuando pensaban en la edad muy avanzada del
Gran Kan, cuya muerte, de producirse antes de su partida, podría despojarlos de
aquella asistencia general, única con que podrían contar para vencer las
dificultades de un viaje tan largo...
"Así que Nicolo
Polo aprovechó la ocasión un día, al notar que el Kan estaba más contento que de
costumbre;
se postró a sus
pies y solicitó, en nombre propio y de su familia, el gracioso permiso de Su
Majestad para partir."
Al Kan pareció
dolerle. Que pidieran lo que quisieran, respondió; pero, "por la consideración
que les tenía, debía decididamente rechazar su petición". Los Polo estaban, de
hecho, prisioneros, y de no haber sido por un golpe de suerte, la historia pudo
no llegar a saber nunca nada de Marco Polo.
Hacia 1286,
llegaron a la corte del Gran Kan en sc>licitud de nueva esposa unos enviados de
un pariente de Kublai, Arghyn Kan, gobernante de Persia. Fue escogida una joven
de 17 años, "bella y exquisita", ylos enviados partieron con ella por tierra.
Cosa de un año más tarde, la caravana reapareció en Kambalik, rechazada por las
belicosas tribus del Asia central. Se dio el caso de que Marco acababa de
volver de un viaje a las Indias Orientales, y los enviados pidieron a los Polo
que los guiaran por mar. Cuando el plan fue expuesto al Gran. Kan, convino a
regañadientes en dejar partir a los Polo y les dio cartas dirigidas a los reyes
de Europa.
En 1292 zarpó de
China una flotilla de 14 barcos que llevaban a centenares de hombres y mujeres,
incluyendo
a los tres Polo, a
los embajadores de Arghyn Kan y a la joven novia. Siguieron la costa de China
hacia el sur, bordearon Vietnam, llegaron a Sumatra, pasaron a Ceilán y la
India, y enfilaron al norte hacia Ormuz. La incansable curiosidad de Marco le
llevó a describir tierras, pueblos y otros temas de que los europeos hasta
entonces no tenían la menor noticia: desde una descripción del rinoceronte (al
que llamó unicornio) hasta una favorable biografía de Buda.
Por fin, la flota
arribó a Ormuz, en el golfo Pérsico, al mismo puerto en el que los Polo habían
decidido no
embarcarse 20 años
atrás. La travesía había durado un par de años, y no estuvo libre de molestias
y peligros.
Marco habla de
unos piratas que obligaban a los merca deres capturados a tomar una purga que
les hacía vomitar las joyas que se hubieran tragado para ocultarlas. Muchos de
la partida murieron por el camino, pero la voluntad indomable, el vigor y la
suerte no abandonaron a los Polo. La joven fue entregada sana y salva, pero
Arghyn había muerto, de modo que la casaron con su hijo. Los Polo, lejos aún de
su patria, prosiguieron por mar y tierra hasta Constantinopla. Debió de ser un
alivio para ellos ir ya de camino hacia Occidente cuando se enteraron de la
muerte del Kan en 1294.
En 1295, Marco,
Nicolo y Maffeo Polo entraron por fin en el puerto de Venecia, después de una
ausencia de 24 años. Al principio nadie los reconoció, pues habían adquirido
"cierto matiz tártaro indefinible, tanto en el aspecto como en el acento". Los
vecinos contaban que los Polo, para probar sus relatos respecto a las riquezas
que habían adquirido y a las muchas que habían contemplado, dieron a los suyos
un banquete, al final del cual desgarraron las costuras de las toscas
vestimentas que traían de Asia y derramaron sobre la mesa gran cantidad de
diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas.
La edad de Marco
Polo no excedía en mucho los 40 años, pero apenas se sabe algo de su vida
posterior. Debe decirse que nunca volvió a alejarse mucho de Italia. Tres años
después de su regreso, fue capturado por los genoveses. Liberado de la cárcel,
Marco se casó y tuvo tres hijas. Sin duda, disfrutó de la celebridad que debió
a la circulación de su libro, aunque muchos lectores lo acusaron de "contar
patrañas".
Cosa singular, al
morir en 1324, Marco no era muy rico. Su última voluntad fue que se liberase al
sirviente tártaro que había llevado consigo. Inevitablemente, en torno al
veneciano y sus viajes se multiplicaron las leyendas. Según unos amigos,
alguien preguntó a Marco agonizante si no querría al fin suprimir de su relato
"todo lo que fuese más allá de los hechos". Parece ser que él contestó: "No he
contado ni la mitad de lo que vi."
Pero Marco Polo no
tuvo la culpa de lo mucho que otros debieron de añadir a su libro. Con los
años, fue criticado por numerosos errores, on-úsiones y exageraciones; pero no
eran nada en comparación con los que aparecían en otros libros de la época.
Cualesquiera que fuesen sus limitaciones, sus observaciones eran
indiscutiblemente realistas, e influyeron no poco sobre generaciones posteriores
de cartógrafos, geógrafos, viajeros y sabios de toda índole. Hasta su errónea
localización de Japón entre
China y Europa
tuvo su importancia: unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se
lanzó a buscar una ruta occidental al Oriente, llevando consigo un ejemplar
cuidadosamente anotado de los Viajes. Cristóbal Colón no encontró Japón ni
China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a otro mundo nuevo.
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