Situado junto a la playa de
Oliva Nova (Alicante) y con acceso directo desde ésta, el cierre del
camping "El Rancho" no se comprende si no es por la brutal competencia
de una zona en la que los campings de playa han proliferado como setas.
Resulta muy agradable pasear en
bicicleta por sus calles, ahora cubiertas por la vegetación,
descubriendo lo que antaño debiera ser un restaurante, el economato,
varios núcleos de aseo, lavaderos y una cabaña de madera que debió
servir de recepción. Por los papeles que allí encontré tirados en el
suelo y por las webs especializadas que aún muestran sus tarifas, el
camping debió de estar en funcionamiento hasta hace muy poco tiempo.
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Lugares abandonados
domingo, 26 de diciembre de 2010
La ascensión al Montgó
Ya me quedé con las ganas el año pasado, cuando pasamos la primera quincena de septiembre en Oliva. Este año volvimos a ir, esta vez en julio, y lo tenía bien claro: una mañana me pegaría el madrugón, dejaría durmiendo a Héctor y a Diana y me acercaría con el coche hasta las faldas del Montgó para comenzar a pie su ascensión hasta la cima. Estaba convencido de que las vistas desde aquel promontorio de 752 metros, que cada día había fotografiado desde la playa, tenían que ser espectaculares.
Y
así fue que una mañana me puse el despertador a las 5 am, con la
intención de ver aparecer el sol por detrás del Mediterráneo desde la
cima del Montgó.
Sí, quizás sea de esa clase de personas que les jode mogollón madrugar para ir a trabajar
pero que, cuando están de vacaciones, el sonido del despertador les
parece la mejor de las melodías porque anuncia el comienzo de una
jornada en la que a buen seguro que no será rutinaria. La verdad es que
esto me pasa desde que tengo uso de razón, ya que, cuando me pego estos
madrugones vacacionales, al levantarme tengo la misma sensación
que cuando de niño, en el pueblo, me despertaba mi abuelo antes de que
saliera el sol para ir a caminar por el campo. Mientras me restregaba
las legañas y sacaba los pinreles de la cama, sabía que aquel día me
esperaban situaciones muy emocionantes y lo cierto es que en aquellos
días hasta la leche del desayuno sabía diferente. Esto hoy todavía me
sigue pasando.
Así
pues, me puse el despertador a las cinco, hice café y me tomé uno bien
cargado -ni que decir tiene que, con la emoción de la excursión, a pesar
de que me acosté temprano, no conseguí dormirme hasta las dos o las
tres de la madrugada-. Después de meter en la mochila algo de jamón,
queso, pan y agua, me puse en marcha.
No
tenía claro desde donde comenzar la ascensión, por lo que primeramente
me acerqué hasta el Montgó y una vez allí, todavía con el coche, traté
de rodearlo con el fin de encontrar algún lugar señalizado que fuese el
punto de partida más directo para subir caminando hasta la cima. Aún era
de noche y se veía muy poco, pero por el noroeste del macizo llegué
hasta un punto donde una cadena impedía el paso de los vehículos y donde
había carteles informativos de las diferentes sendas.
650 metros de desnivel en tan sólo 6,5 kilómetros. Dificultad: alta. La excursión prometía ser dura.
El
primer tramo del camino, unos 4 kilómetros, se realiza a través de una
pista semiasfaltada y sorprendentemente llana, que va bordeando el
macizo, conocida como el Camino de las Colonias. Desde este camino se
nos abre una panorámica excepcional del litoral mediterráneo, flanqueado
al norte por la sierra de Cullera, y mucho más cerca Denia, con
su castillo y su puerto, desde el que veo partir los primeros barcos de
la mañana hacia las Baleares.
A
lo largo de este camino encuentro pequeñas edificaciones rurales en
ruinas, alguna cueva asaltada por los grafiteros, espectaculares
aterrazamientos y áreas de protección de la vegetación autóctona...
Tras 4 kilómetros, cerca de una hora y media caminando y sin haber ascendido a penas un metro, me encuentro en la cara oriental del Montgó, donde éste se prolonga hasta el Cabo de San Antonio. Aquí resulta haber un centro de visitantes que cuenta con una sala de exposiciones y una zona de aparcamiento en el que ya hay varios autobuses. Desde aquí una estrecha senda sube (¡por fin!) zigzagueando entre arbustos y monte bajo en dirección a la cima durante algo más de 2 kilómetros, hasta desaparecer en la cara sur del Montgó a unos 500 metros de distancia de la cima.
Una vez en la cara sur, el último tramo para llegar a la cima debe hacerse a lo cabra: saltando de roca en roca y gateando, para evitar caerse, la mayor parte del tiempo.
Las vistas desde este punto a 600 metros prácticamente verticales sobre el nivel del mar y hasta llegar a la cima son con toda seguridad las más espectaculares que hasta el momento he visto en mis salidas a la montaña. Desde aquí se divisa toda Jávea, desde el Cabo de San Antonio hasta el Cabo de la Nao, y mucho más allá, hacia el sur, a unos 25 kilómetros en línea recta puede verse con toda claridad el Peñón de Ifach y las torres hoteleras de Calpe.
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