LAS MADRINAS DE GUERRA EN LA HISTORIA
El papel de las
mujeres en la Guerra Civil ha sido largamente estudiado y, a estas alturas,
parece bastante claro que hay pocas dudas sobre su carácter como personajes
secundarios, tanto en la retaguardia como en los campos de batalla. Es cierto
que muchas mujeres republicanas lucharon en los frentes, especialmente en los
primeros meses de la contienda, pero se trató de una aparición fugaz. Tampoco en
la retaguardia consiguieron desarrollar actividades de especial relevancia,
salvo las grandes excepciones de políticas como Dolores Ibárruri o Federica
Montseny, entre otras, que marcaron las distancias frente a las mujeres del
bando franquista, cuya presencia en la vida pública o en la toma de decisiones
fue prácticamente irrelevante.
Y sin
embargo, para muchas personas que padecieron la Guerra Civil en sus propias
carnes, aquella locura constituyó paradójicamente un avance en el camino de la
mujer española para su liberación. Un avance que se dio seguramente más en las
costumbres que en la legislación. Por supuesto, no hay punto de comparación
entre la situación de las mujeres que vivieron en el bando republicano frente a
las que cayeron en el bando franquista.
Mientras que, como se ha dicho y es sobradamente conocido, algunas mujeres
republicanas engrosaron las milicias en Madrid y en otras ciudades importantes
durante el mes de julio y todo el verano de 1936, las mujeres que vivieron en el
territorio franquista quedaron relegadas al papel estrictamente femenino
que posteriormente el nuevo Estado destinó a la mujer española en general: madre
y “esposa ejemplar” que aguardaba la llegada del marido en el hogar en el que
imperaba, aunque difícilmente podría considerarse como dueña del mismo.
Desde esta perspectiva paternalista, las mujeres del bando franquista que
querían participar en el esfuerzo de guerra tenían que limitarse a realizar las
tareas propias de su sexo y que, tradicionalmente, habían venido
desempeñando a lo largo de todos los conflictos: enfermeras, algunas
trabajadoras en fábricas (muy pocas en realidad), postulantes para el socorro
del soldado (tabaco, calcetines, golosinas, etc) y, naturalmente, madrinas.
Los movimientos feministas españoles recibieron un fuerte impulso con la
instauración de la II República Española. No sólo las organizaciones
exclusivamente de mujeres, también los partidos de izquierdas apoyaron las
reivindicaciones femeninas, aunque con más o menos entusiasmo, según los casos y
las personas.
Sin embargo, resulta casi obvio afirmar que, a partir de julio de 1936, las
asociaciones de mujeres y los partidos sólo sobrevivieron en el bando
republicano. En la zona nacionalista, ambos fueron suprimidos de manera radical.
Las organizaciones de ideología conservadora fueron integrándose de forma
paulatina en la Sección Femenina de la Falange (FE y de las JONS), que adquirió
un protagonismo exclusivo. Las “margaritas” de los requetés navarros (llamadas
así en memoria de la “reina” Margarita, esposa de Carlos VII, tercero de los
“reyes” carlistas) resistieron como independientes hasta el Decreto de
Unificación, que daría origen a la Falange Española Tradicionalista (abril de
1937).
En un principio, las autoridades franquistas permitieron al partido falangista
que impulsase una imagen de la mujer más activa y militante que las asociaciones
de tipo confesional. Este planteamiento inicial equivalía a una asunción de los
derechos adquiridos en la República, pero sólo tuvo un carácter instrumental y
pasajero para aprovecharse de sus ansias por realizar tareas extradomésticas,
según Marie Aline Barrachina[1].
En ningún momento se perdió de vista el objetivo de que las mujeres volvieran al
hogar y perdiesen y se olvidasen de esos derechos.
LAS MADRINAS DE GUERRA NACIONALISTAS
De forma coherente con la política que planeaban para la mujer española después
de la guerra, las autoridades franquistas no le dieron ninguna oportunidad de
incorporarse a la lucha directa. Todo lo más trabajaron en los hospitales de
campaña (“hospitales de sangre”, en la terminología de la época) y en los de
convalecientes de retaguardia. Tampoco hubo demasiadas mujeres que ocuparan los
oficios industriales de los hombres, aunque la mujer había trabajado
tradicionalmente en el campo. Su contribución a la causa se limitó a permanecer
en la retaguardia para desempeñar las clásicas tareas femeninas.
Así, las mujeres que colaboraron con los combatientes franquistas tuvieron un
carácter auxiliar. Cosieron uniformes en los roperos, sirvieron en los comedores
infantiles del Auxilio Social, postularon pequeñas ayudas para los militares,
visitaron a los heridos y a los soldados en el frente y, como se ha dicho, se
convirtieron en enfermeras.
Unas actividades relacionadas con el papel que la “nueva España” tenía preparado
para la mujer: madre y esposa, relegada a gobernar con diligencia el hogar. Una
misión que se calificaba como “fundamental”, respaldando a los hombres que
arriesgaban sus vidas por la Patria. La actividad de las madrinas de guerra
surge así como un segundo papel voluntario, claramente femenino y que se
utilizaba como apoyo moral a los combatientes, algo que sólo podía lograr con
éxito una “mujer de familia”.
De esta forma, las jóvenes se ofrecían a los soldados para mantener una
correspondencia regular. Cuando recibían las cartas de su madrina, los militares
podían crearse la ilusión de que “hablaban” con chicas amables en la misma
trinchera, justamente donde sólo había muerte, miedo y privaciones.
El bando franquista convirtió a la madrina de guerra en una especie de
institución de carácter semioficial. Su actividad representaba el apoyo
simbólico de la población civil a los combatientes. Cada carta equivalía a un
mensaje que enviaba la tan denostada “retaguardia”, asegurando que no se
olvidaba de los héroes que sufrían en primera línea. Las muchachas mandaban no
sólo cartas. Sus protegidos también podían recibir distintos regalos como
tabaco, jerséis, mantas, embutidos, periódicos (muy apreciados por los soldados)
y, por supuesto, medallas religiosas y los conocidos escapularios con el lema
“Detente Bala”.
La idea de escribir a muchachos desconocidos que podían morir en cualquier
momento debía de surgir de forma espontánea en las aspirantes a madrinas, pero
los insurrectos les dieron muchas facilidades. La correspondencia con los
soldados era gratuita. Los periódicos, especialmente el semanario “La
Ametralladora” (precursor de “La Codorniz”), publicaban las numerosas peticiones
de los militares y los ofrecimientos de las chicas para mantener
correspondencia. Unos anuncios que firmaban con seudónimos tan extravagantes
como Pedro Matapiojos, Tarzán de las ratas, Tarzán de las vacas, Tarzán de
las mujeres o Manso el Furioso, mientras que las futuras madrinas se
apodaban como Sonsoles tomate verde, Sonsoles Quita Penas, La Panoli num. 1,
La Panoli num. 2, La Panoli num. 3 o La Panoli num. 4.
Una antigua madrina, Pilar Santamaría, resumía en sus memorias la misión de la
madrina, que para ella constituía una labor patriótica:
Las madrinas de guerra eran como una obligación moral, dulce y femenina. ¿Qué
más indicado para nosotras que consolar, animar, llevar a los soldados del
frente, un poco de optimismo y de ilusión?
Ellos que luchaban, que estaban a la intemperie, bajo las estrellas, que
cuando mirasen al cielo, creyesen que sus parpadeos les enviaban recuerdos y
sonrisas.
¡Qué labor tan bonita y humana! La madrina era para el soldado un
consuelo, una ilusión. [...]
¡Qué contento se ponía aquel soldadito huérfano, que no encontraba para
sus penas, más que el aliento en las cartas de su madrina!
[2]
Esta descripción del papel de la madrina coincide con la visión que los propios
soldados tenían de sus corresponsales. En el libro Madrina de Guerra. Cartas
desde el frente[3],
donde se recogen las 122 cartas que Carmen Sánchez conservó de sus más de 30
ahijados, el teniente médico Mariano Clavero Juste, resume su particular idea de
lo que debía ser una madrina:
Porque la madrina no la concibo de otro modo: un poquitín madre; otro
poquito de hermana de la caridad; otro poquillo novia; y un 90% de amiga leal
[27 de septiembre de 1938].
Y los corresponsales, una vez que aceptaban a la madrina, se encargaban
de recordarle periódicamente las obligaciones que había contraído con ellos.
Eran muy conscientes de sus derechos, como lo demuestra el propio Mariano
Clavero, cuando en una carta anterior hacía a Carmen Sánchez una poética
relación de sus deberes:
Porque eres tú, por el cargo que te has impuesto, la que tiene que derramar
la misericordia sobre mí; consolar al triste; dar de comer y beber al hambriento
y sediento de afecto, enseñar al que no sabe lo que pasa por ahí; redimir al
cautivo del tedio y enterrarlo si lo matan al ahijado y rezarle una oración.
[9 de septiembre de 1938][4]
Los nacionalistas concedieron tanta importancia a esta figura, que llegaron a
buscar madrinas incluso en Japón. Según el profesor Florentino Rodao[5],
en 1937 el Gobierno de Burgos estrechó sus relaciones con el Imperio del Sol
Naciente, que había invadido China. Para los franquistas, esta guerra en Extremo
Oriente constituía todo un ejemplo de la lucha contra el comunismo. Por el
contrario, la República española se solidarizó con China, el país agredido.
Algunos oficiales franquistas, entre ellos el entonces teniente Jaime Milans del
Bosch, solicitaron madrinas de guerra en el periódico Asahi Shimbun, por
medio de unos anuncios que eran insertados por José del Castillo, representante
diplomático del Gobierno de Burgos en Tokio. Florentino Rodao asegura que la
correspondencia de las jóvenes japonesas fue remitida a la Séptima Bandera de la
Legión y al crucero Baleares, aunque no comenta nada sobre el idioma en
que se comunicaron los militares españoles y sus madrinas niponas.
LAS MUJERES REPUBLICANAS, UNAS MADRINAS TARDÍAS
Las madrinas republicanas tuvieron un desarrollo más tardío, y también bastante
fugaz, posiblemente porque como se ha dicho, las mujeres desempeñaron un papel
mucho más activo en la contienda. La presencia entusiasta de las milicianas en
los campos de batalla españoles constituyó una novedad en Europa Occidental,
aunque para muchos, su eficacia fue más propagandística que bélica.
El entusiasmo antifascista de los primeros días se tradujo en un gran número de
milicianas que debería haber tenido una mayor influencia desde el punto de vista
militar y no sólo en términos de propaganda. Sin embargo, en la mayoría de los
casos la falta de preparación bélica de aquellas mujeres limitó su capacidad de
combate, sobre todo si las compara con la experiencia de las aguerridas tropas
del ejército de África que tenían enfrente.
Tal vez por eso, la República devolvió enseguida a la mayoría de las mujeres a
la retaguardia, donde se dedicaron a tareas más tradicionales, como la
confección de uniformes. En el Ejército Popular también aparecieron muy pronto
las actitudes conservadoras que daban primacía al sexo masculino frente al
femenino. La figura de la miliciana se vio muy pronto rodeada por una agria
polémica que concluyó con su alejamiento de las trincheras. Probablemente, las
verdaderas mujeres-soldado de la época constituyeron una excepción. En opinión
de bastantes historiadores y de muchos militares republicanos, las milicianas
carecían de la suficiente fuerza física y de instrucción militar como para
superar la dureza de los combates.
Una opinión dudosamente objetiva a la que se añadirían los prejuicios propios
del machismo, que trataron de identificar a las auténticas milicianas con
algunas prostitutas que se sumaron a las columnas populares en la Sierra de
Madrid. Todavía hoy podemos oír a más de un viejo combatiente republicano
asegurar que aquellas falsas milicianas “habían causado más bajas que el
enemigo”.
En 1938, el alejamiento de las mujeres del frente se había consumado casi por
completo. La revista Vida nueva, publicada en Jaén hacía una serie de
“recomendaciones” sobre el papel que debía desempeñar la mujer en la guerra, y
que recogió muchos años después el profesor Francisco Cobo Romero:
La mujer, en la retaguardia para ocupar hospitales, ya que la dulzura de la
mujer no tiene rival para estos menesteres; en las guarderías infantiles, porque
la mujer aunque no sea madre, el sexo le llamaba y sabe serlo; en las fábricas,
en los puestos mejores y de menor esfuerzo por su debilidad y estructura; y en
las oficinas, en aquellos puestos en que pueda desarrollar una labor fructífera,
siendo deber del hombre enseñarla y educarla, para que cuando a él le obliguen a
dejar su puesto haya una mujer capaz de desempeñarlo.[6]
Al quedar postergadas de la lucha directa, las mujeres republicanas comenzaron a
alistarse en las “brigadas de reserva”, por las que apostó el Partido Comunista.
Su misión era la de estimular la actividad productiva en la retaguardia. El
Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo organizó la
participación femenina en la retaguardia.
En agosto de 1936, sólo un mes después de que empezaran los combates, se fundó
la Comisión de Auxilio Femenino, que reclutó mujeres para la confección de
uniformes y creó guarderías infantiles para los hijos de las trabajadoras. Más
tarde, también participaron en las tareas de fortificación y trabajaron en las
industrias bélicas. En Madrid, convertida en frente de guerra durante casi todo
el conflicto, las mujeres formaron también grupos de vigilancia contra los
espías franquistas que se organizaron en la llamada Quinta Columna.
Al igual que en el caso de las mujeres nacionalistas, la colaboración femenina
en la retaguardia del bando republicano también tenía un claro horizonte
temporal, aunque se presentase como un paso hacia la emancipación. En realidad,
la participación en los ámbitos públicos y productivos tenía un carácter
provisional, sólo hasta que los hombres a los que habían sustituido volviesen
del frente y les “devolviesen” sus puestos de trabajo. Un planteamiento que ya
se había dado en los países que participaron en la Primera Guerra Mundial.
Y, al igual que las mujeres franquistas, también las republicanas fueron
madrinas de guerra, aunque mucho más tarde que aquellas. Comenzaron a aparecer
aproximadamente hacia 1938 y tuvieron un carácter muy distinto al de sus
“colegas” del bando nacionalista.
Muchas de aquellas madrinas republicanas no se limitaron a escribir cartas a los
soldados o a enviarles paquetes. En su libro, Rojas. Las mujeres
republicanas en la Guerra Civil, Mary Nash[7]
alude a las cartas de madrinas y ahijados republicanos, aunque asegura que las
corresponsales no se limitaban sólo a escribir cartas, sino que también
visitaban a los soldados en el frente (se supone que a los que estaban
estabilizados o inactivos), donde les hacían compañía, les lavaban la ropa y
cocinaban. Unas visitas que se enmarcaban dentro de las “campañas de invierno”
para facilitar ropa adecuada a los soldados y para mantener un contacto directo
con los defensores de la República.
Pese a los derechos que la República reconoció a la mujer, el papel de la
madrina de guerra republicana enlazaba con una visión tradicional que postergaba
al sexo femenino para que acabase representando el mismo papel secundario que
las del lado franquista. Por el contrario, la figura de la miliciana había
aportado un ángulo innovador.
Salvo excepciones de tipo individual, la figura de la madrina de guerra
republicana (aquí es difícil hablar de “institución” como en el caso de las
nacionalistas) se caracterizó por su brevedad. Se desarrollaron muy tarde, hacia
1938, y desaparecieron incluso antes de que terminase la guerra. Al parecer, las
autoridades leales liquidaron muy pronto esta práctica ante el temor de que se
produjeran filtraciones que pudiesen ser utilizadas por el enemigo. Contrastan
estas cortapisas oficiales con el impulso continuo que la institución de las
madrinas recibió del Gobierno de Burgos. También habría que insistir en la
preferencia de muchas madrinas republicanas por visitar el frente, a veces cada
semana, antes que por el intercambio de cartas.
Estas circunstancias son las que han dificultado mucho la conservación de cartas
de madrinas republicanas. Además, no hay que olvidar que al terminar la guerra,
posiblemente muchas madrinas y militares de la República debieron de destruir
esas cartas por miedo a que pudiesen encontrarlas en su poder los policías del
“nuevo Estado”.
Aún así, Mary Nash reproduce algún pequeño fragmento en su libro. También en
internet aparece el dato de que Artur Inglés[8],
un barcelonés que combatió en el Ejército Popular, tuvo una madrina de guerra
llamada Teresa, que era amiga de una de sus hermanas.
Tampoco los testimonios personales y familiares nos han aportado mucho. En unos
casos, porque “bastante había con trabajar y buscar comida en el Madrid sitiado
como para dedicarse también a hacer de madrinas” y, en el caso de los hombres,
porque “eso de las madrinas de guerra fue un invento de los otros, de los
nacionales”, como nos dijo Joaquín Sáenz de Urturi; un aviador republicano que
realizó casi 70 misiones de combate a bordo de su Polikarpov I-16 (un avión ruso
motejado como “mosca” y “rata”) y que en 1937 se carteó con una muchacha de
Alcalá de Henares a la que nunca llegó “a considerar como su madrina” y a la que
dejó cuando descubrió “que era una carca”.
Y en este apartado cabría hablar también de las “madrinas de presos”. Unas
figuras que, de manera improvisada, protagonizaron varios casos entrañables de
solidaridad con los republicanos capturados por los franquistas durante la
guerra y que no podían recibir ayuda de sus familiares que vivían en la otra
zona.
Según cuenta David Orihuela en el diario de Oviedo La Nueva España[9],
muchas jóvenes de Candás (Asturias) amadrinaron a los republicanos catalanes
encerrados en una fábrica convertida en campo de concentración después de que
los nacionalistas ocuparan Asturias en octubre de 1937. Las madrinas “...
cuidaban de ellos y se comunicaban por misivas clandestinas que se arrojaban por
las ventanas. Una vez en libertad los presos, juntos iniciaron una vida en
común”.
Y lo mismo hicieron algunas muchachas gallegas de Villagarcía de Arosa, en
Pontevedra. En este caso, los ahijados eran republicanos asturianos que estaban
presos en el campo de concentración de Rianxo. Según se relata en el portal de
historia Asturias Republicana[10],
en las Navidades de 1937:
[...] se hizo en Villagarcía de Arosa una colecta para los prisioneros.
Cruzaron la ría en una lancha y les llevaron ropa, castañas, nueces, vino,
manzanas y calzado. En algunos bolsillos de esa ropa venían las direcciones de
chicas que se ofrecían como “madrinas de guerra” de los prisioneros...
MADRINAS ESPAÑOLAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
En la Segunda Guerra Mundial, España se declaró oficialmente neutral, pero no
así muchos españoles, que lucharon a título individual tanto en el bando aliado
como en el nazi. Naturalmente, la división que hubo en la Guerra Civil, se
reprodujo en la gran contienda. Casi podríamos hablar de una nueva guerra civil
dentro de la Mundial, aunque rara vez llegaran a verse las caras en el campo de
batalla. Una situación que se dio en muchos otros países, cuando se enfrentaron
los partidarios de los gobiernos fascistas y de los demócratas (pensemos en la
lucha de los partisanos italianos contra los defensores de Mussolini, o la
Francia libre contra el régimen de Petain, los guerrilleros yugoslavos de Tito
contra las tropas del general Mihailovitch, etc).
Muchos de los republicanos que lograron salir de España tras la derrota se
unieron a los ejércitos aliados para luchar contra los antiguos socios de
Franco. Tanto en la Legión Extranjera francesa como en la mítica Resistencia (el
maquis), hubo españoles que prosiguieron la lucha contra Alemania e Italia.
Podemos recordar aquí a la Novena Compañía de la División Leclerc (integrada en
el ejército de De Gaulle) que estaba compuesta íntegramente por españoles. Los
primeros tanques que liberaron París estaban tripulados por antiguos
republicanos y tenían los nombres de las batallas de la Guerra Civil. Los
españoles cumplieron su parte del trato, pero una vez terminada la gran
contienda, los aliados se olvidaron de cumplir la suya y permitieron que la
dictadura franquista perdurase a lo largo de 40 años.
Algunos de estos veteranos combatientes tuvieron indudablemente madrinas de
guerra. Hemos constatado que Matilde del Valle actuó como una “joven madrina”
con su propio marido, Fidel, y con el capitán Juan Castillo, que habían estado
internados como tantos otros republicanos en el terrible campo de concentración
de Argelès-sur-Mer antes de enfrentarse a los invasores nazis, según relata
Denis Fernández-Recatalá en el diario L’Humanité[11].
La actriz Carlota Soldevila, una de las fundadoras de Els Joglars y del Teatre
Lliure, aseguraba en una entrevista publicada en www.publicacions.bcn.es
que durante la Segunda Guerra Mundial vivió en París y fue “padrina de
guerra”[12]
de un armenio al que movilizaron para luchar contra los alemanes. Carlota
Soldevila aseguraba que “se dejó amar” por su ahijado y que “fa poc que he
trencat les seves cartes...” (“...hace poco que he roto sus cartas...”).
La creación de la División Azul ofreció una nueva oportunidad a las antiguas
madrinas de los soldados franquistas para que reanudasen su actividad. Esta
unidad de voluntarios españoles no tenía ninguna relación orgánica con nuestro
ejército, estaba encuadrada en el alemán y constituyó una especie de “apoyo
simbólico” del nuevo régimen contra la Unión Soviética.
De nuevo aquí, las autoridades dieron numerosas facilidades para que los
militares recibieran las cartas de la retaguardia. El correo era gratuito, pero
se produjeron algunos roces con los mandos nazis debido al mal funcionamiento
del Feldpost[13],
como afirma Manuel Vázquez Enciso en su “Historia Postal de la División Azul”,
que incluso reproduce un escrito enviado por el coronel Manuel Estrada al
agregado militar en la Embajada de España en Berlín, el teniente coronel Juan
Roca de Togores:
Estoy seriamente preocupado por la manera de funcionar el correo particular.
Las cartas de los familiares de la División Española de Voluntarios, no llegan a
los destinatarios. Son numerosísimas las quejas que recibo de personas que están
alarmadas, pues en las cartas que de sus deudos reciben, estos les dicen que no
han recibido ninguna noticia de España desde su salida [...][14].
En el libro ya citado “Madrina de Guerra. Cartas
desde el frente”, se recogen varias cartas dirigidas por los divisionarios
españoles a su madrina, Carmen Sánchez.
UN INVENTO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Una vez que hemos visto cómo actuaron las madrinas de guerra en los dos bandos
del conflicto, convendría que hiciésemos un breve recorrido por la historia de
esta figura. En primer lugar, hay que aclarar que no fue un invento de Franco,
ni siquiera un invento de la Guerra Civil. En España se había introducido en la
década de los años 20, durante la Guerra de África, tal como lo atestigua este
anuncio publicado el 10 de octubre de 1924 en El Noticiero Extremeño:
Madrina de guerra.- Nos escribe solicitando madrina de guerra
el sargento de la primera compañía del batallón expedicionario de Castilla
número 16, que se encuentra en Tetuán, don José Bala López[15].
Las
primeras referencias históricas de que disponemos datan de la Primera Guerra
Mundial. La mayoría proceden de Francia, Bélgica, Quebec (Canadá francés) y unas
pocas de Italia. Aunque muchas francesas abandonaron las tareas supuestamente
femeninas y se convirtieron en munitionettes (trabajadoras de las
fábricas de armas), la prensa y la literatura ensalzaban más los papeles
tradicionales de las mujeres como enfermera, dama de la caridad o madrina de
guerra.
Los contactos entre los corresponsales se establecían por medio de La vie
parisienne, una revista humorística y erótica donde los militares ponían
anuncios solicitando madrinas de guerra. Resulta fácil imaginarse a los soldados
franceses, los entrañables poilus[16],
escribiendo en las trincheras a una joven desconocida para evadirse de la
terrible realidad que constituían las carnicerías de las batallas de la “Gran
Guerra”.
Seguramente, los militares les contarían los
horrores que estaban padeciendo en el frente, les hablarían de lo que esperaban
hacer cuando terminase el conflicto y, también, les pedirían pequeños regalos
como tabaco, una pipa, embutidos, calcetines de lana y jerseys, que parecían ser
los objetos más preciados para aquellos hombres que carecían de todo. A cambio,
algunos enviaban a la madrina su “artesanía de guerra”, los pequeños objetos y
figuras que tallaban con la navaja en trozos de madera o en los casquillos de
los proyectiles.
Pero no todos los obsequios enviados por los militares tenían ese carácter
artesanal. Algunas madrinas, las más afortunadas, también podían recibir versos.
Todo era cuestión de elegir bien al ahijado, como le sucedió a Yves Blanc[17],
que se convirtió en la madrina del poeta Guillaume Apollinaire, a quien conoció
durante un viaje en tren y que la obsequió con un poema:
Para Y.B
Aunque me llegó en agosto su cuarteto de abril
Me ha librado de todo mal y de toda herida
Su dulzura me persigue en toda mi aventura
Durante este año, oscuro como el mil.
Yo os lo agradeceré si es posible, lo aseguro
Cuando venzamos al alemán cobarde y vil
De cuya injuria la virtud francesa ha sido víctima.
[Poemas a la madrina]
Apollinaire e Yves Blanc mantuvieron una larga correspondencia que en los años
50 se publicó en un libro titulado Lettres a sa marraine. En 1999, los
originales de las cartas fueron vendidos en París por unos 60.000 euros. En su
carta del 5 de diciembre de 1915, Apollinaire se expresaba así:
[...] Ya estoy en la trinchera de primera línea desde hace seis días. El
horror no se puede describir, todavía menos imaginar. Desde estos abismos
blancos, llenos de agua y regados por la lluvia metálica y hedionda de los más
temibles ingenios de guerra, le envío el testimonio afectuoso de mi amistad para
usted, mi madrinita muy querida[18].
El poeta tuvo otras dos corresponsales más. Su novia oficial, Madeleine
Pagès, y su amante, la aristócrata Louise de Coligny-Châtillon. La
correspondencia con esta última, una mujer casada, está recogida en el libro
Lettres à Lou[19].
Pero Apollinaire no pudo disfrutar de la victoria. En 1916, resultó herido
en la cabeza y le quedaron graves secuelas. En noviembre de 1918, sólo unos días
antes de que se firmase el Armisticio, falleció en París víctima de la “gripe
española”. Wilhelm Apollinaris de Kostrowitsky, Guillaume Apollinaire para la
Literatura, se convirtió así en uno de los 525 escritores franceses que
sucumbieron en la Primera Guerra Mundial. Una cifra que debe engrosarse con las
muertes de numerosos pintores y músicos de ambos bandos.
Además de Apollinaire, hubo otros escritores y artistas franceses que también
tuvieron madrina de guerra. El poeta Jean Pierre Calloc’h (Yann Ber Kalloc’h en
bretón) mantuvo correspondencia con madamme Alleno, de la que apenas constan
datos. Calloc’h murió el Martes Santo de 1917. Entre sus ropas apareció una
última carta de contenido profético:
En medio de un descampado, en un agujero recubierto con una chapa, bajo la
cortina de acero de los cañonazos. Os escribo apoyado en las rodillas. Hace
mucho frío, llueve y nieva y no tenemos fuego. Éste es el país de la miseria y
del dolor.[...]
Debemos atacar sin demora. Iremos porque es preciso. Y esto puede
ser un adiós.
En una carta menos dramática, fechada el 18 de septiembre de 1915, el también
escritor Henri Barbusse mostraba su agradecimiento a Jeanne Charrot:
Mi querida madrina,
Ya tengo la pipa. Me ha llegado en una cajita junto con el tabaco que poco a
poco absorberá. ¡Esta pipa me parece simplemente perfecta!.
Y como se decía al principio de este epígrafe, también hubo madrinas
quebecois que se cartearon con sus paisanos en la Gran Guerra. En 1996 se
publicó la correspondencia de Paul Norac (seudónimo del periodista de Montmagny,
Paul Caron). En ella aparecen las cartas de Henriette Bourassa Chauvin, a quien
eligió como madrina en 1914. Caron-Norac murió en abril de 1917. En 1920 recibió
a título póstumo la Cruz de Guerra francesa.
El músico Maurice Ravel, que combatió en la Primera Guerra Mundial pese a tenía
ya 39 años, dedicó el Minueto de su obra Le tombeau de Couperin al hijo
de su madrina, que había caído en el frente. Sin embargo, no hay constancia de
que el músico pudiese disfrutar de la generosa protección de la bailarina y
actriz rusa Ida Rubinstein, a la que años más tarde dedicaría precisamente su
conocido Bolero. Ida Rubinstein fue una excéntrica madrina de los
militares franceses en las dos guerras mundiales.
Se cuenta que en la primera contienda, Ida Rubinstein acudía al frente en coches
de lujo, acompañada de sus criados para visitar a los heridos. Les invitaba a
champán francés y les cuidaba. Y quienes la conocieron piensan que los soldados
heridos debían de creer, en los desvaríos de la fiebre y del dolor, que ya se
habían muerto y habían subido al cielo, donde les estaba cuidando un ángel. En
1914, fundó un hospital auxiliar y se convirtió en enfermera voluntaria. Coco
Chanel le diseñó una cofia de estilo egipcio.
Cuando en la Segunda Guerra Mundial los nazis invadieron Francia, Ida Rubinstein,
deorigen judío, tuvo que huir a Inglaterra. En Londres recuperó su vocación por
el madrinazgo a los 55 años. En la capital británica, entonces acosada por los
bombarderos alemanes, se convirtió en la madrina de los pilotos franceses
alistados en la escuadrilla “Alsacia”, encuadrada en la mítica RAF.
Esta vez, más que como una madrina, Ida se comportó como una madre con sus
protegidos, a los que invitaba a cenar en su lujosa suite del Hotel Ritz. Uno de
sus más asiduos visitantes fue Jean Maridor, un as de la aviación francesa que
utilizaba el sobrenombre de Jean Cailloux para evitar represalias nazis contra
su familia.
LAS MADRINAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
En la Segunda
Guerra Mundial los países francófonos ya no fueron los únicos en fomentar la
figura de la madrina. También hubo madrinas inglesas, soviéticas, polacas... y
hasta españolas, que escribían a esos hombres que lucharon en una especie de
epílogo de nuestra Guerra Civil, unos con el ejército alemán en la División Azul
y otros con los aliados.
En el ejército soviético hubo miles de mujeres-soldado, pero Stalin animó a las
jóvenes de la retaguardia a que se hiciesen madrinas de guerra. En el libro
Berlin. The Downfall 1945, Antony Beevor asegura que “(...) miles de
muchachas solitarias, reclutadas para trabajar en las fábricas de armamento de
los Urales o de Siberia, habían estado escribiendo a los soldados del frente”[20].
Incluso existía una Canción para la corresponsal, compuesta por el
sargento Vlasienko “en un búnker helado a sólo cuatro pasos de la muerte”.
Francia y Bélgica, durante el poco tiempo que pudieron hacerlo, y de nuevo el
Québec mantuvieron la tradición. El gobierno francés incluso la amplió con la
campaña “La Escuela, madrina de guerra”. De esta forma, la tarea del madrinazgo
se extendió también a los niños. En 1940 se editaron dos carteles en Francia
con el lema L’école marraine du combattant (“La escuela, madrina del
combatiente”) para animar a los niños a que enviasen cartas y regalos a los
soldados. Muchos años después, los militares argentinos trataron de hacer lo
mismo en su desgraciada aventura de las Malvinas (1982)[21],
según nos contaba una amiga de Buenos Aires que fue madrina, aunque dudaba de
que los soldados llegaran a recibir sus regalos.
También en Sudamérica aparecieron numerosas madrinas durante la Guerra del
Chaco, que en los años 30 libraron Bolivia y Paraguay por un pedazo de desierto
en el que murieron 90.000 hombres. Casi 70 años después, la boliviana Hilda
Alcoreza[22],
que se casó con su ahijado, recordaba que los soldados les pedían coquita,
cigarrillos y dulces. En Asunción (Paraguay) y en Santa Cruz de la Sierra
(Bolivia) existen sendas calles dedicadas a la Madrina de Guerra.
Portugal no intervino en la Segunda Guerra Mundial, pero también tuvo madrinas.
Los muchachos que lucharon en las guerras coloniales de Angola, Mozambique o
Timor se cartearon con sus madrinas, como evoca el poeta Adriano Gominho
en Timor, amor e uma palapa[23].
CIUDADES MADRINAS
Y si no es posible
afirmar de forma tajante que la figura de la madrina de guerra nació en Francia,
al menos nos atrevemos a decir que fue allí donde más se desarrolló, hasta el
punto de que el madrinazgo no se limitó a las relaciones hombre-mujer, sino que
se extendió a las relaciones entre ciudades.
Durante la Primera Guerra Mundial, las ciudades francesas que estaban en pleno
frente fueron calificadas como “mártires” y adoptadas por otras de la
retaguardia. Estas madrinas acogieron a los refugiados y, al terminar la
contienda, colaboraron en la reconstrucción de sus ahijadas. Numerosas
calles y plazas llevan el nombre de la ciudad madrina, como muestra del
agradecimiento de sus protegidas.
Podemos citar, entre otros muchos ejemplos, el de Orleáns, que ayudó a Vauquois
o el de Aix-en-Provence, que socorrió a Mons Laonnois. Y hay algunos que
resultan exóticos, como el de Saigón, que socorrió a Origny-en-Thiérache, porque
al parecer su obispo había nacido en esta población. Cabe preguntarse cuántos
vietnamitas sabían dónde estaba Origny. En la Segunda Guerra Mundial, Toulouse
fue madrina de Vitry-le François. La ahijada adoptó el sobrenombre de la “Ciudad
Rosa” en homenaje a Toulouse, que tiene el mismo lema.
Y ya en
nuestra época han surgido en Francia y Bélgica unas madrinas muy peculiares que
adoptan tumbas de soldados aliados. En internet, una profesora belga,
Régine Villers, busca datos de su ahijado, el soldado Frederick F. Villani, que
murió el 8 de noviembre de 1944 y está enterrado en el Cementerio Americano de
Henri-Chapelle.
MADRINAS, LITERATURA Y CINE
La figura de la
madrina de guerra ha entrado también en la literatura y el cine. En Francia, la
correspondencia de madrinas y ahijados ha sido novelada, es leída todavía en
actos públicos y también se ha publicado en internet. Al contrario que en
España, la madrina de guerra francesa constituye un personaje literario que, sin
ser habitual, tampoco resulta excepcional.
Recientemente,
Catherine Cuenca ha publicado la correspondencia de su abuelo en La Marraine
de Guerre[24],
una novela para jóvenes que relata las aventuras de Etienne, un poilu que
en plena batalla de Verdún escribe a su madrina, Marie Pierre, contándole el
espanto de aquella guerra. Asimismo, Michel Jourdain incluye una madrina de
guerra en su novela Lettres mortes[25].
Igualmente, la
literatura uber, que encontramos sobre todo en la red, también se ocupa
de las madrinas de guerra, aunque de una forma bastante original. En Les deux
morts de Lucas Delvaux[26],
que firma “Styx”, la enfermera Mathilde se convierte en madrina de Lucas
Delvaux, un soldado que es en realidad soldada. Lucas es una mujer que se
hace pasar por un hombre y que cae herida en Verdún. Matilde le guarda el
secreto y comienza a cartearse con ella. También en internet, en Le temps de
pommes[27],
Jocelyne Labrousse escribe una trama muy peculiar, con préstamos entre
madrinas, madres y ahijados.
En la literatura
francocanadiense este personaje surgió muy pronto. En los años veinte, la
novelista Renée des Ormes recogía en Entre deux rives[28]
la correspondencia entre un soldado belga y su madrina de guerra canadiense.
Otros países también han utilizado la figura de la madrina de guerra como
personaje literario. En 1998, Augusta Molinari publicaba en Italia La buona
signora e i poveri soldati. Lettere a una madrina di guerra (1915-1918)[29].
La literatura
española incorporó la figura de la madrina durante los años veinte, en plena
Guerra de Marruecos. Miguel Mihura publicó en 1922 La madrina de guerra:
Comedia en dos actos[30].
Por aquellas fechas, José Martín hizo una caricatura de esta clase de relaciones
en Madrina de guerra[31],
una novelita semanal que costaba 15 céntimos de peseta. En apenas 30 páginas,
Martín crea un enredo en el que un señorito aburrido, Félix Menéndez, se hace
pasar por su hermana Julia para cartearse con un soldado que estaba en África.
Inopinadamente, el militar se presenta en casa de su madrina y consigue
seducir a la auténtica Julia, que termina deshonrada y huye con él.
En 1978, el poeta
Manuel Ríos Ruiz obtuvo el Premio Ejército con su extenso poemario Cartas a
una madrina de guerra[32],
dedicado a su tío, José Ruiz Holgado, que luchó en la Guerra Civil. La obra de
Ríos Ruiz contiene versos tan intensos como estos:
Pero
alegra vivir, madrina, clara, mascar el pan, verse el perfil
en los
cristales, volver a escribir, resucitar, decirte que te tuve
siempre
con los míos en la cabeza, que te soñé entre dolores y vómitos
cuando
más padecía y me agarraba a la fe, a la única buena salud
y
fortaleza, el arma recóndita y bravía que el soldado esgrime.
En internet aparece
el relato Madrina de guerra, en el que Julián Gustem[33]
narra una difícil relación entre un soldado y una mujer que se encuentran en
distinto bando, pero que se cartean a través de un amigo inglés. También
encontramos una Oración de la madrina de guerra por su ahijado, compuesta
por Pepe Urbano, seudónimo del poeta popular José González[34]
de la que reproducimos a primera estrofa:
Virgen Santa de la Peña
te ruego con devoción
le prestes tu protección
a mi ahijadito de guerra.
Y en el cine, el
personaje de la madrina de guerra aparece en dos películas. La primera es de
Frank Capra: The Strong Man (1926) cuenta, con aire de comedia, la
historia de un antiguo soldado belga que viaja a Nueva York para conocer a la
que fue su madrina durante la Primera Guerra Mundial. En 1941, Roberto
Rossellini narró en La nave bianca las andanzas de un marino herido que
encuentra a su madrina en un barco hospital, donde trabajaba de enfermera.
MADRINAS Y MATRIMONIO
Las madrinas
y sus ahijados eran muy jóvenes y resulta lógico pensar que, en muchas
ocasiones, esas relaciones fueran haciéndose más profundas en cada carta hasta
acabar en boda. El amor surgía entre dos personas que se comunicaban con mucha
sinceridad y que trataban de conocerse de manera mutua. Los soldados, porque
sentían la soledad que precede a la muerte, y la madrina porque temía por ellos.
Y aunque no en todos los casos, sí se produjeron noviazgos y matrimonios.
El
cantante Joaquín Sabina se declaraba hijo de la madrina de guerra de un ex
seminarista que había desertado del Ejército republicano para unirse a las
tropas de Franco. Según afirmaba Sabina en la revista Rolling Stone[35],
después de la guerra su padre se fue a Huelva para conocer a su benefactora y se
casó con ella.
En Los
años difíciles, Carlos Elordi[36]
recoge la historia de Jesús, un soldado del ejército de Franco que conoció a
Evelina en el tren y la convirtió en su madrina. Después de mantener
correspondencia durante varios meses, ambos jóvenes se casaron, pero esta
historia tuvo un final muy triste. Jesús murió en el frente y Evelina perdió la
razón y acabó internada en un psiquiátrico.
Una historia bien
distinta a la que protagonizaron Ferdinand e Ivette Vas, que en abril de 2001
celebraron en Francia sus 60 años de matrimonio, después del noviazgo
postal que mantuvieron cuando Ivette se convirtió en la madrina del soldado
Ferdinand[37]
durante la Segunda Guerra Mundial.
Y hemos conocido la
historia de dos hermanas sevillanas, Alicia y Victoria, que se casaron con sus
respectivos ahijados. La primera lo hizo por poderes con un militar italiano del
Corpo di Troppe Volontarie y la segunda con un militar gallego.
Aunque precisamente
no fue éste el caso de nuestra Carmen Sánchez, que pese a ser la madrina de más
de 30 militares del bando franquista, después de la guerra se casó con Antonio
Ortiz, un antiguo soldado republicano. Una de tantas paradojas que se producen
en las guerras inciviles.
MADRINAS ESPAÑOLAS EN TIEMPOS DE PAZ
Pese a que parecen ser muy pocas las personas que hoy día saben lo que es una
madrina de guerra, no deja de ser chocante que, incluso en tiempos de paz, se ha
mantenido esta figura en nuestro país, aunque por fortuna tiene un carácter
bastante más festivo que el de las actuales “madrinas de paz-madrinas de tumbas”
que hay en Bélgica.
Hasta no hace muchos años, en Benifallet (Tarragona), los mozos que entraban en
“quintas” cada año para hacer el sorteo de los destinos del Servicio Militar
Obligatorio (la impopular “mili”), elegían como “madrina” a una joven que
destacase por sus virtudes o por su belleza. En las Fiestas de Quintos, que se
celebraban los días 25 y 26 de diciembre, el mozo al que le había tocado el
destino más lejano tenía derecho a bailar con la madrina. La elegida se
comprometía a mantener correspondencia con los reclutas para hacerles la mili
más agradable[38].
Aunque la mili obligatoria ha desaparecido hace tiempo, las Fiestas de Quintos
se han conservado en Benifallet. Los teóricos “quintos” (jóvenes de 17 a 18
años) eligen cada Navidad a su “madrina”, a la que regalan un ramo de flores y
festejan como establecía la costumbre. Aunque la obligación desapareció hace
tiempo, en este pueblo de Tarragona la devoción se ha mantenido.
LAS CARTAS
Si hubiese que
destacar un rasgo común en las 122 cartas que recibió Carmen Sánchez, tendría
que ser el de la sinceridad. En la mayoría de los escritos conservados, los
soldados, que se saben amenazados por la muerte, abren su corazón a la madrina y
dan rienda suelta a sus obsesiones, diciendo cosas que tal vez no se atreverían
a contar a sus familiares para no preocuparles. Son muy pocos los que hablan del
futuro, tan sólo lo hacen cuando el final de la guerra parece inminente. Por el
contrario, hay muchos que vuelcan sus preocupaciones y sus temores en las cartas
a la madrina. Hay frases que resultan conmovedoras:
En la guerra no es conveniente tener recuerdos felices, porque como sobre
todo en estas unidades de choque consideras que te han de matar tarde o
temprano, el recuerdo de una persona, así tan simpática y tan majica [sic]
como tú hace que pienses muchas veces, en que en la vida, hay muchísimas cosas
interesantes y sobre todo en que así tan joven ¡se pueden gozar tantas aun!
[José Lardiés, cuarta carta, 31/8/38]
[Me vas a perdonar que no te haya contestado antes] [...] por haber
muerto aquí junto a mi sala un muchacho conocido y puedes calcularte lo que
sentiría, y la verdad, no tenía ánimos para escribir [Baldomero Morales
Sánchez, cuarta carta, escrita desde el hospital; 7/2/38]
Y esa obsesión por
la muerte se convierte para algunos en malos augurios. José González, teniente
de la División Azul, lo expresaba unos días antes de caer en la Unión Soviética
en unos términos que nos recuerdan a los relatos románticos:
Se me hizo tarde y al atravesar el parque, el cuadro que presencié me erizó
el cabello y me hizo pensar un poco en la otra vida: Un rayo de luna, penetrando
entre un grupo de árboles, iluminaba la sepultura de un cementerio ortodoxo y se
había detenido en ella; me pareció que aquel ojo luminoso había descendido hasta
allí para leer el nombre del muerto [16/9/42].
Los problemas familiares también salen a relucir, como sucede en las
atormentadas cartas de Antonio Alamillo:
Ya te dije que la familia me mandó tabaco pero sin escribir y yo me fumaré el
tabaco pero sin contestar tampoco. A casa no pienso volver por lo menos mientras
dure la guerra y luego Dios dirá [segunda carta, 22/9/37].
Y por supuesto, surgen los enamoramientos en la distancia y los devaneos, que
los soldados llamaban flirts:
Ilusión porque no otra cosa puede ser el atractivo que sobre mí ejerce tu
figura epistolaria. Epistolar es tu figura y no de otra forma. ¿Cómo pude yo ver
en ti cualidades buenas, o belleza plástica para que me subyugases si no te
conozco? Sin embargo, cada día me preocupa más si me escribes o no y lo que me
dices (Luis Sánchez Moro, cuarta carta, [2/6/38].
(...) pasé un mal momento, y sigo pasando, (no creas, que te quiero), pero no
sé lo que sentí, que me he puesto triste, estoy haciendo grandes esfuerzos, con
mi cerebro, para analizar, qué es lo que siento por ti, y todavía no puedo
explicármelo (...) [carta de Rafael, sin fecha].
Pero en las cartas no todo eran asuntos trascendentales. La madrina y los
ahijados jugaban a ocultar su identidad y sus rasgos físicos. Los soldados
pedían fotos, y la madrina se las negaba. Fueron muy pocos los que consiguieron
el trofeo. La mayoría sólo recibió autocaricaturas de su corresponsal:
Por la explicación que me das de tu personita, veo que no estás mal [...]
Y eso que no me das detalles; tan sólo me indicas los rasgos más salientes (me
refiero a la joroba) [Santiago Santacana, primera carta, 12/10/38].
Todo eso de tuerta,
patizamba, etc, bien sabes tú misma que es todo lo contrario. A mí no me pareces
tan fea como dices, la verdad [Antonio Gimeno, segunda carta, 18/1/38].
Y, naturalmente, los ahijados correspondían con
descripciones similares:
[...] edad 43 años
[...] ¡Ah! El pelo es precioso, pues a consecuencia de la tiña se me cayó y
sólo tengo uno, pero es rizado, ojos soñadores [...] a consecuencia de
las cataratas [...] nariz bien delineada pues de joven fui boxeador,
boca, cerrada para que no entren moscas, altura 147, peso bruto 103 kilos.
[Francisco Jiménez Rodríguez, 18/10/1937].
Estatura regular (0,75 m),
peso no muy grande (117 Klg) un poco chato (60 m.m. de nariz), boca pequeña,
(0’10 m) aunque sin dientes; todos estos defectillos se subsanan con la belleza
de los ojos, que tengo uno gris y otro azul [Jesús Fortún, segunda carta,
10/10/38].
CONCLUSIÓN
Desde un punto de
vista militar, la figura de la madrina de guerra representó una aportación de
las mujeres al esfuerzo bélico inferior a la que realizaron las enfermeras o las
trabajadoras de las industrias de armamento, pero nada desdeñable desde el plano
del apoyo moral a los combatientes.
Prestaban atención a los hombres que temían
constantemente por sus vidas y, al mismo tiempo, ayudaban a mantener la
comunicación entre la casi siempre vilipendiada retaguardia y los soldados.
Desde el punto de
vista de la liberación femenina, el papel de la madrina de guerra constituye
para algunos autores un paso atrás, puesto que colabora a encasillar a la mujer
en el mundo de las tareas domésticas tradicionales.
En la mayoría de los países en guerra, las mujeres
no lucharon en el frente y llevaron a cabo actividades supuestamente
relacionadas con lo que se consideraba como “propias de su sexo”. Sin embargo,
el ejército de la Unión Soviética tuvo mujeres-soldado y, al mismo tiempo, sus
autoridades también fomentaron la existencia de las madrinas.
En la Guerra Civil
española, las madrinas tuvieron una presencia destacada en el bando franquista,
donde recibieron un claro apoyo oficial y cuya labor fue considerada casi como
un “deber patriótico”.
Por el contrario, en
el bando republicano, y salvo iniciativas particulares, las madrinas aparecieron
muy tarde, en torno a 1938, y su actividad duró muy poco. Este retraso pudo
deberse, por una parte, al papel mucho más activo que desempeñaron las mujeres
en esa zona, primero como milicianas y después trabajando en la retaguardia.
Según algunos testimonios personales, las difíciles condiciones de vida en las
ciudades republicanas impidieron que muchas jóvenes realizasen ese trabajo.
Las madrinas republicanas, a diferencia de las
nacionalistas, escribían menos cartas, pero acudían con frecuencia a los frentes
para hablar con los soldados y atenderles.
Carmen ORTIZ
Manuel DE RAMÓN
[1]
BARRACHINA, Marie Aline, “Ideal de la Mujer Falangista. Ideal Falangista de
la Mujer”, en III Jornadas sobre Las Mujeres y la Guerra Civil española,
Instituto de la Mujer, Salamanca, 1989, pp. 211-217.
[2]
SANTAMARÍA BONILLA, Pilar, ¡Cuando los cañones duermen! Recuerdos
nostálgicos de una madrina de guerra, edic. de la autora, Burgos, 1981,
p. 31.
[3]
DE RAMÓN, Manuel, y ORTIZ, Carmen, Madrina de Guerra. Cartas desde el
frente, Editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, p. 66.
[4]
DE RAMÓN, M. y ORTIZ, C., ibidem, p. 65.
[5]
RODAO, Florentino, Japón y la propaganda totalitaria en España, 1937-1945;
en www.aeep.es/socios/rodao.
[6]
COBO ROMERO, Francisco, “Los partidos políticos y las mujeres en la
retaguardia republicana jiennense (1936-39)”, en III Jornadas sobre Las
Mujeres y la Guerra Civil española, pp. 67-73.
[7]
NASH, Mary, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra
Civil, Taurus, Madrid, 1999, p. 175.
[8]
MARTÍNEZ, Jesús, y RODRÍGUEZ, Nemesio, “Cartes d´un soldat republicà”; en
www.aasit.com/informatiu/hemeroteca/marc/0042.htm
[9]
ORIHUELA, David, “Candás, 1937: Hoy, fallecido en el campo de
concentración...”, La Nueva España, 28 de octubre de 2002.
[10]
Sin firma, “La Libertad es un bien muy preciado. Campo de concentración de
Rianxo (Pontevedra)”; www.asturiasrepublicana.com
[11]
FERNÁNDEZ-RECATALÁ, Denís, “Il y a soixante ans, la chute de la
République espagnole entraînait un exode massif”, L’Humanité, 10 de
abril de 1999; http://site.voila.fr/espana36/exil/retour99
[12]
En catalán no se dice madrina sino padrina.
[13]
Correo militar alemán.
[14]
VÁZQUEZ ENCISO, Manuel, Historia Postal de la División Azul. Españoles en
Rusia, Edit. Filatelia Hobby, Zaragoza, 1995, p. 85.
[15]
DE RAMÓN, M. y ORTIZ, C., Ibidem, p. 54.
[16]
Poilu: en francés ‘velludo’ o ‘peludo’. Era el apelativo que
recibieron los soldados franceses debido a su lamentable estado de suciedad
después de permanecer durante meses enterrados en las trincheras de la
Primera Guerra Mundial.
[17]
Yves Blanc era el seudónimo de la poetisa francesa Jeanne Burgues,
autora de la novela Histoire de la Maison de l’Espine.
[18]
APOLLINAIRE, Guillaume, Lettres à sa marraine, 1915-1918,
introducción y notas de Marcel Adéma, Gallimard, París, 1979, p. 58.
[19]
APOLLINAIRE, G., Lettres à Lou, prefacio y notas de Michel Décaudin,
Gallimard, París, 1999.
[20]
BEEVOR, Antony, Berlin. The downfall 1945, Penguin Books, Londres,
2002, p. 211.
[21]
FERNÁNDEZ, Armando, Carta a un soldado de Malvinas, El Quijote,
Buenos Aires, 2000.
[22]
VARGAS, Miguel, y BUSTO, David, “Héroes. Recuerdos de la Guerra del Chaco”,
La Razón, 5 de septiembre de 2002.
[23]
GOMINHO, Adriano, Timor, amor e uma palapa (aventura poética); en
www.terravista.pt/fernoronha
[24]
CUENCA, Catherine, La marraine de guerre, Hachette Jeunesse, París,
2001.
[25]
JOURDAIN, Michel, Lettres mortes, Champ Vallon, Seyssel, 1999.
[26]
STYX, Les deux morts de Lucas Devaux, en
www.geocities.com/Hollywood/Land
[27]
LABROUSSE, Jocelyne, Les temps de pommes; en
www.la-musique-des-mots.com
[28]
DES ORMES, Renée, Entre deux rives; ilustraciones de L. Roisin,
Éditions Casterman, París [¿1920?]
[29]
MOLINARI, Augusta, La buona signora e i poveri soldati. Lettere a una
madrina di guerra (1915-1918), Paravia/Scriptorium, Turín, 1998.
[30]
MIHURA, Miguel, La madrina de guerra: Comedia en dos actos, R.
Velasco, Madrid, 1922
[31]
MARTÍN, José, Madrina de guerra, Publicaciones de La Revista Blanca,
Barcelona [ca. 1920]
[32]
RÍOS RUIZ, Manuel, Cartas a una madrina de guerra, en La memoria
alucinada, Calambur, Madrid, 1998.
[33]
GUSTEM, Julián, Madrina de guerra, Arena y Cal, núm. 51, julio de
1999; en www.islabahia.com
[34]
FRAN, “Un homenaje a Pepe Urbano (ejemplo de sabiduría popular)”, Fasnia
en la red, 24 de enero de 2002; en www.fasnia.net/html/pepe6.
[35]
BOYERO, Carlos, “Joaquín Sabina”, entrevista en Rolling Stone, núm.
4, febrero de 2000; www.rollingstone.es/extra/sabina
[36]
ELORDI, Carlos (ed.), Los años difíciles. El testimonio de los
protagonistas anónimos de la Guerra Civil y la posguerra, Editorial
Aguilar, Madrid, 2002, pp. 126-127.
[37]
www.linformateur.com/news/full
[38]
BENIFALLET: www.benifallet.altanet.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario