cartas de despedida del che guevara a fidel castro
Habana, 1 abril 1965
Fidel:
Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en
de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de
los preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en
caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos.
Después supimos que era ,
que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos
compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria.
Hoy todo tiene un tono menos dramático porque somos más maduros,
pero el hecho se repite. Siento que he cumplido la parte de mi deber que
me ataba a la Revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de
los compañeros, de tu pueblo que ya es mío.
Hago formal renuncia de mis cargos en la Dirección del Partido, de
mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de
cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se
pueden romper como los nombramientos.
Haciendo un recuento de mi vida pasada creo haber trabajado con
suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo
revolucionario.
Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti
desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido
con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de
revolucionario.
He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer
a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del
Caribe.
Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me
enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado
con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los
principios.
Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos
esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad
al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos.
Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor, aquí dejo lo
más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis
seres queridos... y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso
lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré
la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la
sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes; luchar contra el
imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces
cualquier desgarradura.
Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad,
salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva
bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y
especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu
ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de
mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior
de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera que me pare
sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal
actuaré. Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena:
me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les
dará lo suficiente para vivir y educarse.
Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo, pero
siento que son innecesarias, las palabras no pueden expresar lo que yo
quisiera, y no vale la pena emborronar cuartillas.
Hasta la victoria siempre.
¡Patria o Muerte!
Te abraza con todo fervor revolucionario.
"Che"
Carta de despedida del che guevara a sus hijos
A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mi y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder
dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la
revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale
nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo
cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del
mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de
Papá
Carta de despedida del che guevara a sus padres
1 de abril de 1965
Queridos viejos:
Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida.
Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo
segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.
Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más conciente, mi
marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única
solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con
mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un
tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus
verdades.
Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro
del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.
Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy
extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me
entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme,
solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de
artista, sostendrá unas piernas fláccidas y unos pulmones cansados. Lo
haré.
Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX.
Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos.
Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.
Ernesto
Biografia de ernesto che guevara de la serna
Ernesto Rafael Guevara de la Serna nació el jueves 14 de junio de
1928 en Rosario, Argentina. Es el primer hijo del arquitecto Ernesto
Guevara Linch, de descendencia española e irlandesa de parte de su
madre, y de Celia de la Serna y de la Llosa, descendiente de una familia
de fortuna.
Ernesto o "Teté", como lo llamaban sus padres, tiene cuatro hermanos y hermanas: Roberto, Celia, Ana María y Juan Martín.
La pareja Guevara-de la Serna, se casó en 1927 y se fueron a vivir a
Puerto Caraguatay, en la provincia de Misiones, donde tenían una
explotación de yerba mate.
Estando Celia encinta, decidieron volver a Buenos Aires en barco por
el río Paraná, para que el bebé naciera en total seguridad. Pero el 14
de junio de 1928, el barco debió hacer una parada en el Puerto de
Rosario, provincia de Santa Fe. El parto de Celia se desarrolló antes de
lo previsto, y el bebé vino al mundo en la maternidad del Hospital
Centenario. Sus padres lo llamaron Ernesto Rafael.
A fin del año 1929, la familia se instaló en la calle Alem, barrio
de San Isidro, en Buenos Aires. Es allí donde nacería el 31 de diciembre
la hermana de Ernestito, Celia.
El 2 de mayo de 1930, Ernesto que no tenía aún dos años cae enfermo. Sufre de su primera crisis de asma.
En 1931, la familia se muda a un suburbio elegante de la capital,
calle Bustamente y Peña, donde nacería Roberto, el 18 de mayo de 1932.
Debido a problemas de salud de Ernesto, la familia va a cambiar
varias veces de residencia, hasta que un médico les aconseja ir a Alta
Gracia, en la provincia de Córdoba. El clima más seco de esta región es
favorable para Ernesto, y ellos deciden entonces alquilar una casa en
Villa Carlos Pellegrini.
La casa de dos plantas se llama "Villa Chiquita", y es ahí donde va a nacer Ana María.
Los problemas de salud de Ernesto conducen a su madre Celia a
encargarse de su educación primaria. Después él seguirá normalmente los
cursos en la escuela San Martín, luego en el Manuel Solares.
En Marzo de 1942 comienza sus estudios secundarios en el Colegio
Nacional Déan Funes, en Córdoba, a alrededor de 45 kilómetros de Alta
Gracia.
La familia Guevara-de la Serna va a vivir en Alta Gracia hasta
comienzos de 1943, año cuando Ernesto conoce a los hermanos Granado y
Ferrer, con quienes se unirá en amistad por mucho tiempo.
En el transcurso del verano, se mudan una vez más para habitar una
casa en la calle Chile en Córdoba. En el mes de mayo nace Juan Martín.
En 1946, la familia se muda a Buenos Aires para vivir en un
departamento de la abuela paterna. Cuando la abuela, Ana Isabel, cae
gravemente enferma, Ernesto la cuida durante 17 días, y a su muerte,
anuncia que estudiará medicina en lugar de los estudios de ingeniero que
había considerado.
Ernesto es juzgado no apto para el servicio militar debido a su enfermedad.
En 1947 comienza sus estudios de medicina y muestra poco interés
hacia la política y los movimientos de protesta de los estudiantes, aún
cuando sus padres, y más particularmente su madre, son militantes
anti-peronistas.
Pero a fin del año conoce a Berta Gilda Infante, conocida bajo el
nombre de Tita. Ella es miembro de la Juventud Comunista Argentina. Se
vuelven pronto buenos amigos y Ernesto lee con ella los textos marxistas
y discuten sobre la realidad política de la época.
Es en octubre de 1950, que él decide hacer su primer viaje por
América Latina, pasando por Chile, Perú y Colombia. Es el espectador
atento de los problemas sociales de los pobres de estos países, y cita
en sus notas la frase de José Marti: "Quiero unir mi destino al de los
pobres del mundo".
El 29 de diciembre de 1951, parte con su amigo Alberto Granados a
traves del continente sudamericano. Pero la moto sobre la cual ellos
hacen el viaje, una Norton 500 cc, los abandona, y deben trabajar, sea
como asistente médico o efectuando pequeños trabajos, para continuar su
periplo.
Ernesto regresa a Buenos Aires en agosto de 1952 para proseguir sus estudios de medicina.
Recibe el título de Doctor en Medicina y Cirugía el 11 de abril de 1953 en la Universidad de Buenos Aires.
El 7 de julio de 1953 parte una vez más de viaje a través de América
del Sur y Central. Es acompañado por Carlos Ferrer "Calica". Observa en
Bolivia los cambios sociales aportados por el Movimiento Nacionalista
Revolucionario llegado al poder. Después visitan Perú, Ecuador, Panamá y
Costa Rica, donde conocen a los cubanos Calixto García y Severino
Rosell, que habían participado del asalto del Cuartel Moncada. Prosiguen
el viaje y visitan Nicaragua, Honduras y El Salvador, para finalmente
llegar a Guatemala en 1953.
En Guatemala, el Che prosigue su educación política por medio de la
amistad que lo une a la economista y exiliada peruana de origen indio,
Hilda Gadea Ontalia, antiguo miembro del Partido Aprista (APRA, Alianza
Popular Revolucionaria Americana). Se une en amistad también con un
grupo de revolucionarios cubanos, que el 26 de julio de 1953 hacen parte
en el asalto del Cuartel Moncada. Entre ellos se encuentra Nico López,
que bautizará a Ernesto con el apodo de «Che».
Él se mantiene al corriente con ellos de las acciones emprendidas y
toma la firme decisión de proseguir la lucha desde la liberación de
Fidel Castro y otros camaradas. Ernesto Che Guevara se pone en contacto
con el Partido Guatemalteco del Trabajo y oficia como médico en los
sindicatos. Participa activamente en la política interna del país para
la defensa del gobierno democrático y revolucionario de Jacobo Arbenz.
Pero después de la invasión organizada por la CIA, Arbenz cae en
septiembre de 1954.
Siendo argentino y debido a su posición a favor del gobierno de
Arbenz, Ernesto Che Guevara no puede quedarse mucho tiempo en Guatemala,
y después de haber pedido asilo en la Embajada Argentina, el Che decide
irse a México, donde trabajará como fotógrafo y en el hospital General.
Un mes más tarde se reúne con Hilda Gadea y Nico López.
Un día, de visita en casa de María Antonia Gonzáles, en el número 49
de la calle José Amparán, Ernesto conoce a Raúl y Fidel Castro.
María Antonia es una cubana residiendo en México, que colabora
eficazmente con los revolucionarios exiliados. En el curso de esta
reunión, el Che se queda a conversar durante una decena de horas con
Fidel, durante las cuales intercambian todo tipo de opiniones.
El líder de la revolución cubana le explica las razones de su lucha
contra el dictador Batista. Al fin de esta conversación el Che hace,
desde entonces, parte del grupo.
Se casa el 8 de agosto de 1955 con Hilda en Tepotzotlán, cerca de
México. Hilda está encinta y el futuro padrino es Raúl Castro. El 15 de
febrero de 1956, nace Hilda Guevara Gadea.
Ernesto permanece 57 días en la prisión Miguel Schultz después de
haber sido arrestado por la policía mexicana en la hacienda "Santa
Rosa", Popocatépetl, a 35 kilómetros de la capital, que era el campo de
entrenamiento de los revolucionarios cubanos que preparaban un ataque
contra Cuba, y que eran dirigidos por el general Alberto Bayo, un
antiguo coronel del Ejército Republicano durante la Guerra Civil en
España.
El Che tiene siempre escondidas sus actividades revolucionarias a
sus padres, y les envía una carta informándoles de su situación y
anunciándoles su separación de Hilda.
El domingo 25 de Noviembre de 1956, de la desembocadura del río
Tuxpán en México, Ernesto Che Guevara se va en el "Granma" con otros 81
hombres a bordo, un yacht de una capacidad de 25 personas solamente, que
Fidel Castro había comprado a una empresa norteamericana.
Una semana más tarde, el domingo 2 de diciembre, desembarcan en Los
Cayelos, al este de Cuba, comenzando la guerrilla revolucionaria en las
montañas de la Sierra Maestra.
Desde el comienzo, el Che se distingue como combatiente de la lucha
revolucionaria en Cuba contra la tiranía del dictador Fulgencio Batista.
El 1º de marzo de 1958, es difundida por primera vez «Radio Rebelde»,
una radio creada por el Che.
A fin del mes de abril de 1958, Ernesto es enviado desde Jibaro, en
la Sierra Maestra, a la cabeza del comando de la 8º Columna hacia la
región central del país.
Llegan hasta la Sierra del Escambray, provincia de Las Villas, donde van a montar un campamento de base.
El Che participa con mucho ardor en los combates y más
particularmente en la Batalla de Santa Clara el 1º de diciembre de 1958,
la cual se revela muy importante en su objetivo principal: hacer caer
la dictadura y hacer triunfar la Revolución Cubana.
El 1º de enero de 1959, Cuba es liberada, y Batista parte en exilio.
El 2 de enero, Camilo Cienfuegos Gorriarán entra en La Habana,
paralizada por una huelga general. El día siguiente el Che hizo su
entrada, y el domingo 8 de enero, Fidel Castro entra victoriosamente en
la capital.
Los padres del Che llegan el lunes a Cuba, 6 años después del último encuentro con su hijo.
El 21 de enero, Hilda Gadea e Hildita vienen a vivir a la Habana.
Teniendo en cuenta los servicios prestados a Cuba, Ernesto Che
Guevara es declarado ciudadano cubano por el Consejo de Ministros el
lunes 9 de febrero de 1959.
En el mes de marzo de 1958, Ernesto había conocido en Escambray a
una joven cubana de 22 años, Aleida March Torres, y el 2 de junio de
1959 el matrimonio es celebrado después de que el divorcio fuera
pronunciado entre el Che e Hilda Gadea el 22 de mayo de 1959.
Del 12 de junio al 5 de septiembre, Ernesto Che Guevara está en
misión para el gobierno cubano en Egipto, Sudán, India, Birmania,
Indonesia, Ceilán, Japón, Marruecos, Yugoslavia y España.
Durante varios años ocupó funciones oficiales en el seno del
gobierno cubano. Entre estos diferentes cargos gubernamentales,
militares y económicos, es nombrado Jefe de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, Jefe de la Industria y la Reforma Agraria, y el 26 de
noviembre de 1959 ocupa el puesto de Presidente del Banco Nacional de
Cuba.
El 4 de marzo de 1960, en un atentado organizado por la CIA, el
barco belga « La Couvre », que llevaba armas a Cuba, explota en el
puerto de La Habana.
El día siguiente, Alberto Korda toma la célebre foto del Che en el
homenaje a las víctimas del atentado, y en el curso de la ceremonia
Fidel Castro pronuncia esta frase que quedará en la historia: "Patria o
muerte. ¡Venceremos!".
El Che preside numerosas misiones oficiales en nombre del Gobierno Revolucionario.
Del 22 de octubre al 9 de diciembre, está a la cabeza de la misión
económica de Cuba que está de visita en URSS, Checoslovaquia, RDA y
República Popular China.
El 19 de octubre de 1960, los Estados Unidos decretan el embargo comercial de Cuba.
El 17 de noviembre, durante su estancia en China, viene al mundo
Aleida Guevara March, o "Aliusha", en La Habana. Es ahí también que
nacerán sus otros hermanos.
El 3 de enero de 1961 los Estados Unidos rompen sus relaciones diplomáticas con Cuba.
El 23 de febrero de 1961, el Che es nombrado Ministro de la Industria y Miembro del Consejo Central del Plan.
El 20 de mayo de 1962 nace su hijo,Camilo, nombre que le da en
homenaje a su camarada Camilo Cienfuegos, quien murió trágicamente en un
accidente aéreo.
Del 17 al 20 de abril de 1961, Ernesto Che Guevara ocupa el comando
militar de Pinar del Río durante el ataque de mercenarios sobre la playa
Girón, en la Bahía de los Cochinos, en el curso de la cual 1500
contra-revolucionarios cubanos intentan invadir la isla en una operación
organizada y financiada por la CIA. Los revolucionarios derrotaron a
los mercenarios en menos de 72 horas.
El 4 de agosto, el Che está a la cabeza de la delegación cubana
cuando la Conferencia de las Américas de Punta del Este en Uruguay. La
delegación es recibida en el Aeropuerto Nacional de Carrasco por
millares de personas cantando slogans anti-yankees y a los gritos de «
¡Viva la Revolución Cubana! ».
En octubre de 1962 y hasta noviembre del mismo año, Ernesto ocupa el
mando militar de las tropas de Pinar del Río durante la Crisis de
octubre.
Durante su presencia en Cuba, el Che trabaja en numerosas tareas: es
el iniciador del Trabajo Voluntario en todo el país, de la organización
de las Ruerzas Armadas Revolucionarias (FAR); es el fundador de la
revista Verde Olivo, donde escribe numerosos artículos; es el autor de
diferentes libros y ensayos. Las obras del Che más conocidas son: «
Diario de Bolivia », « Discurso en Argel », « Discurso de la XIX
Asamblea General de las Naciones Unidas », « El cuadro, columna
vertebral de la revolución », « El Socialismo y el Hombre en Cuba », «
La Guerra de Guerrillas », « Mensaje a los Pueblos del mundo a través de
la Tricontinental », « Pasajes de la Guerra Revolucionaria », « Reforma
Universitaria y Revolución », « Sobre la construcción del Partido », «
Solidaridad con Vietnam del Sur », « Táctica y Estrategia de la
Revolución Latinoamericana ».
El 14 de junio nace el cuarto hijo del Che, el tercero con Aleida. Es una niña que se llamará Celia, en homenaje a su madre.
El 19 de marzo de 1964, viene al mundo Omar Pérez, fruto de la relación extraconyugal que Ernesto tuvo con Lidia Rosa López.
Del 20 de marzo al 13 de abril de 1964, el Che está al frente de la
delegación cubana durante la conferencia de la ONU para el Comercio y el
Desarrollo en Génova, en Suiza.
Del 15 al 17 de abril, está de visita en Franca, Argelia y Checoslovaquia.
Visita la URSS del 5 al 19 de noviembre y participa del 47º
Aniversario de la Revolución de octubre. Preside de nuevo la delegación
cubana cuando la Asamblea General de la ONU en New York del 9 al 17 de
diciembre. Después se va a Argelia.
En enero de 1965, Ernesto Che Guevara está en la República de China,
luego en Mali, Congo (Brazzaville), Guinea, Ghana, Dahomey, Tanzania,
Egipto, Argelia y regresa a La Habana el 14 de marzo.
Su última intervención pública en Cuba tuvo lugar el 15 de marzo
cuando hizo una rendición de cuentas de sus viajes al extranjero delante
de sus colaboradores del Ministerio de la Industria.
A fin de proseguir más adelante con sus ideales libertadores,
solicita de la Dirección de la Revolución Cubana que lo liberen de las
responsabilidades que lo atan a Cuba, para retomar la lucha armada en
solidaridad con los pueblos del mundo.
El 1º de abril de 1965 escribió cartas de despedida a sus padres,
sus hijos y Fidel Castro, y se va al Congo. En este país sabrá de la
muerte de su madre.
Un año más tarde, el jueves 3 de noviembre de 1966, Ernesto Che
Guevara llega a La Paz, pasando por Madrid y Sao Paulo. Entra
clandestinamente en Bolivia bajo el nombre de Adolfo Mena González,
funcionario peruano de la Organización de Estados Americanos y posee,
por si acaso, un pasaporte uruguayo a nombre de Ramón Benítez Fernández.
El 7 de Noviembre se encuentra en una hacienda de Ñancahuasú donde,
con un pequeño grupo de combatientes bolivianos, cubanos y de otras
nacionalidades, funda el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.
Durante su estancia en Colombia, es conocido como "Comandante Ramón", y
también como "Fernando el sacamuelas".
Pero 11 meses más tarde, después de haber sido tomado prisionero y
seriamente herido, Ernesto Che Guevara es ejecutado, el domingo 8 de
octubre de 1967 a las 13.10 hs., por soldados bolivianos dirigidos por
agentes de la CIA, en la pequeña escuela del pueblo de La Higuera,
provincia de Chuquisaca.
El 18 de octubre de 1967, en la Plaza de la Revolución, Fidel Castro
informa al medio millón de cubanos presentes de la muerte del
Comandante Ernesto Che Guevara: « Has desaparecido físicamente, pero tu
figura y tus ideales siguen y seguirán siendo vigentes en nosotros,
porque a esos no te los pueden matar con balas ».
Letra de la cancion en honor al che guevara
Hasta Siempre, Comandante
Aprendimos a quererte,
Desde la histórica altura,
Donde el sol de tu bravura
Le puso cerco a la muerte.
Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.
Tu mano gloriosa y fuerte
sobre la historia dispara,
cuando todo Santa Clara
Se despierta para verte.
Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.
Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa
Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.
Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa,
donde espera la firmeza
de tu brazo libertario.
Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.
Seguiremos adelante
como junto a tí seguimos
y con Fidel te decimos :
"¡Hasta siempre Comandante!"
Aquí se queda la clara,
La entrañable transparencia
De tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.
Fotos del che guevara
El che guevara mensaje a los pueblos del mundo
Che Guevara - Mensaje a los pueblos del mundo
abril 1967
Crear dos, tres... muchos Vietnam, es la consigna.
Che
Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz.
José Martí
Ya se han cumplido veintiún años desde el fin de la última
conflagración mundial y diversas publicaciones, en infinidad de lenguas,
celebran el acontecimiento simbolizado en la derrota del Japón. Hay un
clima de aparente optimismo en muchos sectores de los dispares campos en
que el mundo se divide.
Veintiún años sin guerra mundial, en estos tiempos de
confrontaciones máximas, de choques violentos y cambios repentinos,
parecen una cifra muy alta. Pero, sin analizar los resultados prácticos
de esa paz por la que todos nos manifestamos dispuestos a luchar (la
miseria, la degradación, la explotación cada vez mayor de enormes
sectores del mundo) cabe preguntarse si ella es real.
No es la intención de estas notas historiar los diversos conflictos
de carácter local que se han sucedido desde la rendición del Japón, no
es tampoco nuestra tarea hacer el recuento, numeroso y creciente, de
luchas civiles ocurridas durante estos años de pretendida paz. Bástenos
poner como ejemplos contra el desmedido optimismo las guerras de Corea y
Vietnam.
En la primera, tras años de lucha feroz, la parte norte del país
quedó sumida en la más terrible devastación que figure en los anales de
la guerra moderna; acribillada a bombas; sin fábricas, escuelas u
hospitales; sin ningún tipo de habitación para albergar a diez millones
de habitantes.
En esta guerra intervinieron, bajo la fementida bandera de las
Naciones Unidas, decenas de países conducidos militarmente por los
Estados Unidos, con la participación masiva de soldados de esa
nacionalidad y el uso, como carne de cañón, de la población sudcoreana
enrolada.
En el otro bando, el ejército y el pueblo de Corea y los voluntarios
de la República Popular China contaron con el abastecimiento y asesoría
del aparato militar soviético. Por parte de los norteamericanos se
hicieron toda clase de pruebas de armas de destrucción, excluyendo las
termonucleares pero incluyendo las bacteriológicas y químicas, en escala
limitada. En Vietnam, se han sucedido acciones bélicas, sostenidas por
las fuerzas patrióticas de ese país casi ininterrumpidamente contra tres
potencias imperialistas: Japón, cuyo poderío sufriera una caída
vertical a partir de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; Francia, que
recupera de aquel país vencido sus colonias indochinas e ignoraba las
promesas hechas en momentos difíciles; y los Estados Unidos, en esta
última fase de la contienda.
Hubieron confrontaciones limitadas en todos los continentes, aun
cuando en el americano, durante mucho tiempo, sólo se produjeron conatos
de lucha de liberación y cuartelazos, hasta que la Revolución cubana
diera su clarinada de alerta sobre la importancia de esta región y
atrajera las iras imperialistas, obligándola a la defensa de sus costas
en Playa Girón, primero, y durante la Crisis de Octubre, después.
Este último incidente pudo haber provocado una guerra de
incalculables proporciones, al producirse, en torno a Cuba, el choque de
norteamericanos y soviéticos.
Pero, evidentemente, el foco de contradicciones, en este momento,
está radicado en los territorios de la península indochina y los países
aledaños. Laos y Vietnam son sacudidos por guerras civiles, que dejan de
ser tales al hacerse presente, con todo su poderío, el imperialismo
norteamericano, y toda la zona se convierte en una peligrosa espoleta
presta a detonar.
En Vietnam la confrontación ha adquirido características de una
agudeza extrema. Tampoco es nuestra intención historiar esta guerra.
Simplemente, señalaremos algunos hitos de recuerdo.
En 1954, tras la derrota aniquilante de Dien-Bien-Phu, se firmaron
los acuerdos de Ginebra, que dividían al país en dos zonas y estipulaban
la realización de elecciones en un plazo de 18 meses para determinar
quiénes debían gobernar a Vietnam y cómo se reunificaría el país. Los
norteamericanos no firmaron dicho documento, comenzando las maniobras
para sustituir al emperador Bao Dai, títere francés, por un hombre
adecuado a sus intenciones. Este resultó ser Ngo Din Diem, cuyo trágico
fin -el de la naranja exprimida por el imperialismo- es conocido de
todos.
En los meses posteriores a la firma del acuerdo, reinó el optimismo
en el campo de las fuerzas populares. Se desmantelaron reductos de lucha
antifrancesa en el sur del país y se esperó el cumplimiento de lo
pactado. Pero pronto comprendieron los patriotas que no habría
elecciones a menos que los Estados Unidos se sintieran capaces de
imponer su voluntad en las urnas, cosa que no podía ocurrir, aun
utilizando todos los métodos de fraude de ellos conocidos.
Nuevamente se iniciaron las luchas en el sur del país y fueron
adquiriendo mayor intensidad hasta llegar al momento actual, en que el
ejército norteamericano se compone de casi medio millón de invasores,
mientras las fuerzas títeres disminuyen su número, y sobre todo, han
perdido totalmente la combatividad.
Hace cerca de dos años que los norteamericanos comenzaron el
bombardeo sistemático de la República Democrática de Vietnam en un
intento más de frenar la combatividad del sur y obligar a una
conferencia desde posiciones de fuerza. Al principio, los bombardeos
fueron más o menos aislados y se revestían de la máscara de represalias
por supuestas provocaciones del norte. Después aumentaron en intensidad y
método, hasta convertirse en una gigantesca batida llevada a cabo por
las unidades aéreas de los Estados Unidos, día a día, con el propósito
de destruir todo vestigio de civilización en la zona norte del país. Es
un episodio de la tristemente célebre escalada.
Las aspiraciones materiales del mundo yanqui se han cumplido en
buena parte a pesar de la denodada defensa de las unidades antiaéreas
vietnamitas, de los más de 1.700 aviones derribados y de la ayuda del
campo socialista en material de guerra.
Hay una penosa realidad: Vietnam, esa nación que representa las
aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido,
está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la
técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas
posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo. La solidaridad
del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga
ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo
de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr
su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria.
Cuando analizamos la soledad vietnamita nos asalta la angustia de
este momento ilógico de la humanidad. El imperialismo norteamericano es
culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el
orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el
momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable
del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de
alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los
imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una
guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los
representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista.
Preguntemos, para lograr una respuesta honrada: ¿Está o no aislado
el Vietnam, haciendo equilibrios peligrosos entre las dos potencias en
pugna?
Y ¡qué grandeza la de ese pueblo! ¡Qué estoicismo y valor, el de ese pueblo! Y qué lección para el mundo entraña esa lucha.
Hasta dentro de mucho tiempo no sabremos si el presidente Johnson
pensaba en serio iniciar algunas de las reformas necesarias a un pueblo
-para limar aristas de las contradicciones de clase que asoman con
fuerza explosiva y cada vez más frecuentemente. Lo cierto es que las
mejoras anunciadas bajo el pomposo título de lucha por la gran sociedad
han caído en el sumidero de Vietnam.
El más grande de los poderes imperialistas siente en sus entrañas el
desangramiento provocado por un país pobre y atrasado y su fabulosa
economía se resiente del esfuerzo de guerra. Matar deja de ser el más
cómodo negocio de los monopolios. Armas de contención, y no en número
suficiente, es todo lo que tienen estos soldados maravillosos, además
del amor a su patria, a su sociedad y un valor a toda prueba. Pero el
imperialismo se empantana en Vietnam, no halla camino de salida y busca
desesperadamente alguno que le permita sortear con dignidad este
peligroso trance en que se ve. Mas los «cuatro puntos» del norte y «los
cinco» del sur lo atenazan, haciendo aún más decidida la confrontación.
Todo parece indicar que la paz, esa paz precaria a la que se ha dado
tal nombre, sólo porque no se ha producido ninguna conflagración de
carácter mundial, está otra vez en peligro de romperse ante cualquier
paso irreversible e inaceptable, dado por los norteamericanos. Y, a
nosotros, explotados del mundo, ¿cuál es el papel que nos corresponde?
Los pueblos de tres continentes observan y aprenden su lección en
Vietnam. Ya que, con la amenaza de guerra, los imperialistas ejercen su
chantaje sobre la humanidad, no temer la guerra, es la respuesta justa.
Atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto de confrontación, debe
ser la táctica general de los pueblos.
Pero, en los lugares en que esta mísera paz que sufrimos no ha sido
rota, ¿cuál será nuestra tarea? Liberarnos a cualquier precio.
El panorama del mundo muestra una gran complejidad. La tarea de la
liberación espera aún a países de la vieja Europa, suficientemente
desarrollados para sentir todas las contradicciones del capitalismo,
pero tan débiles que no pueden ya seguir el rumbo del imperialismo o
iniciar esa ruta. Allí las contradicciones alcanzarán en los próximos
años carácter explosivo, pero sus problemas y, por ende, la solución de
los mismos son diferentes a la de nuestros pueblos dependientes y
atrasados económicamente.
El campo fundamental de la explotación del imperialismo abarca los
tres continentes atrasados, América, Asia y Africa. Cada país tiene
características propias, pero los continentes, en su conjunto, también
las presentan.
América constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi
totalidad de su territorio los capitales monopolistas norteamericanos
mantienen una primacía absoluta. Los gobiernos títeres o, en el mejor de
los casos, débiles y medrosos, no pueden oponerse a las órdenes del amo
yanqui. Los norteamericanos han llegado casi al máximo de su dominación
política y económica, poco más podrían avanzar ya; cualquier cambio de
la situación podría convertirse en un retroceso en su primacía. Su
política es mantener lo conquistado. La línea de acción se reduce en el
momento actual, al uso brutal de la fuerza para impedir movimientos de
liberación, de cualquier tipo que sean.
Bajo el slogan, «no permitiremos otra Cuba», se encubre la
posibilidad de agresiones a mansalva, como la perpretada contra Santo
Domingo o, anteriormente, la masacre de Panamá, y la clara advertencia
de que las tropas yanquis están dispuestas a intervenir en cualquier
lugar de América donde el orden establecido sea alterado, poniendo en
peligro sus intereses. Es política cuenta con una impunidad casi
absoluta; la OEA es una máscara cómoda, por desprestigiada que esté; la
ONU es de una ineficiencia rayana en el ridículo o en lo trágico, los
ejércitos de todos los países de América están listos a intervenir para
aplastar a sus pueblos. Se ha formado, de hecho, la internacional del
crimen y la traición.
Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y
sólo forman su furgón de cola.
No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución.
Asia es un continente de características diferentes. Las luchas de
liberación contra una serie de poderes coloniales europeos, dieron por
resultado el establecimiento de gobiernos más o menos progresistas, cuya
evolución posterior ha sido, en algunos casos, de profundización de los
objetivos primarios de la liberación nacional y en otros de reversión
hacia posiciones proimperialistas.
Desde el punto de vista económico, Estados Unidos tenía poco que
perder y mucho que ganar en Asia. Los cambios le favorecen; se lucha por
desplazar a otros poderes neocoloniales, penetrar nuevas esferas de
acción en el campo económico, a veces directamente, otras utilizando al
Japón.
Pero existen condiciones políticas especiales, sobre todo en la
península indochina, que le dan características de capital importancia
al Asia y juegan un papel importante en la estrategia militar global del
imperialismo norteamericano. Este ejerce un cerco a China a través de
Corea del Sur, Japón, Taiwan, Vietnam del Sur y Tailandia, por lo menos.
Esa doble situación: un interés estratégico tan importante como el
cerco militar a la República Popular China y la ambición de sus
capitales por penetrar esos grandes mercados que todavía no dominan,
hacen que el Asia sea uno de los lugares más explosivos del mundo
actual, a pesar de la aparente estabilidad fuera del área vietnamita.
Perteneciendo geográficamente a este continente, pero con sus
propias contradicciones, el Oriente Medio está en plena ebullición, sin
que se pueda prever hasta dónde llegará esa guerra fría entre Israel,
respaldada por los imperialistas, y los países progresistas de la zona.
Es otro de los volcanes amenazadores del mundo.
El Africa ofrece las características de ser un campo casi virgen
para la invasión neocolonial. Se han producido cambios que, en alguna
medida, obligaron a los poderes neocoloniales a ceder sus antiguas
prerrogativas de carácter absoluto. Pero, cuando los procesos se llevan a
cabo ininterrumpidamente, al colonialismo sucede, sin violencia, un
neocolonialismo de iguales efectos en cuanto a la dominación económica
se refiere. Estados Unidos no tenía colonias en esta región y ahora
lucha por penetrar en los antiguos cotos cerrados de sus socios. Se
puede asegurar que Africa constituye, en los planes estratégicos del
imperialismo norteamericano, su reservorio a largo plazo; sus
inversiones actuales sólo tienen importancia en la Unión Sudafricana y
comienza su penetración en el Congo, Nigeria y otros países, donde se
inicia una violenta competencia (con carácter pacífico hasta ahora) con
otros poderes imperialistas.
No tiene todavía grandes intereses que defender salvo su pretendido
derecho a intervenir en cada lugar del globo en que sus monopolios
olfateen buenas ganancias o la existencia de grandes reservas de
materias primas. Todos estos antecedentes hacen lícito el planteamiento
interrogante sobre las posibilidades de liberación de los pueblos a
corto o mediano plazo.
Si analizamos el Africa veremos que se lucha con alguna intensidad
en las colonias portuguesas de Guinea, Mozambique y Angola, con
particular éxito en la primera y con éxito variable en las dos
restantes. Que todavía se asiste a la lucha entre los sucesores de
Lumumba y los viejos cómplices de Tshombe en el Congo, lucha que, en el
momento actual, parece inclinarse a favor de los últimos, los que han
«pacificado» en su propio provecho una gran parte del país, aunque la
guerra se mantenga latente.
En Rhodesia el problema es diferente: el imperialismo británico
utilizó todos los mecanismos a su alcance para entregar el poder a la
minoría blanca que lo detenta actualmente. El conflicto, desde el punto
de vista de Inglaterra, es absolutamente antioficial, sólo que esta
potencia, con su habitual habilidad diplomática -también llamada
hipocresía en buen romance- presenta una fachada de disgustos ante las
medidas tomadas por el gobierno de Ian Smith, y es apoyada en su taimada
actitud por algunos de los países del Commonwealth que la siguen, y
atacada por una buena parte de los países del Africa Negra, sean o no
dóciles vasallos económicos del imperialismo inglés.
En Rhodesia la situación puede tornarse sumamente explosiva si
cristalizaran los esfuerzos de los patriotas negros para alzarse en
armas y este movimiento fuera apoyado efectivamente por las naciones
africanas vecinas. Pero por ahora todos los problemas se ventilan en
organismos tan inicuos como la ONU, el Commonwealth o la OUA.
Sin embargo, la evolución política y social del Africa no hace
prever una situación revolucionaria continental. Las luchas de
liberación contra los portugueses deben terminar victoriosamente, pero
Portugal no significa nada en la nómina imperialista. Las
confrontaciones de importancia revolucionaria son las que ponen en jaque
a todo el aparato imperialista, aunque no por eso dejemos de luchar por
la liberación de las tres colonias portuguesas y por la profundización
de sus revoluciones.
Cuando las masas negras de Sudáfrica o Rhodesia inicien su auténtica
lucha revolucionaria, se habrá iniciado una nueva época en el Africa.
O, cuando las masas empobrecidas de un país se lancen a rescatar su
derecho a una vida digna, de las manos de las oligarquías gobernantes.
Hasta ahora se suceden los golpes cuartelarios en que un grupo de
oficiales reemplaza a otro o a un gobernante que ya no sirva a sus
intereses de casta y a los de las potencias que los manejan
solapadamente, pero no hay convulsiones populares. En el Congo se dieron
fugazmente estas características impulsadas por el recuerdo de Lumumba,
pero han ido perdiendo fuerza en los últimos meses.
En Asia, como vimos, la situación es explosiva, y no son sólo
Vietnam y Laos, donde se lucha, los puntos de fricción. También lo es
Cambodia, donde en cualquier momento puede iniciarse la agresión directa
norteamericana, Tailandia, Malasia y, por supuesto, Indonesia, donde no
podemos pensar que se haya dicho la última palabra pese al
aniquilamiento del Partido Comunista de ese país, al ocupar el poder los
reaccionarios. Y, por supuesto, el Oriente Medio.
En América Latina se lucha con las armas en la mano en Guatemala,
Colombia, Venezuela y Bolivia y despuntan ya los primeros brotes en
Brasil. Hay otros focos de resistencia que aparecen y se extinguen. Pero
casi todos los países de este continente están maduros para una lucha
de tipo tal, que para resultar triunfante, no puede conformarse con
menos que la instauración de un gobierno de corte socialista.
En este continente se habla prácticamente una lengua, salvo el caso
excepcional del Brasil, con cuyo pueblo los de habla hispana pueden
entenderse, dada la similitud de ambos idiomas. Hay una identidad tan
grande entre las clases de estos países que logran una identificación de
tipo «internacional americano», mucho más completa que en otros
continentes. Lengua, costumbres, religión, amo común, los unen. El grado
y las formas de explotación son similares en sus efectos para
explotadores y explotados de una buena parte de los países de nuestra
América. Y la rebelión está madurando aceleradamente en ella.
Podemos preguntarnos: esta rebelión, ¿cómo fructificará?; ¿de qué
tipo será? Hemos sostenido desde hace tiempo, que dadas sus
características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento,
dimensiones continentales. Será escenario de muchas grandes batallas
dadas por la humanidad para su liberación.
En el marco de esa lucha de alcance continental, las que actualmente
se sostienen en forma activa son sólo episodios, pero ya han dado los
mártires que figurarán en la historia americana como entregando su cuota
de sangre necesaria en esta última etapa de la lucha por la libertad
plena del hombre. Allí figurarán los nombres del comandante Turcios
Lima, del cura Camilo Torres, del comandante Fabricio Ojeda, de los
comandantes Lobatón y Luis de la Puente Uceda, figuras principalísimas
en los movimientos revolucionarios de Guatemala, Colombia, Venezuela y
Perú.
Pero la movilización activa del pueblo crea sus nuevos dirigentes:
César Montes y Yon Sosa levantan la bandera en Guatemala, Fabio Vázquez y
Marulanda lo hacen en Colombia, Douglas Bravo en el occidente del país y
Américo Martín en El Bachiller, dirigen sus respectivos frentes en
Venezuela.
Nuevos brotes de guerra surgirán en estos y otros países americanos,
como ya ha ocurrido en Bolivia, e irán creciendo, con todas las
vicisitudes que entraña este peligroso oficio de revolucionario moderno.
Muchos morirán víctimas de sus errores, otros caerán en el duro combate
que se avecina; nuevos luchadores y nuevos dirigentes surgirán al calor
de la lucha revolucionaria. El pueblo irá formando sus combatientes y
sus conductores en el marco selectivo de la guerra misma, y los agentes
yanquis de represión aumentarán. Hoy hay asesores en todos los países
donde la lucha armada se mantiene y el ejército peruano realizó, al
parecer, una exitosa batida contra los revolucionarios de ese país,
también asesorado y entrenado por los yanquis. Pero si los focos de
guerra se llevan con suficiente destreza política y militar, se harán
prácticamente imbatibles y exigirán nuevos envíos de los yanquis. En el
propio Perú, con tenacidad y firmeza, nuevas figuras aún no
completamente conocidas, reorganizan la lucha guerrillera. Poco a poco,
las armas obsoletas que bastan para la represión de pequeñas bandas
armadas, irán convirtiéndose en armas modernas y los grupos de asesores
en combatientes norteamericanos, hasta que, en un momento dado, se vean
obligados a enviar cantidades crecientes de tropas regulares para
asegurar la relativa estabilidad de un poder cuyo ejército nacional
títere se desintegra ante los combates de las guerrillas. Es el camino
de Vietnam; es el camino que deben seguir los pueblos; es el camino que
seguirá América, con la característica especial de que los grupos en
armas pudieran formar algo así como Juntas de Coordinación para hacer
más difícil la tarea represiva del imperialismo yanqui y facilitar la
propia causa.
América, continente olvidado por las últimas luchas políticas de
liberación, que empieza a hacerse sentir a través de la Tricontinental
en la voz de la vanguardia de sus pueblos, que es la Revolución cubana,
tendrá una tarea de mucho mayor relieve: la de la creación del segundo o
tercer Vietnam o del segundo y tercer Vietnam del mundo.
En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un
sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en
una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha
debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a
nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las
bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de
donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a
donde exportan nuevos capitales -instrumentos de dominación-, armas y
toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta. El
elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la
liberación real de los pueblos; liberación que se producirá, a través de
lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América,
casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución
socialista.
Al enfocar la destrucción del imperialismo, hay que identificar a su
cabeza, la que no es otra que los Estados Unidos de Norteamérica.
Debemos realizar una tarea de tipo general que tenga como finalidad
táctica sacar al enemigo de su ambiente obligándolo a luchar en lugares
donde sus hábitos de vida choquen con la realidad imperante. No se debe
despreciar al adversario; el soldado norteamericano tiene capacidad
técnica y está respaldado por medios de tal magnitud que lo hacen
temible. Le falta esencialmente la motivación ideológica, que tienen en
grado sumo sus más enconados rivales de hoy: los soldados vietnamitas.
Solamente podremos triunfar sobre ese ejército en la medida en que
logremos minar su moral. Y ésta se mina infligiéndole derrotas y
ocasionándole sufrimientos repetidos.
Pero este pequeño esquema de victorias encierra dentro de sí
sacrificios inmensos de los pueblos, sacrificios que debe exigirse desde
hoy, a la luz del día, y que quizás sean menos dolorosos que los que
debieron soportar si rehuyéramos constantemente el combate, para tratar
de que otros sean los que nos saquen las castañas del fuego.
Claro que, el último país en liberarse, muy probablemente lo hará
sin lucha armada, y los sufrimientos de una guerra larga y tan cruel
como la que hacen los imperialistas, se le ahorrarán a ese pueblo. Pero
tal vez sea imposible eludir esa lucha o sus efectos, en una contienda
de carácter mundial y se sufra igual o más aún. No podemos predecir el
futuro, pero jamás debemos ceder a la tentación claudicante de ser los
abanderados de un pueblo que anhela su libertad, pero reniega de la
lucha que ésta conlleva y la espera como un mendrugo de victoria.
Es absolutamente justo evitar todo sacrificio inútil. Por eso es tan
importante el esclarecimiento de las posibilidades efectivas que tiene
la América dependiente de liberarse en formas pacíficas. Para nosotros
está clara la solución de este interrogante; podrá ser o no el momento
actual el indicado para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos
ninguna ilusión, ni tenemos derecho a ello de lograr la libertad sin
combatir. Y los combates no serán meras luchas callejeras de piedras
contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la
lucha de un pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el
andamiaje represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha
larga, cruenta, donde su frente estará en los refugios guerrilleros, en
las ciudades, en las casas de los combatientes -donde la represión irá
buscando víctimas fáciles entre sus familiares- en la población
campesina masacrada, en las aldeas o ciudades destruidas por el
bombardeo enemigo.
Nos empujan a esa lucha; no hay más remedio que prepararla y decidirse a emprenderla.
Los comienzos no serán fáciles; serán sumamente difíciles. Toda la
capacidad de represión, toda la capacidad de brutalidad y demagogia de
las oligarquías se pondrá al servicio de su causa. Nuestra misión, en la
primera hora, es sobrevivir, después actuará el ejemplo perenne de la
guerrilla realizando la propaganda armada en la acepción vietnamita de
la frase, vale decir, la propaganda de los tiros, de los combates que se
ganan o se pierden, pero se dan, contra los enemigos.
La gran enseñanza de la invencibilidad de la guerrilla prendiendo en
las masas de los desposeídos. La galvanización del espíritu nacional,
la preparación para tareas más duras, para resistir represiones más
violentas.
El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que
impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo
convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar.
Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede
triunfar sobre un enemigo brutal.
Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa,
a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un
minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y
aun dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo
sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral
irá decayendo.
Se hará más bestial todavía, pero se notarán los signos del decaimiento que asoma.
Y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con
ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se
luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo
que morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de
Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los
escenarios actuales de la lucha armada sea igualmente glorioso y
apetecible para un americano, un asiático, un africano y, aun, un
europeo.
Cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no
se ha nacido, es experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla
luego en la lucha por la liberación de su lugar de origen. Y cada pueblo
que se libere, es una fase de la batalla por la liberación del propio
pueblo que se ha ganado.
Es la hora de atemperar nuestras discrepancias y ponerlo todo al servicio de la lucha.
Que agitan grandes controversias al mundo que lucha por la libertad,
lo sabemos todos y no lo podemos esconder. Que han adquirido un
carácter y una agudeza tales que luce sumamente difícil, si no
imposible, el diálogo y la conciliación, también lo sabemos. Buscar
métodos para iniciar un diálogo que los contendientes rehuyen es una
tarea inútil. Pero el enemigo está allí, golpea todos los días y amenaza
con nuevos golpes y esos golpes nos unirán, hoy, mañana o pasado.
Quienes antes lo capten y se preparen a esa unión necesaria tendrán el
reconocimiento de los pueblos.
Dadas las virulencias e intransigencias con que se defiende cada
causa, nosotros, los desposeídos, no podemos tomar partido por una u
otra forma de manifestar las discrepancias, aun cuando coincidamos a
veces con algunos planteamientos de una u otra parte, o en mayor medida
con los de una parte que con los de la otra. En el momento de la lucha,
la forma en que se hacen visibles las actuales diferencias constituyen
una debilidad; pero en el estado en que se encuentran, querer
arreglarlas mediante palabras es una ilusión. La historia las irá
borrando o dándoles su verdadera explicación.
En nuestro mundo en lucha, todo lo que sea discrepancia en torno a
la táctica, método de acción para la consecución de objetivos limitados,
debe analizarse con el respeto que merecen las apreciaciones ajenas. En
cuanto al gran objetivo estratégico, la destrucción total del
imperialismo por medio de la lucha, debemos ser intransigentes.
Sinteticemos así nuestras aspiraciones de victoria: destrucción del
imperialismo mediante la eliminación de su baluarte más fuerte: el
dominio imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica. Tomar como
función táctica la liberación gradual de los pueblos, uno a uno o por
grupos, llevando al enemigo a una lucha difícil fuera de su terreno;
liquidándole sus bases de sustentación, que son territorios
dependientes.
Eso significa una guerra larga. Y, lo repetimos una vez más, una
guerra cruel. Que nadie se engañe cuando la vaya a iniciar y que nadie
vacile en iniciarla por temor a los resultados que pueda traer para su
pueblo. Es casi la única esperanza de victoria.
No podemos eludir el llamado de la hora. Nos lo enseña Vietnam con
su permanente lección de heroísmo, su trágica y cotidiana lección de
lucha y de muerte para lograr la victoria final.
Allí, los soldados del imperialismo encuentran la incomodidad de
quien, acostumbrado al nivel de vida que ostenta la nación
norteamericana, tiene que enfrentarse con la tierra hostil; la
inseguridad de quien no puede moverse sin sentir que pisa territorio
enemigo; la muerte a los que avanzan más allá de sus reductos
fortificados, la hostilidad permanente de toda la población. Todo eso va
provocando la repercusión interior en los Estados Unidos; va haciendo
surgir un factor atenuado por el imperialismo en pleno vigor, la lucha
de clases aun dentro de su propio territorio.
¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres,
muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de
muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus
golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para
éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los
pueblos del mundo!
Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes
fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los
pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y
qué cercano!
Si a nosotros, los que en un pequeño punto del mapa del mundo
cumplimos el deber que preconizamos y ponemos a disposición de la lucha
este poco que nos es permitido dar: nuestras vidas, nuestro sacrificio,
nos toca alguno de estos días lanzar el último suspiro sobre cualquier
tierra, ya nuestra, regada con nuestra sangre, sépase que hemos medido
el alcance de nuestros actos y que no nos consideramos nada más que
elementos en el gran ejército del proletariado, pero nos sentimos
orgullosos de haber aprendido de la Revolución cubana y de su gran
dirigente máximo la gran lección que emana de su actitud en esta parte
del mundo: «qué importan los peligros o sacrificios de un hombre o de un
pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad.»
Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y
un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género
humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos
sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de
guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para
empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos
luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de
victoria.
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