En el terreno militar, los romanos, bajo la dirección de Marco Claudio Marcelo, reconquistaron Siracusa en 212 a. C. y posteriormente Capua en 211 a.C. tras dos asedios sucesivos. Una contraofensiva de Aníbal para retomar Capua en 211 a. C. fracasó, así como una incursión de caballería sobre la misma Roma. Los romanos lograron destruir un ejército cartaginés en Sicilia y, aliados con la Liga Etolia, pacificaron la isla a fin de contrarrestar a Filipo V, que trató de aprovecharse de la situación para conquistar Iliria. No obstante, atacado por varios frentes, el joven rey macedónico fue rápidamente neutralizado por Roma y sus aliados griegos.
Cuando tuvo noticias de la derrota y muerte de su hermano, Aníbal se retiró a Bruttium donde acantonó a su ejército durante los años que siguieron. La combinación de estos eventos marcó el final de los éxitos de Aníbal en Italia. En el año 206 a. C., finalizaron las hostilidades en Hispania y Sicilia en beneficio de los romanos, que se quedaron con dichos territorios. Ese mismo año el segundo hermano de Aníbal, Magón, habiendo sido derrotado en Hispania, logró trasladar la guerra a Liguria. Magón fue derrotado finalmente por Quintilio Varo y trató de unirse a su hermano con las tropas que le quedaban. En 205 a. C., los romanos reconquistaron el puerto de Lokroi Epizephyrioi, donde Aníbal esperaba en vano una flota de su aliado Filipo V pues, tras la derrota de este último a manos de los etolios (208 a. C.), la flota de Cartago concentraba sus esfuerzos en salvaguardar sus intereses comerciales en Hispania.
Los romanos, dirigidos por Escipión el Africano, obtuvieron un importante éxito diplomático en 206 a. C., garantizándose los servicios del príncipe númida Masinisa, antiguo aliado de Cartago en Hispania que había entrado en un conflicto personal con Sifax, un aliado númida de Cartago. En 204 a. C., los romanos desembarcaron en África del Norte con el objetivo de forzar a Aníbal a huir de Italia, y trasladar el combate a sus propias tierras.
En 203 a. C., tras casi 15 años de combates en Italia, ahora que Escipión progresaba en tierras africanas y que los cartagineses eran favorables a la paz dirigida por Hannón el Grande, que trataba de negociar un armisticio con los romanos al tiempo que dificultaba el envío de refuerzos a Aníbal, este último fue llamado por el gobierno, que decidió dejar el mando de la guerra en manos de los Bárcidas Aníbal y Magón, muriendo este último en el viaje de regreso. Tras dejar pruebas de su expedición en un grabado escrito en púnico y griego antiguo en el templo de Juno en Crotona, Aníbal partió hacia tierras africanas. Los barcos desembarcaron en Leptis Minor (la actual Lamta) y Aníbal estableció, tras dos días de viaje, sus cuarteles de invierno en Hadrumetum. Su retorno reforzó la moral del ejército cartaginés, que colocó a la cabeza de una fuerza compuesta por los mercenarios que había enrolado en Italia y reclutas locales. En el año 202 a. C., Aníbal se reunió con Escipión a fin de tratar de negociar una paz con la República. A pesar de su admiración mutua, las negociaciones fracasaron debido a que los romanos echaron en cara a los cartagineses la ruptura del tratado firmado tras la Primera Guerra Púnica durante el ataque a Sagunto y el saqueo de una flota romana estacionada en el Golfo de Túnez. A pesar de todo, los romanos propusieron un tratado de paz que estipulaba que Cartago no mantendría más que sus territorios en África del Norte, que el reino de Masinisa sería independiente, que Cartago debía reducir el tamaño de su flota y pagar una indemnización. Los cartagineses, reforzados por el regreso de Aníbal y la llegada de suministros, rechazaron las condiciones.
La batalla decisiva del conflicto tuvo lugar en Zama, lugar de Numidia que se encuentra entre Constantina y Túnez, el 19 de octubre de 202 a.C. A diferencia de la mayoría de las batallas que se libraron durante de la Segunda Guerra Púnica, los romanos disponían de mejor caballería que los cartagineses, quienes contaban con una infantería superior. La superioridad romana se debía a la cesión de caballería númida por parte de Masinisa. Aníbal, cuya salud se había deteriorado mucho debido a sus años de campaña en Italia, contaba todavía con la ventaja de 80 elefantes de guerra y 15.000 infantes veteranos de Italia, aunque el resto de su ejército estaba compuesto por mercenarios celtas o por ciudadanos cartagineses poco aguerridos. Aníbal trató de emplear la misma estrategia que utilizó en Cannas. Sin embargo, las tácticas romanas habían evolucionado tras 14 años, el intento de encierro fracasó, y los cartagineses fueron finalmente derrotados.
Aníbal perdió en Zama cerca de 40.000 hombres —en contraposición con los 1.500 de los romanos— y el respeto de su pueblo, que vio a su mejor general ser derrotado en la última y más importante batalla del conflicto. La ciudad púnica estaba obligada a firmar la paz con Roma y Escipión, que tras la guerra adoptó el apodo de El Africano. El tratado estipulaba que la otrora mayor potencia mediterránea debía renunciar a su flota de guerra y a su ejército, y que debía pagar un tributo durante 50 años.
La ciudad estaba dividida en dos importantes corrientes ideológicas. Primero, el partido democrático, que estaba dirigido por los Bárcidas, y comprometido a continuar con las conquistas en África a expensas de los númidas. El segundo movimiento político estaba basado en la oligarquía conservadora y en la búsqueda de una prosperidad económica basada en el comercio, los impuestos portuarios, y los tributos impuestos a las ciudades subordinadas a Cartago, y agrupado en torno a Hannón el Grande. Elegido sufete en 196 a. C., Aníbal restauró la autoridad y el poder del Estado, representando así una amenaza para los oligarcas, que le acusaron de haber traicionado a su país al no tomar Roma cuando tuvo oportunidad.
Aníbal tomó una medida que lo alejó irremediablemente de los oligarcas. El viejo general legisló que la indemnización impuesta a Cartago por Roma tras la guerra no debía proceder del tesoro, sino de los oligarcas a través de impuestos extraordinarios. Los oligarcas no intervinieron directamente contra el sufete sino que, siete años después de la derrota de Zama, realizaron un llamamiento a los romanos que, alarmados por la nueva prosperidad de Cartago, exigieron la entrega de Aníbal con el pretexto de una relación epistolar de este último con Antíoco III. Aníbal decidió voluntariamente exiliarse en 195 a. C.
Aníbal comenzó su viaje por Tiro (ciudad del actual Líbano), la ciudad fundadora de Cartago. Posteriormente se dirigió a Éfeso, donde fue recibido con honores militares por el rey Antíoco III Megas de Siria, que se preparaba para la guerra contra Roma. Aníbal se percató rápidamente de que el ejército sirio no podía rivalizar con el ejército romano. Entonces, el antiguo general cartaginés aconsejó al rey equipar una flota y un cuerpo de tropas terrestres en el sur de Italia, y le ofreció detentar el mando. Pero no consiguió que el soberano le confiara un puesto importante, debido, según Apiano, a los celos y envidia de sus cortesanos y generales, que temían que el púnico se llevara toda la gloria de la victoria.
En 190 a. C., Aníbal dirigió una flota fenicia, pero, poco cómodo en el combate naval, fue vencido en el río Eurimedonte por los romanos y sus aliados rodios. Temiendo ser entregado a estos últimos al término del acuerdo de paz que firmó Antíoco III, Aníbal huyó de la corte y el recorrido que siguió es bastante incierto.
Se piensa sin embargo que visitó Creta, mientras que Plutarco y Estrabón dan a entender que se dirigió al Reino de Armenia, y se presentó ante el rey Artaxias, quien le asignó la planificación y la supervisión de la construcción de la capital Artaxata (actual Artashat). Pronto de vuelta en Asia Menor, Aníbal buscó refugio junto a Prusias I de Bitinia, quien estaba en guerra con un aliado de Roma, el rey Eumenes II de Pérgamo.
«Soberano helenístico» Aníbal se puso al servicio de Prusias I durante esta guerra. Una de sus victorias fue a costa de Eumenes II en el mar. Se ha dicho que fue uno de los primeros en usar la guerra biológica: lanzó calderos llenos de serpientes a los barcos enemigos.
Otro de sus talentos militares fue la probable fundación de la ciudad de Prusa (actual Bursa en Turquía) a petición del rey Prusias I. Esta fundación, junto con la de Artaxata en Armenia, elevaría a Aníbal al rango de «soberano helenístico». Una profecía que se difundió en el mundo griego entre 185 y 180 a. C. evocaba a un rey llegado de Asia para hacer pagar a los romanos la sumisión que habían impuesto a griegos y macedonios. Muchos se empeñaron en pensar que este texto hacía referencia a Aníbal. Es por esto por lo que el cartaginés, de origen bárbaro a ojos de los griegos, se integró perfectamente en el mundo helenístico. Los romanos no podían ignorar esta amenaza, y poco después enviaron una embajada a Prusias.
Para este último, Aníbal se convirtió en un incómodo invitado y el rey bitinio decidió traicionar a su huésped que residía en Libisa, en la costa oriental del Mar de Mármara. Bajo la amenaza de ser entregado al embajador romano Tito Quincio Flaminino, Aníbal decidió suicidarse en el invierno de 183 a. C. empleando un veneno que, según se dice, llevó durante mucho tiempo en un anillo. A pesar de todo, no está del todo claro cuál fue el año exacto de su muerte. Si, tal como Tito Livio sugiere, Aníbal murió en 183 a. C., el mismo año que su gran enemigo, Escipión el Africano, el viejo general cartaginés contaría con 63 años.
Entre los sitios barajados para albergar la tumba de Aníbal figura una pequeña colina cubierta de numerosos cipreses y situada en unas ruinas ubicadas cerca de Diliskelesi, lo que hoy en día es una zona industrial cerca de la ciudad turca de Libisa (actual Gebze) en Kocaeli. Considerada la tumba del general, fue restaurada en el año 200 por el emperador Septimio Severo, originario de Leptis Magna (actual Libia), que ordenó cubrir la tumba con una losa de mármol blanco. El lugar está hoy en ruinas. Excavaciones efectuadas en 1906 por expertos arqueólogos, entre ellos Theodor Wiegand, han revelado pruebas que hacen que estos últimos sean escépticos en cuanto a la ubicación real de la tumba.
Con los cartagineses desapareció sin duda el mayor enemigo al que la República Romana se había enfrentado. Por tanto, el balance personal de Aníbal se traduce en un fracaso. El Mediterráneo occidental se convirtió en un «lago romano» del que Cartago quedaba apartada, mientras que Roma extendió sus dominios por el mundo griego y por Asia.
Pero, al mismo tiempo, y ahí reside la paradoja de su balance, Aníbal trató de romper —a través de sus discursos acerca de la libertad de las ciudades— las alianzas de Roma con las ciudades griegas. De este modo, el general forzó a la República a legitimar sus acciones y a comportarse como una gran potencia imperialista. Es por ello por lo que Aníbal ha permanecido en el corazón de la historia griega y romana.
Mucho tiempo después de su muerte, el nombre de Aníbal continuó representando el espectro de una amenaza perpetua sobre la República de Roma. Se ha escrito que describió a los romanos, que se proclamaban fieros descendientes de Marte, como representantes del pavor. Durante generaciones, las matronas romanas continuaron relatando a sus hijos cuentos terroríficos acerca del general cuando se portaban mal. Aníbal simbolizaba de tal manera el miedo que, fuera cual fuera el desastre al que se enfrentaran, era común ver a los senadores romanos gritando Hannibal ad portas (¡Aníbal está a nuestras puertas!) a fin de expresar su ansiedad. Ad Portas (locución latina), evolucionó hasta transformarse en una célebre frase expresada en el momento en que un cliente cruzaba una puerta o cuando alguien tenía que enfrentarse a un desastre. Tales expresiones proceden del impacto psicológico que tuvo la presencia de Aníbal sobre la cultura romana en Italia.
En este contexto, se desprende una admiración (forzada) en los escritos de los historiadores romanos Tito Livio y Décimo Junio Juvenal. Por otro lado, los romanos llegaron a erigir estatuas del general cartaginés en las calles de Roma, a fin de representar el rostro de tamaño adversario, al que sus ejércitos habían derrotado.
Sin embargo, durante la Segunda Guerra Púnica, los romanos se negaron a rendirse y rechazaron todas las iniciativas de paz; tampoco quisieron pagar rescate para la liberación de los prisioneros capturados en la Batalla de Cannas. Además, los textos históricos acreditan que no existía ninguna facción dentro del Senado romano que quisiera la paz, ni se produjo ninguna traición romana que diera ventaja a los cartagineses, ni ningún golpe de estado que desembocara en el establecimiento de una dictadura. Por el contrario, los patricios romanos compitieron entre ellos a fin de obtener los mejores puestos de mando con el objetivo de poder combatir al más peligroso enemigo al que se había enfrentado Roma. A pesar de todo, el genio militar de Aníbal no fue suficiente para perturbar la organización política y militar republicana. Tal y como escribe Lazenby:
Existen cantidad de textos a favor de su madurez política y del respeto a las formas constitucionales basadas en el hecho de que la maquinaria gubernamental compleja continuó funcionando incluso en pleno desastre. Hay pocos Estados de la Antigüedad que hubieran osado mantener en el cargo a un general que perdiera una batalla como Cannas, y menos aún que hubieran seguido tratándole con el respeto debido a un Jefe de Estado.
Según Tito Livio, los romanos jamás tuvieron miedo de enfrentarse a Aníbal, incluso cuando inició su marcha sobre Roma en 211 a. C.
Un mensajero de Fregellae, que había marchado sin descanso noche y día, lanzó un gran terror sobre Roma. La afluencia de habitantes del campo, cuyos relatos mezclaban verdades y mentiras, había extendido la agitación en toda la ciudad. Las mujeres hicieron resonar sus gemidos en las casas particulares; las mujeres distinguidas, desafiando todas las miradas, corrían en tropel hacia los templos de los dioses; los cabellos esparcidos, arrodilladas al pie de los altares, las manos tendidas hacia el cielo y hacia los dioses, ellas suplicaban arrancar Roma de las manos de los enemigos, y salvar el honor y la vida de las madres romanas y de sus hijitos.
Al Senado, esta noticia le afectó «en función del carácter de cada uno». La Cámara decidió mantener el sitio de Capua, aunque desplazó a 15.000 infantes y 1.000 caballeros para reforzar la capital. Según Tito Livio, las tierras ocupadas por el ejército de Aníbal en las inmediaciones de la ciudad fueron revendidas por los romanos a un precio justo. Esto puede ser o no cierto pero, tal como indica Lazenby, «podría haber sido así, ya que no muestra solamente la confianza suprema de los romanos en la victoria última, sino también la manera según la cual se perseguía una apariencia de vida normal». Tras la Batalla de Cannas, los romanos mostraron una considerable fortaleza ante la adversidad. Una muestra innegable de la confianza de Roma es el hecho de que, tras el desastre de Cannas, la capital republicana se quedó prácticamente sin tropas para defenderla; no obstante, el Senado decidió no retirar ni una sola guarnición de sus provincias para defender la ciudad. De hecho, las tropas de las provincias fueron reforzadas y se mantuvieron las campañas en tierras extranjeras hasta que se produjeron las victorias definitivas en Sicilia, bajo el mando de Marco Claudio Marcelo y después en Hispania, bajo el mando de Escipión el Africano. Aunque las consecuencias a largo plazo de la guerra de Aníbal son incontestables, esta última es innegable que fue la más "hermosa hora" de la historia de Roma.
La mayor parte de las fuentes a disposición de los historiadores sobre la figura de Aníbal son de origen romano. Fue considerado como el mayor enemigo al que jamás se enfrentó Roma. En su obra, el historiador Tito Livio afirma que el cartaginés era extremadamente cruel. Lo mismo opinaba Cicerón, historiador que al hablar de los dos mayores enemigos de Roma escribe acerca del «honorable» Pirro de Epiro y del cruel Aníbal. Sin embargo, han llegado hasta nosotros registros que le dan otra imagen. Cuando sus éxitos condujeron a la muerte de varios cónsules romanos, Aníbal buscó en vano el cuerpo de Cayo Flaminio Nepote en los bordes del Lago Trasimeno, organizó ceremonias rituales en honor a Lucio Emilio Paulo, y envió las cenizas de Marco Claudio Marcelo a su familia en Roma. El historiador Polibio de Megalópolis parecía sentir simpatía por Aníbal. Es de señalar que Polibio permaneció como rehén en Italia durante un gran periodo de tiempo, y se basaba mayoritariamente en las fuentes romanas. Existe la posibilidad de que Polibio reprodujera elementos de la propaganda romana.
Su travesía de los Alpes permanece como una de las más increíbles hazañas militares de la Antigüedad, y despierta la imaginación de la gente mediante múltiples producciones artísticas como novelas, series o películas.
Desde la Antigüedad a Aníbal se le han atribuido ciertas cualidades: la audacia, el coraje y el espíritu combativo. Éstas se aplican durante un deporte de aventura que parte de Lyon con meta en Turín, que conmemora esta travesía a través de los Alpes, y que conmemora su nombre: la carrera de Aníbal.
Otro de los legados de Aníbal consiste en las plantaciones de olivos con que cubrió la mayor parte del África septentrional, gracias al trabajo de sus soldados, lo cual fue considerado una «pausa» perjudicial para el Estado cartaginés y para sus generales.
Varios años después de la Segunda Guerra Púnica, mientras Aníbal era consejero político del Imperio Seléucida, Escipión el Africano fue enviado en misión diplomática por Roma a Éfeso, pero se ignora la fecha exacta de su entrevista, la cual mencionan Plutarco y Apiano:
Se dice que durante uno de sus entretenimientos en el gimnasio, Escipión y Aníbal tuvieron una discusión sobre la cuestión de la competencia de los generales en presencia de numerosos espectadores, y que Escipión preguntó a Aníbal cuál era según él más grande general, a lo que este último respondió: «Alejandro Magno».
Escipión estuvo de acuerdo, poniendo igualmente a Alejandro en primera posición. Después, preguntó a Aníbal a quién colocaría a continuación. Éste respondió que a Pirro, porque consideraba que la primera virtud de un general era la audacia. Precisó que «sería imposible encontrar dos reyes más atrevidos que ellos».
Escipión se sintió algo molesto ante esta respuesta. No obstante, preguntó al cartaginés a quién colocaría en tercera posición, esperando que le concediera ese privilegio. Pero Aníbal respondió: «Yo mismo, en mi juventud he conquistado Hispania y atravesado los Alpes con un ejército, hechos que han sucedido por primera vez desde Heracles. He atravesado Italia y habéis temblado de terror, obligándoos a abandonar cuatrocientas de vuestras poblaciones, y a menudo he amenazado vuestra ciudad con extremo peligro, todo ello sin recibir dinero ni refuerzos de Cartago».
Como Escipión vio que el púnico estaba dispuesto a seguir autopromocionándose, dijo riendo, «¿en qué posición te colocarías, Aníbal, si no hubieras sido derrotado por mí?» Aníbal notó sus celos y respondió: «En ese caso me habría colocado por delante de Alejandro». De ese modo, Aníbal continuó halagándose, pero se congratuló sutilmente con Escipión, sugiriendo que habría batido a alguien que era más grande que Alejandro.
Tras esta conversación, Aníbal pidió a Publio Cornelio Escipión que fuera su invitado; Escipión se hubiera mostrado encantado, si Aníbal no viviera con el rey Antíoco III el Grande, quien desconfiaba de los romanos. Así, como grandes comandantes que eran, olvidaron su enemistad una vez finalizadas sus guerras.
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