El blog donde yo escribo todo lo que llevo dentro, y me expreso libremente.
Simplemente Mis cosas :)
martes, 12 de febrero de 2013
COSICAS QUE ESTAN AHY
LA CARTA DEL SUICIDA
Junto al cadáver de un suicida se encontró una carta explicatoria diciendo:
Sr. Juez: No culpe a nadie de mi muerte, me quito la vida porque dos
días más que viviese no sabría quién soy en este mar de lágrimas, y
sería mucho martirio. Verá Ud... Sr. juez.
Tuve la desgracia de casarme con una viuda, ésta tenía una hija, de haberlo sabido, nunca lo hubiera hecho.
Mi padre, para mayor desgracia era viudo, se enamoró y se casó con la hija de mi mujer, de manera que mi mujer era suegra de su suegro, mi hijastra se convirtió en mi madre y mi padre al mismo tiempo era mi yerno.
Al poco tiempo mi madrastra trajo al mundo un varón, que era mi
hermano, pero era nieto de mi mujer de manera que yo era abuelo de mi
hermano.
Con el correr del tiempo mi mujer trajo al mundo un varón que, como
era hermano de mi madre, era cuñado de mi padre, y tío de sus hijos.
Mi mujer era suegra de su hija, yo soy, en cambio padre de mi madre,
y mi padre y su mujer son mis hijos; además, yo soy mi propio abuelo.
Sr. juez: Me despido del mundo porque no sé quien soy.
El cadáver.
LA VENTA
Un niño de 9 años vuelve a casa antes de lo previsto al haber acabado las clases antes. Al entrar, ve a su madre con un hombre
que no conoce desnudos en la cama, y al darse cuenta que no se han
percatado de su presencia, se esconde en el armario para observar lo que
hacen.
En esto que el marido de la mujer llega también antes de hora, y la
mujer mete a toda prisa a su amante en el armario también, sin darse
cuenta que dentro estaba su hijo.
El niño dice: - Está muy oscuro aquí dentro.
El hombre contesta sorprendido: - Si, así es.
Niño: - Tengo un balón de fútbol.
Hombre: - A ha, muy bien.
Niño: - Quieres comprarlo?
Hombre: - No, gracias.
Niño: - Mi padre está ahí fuera.
Hombre: - De acuerdo. Cuánto pides por él?
Niño: - 500 PESOS.
Hombre: - Un poco caro, pero de acuerdo.
Unas semanas más tarde sucede de nuevo lo mismo, y el niño y el amante se encuentran de nuevo escondidos en el armario.
Niño: - Está muy oscuro aquí dentro.
Hombre: - Si, así es.
Niño: - Tengo unos guantes de arquero.
El amante, recordando la última vez que se encontraron, pregunta: - Cúanto pides por ellos?
Niño: - 500 PESOS.
Hombre: - De acuerdo.
Pocos días más tarde, el padre le dice al niño: - Coge tu balón y guantes de arquero, y vamos fuera a jugar un rato.
El niño contesta: - No puedo, los he vendido.
El padre pregunta: - Por qué precio?
- Niño: - 1000 PESOS.
El padre contesta: - Es terrible aprovecharse de un amigo... Ese
precio es exagerado por las dos cosas... Hoy vamos a la iglesia para que
te confieses.
Juntos se dirigen a la iglesia, y una vez allí el padre mete al niño en el confesionario.
- Niño: - Está muy oscuro aquí dentro.
El cura contesta: - ¡¡¡No empieces de nuevo con esa mierda!!!
LOS SOBREVIVIENTES
Un avión se estrella en el Pacífico Sur. Sólo sobreviven tres
personas: el piloto, un auxiliar de vuelo y una azafata que se agarran a
los restos del avión. Al cabo de una semana a la deriva llegan a una
isla desierta, lejos de cualquier ruta aérea y marítima. Saben que no
los buscarán más. Entonces se organizan la vida, construyen una bonita
cabaña, la naturaleza es generosa y les provee de carne, frutas y agua
fresca. Ellos son jóvenes y fuertes...
Al cabo de dos meses de convivencia en la isla, la azafata se decide a hablar de un tema con los otros dos...
- Vamos a ver amigos... Estamos solos... Y puede ser para siempre.
Nos hemos respetado desde el momento en que llegamos aquí... Tenemos
nuestra intimidad... Todo está fenomenal... Pero... Creo que todos
tenemos ciertas carencias... Yo sé que ustedes, por delicadeza, no
quieren hablar conmigo de eso, por lo tanto lo hago yo: a ver si están
de acuerdo en ésto... Tú me lo haces los días pares y tú los impares... Y
si surge cualquier problema lo hablamos y lo solucionamos.
Todos quedaron de acuerdo y encantados por haber estado tan
organizados y poder hablar del asunto... Pasan unas semanas fabulosas...
Cada uno su turno: uno los días pares y el otro los impares, con un
respeto y un entendimiento ejemplar. Por desgracia, al cabo de unos
meses a la chica la ataca un virus y se muere. Los dos hombres se quedan
terriblemente tristes... Es una desgracia pero la vida continúa y
vuelven a la rutina de antes... Un mes más tarde uno de ellos se dirige
al otro y le dice:
- Escúchame, el tiempo pasa yo sé que esto es tan duro para ti como
para mí, por eso tenemos que hablar... Me falta alguna cosa... Yo soy
joven y no puedo seguir así... Tú que piensas?
El otro le dio las gracias por sacar el tema y le dice que él también está pasando por la misma situación...
- ¿Entonces tú también piensas como yo?
- Y sí... Y si no funciona lo discutimos.
- De acuerdo...
- Entonces, ¿cómo nos lo organizamos?
- Tú los días pares y yo los impares.
- Está bien... No hay problema.
Y los hombres pasan otro montón de semanas geniales... Pero una noche uno le dice al otro:
- Escúchame, dijimos que lo discutiríamos si algo no iba bien...
Bueno, yo pienso que esto no debe continuar... Estamos solos y
necesitados, pero lo que estamos haciendo no me convence. Va en contra
de la naturaleza.
- Me tranquilizas -le dice el otro- yo también estaba pensando como
tú... me gustaría que parásemos... De todas formas ya no son las mismas
sensaciones que antes...
- ¿Estás de acuerdo entonces?
- Sí, ¿y tú?
- Yo también.
- Bueno, entonces,... ¿la sepultamos, no?
- Sí, la sepultamos...
UN FAVOR DEL TAXISTA
Un hombre que se encuentra en el casino de Tigre, y después de
quedarse sin dinero y a las cuatro de la mañana, para un taxi y le dice:
-Buenas... mirá, tengo un problema, necesito que me lleves a
Adrogué, pero como me patiné toda la guita en el casino, me dejás en la
puerta de mi casa, yo subo, que vivo en un piso primero y te bajo el
dinero.
A lo que el taxista le responde:
-No, esa mierda no me la creo.
-Dale che, necesito que me lleves, que me quedé sin un mango...
-No te llevo una mierda, andate caminando.
La cuestión es que al final no sé como llegó a Adrogué.
Al cabo de un mes vuelve a ir al mismo casino, le va de maravilla y se gana 50,000 pesos. Sale del casino otra vez
a las cuatro de la mañana para tomar un taxi y ve que hay una cola
de 20 taxis por lo menos, se da cuenta de que el último de todos era el
del otro día, y dijo para sí mismo:
-A éste hijo de puta hoy sí que lo garco...
Va al primer taxi y le dice al taxista:
-Hola, buenas noches. Te doy 100 pesos si me llevás a Adrogué, pero con una condición.
Y le dice el taxista: -Sí, sí, la que sea, la que sea.
-Que cuando lleguemos allí me la chupes.
-Vos estás loco... Buscate a otro.
El segundo taxi: -Hola, ¿qué tal? Te doy 100 pesos si me llevás a
Adrogué con una condición: que cuando lleguemos allá me la chupes.
-Tomátelas antes que te cague a palos...
Así con toda la cola, y cuando llega al último, que era el del otro día, le dice:
-Mira, te doy 100 pesos si me llevas a Adrogué, pero con una condición.
-Sí, claro, la que sea.
-Que cuando pases por delante de todos estos taxis saques la mano y grites: "¡Voy para Adrogué, voy para Adrogué!"
Para instalar, copiar el archivo dt00_m en la carpeta Img donde tienen instalado el juego.
(program files/konami/pro evolution soccer 2013/img)
ó
(archivos de programa/konami/pro evolution soccer 2013/img)
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Parte 1: http://www. gamefront .com/files/22446041/dt00_m.part1.rar
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Parte 3: http://www. gamefront .com/files/22446443/dt00_m.part3.rar
El paquete equivocado
Un amigo mío se fue aMadridsabiendo que su novia necesitaba unas gafas
la vista y, encontrando la ocasión de comprarle unas muy bonitas y
baratas, entró en una óptica. Después de ver unas cuantas, se decidió y
le compró unas.
La dependienta se las envolvió y pagó la cuenta pero, al marcharse,
en lugar de coger la caja con las gafas, cogió otra muy parecida que
había al lado y que contenía unas bragas que, seguramente, alguna
clienta de las que había en la óptica se acababa de comprar.
Mi amigo no se dio cuenta de la equivocación, se fue directamente a
correos y le envió la caja a su novia, junto con una carta. La novia
recibió el paquete y se quedó extrañada del contenido, así que leyó la carta que decía:
“Querida Marta:
Espero que te guste el
que te envío, sobre todo por la falta que te hacen, ya que llevas mucho
tiempo con las otras que tenías y éstas son cosas que se deben cambiar
de vez en cuando.
Espero también
acertado en el modelo. La dependienta me dijo que era la últimamoday me
enseñó las suyas, que eran iguales. Entoces yo, para ver si eran
ligeras, cogí y me las probé allí mismo.
No sabes como se rió la dependienta, porque esos modelos femeninos
en los hombres quedan muy graciosos y más a mí, que sabes que tengo unos
rasgos muy alargados. Una chica que había allí me las pidió, se quitó
las suyas y se las puso para que yo pudiera ver el efecto que hacían.
Las vi estupendas, me decidí y las compré.
Póntelas y enséñalas a tus padres, a tus hermanos y en fin, a todo
el mundo, a ver qué dicen. Al principio te sentirás muy rara,
acostumbrada a ir con las viejas y más ahora que has estado un tiempo
sin llevar ningunas. Póntelas para ir a la calle y todo el mundo va a
notar que las tienes.
Si te están muy pequeñas me lo dices, que si no te van a dejar señal
cuando te las quites. Ten cuidado también de que no te estén grandes,
no sea que vayas andando y se te caigan.
Llévalas con cuidado y, sobre todo, no vayas a dejártelas por ahí y
las pierdas, que tienes la costumbre de llevarlas en la mano para que
todos vean tus encantos. En fin, para que te voy a decir nada más, estoy
deseando vértelas puestas.
Creo que este es el mejor regalo que podía hacerte.
Un beso… Manuel.”
La Fiesta de disfraces
Un matrimonio fue invitado a una fiesta de máscaras y disfraces. A
ella le dolía muchísimo la cabeza y le pide al marido que se vaya solo.
Él protestó, pero ella le dijo que se iba a tomar una aspirina e irse a
la cama, por lo que no había necesidad de que él se quedara en la casa.
Así que el marido se puso el disfraz y se fue. La mujer, después de
dormir una hora, se despertó bien, sin dolor. Como era temprano decidió
ir a la fiesta. Y como el marido no sabía cuál era su disfraz, ella
pensó que sería divertido observar como actuaba él cuando estaba solo.
Ella llegó a la fiesta y enseguida vio al marido bailando en la pista
con cada chica con la que se cruzaba, tocando un poco por acá y tirando
besitos por allá. La esposa se le acercó y empezó a seducirlo. Él dejó a
la mujer con la que estaba y se dedicó a la recién llegada. Ella lo
dejó avanzar todo lo que él quisiera: finalmente era su marido. En un
momento, él le susurró una proposición en el oído y ella aceptó.
Salieron de la fiesta y en uno de los autos tuvieron sexo. A medianoche,
antes de desenmascararse, la señora se escabulló, fue a su casa, se
quitó el disfraz y se metió en la cama, preguntándose qué clase de
explicación le iba a dar el marido. Cuando él entró, ella estaba sentada
en la cama, leyendo.
- "¿Cómo te fue?", le preguntó.
- "Bueno, lo de siempre", dijo él. "Ya sabes que no la paso bien cuando no estoy contigo".
- "¿Bailaste mucho?"
- "Ni una sola pieza. Cuando llegué, me encontré con Pedro,
Guillermo y otros muchachos, así que nos fuimos a la planta alta y
jugamos póker toda la noche. ¡Lo que no me vas a poder creer es lo que
le pasó al tipo al que le presté mi disfraz!"
El sediento
Un tipo viene arrastrándose por el desierto, casi muerto pidiendo con sus últimas fuerzas:
-Aguaaa... aguaa... agua... agua...
De pronto aparece una tienda en medio del desierto, el tipo se arrastra como puede y le dice al tipo que está en la tienda:
-Aguuaaa... deme aaguaa, me mueeerro... aaaguaaa...
El tipo de la tienda le dice:
-Compañero, agua no tengo, pero yo vendo corbatas... mire, mire...
tengo de todos colores, de disney, del demonio de tasmania, hasta con la
cara de Chávez y de Carlos Andrés abrazados...
El tipo le dice:
-¡Queee mierda contigooo, necesito aaaguaaa!...
El vendedor le insiste:
-Ya le dije que no tengo agua, pero mire las corbatas, baratísimas, acepto tarjeta y cheques conformables.
El tipo casi muerto le repite:
-¡Aaaguaaaa!
El vendedor le dice:
-Bueno mirá, como a 8 kilómetros hay un restaurante, allí a lo mejor
tienen agua... pero, compadre, cómpreme una corbata... mire, mire.
El tipo no quiso escucharlo más y se arrastró durante todo un día...
Hasta que por fin divisa un restaurante en medio del desierto. Llega ya
con sus últimas fuerzas y le dice al portero:
-Agguaaa... me muero... aaaaguaaaa.
Y el portero le dice:
-Amigo, le daría el agua, pero es que no puede entrar sin corbata.
La Historia de un Feo
Voy a contarles mi historia, no es una historia de amor ni tiene un final
feliz, pero es la única que tengo por haber nacido así, feo, muy feo.
Cuando nací, el doctor fue a la sala de espera y le dijo a mi padre, "hicimos lo
que pudimos, pero salió".
Mi mamá no sabía si quedarse conmigo o con la placenta.
Como era prematuro me metieron en una incubadora, con vidrios polarizados.
Mi madre nunca me dio el pecho porque decía que sólo me quería como amigo. Así que en vez de darme el pecho, me daba la espalda.
Es por eso que debo haber quedado petiso, tan petiso que en lugar de
ser enano, soy profundo. De chico iba por los cuarteles para que me
gritaran:
¡Alto! ¡Alto!
Yo siempre fui muy peludo. A mi madre siempre le preguntaban:
Señora, a su hijo, ¿Lo parió o lo tejió?
Mi padre llevaba en su cartera la foto del niño que ya venía en la cartera
cuando la compró.
Una vez me perdí, le pregunté al policía si creía que íbamos a encontrar a mis
padres y me contesto:
No lo sé, hay un montón de lugares donde se pudieron haber escondido.
Y para colmo era muy flaco, tan flaco que un día metí los dedos en el enchufe y
la electricidad erró la patada.
Era realmente flaco, para hacer sombra tenía que pasar dos veces por el mismo
lugar.
Pero mi problema no era ser tan flaco sino ser FEO.
Mis padres tenían que atarme un trozo de carne al cuello para que el perro jugara conmigo.
Sí amigos, yo soy FEO, tan FEO que una vez me atropelló un auto y quedé mejor.
Cuando me secuestraron, los secuestradores mandaron un dedo mío a mis padres
para pedir recompensa. Mi padre les contestó que quería más pruebas.
Yo creo que no pagaron el rescate porque en casa éramos muy pobres,
pero eso sí, a pesar de nuestra situación económica, somos muy honrados.
Mi padre era tan honrado que un día encontró trabajo, y lo devolvió.
Por eso tuve que trabajar desde chico. Trabajé en una tienda de animales y la gente no paraba de preguntarme cuánto costaba yo.
Un día llamó una chica a mi casa diciéndome, "Ven a mi casa que no hay nadie", cuando llegué no había nadie.
a mi mujer le gusta mucho hablar conmigo después del sexo. El otro día me llamó
a casa desde un motel.
El psiquiatra me dijo un día que yo estaba loco. Yo le dije que
quería escuchar una segunda opinión. De acuerdo, además de loco es usted
muy feo, me dijo.
Una vez cuando me iba a suicidar tirándome desde la azotea de un edificio de 50
pisos, mandaron a un cura a darme unas palabras de aliento. Sus palabras fueron:
¡En sus marcas, listos!
El último deseo de mi padre antes de morir era que me sentara en sus piernas. Lo habían condenado a la silla eléctrica.
Al encontrarse ya dentro de la ,
pisando la gramilla, el Colo pensó lo que tantas veces había pensado:
“Qué pelotudez es venir a una cancha para otra cosa que no sea ver un
partido de fútbol. Es como comer solamente puré. O lechuga”. Se acordó
una vez más del Mundial del 78 en Mar del Plata. Antes de comenzar los
partidos donde jugaba
salían a la cancha los condottieri, un grupo de muchachitos vestidos al
estilo medieval, con mucho bordado, mucha seda, portando enormes
banderas multicolores.Allí, sobre el
césped, bajo el frío glacial que hizo ese invierno, ondeaban las
banderas sobre sus cabezas en ampulosos y armoniosos giros. Le habían
dicho al Colo que aquél era un espectáculo clásico de Siena,
transportado entonces a La Perla, ya que los azzurri disputaban esa
zona. Pero lo que justificaba el número, lo que rescataba en realidad la
ceremonia y la hacía graciosa y soportable, es que luego, después,
cuando el último de esos pendejos presumiblemente milaneses o romanos
desaparecía por el agujero del túnel con la satisfacción del deber
cumplido, salían los equipos y jugaban un partido de fútbol. Era un buen
aperitivo entonces el de las banderas, un entremés, pero no podía ser
el plato de fondo. En la Edad Media, concluyó el Colorado... ¡aquél era
el plato de fondo! Se juntaban un montón de tanos, se reunían en una
plaza o en un “largo”, veían a los pendejos revolear las banderas como
locos, y luego todos se iban de vuelta para sus casas dichosos y
contentos con el espectáculo recibido... ¡Y no había partido de fútbol!
Al menos en aquellos tristes casos, meditaba el Colo, la cosa no era en
estadio alguno, entonces podía justificarse la ausencia u omisión del
más popular de los deportes. ¡Pero el Colo había ido una vez a ver a
Serrat, en el Gigante, y pensó lo mismo! Quería ver al catalán,
recordaba, tenía ganas de oírlo, eso era lógico. Pero mientras se
acercaba al estadio, mientras circulaba por los pasillos bajo las
tribunas, mientras se ubicaba mansamente y sin nervios en las plateas,
pensaba: “¡Por qué no habrá un partido, aunque más no sea de
reserva!”.Experimentaba la misma sensación que solía asaltarlo cuando,
al viajar en auto, pasaba junto a un camión. El Colo estaba preparado
mentalmente para resistir la duración de un viaje.
Las cuatro horas, por ejemplo, del Rosario-Buenos Aires. O las doce
horas del Rosario-Mar del Plata. O las casi seis del Rosario-Córdoba.
Sabía que poco a poco, kilómetro a kilómetro, iba quedando ya menos
tiempo para llegar y luego, sí, esperaba el baño, la ducha reparadora,
el descanso, el mirar televisión descalzo. Pero al pasar junto a los
camiones no podía menos que imaginar al abnegado camionero: no llegaba
nunca. Su trabajo era no llegar nunca.Y ésa era la sensación. Ir a un
estadio de fútbol a otra cosa que no fuera ver un partido de fútbol era
no llegar nunca. No tener un punto de referencia. Como le pasaba al
puré, a la lechuga, a los pobres pelotudos de los condottieri revoleando
banderas que ni siquiera eran comunistas, o a los camioneros que no
llegaban nunca a ninguna parte. Reflexionando el Colo sobre todo eso,
con la cajita de madera entre las manos (se la habían confiado por un
ratito) derivó indefectiblemente en la memoria de cuánto lo habían
atemorizado los camioneros cuando se iba acercando, aquella noche, a
Pelotas. O a Torres. O a Florianópolis. Y él iba con la familia en un
Citröen, vehículo impensable para los brasileños, a disfrutar de unos
días en la playa. Carro estranho había musitado un morocho girando
curioso en torno al Citröen, cuando pararon en una estación de servicio.
“Imposible tenerlo acá en Brasil” agregó luego. “No —sonrió el moreno—.
Le cortan la capota y le roban todo”. “Tudu” pronunciaba, en ese idioma
en joda que ellos tienen. Y los camiones, madre mía. Enormes,
prepotentes, rumorosos, terminales. En esas carreteras ondeantes,
sinuosas y mojadas por la lluvia intermitente y rompepelotas.Por la
noche aquellas moles se ubicaban sigilosamente detrás del Citröen y
luego lanzaban sobre él un torrente de luz, una catarata enceguecedora
de un blanco definitivo que bañaba la región, el asfalto, el perfil
verde de los morros amenazantes, y penetraba en el coche esculpiendo
volúmenes macabros en el interior, restallando en el espejito retrovisor
como una cachetada de advertencia. Y el Colo no hallaba el espacio a la
derecha para tirarse. A la derecha estaba la franja blanca del límite
del camino. Después, la negrura de la noche, quizás los mojones, quizás
el abismo, quizás el precipicio de cientos de metros sobre el mar
oscuro, tal vez una franjita mínima de tierra donde el día de mañana
abriría sus brazos una pequeña cruz recordatoria de la familia argentina
que plegó sus alas buscando el talco de las playas brasileñas, la
amabilidad de sus aguas y el rosáceo nácar de las casquinhas del sirí.Y
el tipo estaba sentado unos treinta metros más allá, bajo un quincho.
Parecía, por la pinta, un alemán o un suizo, de ésos que van a Brasil
para calcinarse como camarones en la playa, para extasiarse con el culo
de las mulatas y tomar caipirinhas a lo bestia. Rubio, casi coloradón
como el Colo, de barba corta y enrulada, dormitaba en su reposera frente
al mar. No había mucha gente en la playa. O la había, pero parecía poca
de tan desperdigada que estaba. “No como en Mar del Plata” había dicho
Sarita, gozosa. El Colo se acercó al alemán —o al suizo—, levantó
explícitamente el tubo de bronceador en el aire y preguntó:—¿Se lo dejo?
¿Se lo puedo dejar en la mesita? —ejemplificando, a la vez, con el
gesto claro de depositar el tubo sobre la mesa que (junto a la reposera
donde dormitaba el rubio) mostraba una acumulación de toallas y
sandalias en la soga. El tipo lo miró apenas y asintió con la cabeza,
haciendo ahorro —suizo al fin— de su gutural idioma.El Colo trotó hacia
el agua y se metió en ella con la confianza que da saber que no se trata
de un agua congelada que descargará martillazos de rabia sobre los
dedos de los pies, morderá las rodillas y apretará las bolas al llegar a
la vital zona de los genitales, como si los estrujara con el mismísimo
puño vindicatorio de Neptuno. Allí estuvo, entonces, contemplando las
nubes, el cielo azul, el verde intenso de los morros cercanos, casi una
hora. Y después volvió. Cuando pasó junto al rubio, lentamente, se
acordó del tubito. Sin querer molestar demasiado, tomó el tubo de la
mesa, lo levantó bien expresivo hasta sus ojos y moduló un “Gracias”
sonoro. Entonces vio que el otro estaba leyendo un libro en castellano
sobre la vida del Negro Olmedo.—¿Sos argentino? —preguntó el Colo.—Sí
—contestó el otro, bajando el libro, animoso y con buena
disposición.—Mirá vos. Pensé que eras europeo, alemán, algo así...
—argumentó el Colo, como si fuesen cosas diferentes.—No. Argentino.—¿De
dónde?—De Pompeya.—Ah, porque yo soy de Rosario —dijo el Colo,
afirmándose en el tuteo ya que el otro parecía cálido y, además, de la
misma edad—. Y fijate vos que, casualmente, Olmedo era de Rosario.—Sí,
por supuesto —dijo el rubio-ex suizo—. A mí me gustaba mucho el Negro. Y
además, hay otra afinidad grande...—¿Cuál? —se interesó el Colo, ante
el paréntesis de suspenso que había hecho el otro.—Hincha de
Central.Cuando, tiempo después, bastante tiempo después, el Colo contaba
la anécdota en “El Cairo”, invariablemente al llegar a esta parte la
voz se le quebraba y los ojos se le ponían vidriosos.—Cuando el tipo me
dice “hincha de Central” —repetía, ante la atención respetuosa del
Pitufo, del Centu, de Chiquito— te juro que a mí se me puso la carne de
gallina— y se pasaba una mano temblorosa sobre el antebrazo izquierdo, a
unos centímetros de la piel, no ya como si estuviera percibiendo los
repentinos canutos en su carne, sino como si le hubiesen crecido,
definitivamente, una multitud de plumas batarazas.—¡Mirá lo que es el
destino! —seguía— ¡Encontrarme ahí con un canalla, en esa playa! Porque
no era la playa del centro de Florianópolis o de Camboriú, donde dada la
cantidad enorme de argentinos que van, vos bien podés imaginar que te
vas a encontrar con gente de todas las tendencias, de todas las
creencias y de todos los equipos. Incluso de Central.Pero ésta era una
playa de mierda, perdida en la loma del quinoto, ahí en Itapema, adonde
nosotros habíamos ido porque Sarita me rompía tanto las pelotas con eso
de irse a una playa tranquila e irse a una playa tranquila e irse a una
playa tranquila todo el tiempo ¡Ahí, ahí mismo, me vengo a desayunar con
que, prácticamente el único tipo que había en miles de kilómetros a la
redonda, no solo era argentino, sino que era fana de la Academia! ¡Mirá
vos cómo son las cosas!—El Destino —meneaba lentamente la cabeza,
místico, el Pitufo.—Es que Central es grande, Colora —agregó el Centu—.
Es universal.—Te imaginás que entonces nos pusimos a conversar, a
charlar —continuó el Colo— y estuvimos como dos horas hablando del
asunto. En resumen, te la hago corta. El tipo éste no era rosarino, pero
el padre, el padre era ferroviario y había venido a laburar mucho
tiempo acá, y acá se había hecho canalla a muerte, y por lógica lo había
hecho también a este muchacho. Además, mirá lo que te digo, el viejo de
este tipo, que todavía vive en Rosario, había jugado en Sparta y en
Central allá por el año del pedo, o sea que la cosa iba bien en serio.
No era una simpatía así nomás.—¿Y el tipo que vos te encontraste era
fana?—Fundamentalista.Es fana. A muerte. A muerte. Se va a ver todos los
partidos en Buenos Aires. ¡Y me presentó a los hijos! Pibes que
tendrían quince, dieciséis años. Todos canallas.—¡Qué lindo!—¡Qué
emocionante! ¿No? Tan lejos...—Por supuesto que nos hicimos
recontraamigos, desde ese día fuimos casi todos los días a esa playa y
cuando me vine, lógicamente, me traje la dirección del tipo y todos los
datos.—Vos le diste la tuya. —Le di la mía. Quedamos en intercambiar
información, en vernos de nuevo, tal vez si se da el tute de que yo me
vaya a ver un partido importante por allá...—¿Importante? —dudó el
Centu, atento a la austera realidad de la divisa auriazul.—Bueno. Si se
da.La cosa pareció terminar ahí. Cada tanto, es cierto, el Colorado
aparecía con alguna carta de su amigo veraniego, o mostraba, ufano,
alguna foto poblada de camisetas de Central que estaba dispuesto a
mandarle al otro, a título recordatorio, para mantener en alto el fuego
de la amistad. Pero la relación parecía encaminada a disolverse
lentamente, con mansedumbre, como suele suceder con los amores de
vacaciones. Sin embargo un día, el Colorado llegó a “El Cairo”
considerablemente excitado.Lo había llamado el rubio desde su tanguero
reducto de Pompeya, para imponerlo de una infausta noticia: había muerto
el padre, aquel viejo ferroviario que inaugurara la estirpe canalla y
que supiera jugar en Sparta y Rosario Central. El Colorado —siempre de
acuerdo a su versión oral— se había realmente conmovido. Que ese tipo,
su simpatía estival, lo llamara al solo efecto de comentarle la muerte
de su progenitor, era una palmaria demostración de que aquella amistad
(surgida de los colores gloriosos) era más profunda que lo
sensorialmente perceptible y que, por lo tanto, el rubio —ahora
huérfano— deseaba compartir el momento de congoja con el circunstancial
amigo, tan lejano.—Pero la cosa no terminaba allí —advirtió el Colorado,
nuevamente en la Mesa de los Galanes, esta vez enriquecida por la
presencia del Pochi y de Belmondo—. La cosa no terminaba allí. Parece
que el viejo, antes de morir, pidió como última voluntad, que sus
cenizas se tiraran en las canchas de Sparta y de Central, los dos
cuadros donde él jugó...Por los muchachos cruzó una sombra de respetuosa
sorpresa.—La mitad de las cenizas —especificó el Colo— en la cancha de
Sparta. Y la otra mitad en el Gigante ¡Mirá vos el deseo del tipo!—¿Y
alcanza para tanto? —frunció la cara el Pitufo, siempre un poco
irreverente.—¡Y qué sé yo! ¡Qué sé yo! Te imaginás que nunca me vi
metido en un trámite de éstos, Pitufo.—¿Era grandote el hombre? —lo del
Centu tampoco sonó muy cuidadoso.—¿Y por qué decís que estás metido?
—preguntó Pochi —¿Por qué vos estás metido?—¡Porque yo tuve que hacer la
gestión ante Central! —saltó el Colora— ¡Yo tuve que hablar con el
Presidente! De ahí vengo.Sin duda, en algún momento de la charla
veraniega, tras horas y horas de recordar partidos memorables y
entrealas famosos, tras horas y horas de consumir caipiras añorando al
Gitano Juárez y a Mario Kempes, el Colorado le había confesado al otro
que él pertenecía a la temida OCAL, la Organización Canalla Anti
Lepra.La misteriosa organización, lindante con la clandestinidad, agrupa
a una serie de hinchas de Central de corte confesional fundamentalista y
suele dedicarse, mayoritariamente, a urdir brujerías y macumbas contra
la suerte de “Los primos del Parque”, la repudiada divisa rojinegra. No
es mucho lo que se sabe sobre la OCAL porque, como la OLP o el IRA, se
trata de una organización de carácter celular, cerrada, e
históricamente, ningún ser humano ajeno a la estructura ha tenido acceso
a sus actas secretas. El amigo rubio del Brasil, es obvio, se había
visto conmocionado ante la íntima revelación del Colo y, ahora, ante la
desgracia familiar sufrida, recurría al acceso al tráfico de influencias
de su amigo rosarino, quizás sin saber que la OCAL no es para nada un
apéndice de Rosario Central, sino apenas un grupo de apoyo,
independiente, que incluso solo considera al club, “una institución
amiga”.El Colo relató (siempre en El Cairo) que la gestión frente a
Sparta, humilde club de barrio, la había realizado el ala familiar del
difuto radicada desde hacía mucho tiempo en Rosario, obteniendo una
inmediata aprobación de parte de aquella gente sencilla. Pero en Central
la cosa se había puesto complicada y la familia no había logrado
siquiera hacer contacto con el Presidente, bastante preocupado,
lógicamente, por conseguir algún jugador bueno y barato que ampliara las
posibilidades del primer equipo con vistas al inminente campeonato. Y
fue cuando, desde Buenos Aires, desde Pompleya para ser más exactos, la
misma mano rubia que sostuviera un día el libro sobre el Negro Olmedo,
señaló la figura del Colorado para aligerar la empresa. La gestión del
Colo fue expeditiva y exitosa pese a la desconexión de la OCAL con la
institución auriazul.—Hablé con el Presi y le conté todo lo de este
muchacho del Brasil —explicaba en la Mesa como quien hubiera develado un
oculto romance clandestino—. Lo del padre, que había sido jugador de
Central y todo eso. Y el Presi me dijo que sí, que era posible. Pero me
puntualizó muy claramente que la aceptación no debía sentar un
precedente que diera pie a nuevas peticiones.—Claro —opinó Chiquito—. Te
imaginás que a todos se le ocurra lo mismo...Se rieron, como si la cosa
fuera divertida. Y lo era, en parte. O al menos, inusual.Sin embargo,
caminando lentamente (la cajita en las manos) por el lado de afuera de
la cancha, paralelo a la línea de toque, pisando con cuidado el césped
impecable, el Colorado percibió que había perdido algo de la excitación
de estar viviendo una anécdota imborrable de la picaresca futbolera o de
estar atravesando un hecho simpático que le daría argumento para
infinitos y repetidos relatos. La familia del padre de su amigo (éste no
había venido a Rosario por razones impostergables de trabajo) los tíos,
los sobrinos, las hermanas y los nietos, mostraban todos (especialmente
mientras subían por las escaleras del túnel) una gravedad suma, una
real congoja y un dramatismo contenido. Tanto era así que el Colorado
temió que se notara demasiado en el abultado bolsillo de su gabán, el
volumen de la cámara fotográfica que había llevado para registrar el
evento con la poco solemne intención de documentar así, luego, en rueda
de amigos, el momento de la dispersión de las cenizas.Se ocupó entonces,
en ir y venir varios metros junto a la línea lateral “como si estuviera
en el calentamiento previo” imaginó, mirando la inmensidad de las
tribunas vacías y silenciosas, apreciando el manto verde inmaculado de
la gramilla, sorprendiéndose por la comba insólita que dibujaba el
terreno de la cancha dado el sistema de drenaje y que hacía que, desde
la posición en que se encontraba el Colorado, no se viera la línea de
fuera del otro lado, la que daba espaldas a Cordiviola. Siempre con la
cajita en la mano (se la había confiado un corpulento tío del rubio, por
un momento) el Colo se sentía un poco incómodo (como si lo hubiesen
abandonado en una esquina sosteniendo una torta de bodas ajena) de gabán
azul marino entre tanto traje oscuro, corbata negra y frases cortas y
apesadumbradas.—Era un velorio, Pitu —repetiría después el Colo, hasta
el cansancio, para transmitir la congoja de la ceremonia—. Lo que yo
quizás olvidé entre tanta emoción mezclada por esta cuestión del llamado
del rubio, la muerte del padre y el lógico y humano fanatismo que
tenemos todos por Rosario Central; lo que a mí medio se me pasó por alto
con toda la emotividad que representa el asunto de esparcir las cenizas
de un tipo sobre la cancha de fútbol donde él mismo jugó un milenio de
años atrás...—Cosa no muy habitual, lógicamente.—Para nada habitual...
Lo que yo no supe medir correctamente, te decía, es que se trataba lisa y
llanamente de un velorio.A la luz del día, a pleno sol, frente a una
sábana verde maravillosa, pero un velorio a fin de cuentas, con los
parientes dándose el pésame, con los primos recordando al finado, con la
viuda llorando, porque lloraba la viuda y todo eso. Al punto que, te
juro Pitufo, uno llegaba incluso a olvidarse de que allí, a pocos pasos
de donde estaba caminando yo con la cajita en las manos, habían jugado
el Gitano Juárez, el Negro Castro y el Enano Giménez.Y fue así que
justamente cuando el Colorado calculaba el preciso lugar del campo desde
el cual había pateado el Flaco Menotti cuando le hizo aquel gol
impresionante a Amadeo Carrizo, se le acercó el hermano del difunto
haciendo un gesto negativo con la cabeza.—No hay nada que hacer —dijo—.
El tipo no quiere.—¿Quién no quiere? —salió de su abstracción el
Colorado—. ¿Qué no quiere?—El canchero. No nos quiere dejar entrar a la
cancha.—Pero... Si tenemos el permiso del Presidente ¿Por qué no
quiere?—Porque dice que le vamos a arruinar el césped —se exaltó el
pariente—. Que está impecable.Que ayer llovió y abajo está un poco
blando.El Colorado paseó su visita por el césped llevándola hasta las
áreas, hasta los arcos sin las redes colocadas.—La verdad que está
bárbaro —acordó—. Y claro, está por empezar el campeonato y el hombre
quiere que esté de puta madre.—¡Pero si nosotros no le podemos hacer
nada, señor Vázquez! —el otro abrió los brazos, airado—. Somos cuatro
locos que no vamos a entrar a escarbar la tierra para sacar los panes de
césped. Además, estas canchas están preparadas para resistir cualquier
cosa.Otros parientes se habían acercado a ellos dos y, las manos en los
bolsillos o los brazos cruzados, giraban sobre sí mismos, frustrados y
decepcionados.—¿No pensarán que queremos enterrarlo? —se acercó uno,
preguntando seriamente.—Pero... ¿no era que estaba todo resuelto? —se
enojó otro—. ¿No era que el Presidente había dado su autorización?El
Colorado se sintió tocado en su responsabilidad.—No. Si yo hablé. Si yo
hablé —tranquilizó—. Ahora voy a hablar yo con el canchero. Lo que pasa
es que ayer llovió y quiere cuidar la cancha.A simple vista parece que
no, pero abajo está pesada. Apenas se empieza a correr aparece el
barro.—¿Y quién va a correr, acá? ¿Qué apuro tenemos? —insistió el otro,
con la lógica de hierro—. ¿Tan poco tiempo tenemos para la ceremonia?El
Colorado prefirió no responder. Dejó la cajita en manos del tío del
rubio procurando darle a su gesto cierta majestuosidad ritual y se
encaminó a paso firme a hablar con el canchero quien, en pose de
baqueano, observaba en cuclillas el césped de sus desvelos.—Yo le
entiendo caballero, yo le entiendo —aceptó el canchero, poniéndose de
pie y golpeando la palma de una mano contra la otra para quitarles
alguna brizna de pasto—. Pero a mí nadie me ha dado una autorización y
yo no los puedo dejar entrar. Después el césped se jode y al que me
putean todos es a mí.—Pero yo hablé con el Presidente —argumentó el
Colo, sintiéndose al borde de la desesperación—. Si quiere le hablamos
por teléfono y que él mismo se lo diga, se lo confirme.—El Presidente
puede decir lo que quiera —el hombre era inconmovible—.Pero él no sabe
nada sobre césped. Es muy fácil hablar desde la sede del club, total,
uno no tiene ni idea de lo que pasa en la cancha. Pero el responsable
del estado del campo soy yo, caballero, y me he comprometido a tenerlo
diez puntos en el momento de la reanudación del campeonato. Nunca ha
estado tan bien el césped, nunca. Además —señaló vagamente hacia el
túnel— hay que caminar como trescientos metros para encontrar un
teléfono. Y eso si en Intendencia hay alguien.—Voy a llamar lo mismo —el
tono del Colorado ya era francamente agrio—. Se imagina que no se puede
dejar a toda esta gente así —le indicó al canchero el oscuro grupo de
personas que, cabizbajos, aguardaban cerca de la entrada del túnel—. Hay
venido los parientes, los hermanos, los nietos de esta persona que
fuera estrella del fútbol rosarino. La viuda. Gente que ha viajado desde
lejos —mintió.—Ya vi a la viuda. Y vi los tacos que tiene. Me destroza
la cancha si entra con esos tacos.—Tiene que ser un poco más comprensivo
—reclamó el Colo—. Se trata de un funeral, después de todo.—Soy
comprensivo, caballero. Y yo también tuve un padre.El Colorado pegó
media vuelta y retornó hacia el compungido grupo a paso vivo. La última
frase del canchero hacía entrever a un ser humano sensible. Pero el
detalle de los tacos de la viuda, en boca de ese hombre, era un mal
presagio.El Colo sabía, por otra parte, que a esa hora sería inútil
tratar de encontrar al Presidente en su despacho.—Nada que hacer
—informó a la gente, que lo aguardaba como quien espera a un mensajero
celestial—. Está emperrado en que noo y que no y que no. Pero no hay que
desesperarse. Me dijo que en Intendencia hay un teléfono...—¡Qué
macana! —masculló el tío del rubio.—¡Cómo me iba a suponer yo que,
conseguida la autorización del Presidente, nos íbamos a encontrar con un
tipo como éste, tan celoso de su trabajo! —¿No querrá que le tiremos
unos mangos? —el mismo tipo que había cuestionado la eficacia de la
gestión del Colorado, surgía ahora, acerbo, expeditivo, con una sólida
propuesta. El Colo y el tío del rubio se miraron.—Es posible —musitó el
Colo, echando mano al bolsillo, aún culposo—. Deje que yo me ocupo y
después en todo caso, dividimos el gasto.—Cuidado —dudó el tío del
rubio—. No vaya a ser cosa que se encuentre con un tipo insobornable y
caguemos el asunto.Y después se complique todo mucho más.—¿Cuánto le
doy? —desestimó la advertencia el Colorado, práctico. Fue en eso que,
con el rabillo de ljo vio aparecer, por la boca del túnel, un manchón
negro y blanco. “Un referí” alcanzó a suponer el Colo, aterrorizado ante
la posibilidad de que no hubiesen tenido en cuenta algún partido de las
divisiones inferiores a jugarse en horas de la mañana. Pero pronto, un
informante cercano vino a tranquilizarlo. “El padre López” escuchó,
cerca.El sacerdote, jovial, campechano, de clergyman y pantalones grises
se disculpó ante la viuda por la tardanza y pronto, su rostro tomó
visos de contrariedad cuando lo impusieron del inconveniente
surgido.—Dejen que yo hable con este muchacho —dijo. Y partió caminando
lentamente hacia el canchero, que había vuelto a su posición indígena
acuclillada, como escrutando en procura de detectar la mata traicionera
que perturbaba la horizontalidad perfecta de su llanura. El padre López
estuvo hablando corto tiempo con el canchero. Desde lejos, el grupo lo
observó comportarse con cordialidad y bonhomía, no exenta de firmeza.
Por último, se vio al canchero inclinar la cabeza y ponerse una mano
sobre el corazón mientras el Padre, con movimientos gráciles de su mano
derecha, lo bendecía. Luego el Padre López volvió hacia el grupo.—Dice
que está todo bien —informó, oyéndose de inmediato un suspiro de
satisfacción general—. Pero, con una condición: que nos saquemos los
zapatos. Creo que no es una petición demasiado caprichosa como para que
no podamos aceptarla. Pienso que la tolerancia está en el espíritu de
todos nosotros.Sin una palabra, los deudos comenzaron a quitarse el
calzado, apoyándose los unos en los otros para no perder el equilibrio,
pasándose la cajita de mano en mano para posibilitar la maniobra, hasta
que quedó en poder del sacerdote.—A mí me eximió de descalzarme
—justificó el Padre López, sosteniendo el cofre—. También Jesús caminó
sobre las aguas. ¡Y otra cosa! —previno a los que ya se disponían a
entrar a la cancha—. El canchero también pidió que no arrojásemos las
cenizas en las áreas, porque ésas son las zonas más castigadas. Esa
región es sagrada.—En mitad de la cancha —dijo el tío del rubio—.
Pancho, el finadito, pidió que las esparciéramos en mitad de la
cancha.—Muy bien. Vamos entonces —ordenó, calmo, el cura. Todos
ingresaron a la cancha.El Colorado se cuidó de no pisar la línea de
toque, consciente de que ésa era una de las tantas cábalas de los
jugadores, pero se abstuvo de inclinarse a tocar el pasto o santiguarse,
temeroso de que el Padre López pudiese interpretar erróneamente su
gesto. La comitiva llegó hasta el círculo central y allí se llevó a cabo
la breve ceremonia. El Colo se quedó un tanto alejado del círculo de
familiares, como no queriendo invadir sentimientos. Un poco conmovido,
además, al pensar que en aquel puñado de cenizas de tono amarillento
(“Algo parecido al queso de rallar” diría después en una comparación
que, no por doméstica, era menos certera) se había corporizado, breve
tiempo atrás, un hombre hecho y derecho, con su historia, sus
sentimientos, sus sentires y su familia, como él mismo, o como
cualquiera. Después, y para tranquilidad del Colo, aparecieron algunas
cámaras fotográficas, algunas poses grupales para estas cámaras y hasta
alguna camiseta de Central que se extendió, discreta, frente a los
pechos de los deudos.El Colo temió por alguna nueva amonestación de
parte del canchero, pero a éste se lo había tragado el túnel durante la
tocante ceremonia y recién reaparecía ahora, arrastrando un cúmulo de
redes. También había aparecido otro señor, alto y desgarbado, un utilero
quizás, quien tuvo a bien quitarse la gorra en tanto contemplaba como
la mano enérgica de la viuda lanzaba puñados de cenizas hacia los cuatro
vientos.—¿Son de alguna religión oriental? —consultó el hombre al
Colorado que volvía.—No. El canchero nos pidió lo de los zapatos.Por el
césped. ¿Sabe?El tipo aceptó, con la cabeza. El grupo ya había regresado
al costado de la cancha para calzarse. El Colo, más tranquilo, caminó
entonces hasta el canchero para agradecerle la gauchada.“No tiene nada
que agradecer, caballero”contaba después el Colo, en El Cairo, que le
había dicho el tipo, desenredano con paciencia el caótico entramado de
las redes.—Después de todo —dijo el Pitu, conocedor— se habrá dado
cuenta de que las cenizas son un buen abono para el pasto. ¿No se usan
para eso de vez en cuando?—No, lo que pasa, yo pienso, es que al tipo le
quedó laburando el balero, porque... ¿Saben qué me dijo cuando ya nos
íbamos? ¿Saben lo que me dijo?Todos aguardaron en silencio.—Me dijo: “No
es mala idea ésta de que se tiren las cenizas de uno sobre la cancha,
la verdad sea dicha. No es mala idea”. Y yo me fui pensando en lo que me
había pedido el Presidente, de que esto no sirviera para sentar un
precedente. Pero, bueno, la cosa ya estaba hecha.—Ahora... —reflexionó
el Pochi—. Fijate vos como este tipo, el canchero, no aceptó la orden
del Presidente, pero se fue al mazo apenas el cura lo charló un rato.El
Colo jugueteó un momento con la cucharita dentro del café.—Es que hay un
Poder Superior, Pochi —afirmó—. Hay un Poder Superior.
En
una feria, una de las atracciones es una carpa en la que hay un
elefante y previo pago de una entrada de 10 pesos, se recompensara con
pesos a aquel que consiga que el elefante mueva la cabeza.
Los mas forzudos del pueblo han probado a tirarle de la trompa,
colgarse de las orejas, etc. pero nada; finalmente entra un enano, paga
la entrada, toma dos piedras y golpea con ellas al elefante en sus parte
nobles, el elefante no solo mueve la cabeza, sino todo el cuerpo, y
vamos que casi tira la caseta. El enano se lleva el premio.
Al año siguiente, esta de nuevo la misma atraccion, despues del
fracaso de los mas forzudos, entra el enano pero el dueño se opone
diciendo:
- Usted no puede entrar que el año pasado tuve que gastarme un dineral en 10 litros de penicilina y desinflamantes.
- Y si lo hago si tocar al elefante ?
- Bueno, si no le toca, le dejo.
El enano pilla de nuevo dos piedras, se pone frente al elefante le mira , golpea una piedra contra la otra y dice
- Te acuerdas del año pasado ?
A lo que el elefante asiente con la cabeza.
1.¿Has hecho los deberes? -No.. Trae la agenda.
2.¿De lo que hablais tiene que ver con lo que estoy explicando? -No profe... Le estaba comentando una cosa. Pues entonces cállate.
3.¿De que te ríes? -De nada profe de nada...
4.El timbre no significa que tengais que recoger.
5.¿Has hecho los ejercicios? -Sí profe. Pues entonces dime el 4 -No..Éste no lo entendía.
6.¡Todo lo que estoy explicando es posible que entre en exámen! -Entonces.. ¿Puedes repetir?
7.Es la última vez que te aviso, a la próxima te expulso. -¡Pero si yo no he hecho nada! Fuera.
8.Sois la peor clase de todas.
9.Vamos muy atrasados respecto a las otras clases.
10.Los acentos tienen derecho a la vida.
11.¡Borra esa falta antes de que me desmaye!
12.Esto no es ningun mercadillo, hablar como personas civilizadas.
13.Esto no es ninguna peluquería, a peinarse a la casa.
14.Lo que hagas fuera de clase no me importa, yo quiero que traigas los deberes hechos.
15.Si en invierno venís tan destapadas, cómo vendréis en verano, ¿desnudas?
16.La agenda no está para pintar.
17.--Profe puedo ir al baño? -cuando venga tu compañero¡ (ni que lo fuera a violar)
18.-Profe, ¿puedo ir al baño? -¡Pero si acabas de venir de el patio/casa! Ya.. Pero esque no he podido ir. -Pues te esperas y aguantas.
19.¿Porqué llegas tarde? -Esque el bus se me ha ido Pues haberte levantado antes.
20.Muy mal, un 3. -Pues yo estudié La pantalla del ordenador no enseña nada
21.Los libros cerrados no enseñan nada.
22.Me teneis decepcionado, sois la peor clase de segundo -Profe si somos de primero
23.Caallen!/Callaaaad!
24.No quiero ver más objetos voladores por la clase.
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