miércoles, 13 de febrero de 2013

"LA MÁS BELLA HISTORIA DEL MUNDO"

 

 


“Érase una vez”… inicio de tantas y tantas historias, cuentos, relatos, leyendas, Etcétera. Es la historia un cúmulo de hechos algunas veces relatados con ingenio, imaginación, argucia, encanto, y otras tantas sin todos o algunos de dichos elementos, sin embargo no es lo que importa al momento… lo verdaderamente importante radica en que las historias, los cuentos, relatos, dichos y decires de la persona sean escritos, dichos, cantados, contados, oídos, gravados, perpetuados a través del tiempo y el espacio…


En el libro “La más bella historia del mundo” – de Hubert Reeves, Joël de Rosnay, Yves Coppens y Dominique Simonnet; editado por la SEP, en la serie “Biblioteca para la actualización del maestro” - un documento que relata con un gran preámbulo; tres actos de la presencia de la vida en la tierra, del mundo en nuestra galaxia, y de los millones de galaxias que se expanden en el universo, desde aquél primer instante… el famoso “Big Bang”, mismo que da inicio al “tiempo”, a la materia, al movimiento, al agua y dentro de ella el germen de la vida de seres vivos, animados e inanimados – todo lo cual desde un punto de vista científico – mismo que en este siglo XXI, ya nos hacía mucha falta…

En la antigüedad la única manera de explicar el origen de los orígenes; era por medio del punto de vista religioso, de la fe, de las creencias, de mitos y leyendas; en este sentido la ciencia como tal nunca se había preocupado por este “espinoso” asunto… sin embargo a casi 10,000 años de presencia humana en nuestro redondo mundo, ¡Por fin ¡ - la ciencia se acerca a la resolución de problemas filosóficos tales como: ¿de dónde venimos? - ¿a dónde vamos? - ¿Quiénes somos? - ¿para que estamos? - ¿porqué? - ¿para qué? - ¿por quien?... preguntas que desde nuestra antigüedad más remota nos hemos planteado y que la respuesta a ellas dio origen a una ciencia “La Filosofía”.

La ciencia se ocupa en este siglo de un tema que a todos apasiona y encanta, no se tiene todavía la respuesta cabal a esas preguntas filosóficas, sin embargo contamos ya con un acercamiento mucho más cercano que en los tiempos en que se formularon por vez primera – a este respecto vale la pena preguntarnos quién o quienes son ellos… la respuesta se encuentra en “Los Griegos” – Un tal, Tales de Mileto (es el primero de una larga lista, además de ser considerado el padre de la filosofía) – Anaximandro – Pitágoras – Heráclito – Xenófanes – Parménides – Empédocles – Anaxágoras – Protágoras – Sócrates – Platón – Aristóteles – Zenón…

La ciudad de Mileto era en el siglo VI (a.c.) – el centro mercantil más próspero de la costa Jónica del Asia Menor, puerto que comerciaba con todos los países conocidos de su tiempo, en esta ciudad (como en toda Grecia), florecieron las artes y las ciencias – aquí nace el que es considerado “Padre de la Filosofía Griega” – Tales, fue un rico mercader y astrónomo, a quien también le gustaba observar, entender y estudiar a la naturaleza, la matemática, la física; dichas observaciones lo intrigaban a conocer el origen de todo lo que existía.

Las observaciones de Tales, al estudiar el agua en sus 3 estados: Líquido – Sólido y Gaseoso – lo llevaron a la conclusión de que “Todo procede del agua” – con esta sabia conclusión puso las bases de la filosofía materialista: Todo tiene un principio en la materia. (Aunque al tiempo tuvo una teoría nueva): “Todo está lleno de Dioses” – de esa forma el tal Tales puso las bases de las dos corrientes filosóficas que hasta el día de hoy tratan de explicarse los porqués, y para qués de esta bolita errante por los confines del universo.

Conviene anotar qué es el UNIVERSO: del Latín “universus” – “Conjunto de las cosas existentes, el mundo: la inmensidad del universo. Sinónimo - Cosmos, naturaleza.

La corriente filosófica que trata de la explicación del mundo en su sentido IDEALISTA – (la realidad es solamente vida divina) – la MATERIALISTA – (la realidad es pura materia)

Cómo evolucionó el hombre y pobló el globo en la Prehistoria.

El hombre ha vivido en la Tierra durante unos dos millones de años, apenas el tiempo de un parpadeo comparado con la historia total del planeta, que se extiende durante un lapso de 4,700 millones de años. Si suponemos que la edad de la tierra, desde su origen hasta el momento presente, equivale a un día, la aparición del hombre se habría producido menos de un minuto antes de que terminara ese día. Sin embargo, el inmenso abismo de tiempo anterior a la aparición del hombre constituye también una parte de la herencia de éste.
Solamente durante los últimos 5,000 años ha dejado el hombre constancia escrita de sus hechos. Aparte de esta pequeña fracción de su existencia total, el único conocimiento que tenemos de su aspecto y manera de vivir se basa en los escasos indicios que nos han llegado: huesos y dientes fósiles, herramientas de piedra, puntas de flecha de pedernal, trozos de vasijas de barro, gravados en las rocas y pinturas en las cavernas.
El trabajo de desenterrar e interpretar las huellas del hombre primitivo representa largos y penosos estudios de arqueólogos y otros expertos. El cuadro que ofrecen sus hallazgos, aunque con frecuencia incompleta, suministra pruebas suficientes del complejo proceso evolutivo que desembocó en la aparición de nuestra especie, el Homo Sapiens, que hoy día puebla el globo.
Nuestros antepasados más antiguos vivían de plantas alimenticias y de la caza, y sólo disponían de instrumentos de piedra para matar sus presas y preparar su sustento. Poco a poco, sin embargo, fueron reduciendo su dependencia de las fuerzas de la naturaleza gracias al pastoreo y al cultivo del suelo. El hombre dio otro gran paso hacia delante cuando aprendió a usar los metales y, con la introducción de esta nueva tecnología, el camino quedó preparado para las realizaciones de la civilización, tal como hoy la conocemos.

Orígenes del mundo.

Mucho antes de que surgieran los primeros antepasados del hombre la tierra que iba a heredar atravesó innumerables fases de desarrollo. Se formó 4,700 millones de años antes, al enfriarse una nube de gases incandescentes, convirtiéndose en un planeta con corteza sólida. Lluvias torrenciales que duraron 60,000 años formaron los océanos, y diversos periodos de gigantesca actividad volcánica modelaron una y otra vez las cordilleras. Transcurrieron millones de años antes de que la vida terrestre surgiera reptando del mar; pasaron otros millones de años hasta que empezó la gran era de los mamíferos de los cuales con el tiempo surgiría el hombre.
Un “caldo” de substancias químicas hizo habitable al planeta.
A mediados del siglo XVII James Ussher, arzobispo de Armagh, en Irlanda, declaró que Dios había creado la tierra en el año 4004 a. de c., asegurando que en la Biblia, se encontraban pruebas de ello. El doctor John Lightfood, vicerrector de la Universidad de Cambridge, añadió un interesante comentario a la teoría del arzobispo. “El hombre fue creado – dijo – el 23 de octubre del año 4004 a. de c., a las nueve de la mañana”.
Las ideas acerca de la creación constituyen una parte importante de la herencia cultural del mundo. El relato bíblico de un Dios que creó los cielos y la tierra en seis días y el séptimo descansó es una de las más arraigadas creencias con que el hombre, en distintas épocas y en diferentes partes del mundo, ha tratado de desentrañar el misterio del origen del planeta.
Ni siquiera los conocimientos científicos de los tiempos modernos han producido unanimidad de criterio acerca del origen exacto de la tierra y del sistema solar. Sin embargo se cree generalmente en la actualidad que el sistema solar empezó siendo una difusa masa de gases y polvo que giraba y se concentraba lentamente por la fuerza de la gravedad. El calor generado por este proceso produjo un pequeño sol que brillaba débilmente en el centro. De este sol se desprendió un disco plano de gases que giraba a su alrededor. En el interior de este disco se concentró el gas formando los planetas, mientras el sol se contraía y calentaba progresivamente. Cerca del Sol, los elementos más pesados se condensaron formando los planetas interiores, como la Tierra; más afuera, los átomos ligeros se condensaron a su vez, dando origen a los planetas exteriores.

Sesenta mil años de lluvia.
Lo más probable es que la Tierra empezara su carrera en forma de una masa de gases a una temperatura de 4.000 grados centígrados., casi igual a la del Sol. Hace unos 4.700 millones de años, se enfrió lo suficiente para que los gases se transformasen en líquidos y entonces, a 1.500 grados centígrados aparecieron por primera vez partículas sólidas de corteza, que flotaban sobre la Tierra en fusión. A 700 grados centígrados, la corteza tenía un espesor de unos 9 kilómetros y el enfriamiento se hizo más pausado. En torno a la tierra flotaba un denso velo de nubes formadas por partículas líquidas, debidas a la condensación de los gases.
Al descender la temperatura empezaron a caer gotas de lluvia. La llovizna no tardó en convertirse en un persistente aguacero que durante 60,000 años colmó los océanos y erosionó las tierras. Debido al agua, la temperatura del planeta descendió gradualmente hasta aproximarse a los veintitantos grados centígrados actuales. Finalmente hace unos 3.000 millones de años, cesaron las lluvias. Pero la tierra, en aquel lejano periodo, todavía no era un lugar habitable. La atmósfera constituida por dióxido de carbono, vapor de agua, metano y amoniaco, no protegía contra los rayos ultravioleta procedentes del Sol. La corteza todavía se curvaba y se plegaba cuando la lava volcánica surgía del interior. No existían plantas que adornasen las rocas desnudas, y los océanos eran simples extensiones de agua salada que ocupaban las depresiones de la tierra.
Sin embargo, estas circunstancias, al parecer poco propicias, contenían el germen de la vida. Cuando las radiaciones y las descargas eléctricas actúan sobre un medio semejante a la primitiva atmósfera terrestre, puede producirse una asombrosa serie de combinaciones químicas. De este modo se sintetizaron aminoácidos, ácido fórmico y urea que durante millones de años se disolvieron y acumularon en el mar, donde formaron un “caldo” de substancias químicas, sumamente complejo, que contenían todo lo necesario para la vida.
El comienzo de la vida
En este caldo de cultivo se combinaron casualmente las substancias químicas, incluidos los primeros ácidos nucleicos y proteínas, hasta formar moléculas complejas capaces de reproducirse. El verdadero comienzo de la vida se produjo cuando grandes cantidades de estas moléculas y otras más simples se combinaron formando diversas estructuras, dentro de una sola unidad capaz de reproducirse: la célula viva. Aquellas primeras células vivas. Como todas las células, estaban protegidas por una membrana a modo de piel. Durante otros 500 millones de años, aquellas células autónomas se dividieron en dos tipos, algas y bacterias, que constituyen respectivamente el origen de las plantas y animales, es decir, de todos los vivientes sobre la tierra.
Cuando las células alcanzaron cierto grado de complejidad, las radiaciones ultravioleta del sol dejaron de ser perjudiciales para la vida. Antes de que la evolución prosiguiese, la atmósfera se transformó por la liberación de oxigeno y la formación de ozono, que impide la filtración de la mayor parte de las radiaciones perniciosas del sol..
Los primeros productores de oxigeno fueron ciertas algas que contenían clorofila, molécula compleja que, por medio de un proceso conocido con el nombre de fotosíntesis, utiliza la luz solar como fuente de energía. La energía así producida convierte el agua y el dióxido de carbono de la atmósfera en azúcares que utilizan las plantas para su crecimiento, y en oxigeno que es devuelto al exterior. Casi todas las plantas obtienen la energía para su desarrollo por la fotosíntesis, a diferencia de los animales que se alimentan con otras formas de vida. Gradualmente el oxigeno empezó a inundar la atmósfera. En la parte más alta, el oxigeno normal se convirtió en ozono, creando una envoltura protectora bajo la cual se multiplicaron las formas de vida.
Las plantas arraigan en tierra.
Hace unos mil quinientos millones de años, los procesos descritos y otros semejantes empezaron a convertir la tierra en un planeta habitable, capaz de sustentar formas más complejas. Hace unos 1.200 millones de años existían organismos de más de una célula, y hace 450 millones de años, las primeras plantas marinas consiguieron arraigar en zonas secas. Unos 100 millones de años más tarde, los animales empezaron a invadir la tierra. La invasión fue dirigida por los anfibios, que empezaron siendo unos peces recubiertos de escamas y con aletas que utilizaban para arrastrarse de charco en charco. Desarrollaron pulmones para respirar y extremidades para arrastrarse; pero todavía necesitaban volver al agua para reproducirse.
A los anfibios siguieron, hace unos 325 millones de años, los primeros reptiles, mucho mejor dotados, tanto por su constitución como por su forma de reproducirse, que proliferaron en los continentes vírgenes, muy aptos para la vida. Además, como los huevos de los reptiles contienen reserva de agua, pueden ser depositados en tierra. En una gran explosión evolutiva se diferenciaron en diversas formas y llenaron los espacios que les fueron propicios. Al mismo tiempo surgieron los insectos: entre ellos las chinches y los escarabajos. El clima en aquel período, era cálido y seco: la mayor parte de la tierra constituía un semidesierto salpicado de oasis y pantanos, que obligo a los anfibios a volver a los mares y favoreció a los reptiles, entre ellos a los dinosaurios. El cielo hace 150 millones de años, era cruzado por pterodáctilos de aspecto correoso, cuyas alas tenían una envergadura que oscilaba entre unos centímetros y siete metros. Por la tierra vagaban los grandes dinosaurios: el brontosaurio, el estegosaurio y el tiranosaurio rex.
Eran estas las mayores y tal vez las más raras criaturas que jamás han existido. Se diría que aquellos colosos fueron dinastías malogradas, aunque deambularon sobre la tierra durante 100 millones de años, es decir, 50 veces más de lo que el hombre ha vivido hasta el presente.
Continentes en movimiento
Mientras acaecía todo esto, la tierra no se hallaba inactiva. Aunque el volumen total del agua de los mares no ha variado mucho, la extensión de los océanos se ha modificado con la sucesión de las épocas glaciales. Los continentes se han movido lentamente sobre el globo, como grandes barcos que flotasen en un jarabe, chocando a veces para producir nuevas cordilleras. Todavía se desplazan aunque con tal lentitud que los aparatos más sensibles apenas logran detectar su movimiento. Pero la geología es más paciente; un desplazamiento anual de media pulgada supone un movimiento de 130 kilómetros en 10 millones de años.
El fin de los dinosaurios
Hace unos 100 millones de años, los grandes reptiles ostentaban la primacía entre todos los vivientes del planeta. Sobrevivía aunque de manera precaria, otro grupo de animales llamados sinápsidos, unos reptiles de sangre fría con mandíbulas y cráneos de mamíferos que surgieron mucho antes que los dinosaurios, pero que aún no habían llegado a su completa evolución. Bruscamente, hace unos 70 millones de años, desaparecieron los dinosaurios; y los sinápsidos, que para entonces habían evolucionado hasta convertirse en los primitivos mamíferos, ocuparon el puesto de aquellos. Los reptiles sobrevivieron en pequeño número y dieron origen a los pájaros. Después de tan larga espera, los mamíferos estaban bien preparados para su importante etapa evolutiva. Eran más dúctiles que los reptiles y se adaptaron a casi todos los ambientes. Para responder a las condiciones más diversas desarrollaron un gran cerebro y dependían mucho tiempo de sus padres; las hembras de los mamíferos eran vivíparas y alimentaban a sus crías hasta que podían valerse por sí mismas.
Muchos de los mamíferos han dejado restos fósiles tan perfectos que permiten seguir su evolución con todo detalle. No así los primates que habitaban en los bosques: en este ambiente sus restos se cubrieron rara vez de sedimentos y dejaron por lo tanto escasos fósiles. Aparte del testimonio fragmentario de un mamífero de aspecto antropoide, llamado Ramapithecus que data de hace 14 millones de años, se abre un paréntesis en esta rama de la evolución hasta la aparición del Australopithecus hace unos 5 millones de años.
Tras las huellas de Darwin
Desde que Darwin escandalizó al mundo con su teoría de que los hombres y los monos tenían un antepasado común, los expertos han ido estudiando en lo posible los 70 millones de años que abarca la evolución del hombre. Primeramente, el grupo de mamíferos que se instaló en los bosques desarrolló miembros apropiados para trepar por los troncos de los árboles y balancearse de rama en rama. Sus extremidades delanteras se hicieron más flexibles que las garras y las zarpas de otros animales, permitiéndoles tomar frutos e insectos que constituían su alimento principal. Estos primates de los bosques se parecían más a las ardillas que a los hombres, y han llegado hasta nuestros tiempos representados por las musarañas, los tarsios y los lemures.
Otra evolución importante diferenció a estas criaturas de los bosques de los demás mamíferos. En tierra, los mamíferos sobrevivían valiéndose únicamente de la vista y del olfato; pero la vida en las copas de los árboles exigía mayor agilidad e inteligencia. En consecuencia, el cerebro de los primates de los bosques empezó a desarrollarse.
Hace unos 40 millones de años apareció una especie de primates que podían considerarse como los antepasados comunes de los grandes monos y los hombres de la teoría darwiniana. Un grupo de estos primates siguió habitando los bosques y de ellos descienden los diversos monos y chimpancés actuales. Pero otro grupo comenzó, hace unos 20 millones de años, a descender de los árboles – tal vez en la época en que los bosques disminuían y abundaban los alimentos a ras del suelo – y a vivir en campo abierto, más allá de las lindes de los bosques. A través de millones de años aquellas criaturas empezaron a caminar erectas; sus miembros posteriores se convirtieron en pies, mientras que los delanteros se transformaron en sensibles órganos táctiles, capaces de manipular objetos como palos y piedras en provecho propio.
África, probable cuna del hombre
Como las primeras huellas de criaturas antropoides, que se remontan a cinco millones de años, han sido encontradas en África, generalmente se admite que la raza humana tuvo su origen en este continente. Indudablemente, África ofrecía condiciones favorables para la evolución del hombre, por hallarse alejada de los grandes movimientos geológicos y glaciaciones que estremecían y moldeaban las masas terrestres septentrionales.
El hombre surgió antes de que empezara una gran época glacial, la primera de las acaecidas en los últimos 100 millones de años. A lo largo de la evolución del hombre, se sucedieron diversos períodos en que el hielo avanzó hacia el sur cubriendo la tierra, separados por otros en que el hielo retrocedió temporalmente. Las violentas fluctuaciones del clima modificaron profundamente la distribución de las especies vegetales y de los mamíferos, sobre todo en el hemisferio norte. Cuando el frío era más intenso, las flores alpinas, los renos y las zorras árticas se extendían por Europa. Pero cuando se fundían las capas de hielo, los hipopótamos nadaban en el Támesis y los leones llegaban hasta Yorkshire.
Algunos mamíferos se adaptaron convenientemente a las rigurosas condiciones climáticas, como el rinoceronte lanudo o el mamut, una especie de elefante cubierto de pelo. El hombre primitivo sobrevivió de manera diferente: no por medio de cambios biológicos, sino aprendiendo a usar el fuego para calentarse y alumbrarse, y a usar las pieles de los animales para vestirse. Aún así existieron períodos en que la supervivencia, al menos en las regiones septentrionales, se hizo difícil, y se produjeron migraciones a zonas más templadas. Finalmente, hace unos 10,000 años las capas glaciales se retiraron por última vez. Por entonces vivía el Homo sapiens, un ser humano mucho más perfecto, que disfrutó de aquellas favorables condiciones. La larga cuenta atrás hacia el hombre había concluido.
Un antepasado común. Hace 40 millones de años los primates, uno de los muchos grupos de mamíferos que surgieron por primera vez en la época de los dinosaurios, estaban divididos en numerosas ramas. Se cree que una de ellas fue la de un primate bosquimano que andaba a cuatro patas, y podría constituir el antepasado común de los actuales grandes monos.
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El Ramapiteco. Hace 14 millones de años apareció un primate más evolucionado. Sus restos hallados en las colinas de Siwalik en la India, pertenecen probablemente al ser más antiguo entre los conocidos como predecesores directos del hombre. En África se han encontrado vestigios de otra criatura semejante. El Ramapiteco se mantenía en posición vertical.
Con un cerebro más desarrollado y unos miembros delanteros más perfeccionados. El Ramapiteco podía servirse de estacas y piedras para cometidos simples, tales como el de atemorizar a sus atacantes.
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El Australopiteco. Este gran mono antropoide vivió en África oriental y meridional hace unos cinco millones de años. Su cerebro no era mayor que el de los simios actuales, pero caminaba erguido y probablemente utilizaba herramientas. Estas primitivas herramientas eran instrumentos rudimentarios: huesos de los animales que comían o guijarros afilados.
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El hombre 1470. Hace unos dos millones de años, el hombre 1470 coincidente algún tiempo con el Australopiteco, surgió en África oriental. Deambulaba erguido y poseía un cerebro más evolucionado que cualquiera de los otros grandes monos. Fue probablemente quien realizó las primeras herramientas humanas – golpeando una lasca para afilarla.
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Homo erectus. El más antiguo representante del género Homo, generalmente aceptado, se extendía por Asia, África y Europa. Utilizaba el fuego y cazaba animales de gran tamaño. En África el Homo erectus fabricó sencillas hachas de mano; pero esta habilidad no llego al sudeste de Asia, donde se realizaban instrumentos muy primitivos.
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Homo sapiens. En Swanscombe (Inglaterra) y en Steinheim (Alemania) se han encontrado fósiles que sugieren que la especie humana se remonta a una antigüedad de unos 250,000 años; sus cráneos se parecen mucho a los nuestros. Las hachas de mano de ese período, ejecutadas en Europa, África y Asia oriental, resultan más perfectas y eficaces.
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El hombre de Neandertal. Cuando los glaciares avanzaban hacia el sur por última vez, Europa era el asiento de los hombres de Neandertal, variante del Homo sapiens que no ha sobrevivido. El hombre de Neandertal fabricó raederas de pedernal y puntas de flecha, utilizando lascas.
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El hombre moderno. El Homo sapiens, nuestra propia subespecie, se desarrolló probablemente fuera de Europa; pero en Francia han aparecido restos suyos muy antiguos que datan de hace 35,000 años, sus utensilios eran un arpón de cuerno y una raedera de pedernal, una punta de proyectil y una lesna de doble punta.
Relación de hechos en el “viejo continente” – sin embargo en esta relación deberemos de tomar en cuenta lo que también sucedía en nuestra – muchos años después – “descubierta” América, de esta parte del mundo tenemos una gran cantidad de hechos, relatos, relaciones, logros, realizaciones, pueblos que dejaron constancia de su estancia en nuestro mundo, de todos ellos iniciaremos un breve recorrido por la raza Náhuatl que habitó y habita aún dentro de nosotros, digna de mención por su importancia es igualmente la raza Maya, pueblo agricultor cuyos orígenes se remontan al siglo XV a.c., construyen inmensas pirámides e inventan un calendario.
Cosmogonía del pueblo Azteca.

El pueblo azteca último en llegar al valle del Anáhuac, lleva 7 siglos de peregrinar en busca de la señal otorgada por el poderoso Dios Huitzilopochtli para el establecimiento de la ciudad que se enseñoreará de todo el valle, pueblo nómada, guerrero y sangriento. La tribu invasora llega miserable, cansada y hambrienta, pero es tal la fiereza de sus guerreros, que a su paso van dejando una estela de humo y de cadáveres. Nada ni nadie puede detenerlos en su avasalladora marcha hacia el sur; ni las altas sierras ni los estrechos desfiladeros, ni los guerreros más valientes de todas las tribus que se oponen a su paso, han logrado contenerlos. Al avance de la horda bárbara, todos huyen en desbandada, impotentes ante su furor y su impiedad, pues que los crueles invasores no respetan ni sexo, ni edad, ni condición.
¡Ay del que caiga vivo en sus manos, que bien saben el terrible final que les espera en manos de los impíos sacerdotes aztecas, que les abrirán el pecho y les arrancarán el palpitante corazón para ofrecerlo en holocausto al monstruoso y trágico ídolo que llaman Huitzilopochtli.

La orgullosa tribu azteca llegó por fin a Chapultepec al frente del anciano sacerdote Tenoch, el cual levanta los brazos al cielo y se dispone a hablarles:
Tenoch - Nobles y esforzados guerreros mexica: Vuestro Gran Protector, nuestro guía a través de los desiertos o de los pueblos enemigos, ha hecho brotar para mí su palabra tronante y luminosa, rayo que es trueno, relámpago que es luz. Y así me dijo: “Que mi tribu no gima ya por sus miserias, pues quiero asentar en estas hermosas lagunas los reales de los míos; quiero que bajo las gratas sombras de estos hermosos árboles festejen los faustos sucesos del fin de nuestra peregrinación y que para conmemorar el nuevo ciclo que va a principiar, y para despedir al que fenece, se levanten en lo alto del cerro pirámides de corazones calientes y humeantes aún. Y así los nietos de los guerreros que aporten las víctimas, serán poderosos y señores de todo el Anáhuac y de los pueblos y señoríos que no acaten su voluntad”.
Tenoch, continúa hablando:
¡Guerreros mexica, ya oís la orden divina!
“Tú noble príncipe Huitzilihuitl, que eres nieto del Gran Rey de Tzompango, favorito de nuestro Dios, alistarás a los jóvenes más rudos y tenaces en el combatir y al frente de la sagrada hueste irás a recorrer las cercanías del bosque en son de guerra, de la santa guerra que necesitamos hacer para conmemorar las fiestas del fuego nuevo en la cima del cerro, para alimentar la sacra hoguera de la pirámide de corazones ardientes y humeantes... ¡Huitzilihuitl, eres el caudillo de la tribu mexica!”

Xoxipan, la amante esposa de Huitzilihuitl, mujer de gran energía y valiente como el que más de los guerreros mexica, se acercó a éste para decirle:

“Hemos llegado al final de nuestra peregrinación y según lo dicho por nuestro Sumo Sacerdote, aquí debemos sentar nuestros reales. Ahora toca a nosotros engrandecer la raza mexica para que llegue a ser la más poderosa de todas las de la tierra, más temo que no podamos llevarlo a cabo ya que puede extinguirse por la falta de mujeres que conciban guerreros vigorosos y valientes que defiendan su poderío.
Huitzilihuitl - ¿Y qué hemos de hacer para ello, amada Xoxipan? – Aconséjame tú, que eres sabia y tanto amas a nuestro pueblo.
Xoxipan – Todas mis compañeras están débiles por la larga marcha y son muchas las que han quedado en el camino. Necesitamos mujeres fuertes y abnegadas que den hijos al pueblo mexica. Allí...
– su diestra se extendió abarcando el valle y los lagos azules que se perdían en la lejanía –
- hay muchas mujeres que serán las madres de nuestros futuros guerreros.
Huitzilihuitl – Iremos a buscarlas.

– Los señores de Atzcapotzalco, Xaltocan y Acolhuacán, alarmados ante la presencia de las hordas bárbaras, formaron una alianza para combatir a los invasores, y hallábanse celebrando consejo cierta noche, cuando éstos cayeron de improviso sobre las descuidadas huestes de los tepanecos – que así se llamaban los moradores del valle – arrasando sus xacalli y apoderándose de todos los que no tuvieron tiempo de escapar o quedaron muertos bajo las formidables macanas.
Las hordas mexica regresaron triunfantes a Chapultepec, conduciendo tres mil hombres y mil setecientas mujeres – entre estas se hallaba la bellísima Xochipapalotl, princesa chichimeca prometida a un hijo de Coxcox, señor de Atzcapotzalco.
El caudillo Huitzilihuitl quedó prendado de ella y la requirió en amores, pero la altiva princesa permaneció muda ante la feroz pasión del guerrero.
En cambio, las otras mujeres raptadas, de grado o por fuerza, aceptaron tener por dueños a aquellos valientes mexica que a través de los siglos continuaban su avance triunfal hacia su soberbio destino de dominación.


EL ORIGEN DEL MUNDO


1. Cuentan que Aquel que todo lo hace quiso forjar su obra maestra y así formó al hombre labrando la figura humana con barro húmedo y con heno verde. El barro se convirtió en carne y el heno verde, se endureció hasta convertirse en huesos. Con el soplo divino y el calor del Sol, la estatua tomó forma y vida y la Luz le infundió su espíritu.
Y aquella figura con vida y con alma, aquel Primer Hombre, comenzó a andar solitario por la tierra, hasta que cierto día de él mismo nació la mujer, que dentro de él estaba, y que salió por uno de sus costados.
Fue así como el hombre rojo tuvo una compañera que le entendía sus palabras y que amorosamente compartiera su soledad. Y de la unión de aquellos dos seres nacieron hijos que comenzaron a poblar la tierra.
2. Cuentan las gentes, por lo que oyeron decir a sus antepasados, que cuatro enormes gigantes sostienen con sus grandes brazos el techo azul de la tierra. Son los bacabes. Uno de ellos es de color rojo, como los hombres que pueblan el Mayab, y trae las lluvias benefactoras que germinan las simientes en el vientre de la tierra y enciende la llama del amor en el pecho de los enamorados.
Otro de amarillo color, hace musitar en las bocas de los hombres la oración hacia Aquel que todo lo creó y propaga el amor y la paz entre los semejantes.
El tercer bacab es blanco como la nieve; su voz es potente como el viento que viene del norte y anima a los guerreros en las batallas.
Por último, el cuarto bacab es negro, color del Mal, y es quien trae las tinieblas y las enfermedades y todas las desgracias que sufren los hombres en la tierra.
Y dicen que los cuatro gigantes luchan constantemente entre sí, disputándose el gobierno de los hombres rojos, y según el que vence es el que manda. Y así los días transcurren felices cuando guían a los hombres los bacabes de rojo o amarillo color, y son desdichados y funestos cuando rigen los destinos del pueblo los de blanca o de negra piel.
3. El hombre rojo vivía feliz sobre la faz de la tierra. Porque aquél que todo lo puede así lo había dispuesto, reinaba en el agua, en el aire, en el fuego y en la tierra. Su vida era tranquila y en su pecho palpitaba el amor para sus semejantes.
Pero llegó un día en que el espíritu del Mal anidó en su corazón. El odio y la envidia hallaron cobijo en la que fue hasta entonces la pura rosa encarnada de su pecho. La clara luz de su inteligencia se opacó entre las tinieblas de la maldad. A la Felicidad sucedió el Dolor; a la Paz, la cruenta Guerra, con su cohorte de ruindades y miseria.
Y así fue como el Poder que lo había creado, avergonzado de su obra, castigo al hombre rojo con los mismos elementos que este antes dominaba.
Como primera advertencia a su maldad, desencadeno todos los vientos del mundo que arrasaron la tierra toda. Pero el hombre rojo no quiso ver en ello la cólera de su Creador y siguió por su mal camino.
Esta vez toco al fuego su obra devastadora y las plantas que le daban vida y los árboles que le ofrecían grata sombra se retorcieron entre las llamas crepitantes y todo verdor acabo en el mundo. Y el hombre rojo no quiso comprender el castigo que se le enviaba.
Y he aquí que cierto día oyó unos terribles truenos que surgían de las entrañas de la tierra y de pronto las mas altas montañas comenzaron a desmoronarse y los valles a abrirse en profundas simas sepultando los pueblos que se habían apartado de Aquel que todo lo hizo y todo lo puede. Y el hombre rojo que había perdido la Luz y el Espíritu, alejábase más y más de su Sabio Conductor.
Fue entonces cuando Él quiso acabar para siempre con el hombre rojo y este vio con espanto como los ríos se salían de madre y las aguas turbulentas inundaban los valles y se convertían en mares que se tragaban sus pueblos y todas sus maravillas.
Y de la gran Tol-Lan, que tenia siete puertas de oro macizo, y de otras mil ciudades no quedó el menor vestigio.
Y el hombre rojo, hecho de barro al fin, se disolvió entre las furiosas aguas.
4. Pero la cólera de Él no llego hasta las tierras del Mayab, porque ahí vivían hombres buenos y justos que le adoraban y cumplían los preceptos que los sabios y puros habían escrito en las piedras y en los libros llenos de virtud.
Y así, todas las tierras desaparecieron bajo las aguas, todas aquellas tierras donde moraban los hombres malos, menos el Mayab.
Muy pocos de los hombres rojos que vivían en los lugares adonde llego el castigo pudieron salvarse, y así ocurrió porque eran buenos; y fueron a refugiarse en las ciudades santas de Itzmal y de Chichen-Itza, donde recibieron hospitalidad ofreciendo a cambio los dones de su sabiduría.
5. El Señor Zamná regia los destinos del gran pueblo del Mayab. Todos lo querían y veneraban, porque era un hombre sabio y justo. No faltaban quienes dijeran que era reflejo de la Luz de Arriba enviada por Él para guiar a las gentes por la senda del amor y de la virtud.
Sabíase que había llegado a aquellas tierras desde el mar y fundo la ciudad santa de Itzmal, donde hallaron albergue los Itzaes, que quiere decir “hombres santos”.
El Señor Zamná enseño a su pueblo muchas cosas que ignoraban, les repartió tierras enseñándoles a cultivarlas y les dio a conocer la existencia de Aquél que todo lo había hecho, al que debían adorar como Autor de todo lo existente.
Y fue así como los Itzaes, laboriosos y dignos, fueron los únicos que se salvaron de la terrible cólera celeste.
Estas y otras muchas cosas grandes sucedieron en las tierras que poblaban los hombres rojos y que han llegado a nosotros a través de la bruma de los tiempos, tal vez difuminada por el olvido o realzadas por la imaginación, pero todas ellas con un fondo de verdad…


Bella historia de nosotros – “nuestros antepasados” – que vivieron en el territorio que hoy orgullosamente llamamos “MÉXICO” – en honor de esa raza “Chichimeca” que llega al Valle de las siete lagunas, parte del altiplano, y recibe como herencia la cultura “Tolteca”, asimilándola a la propia y transformando su entorno hasta convertirla en una de las más hermosas del mundo prehispánico. Ello es lo que mueve a conocer nuestras raíces – tan poco apreciadas por nosotros mismos, y muchas veces muy apreciadas por extranjeros que llegan al país y descubren su grandeza, por esto lo subo a mi página para tratar de dar a conocer un tanto el contenido de esas raíces que nos sustentan y conforman lo que debemos ser.

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