martes, 19 de febrero de 2013

LAS MADRINAS DE GUERRA EN LA HISTORIA

LAS MADRINAS DE GUERRA EN LA HISTORIA
            El  papel de las mujeres en la Guerra Civil ha sido largamente estudiado y, a estas alturas, parece bastante claro que hay pocas dudas sobre su carácter como personajes secundarios, tanto en la retaguardia como en los campos de batalla. Es cierto que muchas mujeres republicanas lucharon en los frentes, especialmente en los primeros meses de la contienda, pero se trató de una aparición fugaz. Tampoco en la retaguardia consiguieron desarrollar actividades de especial relevancia, salvo las grandes excepciones de políticas como Dolores Ibárruri o Federica Montseny, entre otras, que marcaron las distancias frente a las mujeres del bando franquista, cuya presencia en la vida pública o en la toma de decisiones fue prácticamente irrelevante.
Y sin embargo, para muchas personas que padecieron la Guerra Civil en sus propias carnes, aquella locura constituyó paradójicamente un avance en el camino de la mujer española para su liberación. Un avance que se dio seguramente más en las costumbres que en la legislación. Por supuesto, no hay punto de comparación entre la situación de las mujeres que vivieron en el bando republicano frente a las que cayeron en el bando franquista.
            Mientras que, como se ha dicho y es sobradamente conocido, algunas mujeres republicanas engrosaron las milicias en Madrid y en otras ciudades importantes durante el mes de julio y todo el verano de 1936, las mujeres que vivieron en el territorio franquista quedaron relegadas al papel estrictamente femenino que posteriormente el nuevo Estado destinó a la mujer española en general: madre y “esposa ejemplar” que aguardaba la llegada del marido en el hogar en el que imperaba, aunque difícilmente podría considerarse como dueña del mismo.
            Desde esta perspectiva paternalista, las mujeres del bando franquista que querían participar en el esfuerzo de guerra tenían que limitarse a realizar las tareas propias de su sexo y que, tradicionalmente, habían venido desempeñando a lo largo de todos los conflictos: enfermeras, algunas trabajadoras en fábricas (muy pocas en realidad), postulantes para el socorro del soldado (tabaco, calcetines, golosinas, etc) y, naturalmente, madrinas.
            Los movimientos feministas españoles recibieron un fuerte impulso con la instauración de la II República Española. No sólo las organizaciones exclusivamente de mujeres, también los partidos de izquierdas apoyaron las reivindicaciones femeninas, aunque con más o menos entusiasmo, según los casos y las personas.
Sin embargo, resulta casi obvio afirmar que, a partir de julio de 1936, las asociaciones de mujeres y los partidos sólo sobrevivieron en el bando republicano. En la zona nacionalista, ambos fueron suprimidos de manera radical. Las organizaciones de ideología conservadora fueron integrándose de forma paulatina en la Sección Femenina de la Falange (FE y de las JONS), que adquirió un protagonismo exclusivo. Las “margaritas” de los requetés navarros (llamadas así en memoria de la “reina” Margarita, esposa de Carlos VII, tercero de los “reyes” carlistas) resistieron como independientes hasta el Decreto de Unificación, que daría origen a la Falange Española Tradicionalista (abril de 1937).
En un principio, las autoridades franquistas permitieron al partido falangista que impulsase una imagen de la mujer más activa y militante que las asociaciones de tipo confesional. Este planteamiento inicial equivalía a una asunción de los derechos adquiridos en la República, pero sólo tuvo un carácter instrumental y pasajero para aprovecharse de sus ansias por realizar tareas extradomésticas, según Marie Aline Barrachina[1]. En ningún momento se perdió de vista el objetivo de que las mujeres volvieran al hogar y perdiesen y se olvidasen de esos derechos.

LAS MADRINAS DE GUERRA NACIONALISTAS

De forma coherente con la política que planeaban para la mujer española después de la guerra, las autoridades franquistas no le dieron ninguna oportunidad de incorporarse a la lucha directa. Todo lo más trabajaron en los hospitales de campaña (“hospitales de sangre”, en la terminología de la época) y en los de convalecientes de retaguardia. Tampoco hubo demasiadas mujeres que ocuparan los oficios industriales de los hombres, aunque la mujer había trabajado tradicionalmente en el campo. Su contribución a la causa se limitó a permanecer en la retaguardia para desempeñar las clásicas tareas femeninas.
Así, las mujeres que colaboraron con los combatientes franquistas tuvieron un carácter auxiliar. Cosieron uniformes en los roperos, sirvieron en los comedores infantiles del Auxilio Social, postularon pequeñas ayudas para los militares, visitaron a los heridos y a los soldados en el frente y, como se ha dicho, se convirtieron en enfermeras.
Unas actividades relacionadas con el papel que la “nueva España” tenía preparado para la mujer: madre y esposa, relegada a gobernar con diligencia el hogar. Una misión que se calificaba como “fundamental”, respaldando a los hombres que arriesgaban sus vidas por la Patria. La actividad de las madrinas de guerra surge así como un segundo papel voluntario, claramente femenino y que se utilizaba como apoyo moral a los combatientes, algo que sólo podía lograr con éxito una “mujer de familia”.
De esta forma, las jóvenes se ofrecían a los soldados para mantener una correspondencia regular. Cuando recibían las cartas de su madrina, los militares podían crearse la ilusión de que “hablaban” con chicas amables en la misma trinchera, justamente donde sólo había muerte, miedo y privaciones.
 El bando franquista convirtió a la madrina de guerra en una especie de institución de carácter semioficial. Su actividad representaba el apoyo simbólico de la población civil a los combatientes. Cada carta equivalía a un mensaje que enviaba la tan denostada “retaguardia”, asegurando que no se olvidaba de los héroes que sufrían en primera línea. Las muchachas mandaban no sólo cartas. Sus protegidos también podían recibir distintos regalos como tabaco, jerséis, mantas, embutidos, periódicos (muy apreciados por los soldados) y, por supuesto, medallas religiosas y los conocidos escapularios con el lema “Detente Bala”.
La idea de escribir a muchachos desconocidos que podían morir en cualquier momento debía de surgir de forma espontánea en las aspirantes a madrinas, pero los insurrectos les dieron muchas facilidades. La correspondencia con los soldados era gratuita. Los periódicos, especialmente el semanario “La Ametralladora” (precursor de “La Codorniz”), publicaban las numerosas peticiones de los militares y los ofrecimientos de las chicas para mantener correspondencia. Unos anuncios que firmaban con seudónimos tan extravagantes como Pedro Matapiojos, Tarzán de las ratas, Tarzán de las vacas, Tarzán de las mujeres o Manso el Furioso, mientras que las futuras madrinas se apodaban como Sonsoles tomate verde, Sonsoles Quita Penas, La Panoli num. 1, La Panoli num. 2, La Panoli num. 3 o La Panoli num. 4.
Una antigua madrina, Pilar Santamaría, resumía en sus memorias la misión de la madrina, que para ella constituía una labor patriótica:

Las madrinas de guerra eran como una obligación moral, dulce y femenina. ¿Qué más indicado para nosotras que consolar, animar, llevar a los soldados del frente, un poco de optimismo y de ilusión?
     Ellos que luchaban, que estaban a la intemperie, bajo las estrellas, que cuando mirasen al cielo, creyesen que sus parpadeos les enviaban recuerdos y sonrisas.
     ¡Qué labor tan bonita y humana! La madrina era para el soldado un consuelo, una ilusión. [...]
     ¡Qué contento se ponía aquel soldadito huérfano, que no encontraba para sus penas, más que el aliento en las cartas de su madrina! [2]
 
            Esta descripción del papel de la madrina coincide con la visión que los propios soldados tenían de sus corresponsales. En el libro Madrina de Guerra. Cartas desde el frente[3], donde se recogen las 122 cartas que Carmen Sánchez conservó de sus más de 30 ahijados, el teniente médico Mariano Clavero Juste, resume su particular idea de lo que debía ser una madrina:

     Porque la madrina no la concibo de otro modo: un poquitín madre; otro poquito de hermana de la caridad; otro poquillo novia; y un 90% de amiga leal [27 de septiembre de 1938].

Y los corresponsales, una vez que aceptaban a la madrina, se encargaban de recordarle periódicamente las obligaciones que había contraído con ellos. Eran muy conscientes de sus derechos, como lo demuestra el propio Mariano Clavero, cuando en una carta anterior hacía a Carmen Sánchez una poética relación de sus deberes:
 
     Porque eres tú, por el cargo que te has impuesto, la que tiene que derramar la misericordia sobre mí; consolar al triste; dar de comer y beber al hambriento y sediento de afecto, enseñar al que no sabe lo que pasa por ahí; redimir al cautivo del tedio y enterrarlo si lo matan al ahijado y rezarle una oración. [9 de septiembre de 1938][4]

Los nacionalistas concedieron tanta importancia a esta figura, que llegaron a buscar madrinas incluso en Japón. Según el profesor Florentino Rodao[5], en 1937 el Gobierno de Burgos estrechó sus relaciones con el Imperio del Sol Naciente, que había invadido China. Para los franquistas, esta guerra en Extremo Oriente constituía todo un ejemplo de la lucha contra el comunismo. Por el contrario, la República española se solidarizó con China, el país agredido.
Algunos oficiales franquistas, entre ellos el entonces teniente Jaime Milans del Bosch, solicitaron madrinas de guerra en el periódico Asahi Shimbun, por medio de unos anuncios que eran insertados por José del Castillo, representante diplomático del Gobierno de Burgos en Tokio. Florentino Rodao asegura que la correspondencia de las jóvenes japonesas fue remitida a la Séptima Bandera de la Legión y al crucero Baleares, aunque no comenta nada sobre el idioma en que se comunicaron los militares españoles y sus madrinas niponas.

LAS MUJERES REPUBLICANAS, UNAS MADRINAS TARDÍAS

Las madrinas republicanas tuvieron un desarrollo más tardío, y también bastante fugaz, posiblemente porque como se ha dicho, las mujeres desempeñaron un papel mucho más activo en la contienda. La presencia entusiasta de las milicianas en los campos de batalla españoles constituyó una novedad en Europa Occidental, aunque para muchos, su eficacia fue más propagandística que bélica.
 El entusiasmo antifascista de los primeros días se tradujo en un gran número de milicianas que debería haber tenido una mayor influencia desde el punto de vista militar y no sólo en términos de propaganda. Sin embargo, en la mayoría de los casos la falta de preparación bélica de aquellas mujeres limitó su capacidad de combate, sobre todo si las compara con la experiencia de las aguerridas tropas del ejército de África que tenían enfrente.
Tal vez por eso, la República devolvió enseguida a la mayoría de las mujeres a la retaguardia, donde se dedicaron a tareas más tradicionales, como la confección de uniformes. En el Ejército Popular también aparecieron muy pronto las actitudes conservadoras que daban primacía al sexo masculino frente al femenino. La figura de la miliciana se vio muy pronto rodeada por una agria polémica que concluyó con su alejamiento de las trincheras. Probablemente, las verdaderas mujeres-soldado de la época constituyeron una excepción. En opinión de bastantes historiadores y de muchos militares republicanos, las milicianas carecían de la suficiente fuerza física y de instrucción militar como para superar la dureza de los combates.
Una opinión dudosamente objetiva a la que se añadirían los prejuicios propios del machismo, que trataron de identificar a las auténticas milicianas con algunas prostitutas que se sumaron a las columnas populares en la Sierra de Madrid. Todavía hoy podemos oír a más de un viejo combatiente republicano asegurar que aquellas falsas milicianas “habían causado más bajas que el enemigo”.
En 1938, el alejamiento de las mujeres del frente se había consumado casi por completo. La revista Vida nueva, publicada en Jaén hacía una serie de “recomendaciones” sobre el papel que debía desempeñar la mujer en la guerra, y que recogió muchos años después el profesor Francisco Cobo Romero:

     La mujer, en la retaguardia para ocupar hospitales, ya que la dulzura de la mujer no tiene rival para estos menesteres; en las guarderías infantiles, porque la mujer aunque no sea madre, el sexo le llamaba y sabe serlo; en las fábricas, en los puestos mejores y de menor esfuerzo por su debilidad y estructura; y en las oficinas, en aquellos puestos en que pueda desarrollar una labor fructífera, siendo deber del hombre enseñarla y educarla, para que cuando a él le obliguen a dejar su puesto haya una mujer capaz de desempeñarlo.[6]
 
Al quedar postergadas de la lucha directa, las mujeres republicanas comenzaron a alistarse en las “brigadas de reserva”, por las que apostó el Partido Comunista. Su misión era la de estimular la actividad productiva en la retaguardia. El Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo organizó la participación femenina en la retaguardia.
En agosto de 1936, sólo un mes después de que empezaran los combates, se fundó la Comisión de Auxilio Femenino, que reclutó mujeres para la confección de uniformes y creó guarderías infantiles para los hijos de las trabajadoras. Más tarde, también participaron en las tareas de fortificación y trabajaron en las industrias bélicas. En Madrid, convertida en frente de guerra durante casi todo el conflicto, las mujeres formaron también grupos de vigilancia contra los espías franquistas que se organizaron en la llamada Quinta Columna
Al igual que en el caso de las mujeres nacionalistas, la colaboración femenina en la retaguardia del bando republicano también tenía un claro horizonte temporal, aunque se presentase como un paso hacia la emancipación. En realidad, la participación en los ámbitos públicos y productivos tenía un carácter provisional, sólo hasta que los hombres a los que habían sustituido volviesen del frente y les “devolviesen” sus puestos de trabajo. Un planteamiento que ya se había dado en los países que participaron en la Primera Guerra Mundial.
Y, al igual que las mujeres franquistas, también las republicanas fueron madrinas de guerra, aunque mucho más tarde que aquellas. Comenzaron a aparecer aproximadamente hacia 1938 y tuvieron un carácter muy distinto al de sus “colegas” del bando nacionalista.
Muchas de aquellas madrinas republicanas no se limitaron a escribir cartas a los soldados o a  enviarles paquetes. En su libro, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Mary Nash[7] alude a las cartas de madrinas y ahijados republicanos, aunque asegura que las corresponsales no se limitaban sólo a escribir cartas, sino que también visitaban a los soldados en el frente (se supone que a los que estaban estabilizados o inactivos), donde les hacían compañía, les lavaban la ropa y cocinaban. Unas visitas que se enmarcaban dentro de las “campañas de invierno” para facilitar ropa adecuada a los soldados y para mantener un contacto directo con los defensores de la República.
Pese a los derechos que la República reconoció a la mujer, el papel de la madrina de guerra republicana enlazaba con una visión tradicional que postergaba al sexo femenino para que acabase representando el mismo papel secundario que las del lado franquista. Por el contrario, la figura de la miliciana había aportado un ángulo innovador.
Salvo excepciones de tipo individual, la figura de la madrina de guerra republicana (aquí es difícil hablar de “institución” como en el caso de las nacionalistas) se caracterizó por su brevedad. Se desarrollaron muy tarde, hacia 1938, y desaparecieron incluso antes de que terminase la guerra. Al parecer, las autoridades leales liquidaron muy pronto esta práctica ante el temor de que se produjeran filtraciones que pudiesen ser utilizadas por el enemigo. Contrastan estas cortapisas oficiales con el impulso continuo que la institución de las madrinas recibió del Gobierno de Burgos. También habría que insistir en la preferencia de muchas madrinas republicanas por visitar el frente, a veces cada semana, antes que por el intercambio de cartas.
Estas circunstancias son las que han dificultado mucho la conservación de cartas de madrinas republicanas. Además, no hay que olvidar que al terminar la guerra, posiblemente muchas madrinas y militares de la República debieron de destruir esas cartas por miedo a que pudiesen encontrarlas en su poder los policías del “nuevo Estado”.
Aún así, Mary Nash reproduce algún pequeño fragmento en su libro. También en internet aparece el dato de que Artur Inglés[8], un barcelonés que combatió en el Ejército Popular, tuvo una madrina de guerra llamada Teresa, que era amiga de una de sus hermanas.
Tampoco los testimonios personales y familiares nos han aportado mucho. En unos casos, porque “bastante había con trabajar y buscar comida en el Madrid sitiado como para dedicarse también a hacer de madrinas” y, en el caso de los hombres, porque “eso de las madrinas de guerra fue un invento de los otros, de los nacionales”, como nos dijo Joaquín Sáenz de Urturi; un aviador republicano que realizó casi 70 misiones de combate a bordo de su Polikarpov I-16 (un avión ruso motejado como “mosca” y “rata”) y que en 1937 se carteó con una muchacha de Alcalá de Henares a la que nunca llegó “a considerar como su madrina” y a la que dejó cuando descubrió “que era una carca”.
Y en este apartado cabría hablar también de las “madrinas de presos”. Unas figuras que, de manera improvisada, protagonizaron varios casos entrañables de solidaridad con los republicanos capturados por los franquistas durante la guerra y que no podían recibir ayuda de sus familiares que vivían en la otra zona.
Según cuenta David Orihuela en el diario de Oviedo La Nueva España[9], muchas jóvenes de Candás (Asturias) amadrinaron a los republicanos catalanes encerrados en una fábrica convertida en campo de concentración después de que los nacionalistas ocuparan Asturias en octubre de 1937. Las madrinas “... cuidaban de ellos y se comunicaban por misivas clandestinas que se arrojaban por las ventanas. Una vez en libertad los presos, juntos iniciaron una vida en común”.
Y lo mismo hicieron algunas muchachas gallegas de Villagarcía de Arosa, en Pontevedra. En este caso, los ahijados eran republicanos asturianos que estaban presos en el campo de concentración de Rianxo. Según se relata en el portal de historia Asturias Republicana[10], en las Navidades de 1937:

[...] se hizo en Villagarcía de Arosa una colecta para los prisioneros. Cruzaron la ría en una lancha y les llevaron ropa, castañas, nueces, vino, manzanas y calzado. En algunos bolsillos de esa ropa venían las direcciones de chicas que se ofrecían como “madrinas de guerra” de los prisioneros...

MADRINAS ESPAÑOLAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

              En la Segunda Guerra Mundial, España se declaró oficialmente neutral, pero no así muchos españoles, que lucharon a título individual tanto en el bando aliado como en el nazi. Naturalmente, la división que hubo en la Guerra Civil, se reprodujo en la gran contienda. Casi podríamos hablar de una nueva guerra civil dentro de la Mundial, aunque rara vez llegaran a verse las caras en el campo de batalla. Una situación que se dio en muchos otros países, cuando se enfrentaron los partidarios de los gobiernos fascistas y de los demócratas (pensemos en la lucha de los partisanos italianos contra los defensores de Mussolini, o la Francia libre contra el régimen de Petain, los guerrilleros yugoslavos de Tito contra las tropas del general Mihailovitch, etc).
Muchos de los republicanos que lograron salir de España tras la derrota se unieron a los ejércitos aliados para luchar contra los antiguos socios de Franco. Tanto en la Legión Extranjera francesa como en la mítica Resistencia (el maquis), hubo españoles que prosiguieron la lucha contra Alemania e Italia. Podemos recordar aquí a la Novena Compañía de la División Leclerc (integrada en el ejército de De Gaulle) que estaba compuesta íntegramente por españoles. Los primeros tanques que liberaron París estaban tripulados por antiguos republicanos y tenían los nombres de las batallas de la Guerra Civil. Los españoles cumplieron su parte del trato, pero una vez terminada la gran contienda, los aliados se olvidaron de cumplir la suya y permitieron que la dictadura franquista perdurase a lo largo de 40 años.
Algunos de estos veteranos combatientes tuvieron indudablemente madrinas de guerra. Hemos constatado que Matilde del Valle actuó como una “joven madrina” con su propio marido, Fidel, y con el capitán Juan Castillo, que habían estado internados como tantos otros republicanos en el terrible campo de concentración de Argelès-sur-Mer antes de enfrentarse a los invasores nazis, según relata Denis Fernández-Recatalá en el diario L’Humanité[11].
La actriz Carlota Soldevila, una de las fundadoras de Els Joglars y del Teatre Lliure, aseguraba en una entrevista publicada en www.publicacions.bcn.es que durante la Segunda Guerra Mundial vivió en París y fue “padrina de guerra”[12] de un armenio al que movilizaron para luchar contra los alemanes. Carlota Soldevila aseguraba que “se dejó amar” por su ahijado y que “fa poc que he trencat les seves cartes...” (“...hace poco que he roto sus cartas...”).
La creación de la División Azul ofreció una nueva oportunidad a las antiguas madrinas de los soldados franquistas para que reanudasen su actividad. Esta unidad de voluntarios españoles no tenía ninguna relación orgánica con nuestro ejército, estaba encuadrada en el alemán y constituyó una especie de “apoyo simbólico” del nuevo régimen contra la Unión Soviética.
De nuevo aquí, las autoridades dieron numerosas facilidades para que los militares recibieran las cartas de la retaguardia. El correo era gratuito, pero se produjeron algunos roces con los mandos nazis debido al mal funcionamiento del Feldpost[13], como afirma Manuel Vázquez Enciso en su “Historia Postal de la División Azul”, que incluso reproduce un escrito enviado por el coronel Manuel Estrada al agregado militar en la Embajada de España en Berlín, el teniente coronel Juan Roca de Togores:
 
Estoy seriamente preocupado por la manera de funcionar el correo particular. Las cartas de los familiares de la División Española de Voluntarios, no llegan a los destinatarios. Son numerosísimas las quejas que recibo de personas que están alarmadas, pues en las cartas que de sus deudos reciben, estos les dicen que no han recibido ninguna noticia de España desde su salida [...][14].
 
En el libro ya citado “Madrina de Guerra. Cartas desde el frente”, se recogen varias cartas dirigidas por los divisionarios españoles a su madrina, Carmen Sánchez.

UN INVENTO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
 Una vez que hemos visto cómo actuaron las madrinas de guerra en los dos bandos del conflicto, convendría que hiciésemos un breve recorrido por la historia de esta figura. En primer lugar, hay que aclarar que no fue un invento de Franco, ni siquiera un invento de la Guerra Civil. En España se había introducido en la década de los años 20, durante la Guerra de África, tal como lo atestigua este anuncio publicado el 10 de octubre de 1924 en El Noticiero Extremeño:
Madrina de guerra.- Nos escribe solicitando madrina de guerra el sargento de la primera compañía del batallón expedicionario de Castilla número 16, que se encuentra en Tetuán, don José Bala López[15].
Las primeras referencias históricas de que disponemos datan de la Primera Guerra Mundial. La mayoría proceden de Francia, Bélgica, Quebec (Canadá francés) y unas pocas de Italia. Aunque muchas francesas abandonaron las tareas supuestamente femeninas y se convirtieron en munitionettes (trabajadoras de las fábricas de armas), la  prensa y la literatura ensalzaban más los papeles tradicionales de las mujeres como enfermera, dama de la caridad o madrina de guerra.
Los contactos entre los corresponsales se establecían por medio de La vie parisienne, una revista humorística y erótica donde los militares ponían anuncios solicitando madrinas de guerra. Resulta fácil imaginarse a los soldados franceses, los entrañables poilus[16], escribiendo en las trincheras a una joven desconocida para evadirse de la terrible realidad que constituían las carnicerías de las batallas de la “Gran Guerra”.
Seguramente, los militares les contarían los horrores que estaban padeciendo en el frente, les hablarían de lo que esperaban hacer cuando terminase el conflicto y, también, les pedirían pequeños regalos como tabaco, una pipa, embutidos, calcetines de lana y jerseys, que parecían ser los objetos más preciados para aquellos hombres que carecían de todo. A cambio, algunos enviaban a la madrina su “artesanía de guerra”, los pequeños objetos y figuras que tallaban con la navaja en trozos de madera o en los casquillos de los proyectiles.
Pero no todos los obsequios enviados por los militares tenían ese carácter artesanal. Algunas madrinas, las más afortunadas, también podían recibir versos. Todo era cuestión de elegir bien al ahijado, como le sucedió a Yves Blanc[17], que se convirtió en la madrina del poeta Guillaume Apollinaire, a quien conoció durante un viaje en tren y que la obsequió con un poema:
 
         Para Y.B
 

Aunque me llegó en agosto su cuarteto de abril

Me ha librado de todo mal y de toda herida

Su dulzura me persigue en toda mi aventura

Durante este año, oscuro como el mil.                  

Yo os lo agradeceré si es posible,  lo aseguro
Cuando venzamos al alemán cobarde y vil
De cuya injuria la virtud francesa ha sido víctima.
[Poemas a la madrina]
 
Apollinaire e Yves Blanc mantuvieron una larga correspondencia que en los años 50 se publicó en un libro titulado Lettres a sa marraine. En 1999, los originales de las cartas fueron vendidos en París por unos 60.000 euros. En su carta del 5 de diciembre de 1915, Apollinaire se expresaba así: 

[...] Ya estoy en la trinchera de primera línea desde hace seis días. El horror no se puede describir, todavía menos imaginar. Desde estos abismos blancos, llenos de agua y regados por la lluvia metálica y hedionda de los más temibles ingenios de guerra, le envío el testimonio afectuoso de mi amistad para usted, mi madrinita muy querida[18].
 
El poeta tuvo otras dos corresponsales más. Su novia oficial, Madeleine Pagès, y su amante, la aristócrata Louise de Coligny-Châtillon. La correspondencia con esta última, una mujer casada, está recogida en el libro Lettres à Lou[19]. Pero Apollinaire no pudo disfrutar de la victoria. En 1916, resultó herido en la cabeza y le quedaron graves secuelas. En noviembre de 1918, sólo unos días antes de que se firmase el Armisticio, falleció en París víctima de la “gripe española”. Wilhelm Apollinaris de Kostrowitsky, Guillaume Apollinaire para la Literatura, se convirtió así en uno de los 525 escritores franceses que sucumbieron en la Primera Guerra Mundial. Una cifra que debe engrosarse con las muertes de numerosos pintores y músicos de ambos bandos.
Además de Apollinaire, hubo otros escritores y artistas franceses que también tuvieron madrina de guerra. El poeta Jean Pierre Calloc’h (Yann Ber Kalloc’h en bretón) mantuvo correspondencia con madamme Alleno, de la que apenas constan datos. Calloc’h murió el Martes Santo de 1917. Entre sus ropas apareció una última carta de contenido profético:

En medio de un descampado, en un agujero recubierto con una chapa, bajo la cortina de acero de los cañonazos. Os escribo apoyado en las rodillas. Hace mucho frío, llueve y nieva y no  tenemos fuego. Éste es el país de la miseria y del  dolor.[...]
     Debemos atacar sin demora. Iremos porque es preciso. Y esto puede ser un adiós.

            En una carta menos dramática, fechada el 18 de septiembre de 1915, el también escritor Henri Barbusse mostraba su agradecimiento a Jeanne Charrot:

Mi querida madrina,
Ya tengo la pipa. Me ha llegado en una cajita junto con el tabaco que poco a poco absorberá. ¡Esta pipa me parece simplemente perfecta!.

            Y como se decía al principio de este epígrafe, también hubo madrinas quebecois que se cartearon con sus paisanos en la Gran Guerra. En 1996 se publicó la correspondencia de Paul Norac (seudónimo del periodista de Montmagny, Paul Caron). En ella aparecen las cartas de Henriette Bourassa Chauvin, a quien eligió como madrina en 1914. Caron-Norac murió en abril de 1917. En 1920 recibió a título póstumo la Cruz de Guerra francesa.
            El músico Maurice Ravel, que combatió en la Primera Guerra Mundial pese a tenía ya 39 años, dedicó el Minueto de su obra Le tombeau de Couperin al hijo de su madrina, que había caído en el frente. Sin embargo, no hay constancia de que el músico pudiese disfrutar de la generosa protección de la bailarina y actriz rusa Ida Rubinstein, a la que años más tarde dedicaría precisamente su conocido Bolero. Ida Rubinstein fue una excéntrica madrina de los militares franceses en las dos guerras mundiales.
            Se cuenta que en la primera contienda, Ida Rubinstein acudía al frente en coches de lujo, acompañada de sus criados para visitar a los heridos. Les invitaba a champán francés y les cuidaba. Y quienes la conocieron piensan que los soldados heridos debían de creer, en los desvaríos de la fiebre y del dolor, que ya se habían muerto y habían subido al cielo, donde les estaba cuidando un ángel. En 1914, fundó un hospital auxiliar y se convirtió en enfermera voluntaria. Coco Chanel le diseñó una cofia de estilo egipcio.
Cuando en la Segunda Guerra Mundial los nazis invadieron Francia, Ida Rubinstein, deorigen judío, tuvo que huir a Inglaterra. En Londres recuperó su vocación por el madrinazgo a los  55 años. En la capital británica, entonces acosada por los bombarderos alemanes, se convirtió en la madrina de los pilotos franceses alistados en la escuadrilla “Alsacia”, encuadrada en la mítica RAF.
            Esta vez, más que como una madrina, Ida se comportó como una madre con sus protegidos, a los que invitaba a cenar en su lujosa suite del Hotel Ritz. Uno de sus más asiduos visitantes fue Jean Maridor, un as de la aviación francesa que utilizaba el sobrenombre de Jean Cailloux para evitar represalias nazis contra su familia.

LAS MADRINAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

            En la Segunda Guerra Mundial los países francófonos ya no fueron los únicos en fomentar la figura de la madrina. También hubo madrinas inglesas, soviéticas, polacas... y hasta españolas, que escribían a esos hombres que lucharon en una especie de epílogo de nuestra Guerra Civil, unos con el ejército alemán en la División Azul y otros con los aliados.
            En el ejército soviético hubo miles de mujeres-soldado, pero Stalin animó a las jóvenes de la retaguardia a que se hiciesen madrinas de guerra. En el libro Berlin. The Downfall 1945, Antony Beevor asegura que “(...) miles de muchachas solitarias, reclutadas para trabajar en las fábricas de armamento de los Urales o de Siberia, habían estado escribiendo a los soldados del frente”[20]. Incluso existía una Canción para la corresponsal, compuesta por el sargento Vlasienko “en un búnker helado a sólo cuatro pasos de la muerte”.
Francia y Bélgica, durante el poco tiempo que pudieron hacerlo, y de nuevo el Québec mantuvieron la tradición. El gobierno francés incluso la amplió con la campaña “La Escuela, madrina de guerra”. De esta forma, la tarea del madrinazgo se extendió también a los niños. En 1940 se editaron dos carteles en Francia con  el lema L’école marraine du combattant (“La escuela, madrina del combatiente”) para animar a los niños a que enviasen cartas y regalos a los soldados. Muchos años después, los militares argentinos trataron de hacer lo mismo en su desgraciada aventura de las Malvinas (1982)[21], según nos contaba una amiga de Buenos Aires que fue madrina, aunque dudaba de que los soldados llegaran a recibir sus regalos.
También en Sudamérica aparecieron numerosas madrinas durante la Guerra del Chaco, que en los años 30 libraron Bolivia y Paraguay por un pedazo de desierto en el que murieron 90.000 hombres. Casi 70 años después, la boliviana Hilda Alcoreza[22], que se casó con su ahijado, recordaba que los soldados les pedían coquita, cigarrillos y dulces. En Asunción (Paraguay) y en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) existen sendas calles dedicadas a la Madrina de Guerra.
Portugal no intervino en la Segunda Guerra Mundial, pero también tuvo madrinas. Los muchachos que lucharon en las guerras coloniales de Angola, Mozambique o Timor se cartearon con sus madrinas, como evoca el poeta Adriano Gominho en Timor, amor e uma palapa[23].

CIUDADES MADRINAS

            Y si no es posible afirmar de forma tajante que la figura de la madrina de guerra nació en Francia, al menos nos atrevemos a decir que fue allí donde más se desarrolló, hasta el punto de que el madrinazgo no se limitó a las relaciones hombre-mujer, sino que se extendió a las relaciones entre ciudades.
            Durante la Primera Guerra Mundial, las ciudades francesas que estaban en pleno frente fueron calificadas como “mártires” y adoptadas por otras de la retaguardia. Estas madrinas acogieron a los refugiados y, al terminar la contienda, colaboraron en la reconstrucción de sus ahijadas. Numerosas calles y plazas llevan el nombre de la ciudad madrina, como muestra del agradecimiento de sus protegidas.
Podemos citar, entre otros muchos ejemplos, el de Orleáns, que ayudó a Vauquois o el de Aix-en-Provence, que socorrió a Mons Laonnois. Y hay algunos que resultan exóticos, como el de Saigón, que socorrió a Origny-en-Thiérache, porque al parecer su obispo había nacido en esta población. Cabe preguntarse cuántos vietnamitas sabían dónde estaba Origny. En la Segunda Guerra Mundial, Toulouse fue madrina de Vitry-le François. La ahijada adoptó el sobrenombre de la “Ciudad Rosa” en homenaje a Toulouse, que tiene el mismo lema.
Y ya en nuestra época han surgido en Francia y Bélgica unas madrinas muy peculiares que adoptan tumbas de soldados aliados. En internet, una profesora belga, Régine Villers, busca datos de su ahijado, el soldado Frederick F. Villani, que murió el 8 de noviembre de 1944 y está enterrado en el Cementerio Americano de Henri-Chapelle. 

MADRINAS, LITERATURA Y CINE

            La figura de la madrina de guerra ha entrado también en la literatura y el cine. En Francia, la correspondencia de madrinas y ahijados ha sido novelada, es leída todavía en actos públicos y también se ha publicado en internet. Al contrario que en España, la madrina de guerra francesa constituye un personaje literario que, sin ser habitual, tampoco resulta excepcional.
            Recientemente, Catherine Cuenca ha publicado la correspondencia de su abuelo en La Marraine de Guerre[24], una novela para jóvenes que relata las aventuras de Etienne, un poilu que en plena batalla de Verdún escribe a su madrina, Marie Pierre, contándole el espanto de aquella guerra. Asimismo, Michel Jourdain incluye una madrina de guerra en su novela Lettres mortes[25].
            Igualmente, la literatura uber, que encontramos sobre todo en la red, también se ocupa de las madrinas de guerra, aunque de una forma bastante original. En Les deux morts de Lucas Delvaux[26], que firma “Styx”, la enfermera Mathilde se convierte en madrina de Lucas Delvaux, un soldado que es en realidad soldada. Lucas es una mujer que se hace pasar por un hombre y que cae herida en Verdún. Matilde le guarda el secreto y comienza a cartearse con ella. También en internet, en Le temps de pommes[27], Jocelyne Labrousse escribe una trama muy peculiar, con préstamos entre madrinas, madres y ahijados.
            En la literatura francocanadiense este personaje surgió muy pronto. En los años veinte, la novelista Renée des Ormes recogía en Entre deux rives[28] la correspondencia entre un soldado belga y su madrina de guerra canadiense. Otros países también han utilizado la figura de la madrina de guerra como personaje literario. En 1998, Augusta Molinari publicaba en Italia La buona signora e i poveri soldati. Lettere a una madrina di guerra (1915-1918)[29].
            La literatura española incorporó la figura de la madrina durante los años veinte, en plena Guerra de Marruecos. Miguel Mihura publicó en 1922 La madrina de guerra: Comedia en dos actos[30]. Por aquellas fechas, José Martín hizo una caricatura de esta clase de relaciones en Madrina de guerra[31], una novelita semanal que costaba 15 céntimos de peseta. En apenas 30 páginas, Martín crea un enredo en el que un señorito aburrido, Félix Menéndez, se hace pasar por su hermana Julia para cartearse con un soldado que estaba en África. Inopinadamente, el militar se presenta en casa de su madrina y consigue seducir a la auténtica Julia, que termina deshonrada y huye con él.
            En 1978, el poeta Manuel Ríos Ruiz obtuvo el Premio Ejército con su extenso poemario Cartas a una madrina de guerra[32], dedicado a su tío, José Ruiz Holgado, que luchó en la Guerra Civil. La obra de Ríos Ruiz contiene versos tan intensos como estos:

Pero alegra vivir, madrina, clara, mascar el pan, verse el perfil
en los cristales, volver a escribir, resucitar, decirte que te tuve
siempre con los míos en la cabeza, que te soñé entre dolores y vómitos
cuando más padecía y me agarraba a la fe, a la única buena salud
y fortaleza, el arma recóndita y bravía que el soldado esgrime.

            En internet aparece el relato Madrina de guerra, en el que Julián Gustem[33] narra una difícil relación entre un soldado y una mujer que se encuentran en distinto bando, pero que se cartean a través de un amigo inglés. También encontramos una Oración de la madrina de guerra por su ahijado, compuesta por Pepe Urbano, seudónimo del poeta popular José González[34]  de la que reproducimos a primera estrofa:
 
Virgen Santa de la Peña
te ruego con devoción
le prestes tu protección
a mi ahijadito de guerra.
 
            Y en el cine, el personaje de la madrina de guerra aparece en dos películas. La primera es de Frank Capra: The Strong Man (1926) cuenta, con aire de comedia, la historia de un antiguo soldado belga que viaja a Nueva York para conocer a la que fue su madrina durante la Primera Guerra Mundial. En 1941, Roberto Rossellini narró en La nave bianca las andanzas de un marino herido que encuentra a su madrina en un barco hospital, donde trabajaba de enfermera. 

MADRINAS Y MATRIMONIO
            Las madrinas y sus ahijados eran muy jóvenes y resulta lógico pensar que, en muchas ocasiones, esas relaciones fueran haciéndose más profundas en cada carta hasta acabar en boda. El amor surgía entre dos personas que se comunicaban con mucha sinceridad y que trataban de conocerse de manera mutua. Los soldados, porque sentían la soledad que precede a la muerte, y la madrina porque temía por ellos. Y aunque no en todos los casos, sí se produjeron noviazgos y matrimonios.
El cantante Joaquín Sabina se declaraba hijo de la madrina de guerra de un ex seminarista que había desertado del Ejército republicano para unirse a las tropas de Franco. Según afirmaba Sabina en la revista Rolling Stone[35], después de la guerra su padre se fue a Huelva para conocer a su benefactora y se casó con ella.
En Los años difíciles, Carlos Elordi[36] recoge la historia de Jesús, un soldado del ejército de Franco que conoció a Evelina en el tren y la convirtió en su madrina. Después de mantener correspondencia durante varios meses, ambos jóvenes se casaron, pero esta historia tuvo un final muy triste. Jesús murió en el frente y Evelina perdió la razón y acabó internada en un psiquiátrico.
            Una historia bien distinta a la que protagonizaron Ferdinand e Ivette Vas, que en abril de 2001 celebraron en Francia sus 60 años de matrimonio, después del noviazgo postal que mantuvieron cuando Ivette se convirtió en la madrina del soldado Ferdinand[37] durante la Segunda Guerra Mundial.
            Y hemos conocido la historia de dos hermanas sevillanas, Alicia y Victoria, que se casaron con sus respectivos ahijados. La primera lo hizo por poderes con un militar italiano del Corpo di Troppe Volontarie y la segunda con un militar gallego.
            Aunque precisamente no fue éste el caso de nuestra Carmen Sánchez, que pese a ser la madrina de más de 30 militares del bando franquista, después de la guerra se casó con Antonio Ortiz, un antiguo soldado republicano. Una de tantas paradojas que se producen en las guerras inciviles.

MADRINAS ESPAÑOLAS EN TIEMPOS DE PAZ

            Pese a que parecen ser muy pocas las personas que hoy día saben lo que es una madrina de guerra, no deja de ser chocante que, incluso en tiempos de paz, se ha mantenido esta figura en nuestro país, aunque por fortuna tiene un carácter bastante más festivo que el de las actuales “madrinas de paz-madrinas de tumbas” que hay en Bélgica.
            Hasta no hace muchos años, en Benifallet (Tarragona), los mozos que entraban en “quintas” cada año para hacer el sorteo de los destinos del Servicio Militar Obligatorio (la impopular “mili”), elegían como “madrina” a una joven que destacase por sus virtudes o por su belleza. En las Fiestas de Quintos, que se celebraban los días 25 y 26 de diciembre, el mozo al que le había tocado el destino más lejano tenía derecho a bailar con la madrina. La elegida se comprometía a mantener correspondencia con los reclutas para hacerles la mili más agradable[38].
            Aunque la mili obligatoria ha desaparecido hace tiempo, las Fiestas de Quintos se han conservado en Benifallet. Los teóricos “quintos” (jóvenes de 17 a 18 años) eligen cada Navidad a su “madrina”, a la que regalan un ramo de flores y festejan como establecía la costumbre. Aunque la obligación desapareció hace tiempo, en este pueblo de Tarragona la devoción se ha mantenido.

        LAS CARTAS
            Si hubiese que destacar un rasgo común en las 122 cartas que recibió Carmen Sánchez, tendría que ser el de la sinceridad. En la mayoría de los escritos conservados, los soldados, que se saben amenazados por la muerte, abren su corazón a la madrina y dan rienda suelta a sus obsesiones, diciendo cosas que tal vez no se atreverían a contar a sus familiares para no preocuparles. Son muy pocos los que hablan del futuro, tan sólo lo hacen cuando el final de la guerra parece inminente. Por el contrario, hay muchos que vuelcan sus preocupaciones y sus temores en las cartas a la madrina. Hay frases que resultan conmovedoras:

En la guerra no es conveniente tener recuerdos felices, porque como sobre todo en estas unidades de choque consideras que te han de matar tarde o temprano, el recuerdo de una persona, así tan simpática y tan majica [sic] como tú hace que pienses muchas veces, en que en la vida, hay muchísimas cosas interesantes y sobre todo en que así tan joven ¡se pueden gozar tantas aun! [José Lardiés, cuarta carta, 31/8/38]
[Me vas a perdonar que no te haya contestado antes] [...] por haber muerto aquí junto a mi sala un muchacho conocido y puedes calcularte lo que sentiría, y la verdad, no tenía ánimos para escribir [Baldomero Morales Sánchez, cuarta carta, escrita desde el hospital; 7/2/38]
 
            Y esa obsesión por la muerte se convierte para algunos en malos augurios. José González, teniente de la División Azul, lo expresaba unos días antes de caer en la Unión Soviética en unos términos que nos recuerdan a los relatos románticos:

Se me hizo tarde y al atravesar el parque, el cuadro que presencié me erizó el cabello y me hizo pensar un poco en la otra vida: Un rayo de luna, penetrando entre un grupo de árboles, iluminaba la sepultura de un cementerio ortodoxo y se había detenido en ella; me pareció que aquel ojo luminoso había descendido hasta allí para leer el nombre del muerto [16/9/42].

            Los problemas familiares también salen a relucir, como sucede en las atormentadas cartas de Antonio Alamillo:

Ya te dije que la familia me mandó tabaco pero sin escribir y yo me fumaré el tabaco pero sin contestar tampoco. A casa no pienso volver por lo menos mientras dure la guerra y luego Dios dirá [segunda carta, 22/9/37].

            Y por supuesto, surgen los enamoramientos en la distancia y los devaneos, que los soldados llamaban flirts:

Ilusión porque no otra cosa puede ser el atractivo que sobre mí ejerce tu figura epistolaria. Epistolar es tu figura y no de otra forma. ¿Cómo pude yo ver en ti cualidades buenas, o belleza plástica para que me subyugases si no te conozco? Sin embargo, cada día me preocupa más si me escribes o no y lo que me dices (Luis Sánchez Moro, cuarta carta, [2/6/38].
(...) pasé un mal momento, y sigo pasando, (no creas, que te quiero), pero no sé lo que sentí, que me he puesto triste, estoy haciendo grandes esfuerzos, con mi cerebro, para analizar, qué es lo que siento por ti, y todavía no puedo explicármelo (...) [carta de Rafael, sin fecha].

            Pero en las cartas no todo eran asuntos trascendentales. La madrina y los ahijados jugaban a ocultar su identidad y sus rasgos físicos. Los soldados pedían fotos, y la madrina se las negaba. Fueron muy pocos los que consiguieron el trofeo. La mayoría sólo recibió autocaricaturas de su corresponsal:

Por la explicación que me das de tu personita, veo que no estás mal [...] Y eso que no me das detalles; tan sólo me indicas los rasgos más salientes (me refiero a la joroba) [Santiago Santacana, primera carta, 12/10/38].
Todo eso de tuerta, patizamba, etc, bien sabes tú misma que es todo lo contrario. A mí no me pareces tan fea como dices, la verdad [Antonio Gimeno, segunda carta, 18/1/38].

Y, naturalmente, los ahijados correspondían con descripciones similares:

[...] edad 43 años [...] ¡Ah! El pelo es precioso, pues a consecuencia de la tiña se me cayó y sólo tengo uno, pero es rizado, ojos soñadores [...] a consecuencia de las cataratas [...] nariz bien delineada pues de joven fui boxeador, boca, cerrada para que no entren moscas, altura 147, peso bruto 103 kilos. [Francisco Jiménez Rodríguez, 18/10/1937].
Estatura regular (0,75 m), peso no muy grande (117 Klg) un poco chato (60 m.m. de nariz), boca pequeña, (0’10 m) aunque sin dientes; todos estos defectillos se subsanan con la belleza de los ojos, que tengo uno gris y otro azul [Jesús Fortún, segunda carta, 10/10/38].


            CONCLUSIÓN
            Desde un punto de vista militar, la figura de la madrina de guerra representó una aportación de las mujeres al esfuerzo bélico inferior a la que realizaron las enfermeras o las trabajadoras de las industrias de armamento, pero nada desdeñable desde el plano del apoyo moral a los combatientes.
Prestaban atención a los hombres que temían constantemente por sus vidas y, al mismo tiempo, ayudaban a mantener la comunicación entre la casi siempre vilipendiada retaguardia y los soldados.
            Desde el punto de vista de la liberación femenina, el papel de la madrina de guerra constituye para algunos autores un paso atrás, puesto que colabora a encasillar a la mujer en el mundo de las tareas domésticas tradicionales.
En la mayoría de los países en guerra, las mujeres no lucharon en el frente y llevaron a cabo actividades supuestamente relacionadas con lo que se consideraba como “propias de su sexo”. Sin embargo, el ejército de la Unión Soviética tuvo mujeres-soldado y, al mismo tiempo, sus autoridades también fomentaron la existencia de las madrinas.
            En la Guerra Civil española, las madrinas tuvieron una presencia destacada en el bando franquista, donde recibieron un claro apoyo oficial y cuya labor fue considerada casi como un “deber patriótico”.
            Por el contrario, en el bando republicano, y salvo iniciativas particulares, las madrinas aparecieron muy tarde, en torno a 1938, y su actividad duró muy poco. Este retraso pudo deberse, por una parte, al papel mucho más activo que desempeñaron las mujeres en esa zona, primero como milicianas y después trabajando en la retaguardia. Según algunos testimonios personales, las difíciles condiciones de vida en las ciudades republicanas impidieron que muchas jóvenes realizasen ese trabajo. 
Las madrinas republicanas, a diferencia de las nacionalistas, escribían menos cartas, pero acudían con frecuencia a los frentes para hablar con los soldados y atenderles.
Carmen ORTIZ
Manuel DE RAMÓN


[1] BARRACHINA, Marie Aline, “Ideal de la Mujer Falangista. Ideal Falangista de la Mujer”, en III Jornadas sobre Las Mujeres y la Guerra Civil española, Instituto de la Mujer, Salamanca, 1989, pp. 211-217.
[2] SANTAMARÍA BONILLA, Pilar, ¡Cuando los cañones duermen! Recuerdos nostálgicos de una madrina de guerra, edic. de la autora, Burgos, 1981, p. 31.
[3] DE RAMÓN, Manuel,  y ORTIZ, Carmen, Madrina de Guerra. Cartas desde el frente, Editorial La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, p. 66.
[4]  DE RAMÓN, M. y ORTIZ, C., ibidem, p. 65.
[5] RODAO, Florentino, Japón y la propaganda totalitaria en España, 1937-1945; en www.aeep.es/socios/rodao.
[6] COBO ROMERO, Francisco, “Los partidos políticos y las mujeres en la retaguardia republicana jiennense (1936-39)”, en III Jornadas sobre Las Mujeres y la Guerra Civil española, pp. 67-73.
[7] NASH, Mary,  Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Taurus, Madrid, 1999, p. 175.
[8] MARTÍNEZ, Jesús, y RODRÍGUEZ, Nemesio, “Cartes d´un soldat republicà”; en www.aasit.com/informatiu/hemeroteca/marc/0042.htm
[9] ORIHUELA, David, “Candás, 1937: Hoy, fallecido en el campo de concentración...”, La Nueva España, 28 de octubre de 2002.
[10] Sin firma, “La Libertad es un bien muy preciado. Campo de concentración de Rianxo (Pontevedra)”; www.asturiasrepublicana.com
[11] FERNÁNDEZ-RECATALÁ, Denís, “Il y a soixante ans, la chute de la République espagnole entraînait un exode massif”, L’Humanité, 10 de abril de 1999; http://site.voila.fr/espana36/exil/retour99
[12] En catalán no se dice madrina sino padrina.
[13] Correo militar alemán.
[14] VÁZQUEZ ENCISO, Manuel, Historia Postal de la División Azul. Españoles en Rusia, Edit. Filatelia Hobby, Zaragoza, 1995, p. 85.
[15] DE RAMÓN, M. y ORTIZ, C., Ibidem, p. 54.
[16] Poilu: en francés ‘velludo’ o ‘peludo’. Era el apelativo que recibieron los soldados franceses debido a su lamentable estado de suciedad después de permanecer durante meses enterrados en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
[17] Yves Blanc era el seudónimo de la poetisa francesa Jeanne Burgues, autora de la novela Histoire de la Maison de l’Espine.
[18] APOLLINAIRE, Guillaume, Lettres à sa marraine, 1915-1918, introducción y notas de Marcel Adéma, Gallimard, París, 1979, p. 58.
[19] APOLLINAIRE, G., Lettres à Lou, prefacio y notas de Michel Décaudin, Gallimard, París, 1999.
[20] BEEVOR, Antony, Berlin. The downfall 1945, Penguin Books, Londres, 2002, p. 211. 
[21] FERNÁNDEZ, Armando, Carta a un soldado de Malvinas, El Quijote, Buenos Aires, 2000.
[22] VARGAS, Miguel, y BUSTO, David, “Héroes. Recuerdos de la Guerra del Chaco”, La Razón, 5 de septiembre de 2002.
[23] GOMINHO, Adriano, Timor, amor e uma palapa (aventura poética); en www.terravista.pt/fernoronha
[24] CUENCA, Catherine, La marraine de guerre, Hachette Jeunesse, París, 2001.
[25] JOURDAIN, Michel, Lettres mortes, Champ Vallon, Seyssel, 1999.
[26] STYX, Les deux morts de Lucas Devaux, en www.geocities.com/Hollywood/Land
[27] LABROUSSE, Jocelyne, Les temps de pommes; en www.la-musique-des-mots.com
[28] DES ORMES, Renée, Entre deux rives; ilustraciones de L. Roisin, Éditions Casterman, París [¿1920?]
[29] MOLINARI, Augusta, La buona signora e i poveri soldati. Lettere a una madrina di guerra (1915-1918), Paravia/Scriptorium, Turín, 1998.
[30] MIHURA, Miguel, La madrina de guerra: Comedia en dos actos, R. Velasco, Madrid, 1922
[31] MARTÍN, José, Madrina de guerra, Publicaciones de La Revista Blanca, Barcelona [ca. 1920]
[32] RÍOS RUIZ, Manuel, Cartas a una madrina de guerra, en La memoria alucinada, Calambur, Madrid, 1998.
[33] GUSTEM, Julián, Madrina de guerra, Arena y Cal, núm. 51, julio de 1999; en www.islabahia.com
[34] FRAN, “Un homenaje a Pepe Urbano (ejemplo de sabiduría popular)”, Fasnia en la red, 24 de enero de 2002; en www.fasnia.net/html/pepe6.
[35] BOYERO, Carlos, “Joaquín Sabina”, entrevista en Rolling Stone, núm. 4, febrero de 2000; www.rollingstone.es/extra/sabina
[36] ELORDI, Carlos (ed.), Los años difíciles. El testimonio de los protagonistas anónimos de la Guerra Civil y la posguerra, Editorial Aguilar, Madrid, 2002, pp. 126-127. 
[37] www.linformateur.com/news/full
[38] BENIFALLET: www.benifallet.altanet.org


 
 

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