lunes, 14 de enero de 2013

La sultana una historia de un pueblo

La venganza de la Sultana. 

En la luminosa oscuridad, rodeada de silencio muchos metros bajo tierra, la Sultana pliega su manto multicolor para cubrir por completo su gran vientre de madre encinta.
Sus hijos, de real estirpe, son  dignos de una Sultana coronada por una tiara de cristales tubulares de perrotita de color verdoso que refulgen junto a cubos maclados de plata y otros dorados de piritas rematados por largos prismas de amatista.
La envuelven sus tornasolados “mantos azules” que resplandecen en la negrura de las profundidades de la tierra, su fortaleza inexpugnable con sus vetas amarillo limonita, negros manganeso, ocres y dorados de cobre, anaranjados de goslarita, irisados de dietrichita, blancos nieve de yesos, todos ellos florecidos y tejidos entre grandes masas de carbonatos que forman un arcoíris de inimaginable belleza y riqueza.
Sujeta con fuerza e ira su enorme vientre para no dejar salir de allí a sus múltiples hijos, que podrían repartir su riqueza mineral sobre aquella tierra seca, desmembrada y solitaria de la montaña que le da cobijo y escondite.
La Sultana está furiosa y clama VENGANZA.
No una venganza de explosiones, como otras veces, para exhibir sus riquezas ante los ojos atónitos e ingratos de los hombres que la han lisonjeado, expoliado y humillado. No. Ahora la venganza de La Sultana se ha hecho fría a lo largo de los años. La va a servir fría y eterna.
¿Qué mejor venganza que la de la propia naturaleza ocultando para siempre sus tesoros de forma irrecuperable?

Ilustración de Raquel Losana Larrazábal
Los ingratos que los explotaron durante siglos, miles de años, desde el Mioceno, no supieron gestionarlos ni agradecerlos.
Desde remotas épocas sus riquezas interiores de galena, plata, zinc  y muchos otros metales deseados, fueron saliendo de la brecha de falla cristalizada de su manto con abundancia generosa.
Siglos y siglos desde el Mioceno, con épocas de grandes extracciones y otras de largos abandonos y olvido.
Su riqueza no ha podido nadie medirla en tantísimos años. Siempre estaba ahí, oculta pero presente.
El paisaje de su entorno ha cambiado mucho a lo largo de los siglos: desde fértiles zonas muy arboladas de tipo mediterráneo, formando grandes manchas tupidas y verdes mezcladas entre las vetas multicolor de sus “mantos azules” en las sierras mineras que dotaron de su enorme riqueza de plata a la Roma clásica, durante cientos de años, hasta el cambio de sus bosques talados desde aquellas lejanas épocas para hacer barcos de guerra o de transporte y después para las propias explotaciones de sus ricas minas, para entibar las largas galerías y reforzar sus terrenos de laboreo.
Poco a poco aquellas sierras frondosas perdieron su encanto y mudaron su vestido por el seco y árido paisaje casi lunar, horadado por miles de pozos acá y allá que semejan ojos al abismo.
El mar allí tan cerca, ha seguido ofreciendo su inmenso azul para recordar que aquello fue un paraíso de climas templados y vegetación mediterránea junto a una de las mayores riquezas minerales imaginadas.
La revolución industrial del siglo XX ha marcado una nueva etapa en su desarrollo, con muy poco control, que ha dejado su huella en el paisaje y la riqueza medioambiental de toda aquella zona de sierras mineras.
En la década de los años 80, en pleno siglo XX, las extracciones de la sierra minera de Cartagena- La unión que tanto progreso y bienestar habían creado en toda la zona, empezó a presentar síntomas de agotamiento.
Aquel paisaje lunar de extraños colores había dado ya todo lo posible y los técnicos, geólogos e ingenieros de minas buscaban afanosos zonas donde los filones y la riqueza mineral permitiesen la continuación de la prosperidad de la zona y de sus muchos trabajadores y empresas allí radicados.
Tras muchas «catas», estudios y análisis de los terrenos cercanos, un proyecto nuevo vio la luz en 1987 para la continuidad de aquellas explotaciones tan ricas. Sería la ampliación de la cantera Los Blancos II, que reuniría conjuntamente Los Blancos III y cantera La Sultana , alargándose hasta el borde cercano al pueblo de Llano del Beal, garantizando un mínimo de 11 años, prolongables, con una explotación valorada y calculada de 26.853.000 toneladas en un yacimiento que contenía 200.000 toneladas de plomo, 600.000 de Zinc y 1.600.000 de azufre, estimando una cantidad de 270.000 kilos de plata.-
Todo un hallazgo.  Un tesoro que duraría muchos años proporcionando riqueza a toda la zona, con trabajo para sus habitantes y gran desarrollo en todos los frentes, directos e indirectos.
La Sultana ocultaba tanta riqueza como jamás se habían imaginado.
Iba a ser una auténtica reina repartiendo sus riquezas minerales a toda la zona.
La que tanto admiraron civilizaciones anteriores que pasaron por allí, por sus colores, su belleza, su paisaje «de otro mundo», y que solo habían arañado un poco sus ocultas riquezas, sin llegar nunca a sus ricos filones y yacimientos ocultos, ahora con aquel nuevo plan de labores podía surgir de las profundidades con todo su esplendor mineral.
Pero, ¿qué pudo pasar para que todo aquello se torciera y La Sultana se cerrase bajo su manto sin permitir que jamás se abriera ni dejara salir de su enorme vientre tanta bonanza?
Decía Edward O. Wilson :
Nuestros gobernantes y líderes políticos tienen una formación basada exclusivamente en las Ciencias Sociales y Humanidades.
Desconocen las Ciencias Naturales o las conocen muy superficialmente.
Igualmente los intelectuales públicos, articulistas y creadores de opinión de los medios y «gurús» de la intelectualidad.
Sus análisis son metódicos, alguna vez correctos, pero la base sustancial de su saber es fragmentada y sesgada.
¡Qué poca Física y cuanta metafísica barata en la enseñanza y en lo gubernamental!
¿Cabe entonces imaginar otro presente distinto al nauseabundo olor que impregna gran parte de nuestra realidad?
Me voy a buscar piedras. Están ahí desde siempre. Algo podrán contarme sobre lo real y, en cualquier caso, pueden servir para armar una honda.
A La Sultana tal vez le hubiese gustado más el sistema de los antiguos tiempos, cuando las minas de interior eran ciudades subterráneas, palacios negros donde se entrecruzaban enormes galerías de cientos de kilómetros sin dar señales al exterior, salvo las escombreras de residuos minerales entre los bosquecillos de pinsapos, con el mar azul al fondo, donde los barcos cargaban tanta plata para Roma que hasta las anclas se fundían en plata para llevar más cantidad..
Distintas épocas que se sucedieron, cada una con sus expolios o abundancias. Muchos siglos sobre aquellos «mantos azules» de las sierras mineras.
A mitad del siglo XIX las minas de de las sierras de Cartagena-La Unión producían dos millones y medio de quintales de plomo al año.
La Sultana ha visto de nuevo florecer épocas llenas de progreso y riqueza, calculadas y evaluadas por métodos modernos y por técnicos modernos….
Pero sus sueños quedarán abortados por unos extraños acontecimientos que nunca ha comprendido.
El pecho de La Sultana se estremece de tristeza, rabia, incomprensión y decepción bajo sus collares y gargantillas de brillantes metales y cuarzos.
Sus manos se cierran con fuerza como si quisiera hundirse aun más bajo la montaña abandonada.
Aquel proyecto- recuerda- se abortó por una guerra absurda, a tres bandas, donde los intereses irreconciliables de los habitantes del pueblo de Llano del Beal se opusieron frontalmente a que las nuevas explotaciones se acercasen al pueblo y pudieran perjudicar alguna de sus casas con las posibles vibraciones del terreno.
Los trabajadores de la empresa encargada del proyecto, que llevaba años trabajando en las otras canteras de la zona con modernas maquinarias, no entendían la razón de tanta oposición y cerrazón y luchaban por sus puestos de trabajo.
Los del pueblo estaban en pie de guerra y asaltaban las maquinarias, cortando las pistas de explotación para evitar los trabajos.
En medio de todo este absurdo caos, la Comunidad Autónoma quería conciliar a ambas partes y dar la razón a todos, sin conseguir nada.
Una guerrilla ruidosa, sin acuerdos, con cada parte encerrada en su razón.
La empresa, que era quien debía llevar la parte más importante del proyecto y su financiación, con nuevas maquinarias y ampliaciones de gran envergadura, estaba en un gran aprieto con la bajada del precio del plomo en la Bolsa de Metales de Londres, que era lo que marcaba la viabilidad de todo el proyecto minero.
Las divisas de metal de plomo, zinc etc. estaban en bajada.  Subirían seguramente en poco tiempo, como siempre había ocurrido, pero de momento lo que menos necesitaban era una guerrilla en una de sus explotaciones españolas.
Aquel absurdo guirigay no presagiaba nada bueno.
La Sultana lo supo. Tapó sus oídos a todo aquel desafuero y permaneció en silencio en  su oscuro reducto.
La sede central de la empresa, desde Paris, ante la falta de acuerdo y soluciones por las partes, optó por la venta y subsiguiente cierre de todas las explotaciones de la Sierra Minera de Cartagena- La unión.
En sucesivas etapas liquidó todas las pertenencias, maquinaria, terrenos y despidió finalmente a todos sus trabajadores, abandonando aquel gran  proyecto que iba a ser el más importante del momento, hundiendo el futuro de La Sultana y de toda la zona minera adyacente en 1991.
150 años de trabajos de minería de la zona se derribaron en un campo de batalla absurdo.
Inversiones millonarias de infraestructuras e industrias derivadas, tráfico mercantil, puestos de trabajo para muchas familias, personas que perdieron todo…. Por una disputa de pueblo.
La Sultana, silenciosa, oscura, en su rico trono, permanece bajo toneladas de tierra, rocas y metales, encerrada en sí misma, sabiendo lo que toda esa riqueza habría significado para la prosperidad de tanta gente.
Ahora, en su fría venganza tras los años, las abraza sin compartirlas con nadie, sabiendo que ya jamás se podrán encontrar ni explotar, abandonadas en el interior de una agreste sierra que las ha ido derrumbando y hundiendo más y más, año tras año.
La noche se cierra sobre las cumbres de la sierra minera de los «mantos azules» de Cartagena-La unión.
No se verá nunca el rictus amargo de La Sultana,  aferrada a su venganza, al saber lo que posee y que nunca compartirá con nadie….

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